Octubrismo y la batalla por su significado
Octubre 23, 2024

Del estallido del 18-O, lo único que sobrevive con fuerza, según pudo constatarse en este quinto aniversario, es, precisamente, el término “octubrismo”. Ya durante el tercer aniversario, en 2022, observé que este vocablo estaba siendo empleado frecuentemente en el análisis político. Por mi parte, consideraba que tenía un poderoso, pero relativamente delimitado, contenido semántico. Expresaba, básicamente, “el ethos, o sea, la visión de mundo, orientaciones, creencias, actitudes, valores, sentimientos y hábitos que definen la naturaleza de la revuelta. Dicho de otra manera: es la autocomprensión y los relatos que de ella emanan. Y, por ende, la saga, narrativa o leyenda que se teje en torno a la revuelta del 18-O”.

Luego, el octubrismo no es una ideología, ni un partido, ni siquiera un movimiento. Es, repito ahora, “el espíritu de la revuelta; esto es, del ‘estallido social’ que tuvo lugar el 18-O; una verdadera explosión de violencia en las calles dirigida contra el sistema, el orden establecido, sus signos y símbolos, su organización bajo la forma de Estado, la legalidad y la policía que lo expresan; contra la esfera política -partidos, élites, medios de comunicación, tecnócratas e intelectuales- y contra la sociedad civil en su equipamiento público comunitario y comercial, bancario, eclesiástico, escolar, patrimonial y de memoria histórica”.

De hecho, yo mismo había empezado a usar dicho término un año antes, para el segundo aniversario del estallido. En esa oportunidad, hacía referencia a “las celebraciones del octubrismo, acompañadas por la violencia ritual de las ‘barras bravas’ en las calles”. Y este nombre servía para oponerlo al espíritu del “noviembrismo”, que representaba la vía institucional instaurada por el Acuerdo suscrito entre las fuerzas políticas. Casi todas, con excepción del PC y de la mayoría del Frente Amplio de entonces -exceptuando el diputado Boric que concurrió al Acuerdo con su firma a título individual- y de Kast y los Republicanos.

Un reportaje de prensa de noviembre de 2021 decía a este respecto: “De hecho hace unos meses [Brunner] observó la existencia de una diferencia entre octubristas y “noviembristas”, aludiendo a quienes se sienten más interpretados por el Acuerdo por la nueva Constitución del 15 de noviembre que por el estallido propiamente tal”. Y agregaba: “Tras los resultados que vimos anoche [triunfo de Kast en primera vuelta y amplio apoyo en las urnas a los candidatos al Parlamento de las derechas] ha quedado sepultada la idea simplista respecto a que Chile estaba dividido entre el pueblo del estallido, que era el 80% de la gente, que deseaba refundar el país y su institucionalidad desde la rabia, y un 20% que rechazaba cualquier cambio”. De cualquiera forma, sostenía entonces, la llama del octubrismo “no se ha apagado” en el país.

No imaginaba entonces que esa llama llegaría hasta hoy iluminando y confundiendo -con sus luces y sombras- el intenso debate de las últimas semanas sobre la persistente presencia semántica del término octubrismo.

Usos del octubrismo

Veamos pues algunos usos actuales del octubrismo como un concepto de frecuente aparición en el campo mediático político-ideológico-cultural. Para este efecto hemos realizado una selección intencionada de voces, de manera de representar la diversidad polémica de estos usos más que para configurar un indicador de frecuencia del uso de dicho vocablo. De cualquier forma, una búsqueda en Google con los términos octubrismo + Chile arroja alrededor de 83 mil resultados. Allí se ataca o exalta al octubrismo, se lo interpreta ideológicamente, se lo devuelve a su origen en el estallido o se lo utiliza para la crítica del presente, se lo explica por sus supuestos o sus pretensiones, se lo aborda desde un ángulo sociológico o en perspectiva filosófica. Todo esto nos sirve aquí para hacer un balance del octubrismo como concepto disputado en la batalla ideológica, a la vez que para mostrar su pervivencia en los medios de comunicación y en la opinión pública ilustrada.

