Jeffrey Sachs: ponencia ante el Consejo de Seguridad de la ONU
Diciembre 5, 2023

TESTIMONIO DEL PROFESOR JEFFREY D. SACHS, CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD DE COLUMBIA


Sesión del Consejo de Seguridad de la ONU sobre el mantenimiento de la paz mediante el desarrollo común, del 20 de noviembre de 2023

Señor Presidente, señores Embajadores, señor Secretario General Guterres, señora Presidenta Rousseff, distinguidos diplomáticos, señoras y señores,

Mi nombre es Jeffrey D. Sachs.  Soy catedrático de la Universidad de Columbia. Soy especialista en economía global y desarrollo sostenible.  Comparezco ante el Consejo de Seguridad de la ONU en mi propio nombre.  No represento a ningún gobierno u organización en el testimonio que voy a prestar.

La reunión de hoy tiene lugar en un momento de varias guerras importantes.  En mi testimonio me referiré a cuatro: la guerra de Ucrania, que comenzó en 2014 con el violento derrocamiento del presidente de Ucrania, Viktor Yanukóvich; la guerra entre Israel y Palestina, que ha estallado repetidamente desde 1967; la guerra de Siria, que comenzó en 2011; y las guerras del Sahel, que comenzaron en 2012 en Mali y ahora se han extendido por todo el Sahel.

Estas y otras guerras recientes se han cobrado millones de vidas, han dilapidado billones de dólares en gastos militares y han destruido la riqueza cultural, natural y económica acumulada durante generaciones e incluso milenios.  Las guerras son el peor enemigo del desarrollo sostenible.

Estas guerras pueden parecer insolubles, pero no lo son.  De hecho, yo sugeriría que las cuatro guerras podrían terminar rápidamente mediante un acuerdo en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU.  Una de las razones es que las grandes guerras deben alimentarse desde el exterior, tanto con financiación externa como con armamento.  El Consejo de Seguridad de la ONU podría acordar poner fin a estas terribles guerras retirando la financiación externa y el armamento.  Para ello sería necesario un acuerdo entre las principales potencias.

La otra razón por la que estas guerras pueden terminar rápidamente es que son el resultado de factores económicos y políticos que pueden abordarse mediante la diplomacia y no mediante la guerra.  Al abordar los factores políticos y económicos subyacentes, el Consejo de Seguridad puede establecer las condiciones para la paz y el desarrollo sostenible.  Consideremos cada una de las cuatro guerras por separado.

La guerra en Ucrania tiene dos causas políticas principales.  La primera es el intento de la OTAN de expandirse a Ucrania a pesar de las oportunas, reiteradas y cada vez más urgentes objeciones de Rusia.  Rusia considera la presencia de la OTAN en Ucrania como una amenaza significativa para la seguridad de Rusia. (1) La segunda causa política es la división étnica este-oeste en Ucrania, en parte por líneas lingüísticas y en parte por líneas religiosas.  Tras el derrocamiento del presidente Yanukóvich en 2014, las regiones de etnia rusa se separaron del Gobierno posterior al golpe y solicitaron protección y autonomía.  El acuerdo de Minsk II, respaldado unánimemente por este Consejo en la Resolución 2202, pedía que la autonomía regional se incorporara a la Constitución de Ucrania, pero el acuerdo nunca fue aplicado por el Gobierno de Ucrania a pesar del respaldo del Consejo de Seguridad de la ONU.

La causa económica de la guerra se debe a que la economía ucraniana está orientada tanto al oeste, hacia la Unión Europea, como al este, hacia Rusia, Asia Central y Asia Oriental.  Cuando la UE intentó negociar un acuerdo de libre comercio con Ucrania, Rusia expresó su alarma por que su propio comercio e inversiones en Ucrania se vieran perjudicados a menos que se alcanzara un acuerdo a tres bandas entre la UE, Rusia y Ucrania que garantizara que el comercio y las inversiones entre Ucrania y Rusia se mantuvieran junto con el comercio entre la UE y Ucrania.  Por desgracia, la UE no parecía dispuesta a negociar con Rusia un acuerdo tripartito de este tipo, y la orientación este-oeste de la economía ucraniana nunca llegó a resolverse.

Este Consejo podría poner fin rápidamente a la guerra de Ucrania abordando sus causas políticas y económicas subyacentes.  En el frente político, los países del P5 deberían acordar extender una garantía de seguridad a Ucrania y, al mismo tiempo, acordar que la OTAN no se expandirá a Ucrania, abordando así la profunda oposición de Rusia a la ampliación de la OTAN.  El Consejo también debería trabajar para lograr una solución de gobernanza duradera en relación con las divisiones étnicas de Ucrania.  El fracaso de Ucrania a la hora de aplicar el acuerdo de Minsk II, y del Consejo a la hora de hacer cumplir el acuerdo, significa que la solución de la autonomía regional ya no es suficiente.  Tras casi 10 años de duros combates, es realista que algunas de las regiones étnicamente rusas sigan formando parte de Rusia, mientras que la gran mayoría del territorio ucraniano seguirá perteneciendo, por supuesto, a una Ucrania soberana y segura.

