Las paradojas del A Favor y el En Contra del 17 de diciembre
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Estamos ingresando a la recta final que conduce al plebiscito del 17-D. Gruesamente, a nivel de élites políticas, el mapa de preferencias no depara sorpresas. El bloque de derechas, encabezado por Republicanos, votará A Favor. El bloque de izquierdas, presidido por la alianza oficialista FA y PC, más las agrupaciones del Socialismo Democrático, se pronunciará En Contra, con el mudo pero evidente apoyo del gobierno.
Esta distribución básica de fuerzas da cuenta del posicionamiento de la mayor parte de quienes integran esas élites. Esto es, dirigentes superiores e intermedios de los partidos y sus fracciones, parlamentarios, constituyentes actuales y anteriores, expertos en derecho constitucional, alto funcionariado del Poder Ejecutivo y ex Presidentes de la República y sus ministros, representantes de organismos de la sociedad civil orientados hacia las causas públicas, editorialistas de diarios y columnistas de opinión, voceros de medios de comunicación, intelectuales y académicos públicos, líderes de gremios empresariales y profesionales, y participantes habituales en el debate de los temas de la agenda nacional.
Todo este personal, con escasas excepciones, se ordena según su filiación ideológico-política de derechas e izquierdas. Entre quienes se declaran de centro, el PDC llama a votar En Contra, pero con voces disidentes, mientras que entre ex DC, ex radicales, Amarillos e independientes de centro, una mayoría se declara A Favor, aunque también con algunas disonancias.
Según las encuestas de opinión pública, por el momento las dos opciones que movilizan la contienda reúnen la mitad de las preferencias, aunque aumentando progresivamente. Dentro de ese segmento, una mayoría va En Contra, pero los electores del A Favor aparecen acortando la distancia.
El resto de la ciudadanía obligada a votar aún no declara su preferencia. Además, una proporción, nada de insignificante, no se halla motivada por el plebiscito y podría votar nulo o en blanco. Recuérdese que, en la elección de consejeros constituyentes, 21,5% de los votos emitidos fueron nulos o blancos; 2,6 millones de personas.
De manera que, si se mira el cuadro del pre-plebiscito en su conjunto, hay suficientes incógnitas que mantienen en vilo el desenlace. Y que llevan a los principales actores en escena a desplegar estrategias de posicionamiento comunicacional en función de los votantes menos comprometidos.
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El bloque de las derechas (A Favor) se identifica plenamente con la propuesta a ser plebiscitada, cuyo texto diseñó a partir de su propia visión de mundo, su ideología católico-conservadora y modelo neoliberal de desarrollo, poniendo énfasis en temas de seguridad, propiedad, libre elección y derechos sociales subsidiarios, temas que considera tienen eco en la población.
Desde el golpe de Estado de 1973 que las derechas no hacían una apuesta política tan fuerte como la actual; la de definir el ordenamiento institucional (carta fundamental) de la sociedad chilena para la primera mitad del siglo XXI.
Lo hacen en un momento, una época en realidad, en que a nivel global las reivindicaciones de orden, familia, seguridad, autoridad, jerarquías, nacionalismo, territorio, tradición, certidumbre moral, sentido del deber, respeto por los valores religiosos y dedicación al trabajo, adquieren una renovada legitimidad y confieren una ascendente influencia entre las masas de consumidores-ciudadanos.
En Chile, esta concepción de mundo se halla representada en los varios filones de las derechas identificados por Hugo Herrera (pinchar aquí y aquí), los que, leídos desde otro ángulo, representan una convergencia de elementos gremialistas, autoritarios, de democracia protegida, catolicismo desconfiado de la modernidad, servicio social a través de redes filantrópicas privadas, esfuerzo personal como base moral del ahorro y la propiedad doméstica. Y una nación constituida desde sus asociaciones y organismos intermedios protegidos y promovidos por un Estado de seguridad que, ante todo, impone límites y demarca con nitidez las fronteras del orden frente a cualquier tipo de amenazas o de subversión.
Es una señal de los tiempos que luego de dos gobiernos de una derecha gerencial-piñerista de limitados éxitos y un horizonte cultural regido por la economización de la vida, que estuvo arrinconada políticamente durante los días del estallido social y fue anulada y excluida de la Convención Constituyente, hoy emerja nuevamente con el potencial de convertirse en fuerza rectora de una nueva Constitución política del Estado.
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El bloque de izquierdas (En Contra) concurre a la contienda plebiscitaria con una carga de ambigüedades que la sitúan en una posición contradictoria y de debilidad.