(Negación fraudulenta)“Seamos claros. El “octubrismo” no existe como dato sociológico. No hay nada que indique la existencia de una ideología “octubrista”, como tampoco un programa. Ni siquiera un discurso.

Si algo se pareció a ello fueron los exabruptos de la llamada “lista del Pueblo”, antes de que se extinguiera aquejada por sus propias inconsistencias. El “octubrismo” es un fetiche ideológico de la derecha.

Se trata de una alusión denigrante al potente movimiento de protestas que conmovió a todo Chile en octubre de 2019, designándolo como un accidente de minorías “violentistas” contra la mayoría de la ciudadanía. Es decir, la reducción de un proceso rico y complejo a uno de sus componentes: la violencia.  El “octubrismo” es la caricatura fraudulenta de octubre de 2019. Es, por ende, su negación”Haroldo Dilla Alfonso, director del Instituto de Estudios Internacionales (INTE) de la Universidad Arturo Prat, 18-05-2024.

(Una estética propia)

Ahora bien, además de ser un modo de hacer política, el octubrismo se funda en una simbología que lo arropa con una estética propia: los viernes en Plaza Italia, “el limoncito para la marcha”, el repudio a los valores tradicionales, el “perro matapacos”, el rechazo a la bandera chilena y la imposición bandera mapuche, la impugnación al “modelo” y a los políticos de los “30 años”, y así.

Octubrismo es ver a Elsa Labraña gritando en la cara de Gloria Valladares; es la voz de Daniel Stingo afirmando que los acuerdos los pondrían ellos; es la persona que intentó cortar los pies del caballo de Baquedano; es el Museo del Estallido Social; es la destrucción de los centros de las ciudades; es el “jardín de la resistencia” y es el presidente Boric indultando a delincuentes.

A fin de cuentas, el octubrismo tuvo hasta un lema: “No son 30 pesos, son treinta años”. Contó con su propio órgano, la “Convención Constitucional” que, por cierto, terminó sus labores cantando “el pueblo unido, avanza sin partidos”. Albergó personajes dentro de sí: “el pelao” Vade y “la tía Pikachu”. Dignificó a sus héroes, como la primera línea, a quienes parte del Congreso aplaudió de pie. Tuvieron mártires, practicaron ritos y generaron una épica. Incluso elaboró su propia traducción institucional, que puede hallarse en el contenido de la propuesta de la Convención.  Álvaro Vergara, Profesor de Derecho Constitucional y Derecho Político en la Universidad Finis Terrae, Instituto de Estudios de la Sociedad, 09-10-2024.

(Concepto difuso)

“…el llamado “octubrismo” se convirtió en un concepto difuso, que la derecha dura ocupa con deliberada vaguedad para denominar todo aquello con lo que no comulga.

Así, la categoría de “octubrista” incluye, con igual imprecisión, pero con efectividad, a quienes creen que durante 2019 se cometieron violaciones de los DD.HH., quienes desean un componente de solidaridad en el sistema de pensiones, o quienes piden mayor progresividad en los impuestos, por nombrar algunos posibles ejemplos. La histórica “marcha del millón” o el reconocimiento mundial a la performance de Las Tesis, que daban cuenta de un pueblo cohesionado en su esperanza, parecen vivir solo en la mente de un puñado de nostálgicos”. El Mostrador, 11-10-2024.

(Violencia como concepción)

“Pero debe decirse algo más, sobre todo por lo que toca a la concepción subyacente del octubrismo, que es la que en último término lo explica: la idea de que el uso de la violencia es legítimo para resarcir injusticias históricas profundas y atroces, que la vigencia de la democracia representativa -con igualdad formal- dejaría supuestamente impunes. Más precisamente, el octubrismo es una de las tantas versiones del mito de que resulta imperioso hacer una revolución capaz de reparar el curso de toda la historia nacional. Tanto las pretensiones refundacionales como el adanismo de la izquierda octubrista -en las que se regodearon, por ejemplo, algunos de los proyectos de preámbulo de la Convención- se explican por esta concepción de la historia”. Felipe Schwember, Faro UDD, 18-10-2024.