Desde el punto de vista económico, hay dos consideraciones, una relativa a la política y otra a la financiación.  En cuanto a la política, el gran interés económico de Ucrania es ingresar en la Unión Europea, manteniendo al mismo tiempo unas relaciones comerciales y financieras abiertas con Rusia y el resto de Eurasia.  La política comercial ucraniana debe ser integradora y no de distracción, para que Ucrania pueda servir de puente económico entre el este y el oeste de Eurasia.  En cuanto a la financiación, Ucrania necesitará fondos para la reconstrucción y para nuevas infraestructuras físicas, como ferrocarriles rápidos, energías renovables, 5G y modernización de puertos.  Como describo a continuación, recomiendo que el Consejo de Seguridad establezca un nuevo Fondo para la Paz y el Desarrollo que contribuya a movilizar la financiación necesaria para ayudar a Ucrania y a otras zonas en guerra a abandonar la guerra y avanzar hacia la recuperación y el desarrollo sostenible a largo plazo.

Consideremos de forma similar la guerra en Israel y Palestina.  También en este caso, el Consejo podría poner fin rápidamente a la guerra aplicando las numerosas resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU adoptadas a lo largo de varias décadas en las que se pide el retorno a las fronteras de 1967, el fin de las actividades de asentamiento de Israel en los territorios ocupados y la solución de dos Estados, incluidas las resoluciones 242, 338, 1397, 1515 y 2334 del CSNU.  Está claro que Israel y Palestina son incapaces de alcanzar acuerdos bilaterales acordes con estas resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU. En ambas partes, los partidarios de la línea dura frustran una y otra vez a los moderados que buscan una paz basada en la solución de los dos Estados.

Ya es hora, por tanto, de que el Consejo de Seguridad de la ONU haga cumplir sus decisiones, aplicando una solución justa y duradera que beneficie tanto a Israel como a Palestina, en lugar de permitir que los partidarios de la línea dura de ambas partes ignoren el mandato de este Consejo y amenacen así la paz mundial.  Mi recomendación a este Consejo es que reconozca inmediatamente el Estado de Palestina, en cuestión de días o semanas, y acoja a Palestina como miembro de pleno derecho de las Naciones Unidas, con capital en Jerusalén Este y con control soberano sobre los Santos Lugares islámicos. El Consejo también debería establecer una fuerza de mantenimiento de la paz, procedente en gran medida de los países árabes vecinos, para ayudar a garantizar la seguridad en Palestina.  Tal resultado es la voluntad abrumadora de la comunidad internacional, y en el interés manifiesto tanto de Israel como de Palestina, a pesar de las vociferantes objeciones de quienes son los de la posiciones duras a ambos lados de la línea divisoria.

Como en el caso de Ucrania, el hecho de que este Consejo no haya aplicado sus resoluciones anteriores sobre Israel y Palestina ha hecho que la situación actual sea mucho más difícil de resolver.  Los asentamientos ilegales de Israel han superado ya los 600.000 colonos.  Sin embargo, la descarada y prolongada violación por parte de Israel del Consejo de Seguridad de la ONU a este respecto no es razón para que el Consejo se abstenga de actuar ahora de forma decisiva, especialmente cuando Gaza está en llamas y la región en general es un polvorín que podría explotar en cualquier momento.

La estrategia política debe ir acompañada de una estrategia económica.  Lo más importante es que el nuevo Estado soberano de Palestina sea económicamente viable.  Esto requerirá varias medidas económicas.  En primer lugar, Palestina debe beneficiarse de los yacimientos de petróleo y gas en alta mar en las aguas territoriales de Palestina.  En segundo lugar, el nuevo Fondo para la Paz y el Desarrollo debe ayudar a Palestina a financiar un puerto moderno en Gaza y un enlace seguro por carretera y ferrocarril que conecte Gaza y Cisjordania.  En tercer lugar, los recursos hídricos vitales del valle del Jordán deben repartirse equitativamente entre Israel y Palestina, y ambas naciones deben recibir apoyo conjunto para garantizar un aumento sustancial de la capacidad de desalinización con el fin de satisfacer las urgentes y crecientes necesidades de agua de ambos países.  En cuarto lugar, y lo que es más importante, tanto Israel como Palestina deben formar parte de un plan integrado de desarrollo sostenible para el Mediterráneo Oriental y Oriente Medio que apoye la resiliencia climática y la transición de la región hacia la energía verde.