(Citas desde el conservadurismo)

Francisco Covarrubias planteó que “la pregunta de fondo es por qué después del infierno de ese 18 de octubre, inmediata y espontáneamente, la gente salió no a pedir orden, sino que a apoyar la violencia”. Un editorial de El Mercurio apuntó a que “el vandalismo octubrista” contribuyó “decisivamente a la crisis de seguridad pública que hoy angustia a la población”. Juan Luis Ossa condenó “la violencia callejera que se desató en Santiago, y que pronto fue replicada en otras ciudades, (y) se expresó en barricadas, incendios y combates cuerpo a cuerpo”. Daniel Mansuy señaló que “la izquierda, en distintos grados, dejó de creer en la política y sus instituciones”. “Octubre de 2019 es un momento de catarsis social destructiva en que se legitimó que todos los límites normativos que hacen posibles la convivencia pacífica fueran pasados por encima” escribió Pablo Ortúzar. El Partido Republicano emitió una declaración donde se señaló que el 18/O “es un día en que los chilenos sentimos vergüenza… cuando comenzó un período de insurrección donde un grupo de vándalos y delincuentes quemaron, saquearon y destruyeron Chile”. (…) Es más larga la lista de citas que surgen desde el conservadurismo, la derecha y la ultraderecha definiendo lo ocurrido en la revuelta social de 2019 como un suceso violento, vandálico, anárquico, destructivo, irracional. Incluyendo miradas psicológicas para explicar por qué la izquierda respaldó el violentismo de 2019.

Leer lo que se plantea desde esos sectores conservadores y contra-transformadores constata que en torno de la revuelta se construye un relato violento, descalificador y de omisión de antecedentes claves”Gonzalo Magueda, Periodista. El Siglo, 17-10-2024.

(Poéticas octubristas)

“En los últimos meses se ha instaurado un consenso inexpugnable respecto a las poéticas octubristas. El repertorio verbal centrado en la lira, el mesianismo y la incapacidad de gestionar formas hegemónicas, ha sido escarmentado porque toda política -afirmativa- requiere como depositario último el hegemón y su libido hetero-normada. Y sí, los flujos de alteridad se mezclaron con migración, delincuencia, xenofobia, nostalgia por el futuro e inseguridad por el presente. En medio de todo, el primer virus posfordista del XXI: Covid-19. Octubre, la supuesta hora de los pueblos, el Partido de las paradojas -o bien, “partido por las paradojas”- no tuvo imaginación para pensar las fisuras institucionales como un horizonte de disputas.

Y aunque cabe reconocer la ausencia de traducibilidad -y el desbande barroco de energías sin mediación- para una “política” que debía asediar las instituciones, aún se mantienen los problemas de acceso cognitivo y nuestro mainstream politológico ha lapidado toda posibilidad de relectura, no sólo a nombre de una falta de articulación política, sino suturando todo desde una caterva de criminalidad y prácticas reactivas. Aquí tampoco han faltado los lirismos del realismo (asepsia, neutralidad, responsabilidad) que abrazan una “democracia farmacológica” centrada en anomia y mal-estar, obliterando la racionalidad abusiva de las instituciones, cuyo enraizamiento responde a intersecciones inmateriales con procesos recientes (2006 y 2011). Javier Agüero Águila y Mauro Salazar J., Académico Universidad Católica del Maule y Doctorando en Comunicación, Universidad de la Frontera, respectivamente, 19-06-2024.

(Inversión de los valores)

“Pero ¿qué es el “octubrismo”? Octubre de 2019 es un momento de catarsis social destructiva en que se legitimó que todos los límites normativos que hacen posibles la convivencia pacífica fueran pasados por encima. El mensaje, visto en la distancia, era bastante claro: luego de que durante los años anteriores quedara en evidencia la plaga de corrupción y abusos a nivel de todas las jerarquías institucionales, la sociedad chilena reaccionó con un “si ustedes no respetan las reglas, yo tampoco”.

Por un tiempo, entonces, operó una inversión masiva de los valores. Ondearon banderas negras y mapuches, se quemaron iglesias, se validó todo tipo de acto de transgresión. Contra la hipocresía y las mentiras de la normatividad de los poderosos, se recurrió al cinismo de lo abyecto y lo violento. La filósofa Lucy Oporto hizo la crónica de esta inmersión colectiva en lo ruin, presentada como un acceso a lo verdadero”. Pablo Ortuzar, Instituto de Estudios de Santiago, La Tercera, 15-07-2024.

(Preguntas por el sentido)

“¿Qué fuerzas terminaron de desplegarse desde el interior del alma humana, en octubre de 2019, capaces de nivelar delincuentes, saqueadores, barras bravas, falsos luchadores sociales, psicópatas, artistas, académicos e intelectuales, explotando la imagen viciada de un “pueblo” abusado, victimizado, y virtuoso per se? ¿Es posible que la planificación de la asonada haya sido urdida desde el crimen organizado transnacional? Y si éste fuese el caso, ¿cómo, con la colaboración de quiénes, y desde cuándo?” Lucy Oporto, ensayista, 21-09-2024.

(Ad usum de tontos útiles)

“El establishment ha terminado por reelaborar enteramente la crisis de 2019, aquella que desató un fondo de violencia no registrado, que movilizó a millones de personas en torno a las causas más diversas, que puso en jaque la democracia abriendo paso a un proceso constitucional, y que se contuvo y encauzó gracias a la bendita pandemia. En la re-elaboración, ya nada de esto es digno de consideración: fue simplemente la obra de la alianza de terroristas, narcos, Frente Amplio, Partido Comunista y delincuentes. Quien diga otra cosa, o insista en indagar en sus causas, es “octubrista” o, peor, “tonto útil”.” Eugenio Tironi, académico de número, 26-03-2024.

Como resulta fácil observar de la selección de citas sobre el octubrismo enunciadas todas durante el presente año, el intenso valor normativo asociado a este concepto, a menudo combinado con contradictorias emociones, motiva a quienes lo emplean a preferir firmemente un significado particular sobre otros. De manera que cada uno puede defender enérgicamente su propio uso, mientras que otros sostendrán que un uso alternativo es correcto.

De allí precisamente proviene la categoría de conceptos que se conoce como conceptos esencialmente controvertidos, utilizada en el contexto de la filosofía política. Suele aplicarse a conceptos tales como democracia, justicia, Estado de Derecho, ciudadanía, guerra, genocidio, aborto, violación y delitos motivados por el odio. O sea, conceptos complejos, argumentativos, que son objeto de discusión y dan lugar a opiniones y emociones contrapuestas, que es exactamente lo que ocurre con la noción del octubrismo.

A continuación, procuramos ilustrar este punto con dos asuntos claves que forman parte del universo discursivo del quinto aniversario del estallido social.

Aprendizajes de octubre

El primero de estos asuntos -que envuelve una apreciación evaluativa y pedagógica del uso del octubrismo- tiene que ver con las experiencias de aprendizaje que la sociedad chilena habría experimentado (o no) a propósito de aquel acontecimiento y sus reverberaciones posteriores en el campo discursivo.

Puesto en términos simples, este asunto emerge con el contraste entre las frases “Hemos aprendido” y “No hemos aprendido nada”, referidos a la experiencia histórica del octubrismo.

¿Hay claridad en cuanto al contenido de cada uno de estos dos enunciados?

No parece ser el caso pues, como vimos, un concepto controvertido es complejo y puede fácilmente resultar, por lo mismo, contradictorio. Así, por ejemplo, lo que habríamos aprendido de nuestro octubre es que la violencia nada engendra, aunque según otros, el mayor aprendizaje de aquel acontecimiento fue (y seguirá siendo) que sólo en virtud de la violencia puede remecerse la sordera y la ceguera de los grupos dominantes y superar su resistencia a los necesarios cambios en las osificadas relaciones de género y de poder que prevalecen en la sociedad.