Del mismo modo, el Consejo puede poner fin a la guerra en Siria.  La guerra de Siria estalló en 2011 cuando varias potencias regionales y Estados Unidos unieron sus fuerzas para derrocar al gobierno del presidente sirio Bashar al Assad.  Esta operación de cambio de régimen profundamente equivocada fracasó, pero desencadenó una guerra prolongada con un enorme derramamiento de sangre y destrucción, incluso de antiguos sitios del patrimonio cultural.  El Consejo debe dejar claro que todos los países del P5 y los países vecinos de Siria están plenamente de acuerdo en que todos los intentos de cambio de régimen han terminado definitivamente, y que el Consejo de Seguridad de la ONU tiene la intención de colaborar estrechamente con el Gobierno sirio en la reconstrucción y el desarrollo.

Desde el punto de vista económico, la mejor esperanza de Siria es integrarse estrechamente en la región del Mediterráneo Oriental y Oriente Medio, especialmente mediante la construcción de infraestructuras físicas (carreteras, ferrocarril, fibra, electricidad, agua) que conecten Siria con Turquía, Oriente Medio y las naciones mediterráneas.  Como en el caso de Israel y Palestina, este programa de inversiones debería financiarse en parte con un nuevo Fondo para la Paz y el Desarrollo Sostenible creado por este Consejo.

La guerra en el Sahel tiene raíces similares a la guerra en Siria.  Al igual que las potencias regionales y Estados Unidos pretendían derrocar el régimen de Bashar al-Assad en 2011, las principales potencias de la OTAN también pretendían derrocar el régimen de Moammar Gadafi en Libia en 2011.  Al perseguir este objetivo, excedieron groseramente el mandato de la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU, que había autorizado la protección de la población civil de Libia, pero ciertamente no una operación de cambio de régimen dirigida por la OTAN.  El violento derrocamiento del gobierno libio se extendió rápidamente a los empobrecidos países del Sahel.  La pobreza por sí sola hizo que estos países sahelianos fueran muy vulnerables a la afluencia de armamento y milicias.  El resultado ha sido una violencia continua y múltiples golpes de Estado, que han minado gravemente la posibilidad de una mejora económica.

La crisis del Sahel es hoy ante todo una crisis de inseguridad y pobreza.  El Sahel es una región de semiárida a hiperárida, con inseguridad alimentaria crónica, hambre y pobreza extrema.  La mayoría de los países de la región carecen de litoral, lo que dificulta enormemente el transporte y el comercio internacional.  Pero, al mismo tiempo, la región posee enormes yacimientos de minerales de gran valor, una gran biodiversidad y potencial agronómico, un enorme potencial de energía solar y, por supuesto, un enorme potencial humano que aún no se aprovecha debido a un déficit crónico de escolarización y formación.

Los países del Sahel forman una agregación natural para la inversión económica regional en infraestructuras.  Toda la región necesita urgentemente inversiones en electrificación, acceso digital, agua y saneamiento y transporte por carretera y ferrocarril, así como en servicios sociales, especialmente educación y sanidad.  Como el Sahel es una de las regiones más pobres del mundo, los gobiernos son totalmente incapaces de financiar las inversiones necesarias.  También en este caso, y quizá más que en ninguna otra región, el Sahel necesita financiación externa para hacer la transición de la guerra a la paz, y de la pobreza extrema al desarrollo sostenible.

Todos los miembros del P5, y de hecho el mundo entero, sufren las consecuencias adversas de la continuación de estas guerras.  Todos están pagando un precio en términos de cargas financieras, inestabilidad económica, riesgos de terrorismo y riesgos de una guerra más amplia.  El Consejo de Seguridad está en condiciones de tomar medidas decisivas para poner fin a la guerra precisamente porque está claro que el interés de todos los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, y en particular de todos los países del P5, es poner fin a estas guerras de larga duración, antes de que se conviertan en conflictos aún más peligrosos.

La Carta de la ONU confiere al Consejo de Seguridad poderes considerables cuando cuenta con la determinación de sus miembros.  Puede introducir fuerzas de mantenimiento de la paz, e incluso ejércitos si es necesario.  Puede imponer sanciones económicas a los países que no cumplan las resoluciones del CSNU.  Puede proporcionar garantías de seguridad a las naciones.  Puede remitir casos a la Corte Penal Internacional para detener crímenes de guerra.  En resumen, el Consejo es ciertamente capaz de hacer cumplir sus resoluciones si así lo decide.  Por el bien de la paz mundial, dejemos que el Consejo decida ahora poner fin a estas guerras.