Al mismo tiempo, entre quienes sostienen que “No aprendimos nada”, en el sentido de la necesidad de las reformas reclamadas en torno al 18-O, especialmente en la perspectiva de evitar nuevos estallidos, cunde el desaliento pues dichas reformas permanecen en vilo, siguen sin realizarse, manteniendo su potencial explosivo de nuevas protestas y violencia.

Este tópico de posibles aprendizajes positivos o negativos, o bien de no-aprendizajes, ha sido ampliamente explotado por las encuestas, los medios de comunicación y las redes sociales como parte de las rememoraciones del 18-O.

Las izquierdas, por ejemplo, acusan a los actuales opositores -en todo el espectro de las derechas- de no haber aprendido nada y, al contrario, perseverar en el sistemático bloqueo de las reformas más necesarias: salud, pensiones, educación, vivienda, equipamiento público de las ciudades, transporte, etc. En consecuencia, se dice, a manera de una velada amenaza, no deberían extrañarse si mañana las masas o muchedumbres vuelven a tomarse las calles y manifiestan su rabia y demandas de dignidad (otro concepto esencialmente controvertido).

Las derechas, por su parte, denuncian a las izquierdas de no haber aprendido nada en varios frentes. Por ejemplo: persistirían en explicar la violencia sin condenarla, en negar que durante los días del 18-O estuvieron directamente (o por omisión) empujando la caída del gobierno Piñera, de haber continuado con el filón octubrista durante la Convención Constitucional y, hasta ahora, ser incapaces de controlar la violencia criminal que las propias izquierdas habían inaugurado con sus actitudes complacientes frente a la revuelta violenta del 18-O y días siguientes.

Curiosamente, ambos sectores enfrentados omiten mencionar el más importante aprendizaje compartido por las principales fuerzas políticas de derechas e izquierdas en aquella encrucijada histórica. Cuál fue, concurrir -ya al borde del abismo- a reafirmar la institucionalidad política del país, amenazada por el octubrismo, para darle una salida pacífica al desborde de violencias que empezaba a producir un quiebre del Estado de derecho. Es cierto que tal reacción, que puso el acuerdo por encima del antagonismo, luego sería mal aprovechada a lo largo de nuestro frustrado doble proceso constitucional. El primero por los remanentes de espíritu octubrista que sobrevivieron al Acuerdo del 15-N de 2019 y, en vez de generar una instancia constituyente, se propuso llevar adelante un programa destituyentemaximalista y refundacional. Y, después, el segundo, que, conducido por las derechas y su sector más extremo, buscó imponer una carta valóricamente fundamentalista, más preocupada de ganar batallas culturales que, de ensanchar las bases de sustentación de la democracia, ya extinguidos los últimos ecos del estallido.

¿Fin del octubrismo?

Lo cual nos lleva al segundo asunto en que se reflejan patentemente las controversias en torno al fenómeno octubrista: ¿concluyó aquel y cuándo o sigue vivo y activo y cómo? El quinto aniversario del 18-O ha dado lugar a una rica y variada reflexión al respecto, como muestra nuestra selección de párrafos escogidos sobre el octubrismo que aparece mas arriba.

Nuevamente frente a esta pregunta se expresan visiones que se impugnan unas a otras, ambas sacando ventajas del concepto esencialmente controvertido que las acoge. Así, por ejemplo, algunos analistas, opinólogos, académicos públicos y comunicadores -entre los que me cuento, debo decirlo- sostienen que el octubrismo murió.

De hecho, es posible sostener que su muerte comenzó el día mismo en que se impuso el Acuerdo del 15-N y concluyó entre cenizas, el 4-S de 2022 al rechazarse mayoritariamente la propuesta de la Convención Constitucional que, sin duda, contenía ecos octubristas en su pretensión refundación al y maximalista. Escribí sobre esto aquí y aquí.