El Consejo de Seguridad de la ONU también debería reforzar sus herramientas participando en la consolidación de la paz económica junto con las decisiones más habituales sobre fronteras, fuerzas de mantenimiento de la paz, sanciones y similares.  He mencionado en varias ocasiones la idea de crear un nuevo Fondo para la Paz y el Desarrollo que el Consejo de Seguridad de la ONU podría desplegar para crear dinámicas positivas para el desarrollo sostenible, y para animar a otros inversores -como el Banco Mundial, el FMI y los Bancos Multilaterales de Desarrollo regionales- a coinvertir en el establecimiento de la paz.

Yo recomendaría tres pautas para ese nuevo fondo.

En primer lugar, lo financiarían las grandes potencias transfiriendo una parte de sus gastos militares a la pacificación mundial.  Estados Unidos, por ejemplo, gasta actualmente alrededor de un billón de dólares al año en el ejército, mientras que China, Rusia, India y Arabia Saudí son los siguientes países que más gastan, con unos gastos militares combinados que suponen algo más de la mitad de los de Estados Unidos, quizás unos 600.000 millones de dólares. Supongamos que estos países redujeran sus gastos militares en tan sólo un 10% y redirigieran el ahorro al Fondo para la Paz y el Desarrollo.  Sólo con eso se liberarían unos 160.000 millones de dólares al año.  Incluso esa suma podría apalancarse con algo de ingeniería financiera para permitir préstamos anuales de unos 320.000 millones de dólares al año, es decir, lo suficiente para ayudar a las actuales zonas de guerra a iniciar un vigoroso giro hacia la recuperación y el desarrollo.

En segundo lugar, el fondo haría hincapié en la integración regional.  Esto es primordial tanto para el establecimiento de la paz como para el éxito del desarrollo.  Se ayudaría a Ucrania a integrarse tanto al oeste (hacia la UE) como al este (hacia Rusia, Asia Central y Asia Oriental).  Se ayudaría a Israel, Palestina y Siria a integrarse en una red de infraestructuras para la región EMME, profundizando tanto en la paz como en el desarrollo económico.  Se ayudaría a los países del Sahel a romper su aislamiento y su falta de servicios básicos mediante una red de infraestructuras de carreteras, ferrocarril, puertos, fibra y energía.

En tercer lugar, el Fondo para la Paz y el Desarrollo se asociaría con otras fuentes de financiación, como la Iniciativa Belt and Road de China, el Global Gateway de la UE, la Asociación Global para la Infraestructura y la Inversión del G7 y el aumento de los préstamos de las instituciones de Bretton Woods y los bancos regionales de desarrollo.  Curiosamente, el Fondo para la Paz y el Desarrollo podría ser un vehículo para una mayor asociación en materia de inversiones entre China, la UE, Estados Unidos y el G7.  Esto también sería una contribución a la paz, no sólo en las zonas de guerra actuales, sino también entre las principales potencias del mundo.

Justo en la calle de enfrente de nosotros está el muro de Isaías, con las visionarias palabras del gran profeta judío del siglo VIII a.C: «Convertirán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en podaderas; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra». Es hora de honrar las palabras de Isaías poniendo fin a estas guerras inútiles, recortando los gastos militares y convirtiendo lo ahorrado en nuevas inversiones en educación, sanidad, energías renovables y protección social.

La propuesta de reorientar los gastos militares de hoy hacia la financiación del desarrollo sostenible de mañana se basa no sólo en la sabiduría perdurable de Isaías, sino también en las propuestas de los líderes religiosos y de las naciones del mundo en la Asamblea General de la ONU.  El Papa Pablo VI, en su brillante encíclica Populorum Progresio (1967), pidió a los líderes mundiales «que destinen parte de sus gastos militares a un fondo mundial para aliviar las necesidades de los pueblos empobrecidos».  La Asamblea General de la ONU hizo suya esta causa en la Resolución 75/43 de la AGNU, en la que pedía «a la comunidad internacional que dedique al desarrollo económico y social una parte de los recursos disponibles gracias a la aplicación de los acuerdos de desarme y limitación de armamentos, con el fin de reducir la brecha cada vez mayor que separa a los países desarrollados de los países en desarrollo.»

Como estadounidense, me enorgullece que nuestro más grande Presidente, Franklin Delano Roosevelt, fuera el visionario que supervisó la creación de esta gran institución.  Creo firmemente en la capacidad de las Naciones Unidas, y de este Consejo de Seguridad, para mantener la paz y promover el desarrollo sostenible.  Cuando los 193 Estados miembros de la ONU, o 194 con la adhesión de Palestina, estén a la altura de la Carta de las Naciones Unidas, tendremos una nueva Era Global de Paz y Desarrollo Sostenible. 20 de noviembre de 2023

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