Ahora último, diversos columnistas, en diferentes medios, concluyen también que el octubrismo murió; primero a la luz del 4-S donde un plebiscito lo habría enterrado cultural, ideológica y políticamente, y, luego, al constarse el cambio experimentado por la opinión pública encuestada en relación a la memoria del 18-O. En efecto, según señala el director del CEP, “pareciera que después de cinco años aprendimos las lecciones que nos dejó el octubrismo. En efecto, si en diciembre de 2019 un 55% apoyaba las manifestaciones, ahora solo un 23% dice que las apoyó. Es como si bajo el velo del autoengaño se manifestara una especie de arrepentimiento colectivo. Por si fuera poco, la mitad de los chilenos cree que el estallido fue “malo o muy malo”. Las consecuencias están a la vista: la abrumadora sensación de inseguridad y el estancamiento económico. Lo curioso es que las esperanzas que se abrigaron hace cinco años en el buenismo colectivo han derivado en un realismo individual”.

A su turno, y en paralelo, la más reciente encuesta de Criteria amplía la lectura de la opinión pública respecto al 18-O y de las reverberaciones del octubrismo hasta hoy. Según una crónica periodística, las respuestas sobre las emociones que sienten los encuestados al recordar el 18-O son, mayoritariamente, negativas. Casi la mitad de los entrevistados, es decir, un 46%, lo recuerda con tristeza. Además, un 36% con molestia y un 45% con rabia. Aun así, hay un 32% que revive con esperanza las imágenes de manifestaciones alrededor de Plaza Italia. Más atrás, un 23% experimenta miedo, mientras que solo un 8% se identifica con la alegría.

Pese a tales contradictorias emociones es posible afirmar que todavía persiste el sentimiento que motivó las multitudinarias marchas. Según Criteria, un 79% está de acuerdo con que hoy existen motivos para que la ciudadanía siga manifestándose en las calles, y también con que las demandas que dieron origen al estallido social no han tenido respuesta (80%). Otro punto a destacar respecto a estas últimas dos apreciaciones es que existe una diferencia mínima según rango etario; mientras los mayores de 40 años las comparten en un 75% y 79% respectivamente, los menores de 40 años lo hacen en un 81% en ambos casos.

Por el lado de quienes estiman que el espíritu de la revuelta aún late en el corazón de la muchedumbre, aparecen diversas versiones que expresan voluntariosamente la continuidad del octubrismo. Si se descubre un cierto misticismo en estas lecturas, es porque representan un gesto de afirmación frente a la derrota, como en esta columna: “Dejarse llevar por la narrativa de la derrota sería el verdadero fracaso, pues implicaría aceptar que el sistema es inmutable y que la resistencia es inútil. Para que el pueblo chileno pueda seguir avanzando, es crucial mantener alta la moral y recordar que cada paso hacia la dignidad y la justicia cuenta, por pequeño que parezca. La Revuelta no fue el fin, sino el principio de un proceso de transformación que aún está en marcha”.

El PC y el octubrismo

Más ambiciosas son las construcciones que se plantean como una suerte de prolongación ideológica del espíritu de octubre -en cuanto ruptura con y del sistema- buscando proyectar aquel suceso para el futuro. Un ejemplo es el manifiesto de Daniel Jadue, líder de la izquierda PC, publicado en El Siglo, donde sostiene “la necesidad imperiosa de volver a mirar la revuelta de octubre pero con el objeto de aprender de aquello que nos faltó y de lo que nos puede haber sobrado, para llevar a buen puerto la tremenda energía desplegada por los pueblos de Chile, que siguen cansados de los abusos y de la corrupción de una democracia que se manifiesta impotente para detener y enfrentar a quienes ostentan el poder y hacen lo que quieren, conscientes de que gozan de un manto de impunidad y de inmunidad otorgada por las instituciones, las leyes y normas de esta “democracia” construida a imagen y semejanza de sus mezquinos intereses, pero sostenida por las creencias y costumbres ampliamente difundidas, que de una u otra forma, legitiman su actuar”.

En esta perspectiva, el líder rupturista PC plantea la necesidad de retener y superar el espíritu de la revuelta con una estrategia política de sustitución del capitalismo y de revisión de las bases de la democracia liberal representativa. Escribe, en un pasaje que sin duda duda llamará la atención de todos quienes desean entender la evolución que está experimentando el PC:

En este sentido los sectores populares y las izquierdas tenemos mucho que reflexionar y aprender del octubre chileno, y de nuestra propia responsabilidad en cómo llegamos a él, cómo este se desarrolló y los resultados obtenidos en un proceso que constituyó la mejor oportunidad histórica de propinarle una derrota estratégica al neoliberalismo, a su cultura y a su modelo de sociedad. Reflexionar acerca de cómo influyó en ello la falta de un horizonte estratégico concreto de superación del capitalismo que está destruyendo el planeta. Cómo influyó en ello nuestra distancia creciente con los pueblos profundizada por una ingenua adhesión incondicional al funcionamiento de un tipo de democracia representativa que cada vez significa menos para los pueblos que sufren los avatares del modelo. Reflexionar acerca de cómo influyó nuestra falta de unidad no sólo de los sectores populares organizados, sino sobre todo de aquella unidad irreemplazable con los pueblos que sufren y que esperan de nosotros mucho más que una participación resignada, obediente y disciplinada en las estructuras e instituciones de la democracia representativa que los corroe. Debemos reflexionar sobre cómo algunos de nosotros nos encontrábamos a la fecha, inmersos en la misma burbuja de poder de la clase dominante, prisioneros de una sobre institucionalización que nos ha alejado de aquellos a quienes decimos representar. Prisioneros del lenguaje de la dominación e incapaces de disputar el sentido común inoculado en las masas por el modelo, a través de los medios hegemónicos, la publicidad y el marketing que solo nos invitan a consumir”. 

De hecho, el PC ha asumido la vocería más fuerte de esta perspectiva que liga la revuelta del estallido con las carencias del presente y busca darle una proyección estratégica, perspectiva que, de seguro, se convertirá en un tema de amplia disputa en el marco de su  XXVII Congreso.  En efecto, recién la semana pasada, El Siglo del 17 de octubre, en un artículo titulado “18/O. Verdades, alcances e interpelaciones de la revuelta social 2019”, sintetiza así la visión del PC sobre dicho acontecimiento:

“Pasaron 60 meses y la gente sigue teniendo la percepción de que las élites políticas, judiciales y financieras hacen de las suyas, las instituciones mal funcionan, mientras el pueblo continúa lleno de problemas con demandas que no tienen solución concreta. De la elocuente frase “no lo vieron venir” se pasó a “no lo saben ver”, con la reiterada afirmación de que “es previsible que venga otro estallido social”. […] Lautaro Carmona, presidente del PC, declaró que “esa inmensa movilización y participación del pueblo por sus intereses y sus demandas, es algo que prevalece, porque nadie ha renunciado a sus derechos, y veremos las formas, pero es de suyo importante considerar que la manifestación por las transformaciones persistirá”. El hito que marcó la historia contemporánea de Chile con sucesos indesmentibles, en una marea popular que se extendió y masificó en las 16 regiones del país, que generó miles de cabildos territoriales, que incluyó una marcha de un millón y medio de personas en Santiago y más de dos millones sumadas las de decenas de otras ciudades, un centenar de conciertos musicales y un intenso “cacerolazo cultural”, la organización de una “primera línea” en las manifestaciones, conformación de brigadas de salud en muchas regiones del país, una labor de decenas de medios alternativos y comunales, el “Súper Lunes” del 4 de noviembre con extendidas manifestaciones sociales y la huelga general del 12 de noviembre convocada por las principales organizaciones sindicales del país”.

Para qué decir que resulta difícil conciliar esta visión del PC con su carácter de partido eje del gobierno Boric, un gobierno que pretende haber abandonado cualquier vestigio octubrista y condena resueltamente la revuelta del 18-O.

Otras lecturas

Es hora de concluir esta indagación que nos llevó inicialmente a reconocer lo vivo que se encuentra el uso y debate en torno al octubrismo; luego a presentar una selección de enunciados -del más diverso tipo- sobre sus múltiples significados en el campo discursivo de la esfera político-intelectual y, por último, a observar las tensiones que genera este concepto esencialmente controvertido respecto de los aprendizajes que habríamos obtenido de los fenómenos que él designa y respecto de la pregunta sobre si el espíritu que lo propulsó subsiste o se ha extinguido. Una mención especial se hace a la posición del PC frente a los sucesos y el vocablo octubrista, por su crucial importancia para el próximo futuro de las izquierdas chilenas.

Sin duda, hay otra serie de enfoques que enriquecen este debate, sobre todo a partir de la producción creciente de artículos y libros académicos y de ensayos, provenientes de diversas disciplinas de las ciencias sociales, las artes y humanidades. Ellos discuten sobre el origen del octubrismo en el estallido social de 2019 y su posterior evolución en el campo político e intelectual hasta desembocar actualmente en la batalla por su significado. Los temas envueltos son numerosos, apuntando sobre todo a la cuestión de la relación entre política y violencia y a los orígenes y caracterización de esta última, ya sea como producto del abuso policial o bien del vínculo delincuencia y violencia, caracterizado por la irrupción del narcotráfico, la organización y disputa territorial, el tráfico y consumo de drogas y la exaltación de la violencia.

Una prueba evidente del interés que suscitan estos asuntos -sus fenómenos de base y sus expresiones en la esfera simbólica- es la mera acumulación de libros aparecidos últimamente, relacionados con el universo octubrista, tales como “Tiempos y modos. Política, crítica y estética” de Nelly Richard en Paidos, comentado aquí y aquí; “Crítica, Revuelta y Escritura. El Fonema Richardiano” de Mauro Salazar; el libro de Luna y de la Fuente, “¿Octubrismo? Cómo pensó y piensa la nueva generación que llegó a gobernar Chile”, publicado por Catalonia; un volumen editado por la UDD, disponible; el libro de García Palominos y Contreras Chaimovich de la Universidad de Los Andes y el “Hastío” de Matamala, publicado el año 2023.

Tal proliferación de inteligencia hermenéutica puesta al servicio del análisis y comprensión del fenómeno octubrista, sobre todo sus reverberaciones y ecos simbólicos, no debe ocultar el hecho, sin embargo, de la muerte y superación del proceso de la revuelta que le dio origen. Así como tampoco cabe olvidar que varios de los factores contribuyentes al estallido del 18-O siguen presentes, igual como precedieron a aquel a veces por muchos años.

La batalla por el significado del octubrismo tiene que ver, en última instancia, con las perspectivas de la política chilena hacia el futuro y la posibilidad de que pudiera (o no) revivir el momento fulgurante de una consumación del fin del sistema, que el octubrismo anticipó en aquellos días cuando era la hora de los hornos y sólo debía verse la luz.

En cualquier caso, no deja de ser una paradoja que el octubrismo sea exaltado por la atención (fascinación) de la alta cultura académica, mientras que la práctica propiamente política del noviembrismo (15-N), con su falta de pathos y fulguración, no es atendida con el mismo interés. Igual como ocurre con el rechazo del 4-S de 2022 que puso fin al octubrismo en la esfera política, devolviendo de paso al gobierno de Boric a la realidad, el cual tampoco recibe mayor atención.

Es importante, por lo mismo, que la élite académico-intelectual y de-columnas-de-opinión, que en torno al quinto aniversario del estallido social estuvo obsesionada -junto a los medios de comunicación- con la separación /alienación de las élites respecto del pueblo, la muchedumbre y las masas, no se convierta ella también en un epifenómeno del mal que denuncia.

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