Primero, carentes de iniciativa programática propia, las fuerzas de izquierda se ven reducidas a un mero gesto de rechazo. Acostumbradas a ostentar la iniciativa histórica -vanguardia, cambios, novedad, descubrimiento, aventura- hoy se encuentran puestas a la defensiva. Más bien, aprovechan en su favor la ola del En Contra que se alimenta de sentimientos apolíticos, reclama por mayor seguridad y orden o concurrirá el 17-D para expresar su descontento con el status quo mediante el voto nulo o en blanco.
Es decir, las izquierdas ponen sus esperanzas en aquellos sectores de la sociedad clásicamente despreciados por las ideologías revolucionarias o del cambio; segmentos supuestamente sin conciencia de clase, presos de la dominación cultural burguesa, proclives al privatismo consumista, poco solidarios, antiestatales, legados por la modernización neoliberal.
Tan paradojal resulta el transformismo ideológico de las izquierdas que hoy sus voceros llaman a votar “en contra otra vez”, buscando apropiarse del devastador resultado del plebiscito del 4-S que, precisamente, rechazó el ideario maximalista surgido de la Convención Constitucional conducida por ellas.
Además, el bloque de las izquierdas está atrapado en una contradicción suplementaria, nacida del hecho que -de imponerse su opción En Contra- continuará vigente la Constitución de 1980 (Pinochet) reformada por la Concertación y firmada por el Presidente Lagos. O sea, la misma que tanto el gobierno de Bachelet-2 como el gobierno de Boric, se comprometieron a sustituir por una con un origen verdaderamente democrática. Agrégase a esto la coincidencia -declarada anticipadamente por ambas fuerzas en contienda- de dar por concluido el ciclo constitucional inaugurado el 15-N de 2019, cualquiera sea el resultado.
En efecto, de triunfar el En Contra, automáticamente retomará vigencia aquella impugnada Carta Fundamental, legitimada ahora por la voluntad del pueblo que decide mantenerla y proyectarla hacia el futuro. De paso, significaría ratificar la continuidad de un texto que también acomoda plenamente a las derechas, incluso a su falange Republicana, las cuales reclamarán su autoría ideológica original para Jaime Guzmán.
Las ambigüedades de las izquierdas frente al actual proceso constitucional se ven reflejadas también en el silencio del Presidente Boric y su gobierno que, puestos a la defensiva por la oposición de derechas y el temor a un nuevo repudio popular, deben guardar silencio frente al texto que será plebiscitado el 17-D, si bien es evidente su preferencia por el En Contra. E, incluso, si significa dar una segunda vida a la Constitución firmada por Lagos, que el FA y el PC dieron por muerta en medio del fragor de la revuelta octubrista de 2019.
Así el Presidente ha quedado entrampado en lo que bien puede ser el asunto más crucial que ocurra durante su período. Tendrá que celebrar el retorno de la Constitución de Lagos o estampar solemnemente su firma en la Constitución de 2023, sabiendo que en la historia de Chile ella será conocida como la Constitución de Kast, o de Guzmán y Silva, o de los Republicanos que la reivindicarán como suya.
Todo esto ocurre en un momento, una época en realidad, en que a nivel global las ideas y los imaginarios de izquierda atraviesan un ciclo recesivo, como testimonian dramáticamente los signos de los tiempos. El fin de la URSS y la caída del muro de Berlín a fines del siglo XX. En el siglo XXI la transformación de la RPCH en un imperio confuciano-burocrático-panóptico-capitalista-pensamiento-Xi. La existencia de un único país, entre 40 de Europa, con un gobierno de izquierda, España. Y, finalmente, la mutación del socialismo latinoamericano del siglo 21 en regímenes decadentes de capitalismo de Estado oligárquico como el castrismo, el chavismo o el orteguismo; o de capitalismo de Estado con retóricas antiextractivistas, indigenistas, decoloniales, populistas-kirchneristas, populistas de cuarta transformación, o de dinámicas poscapitalistas o posneoliberales como en Bolivia, Ecuador con Correa, Argentina (hasta antes de ayer), México (AMLO), Colombia de Petro y Chile durante los primeros meses del gobierno Boric.
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Efectivamente, en Chile, la ideología de una izquierda posneoliberal o del nuevo modelo de lo público, surge con el FA y, en alianza con el PC, preside inicialmente el relato de la administración Boric. Allí proclama un programa de «cambio de paradigma» que sería implementado mediante reformas antineoliberales y la nueva Constitución emanada de la Convención. Combinadamente, ambos (programa Boric + Constitución refundacional) debían abrir paso a una profunda transformación de la economía, la sociedad y la cultura. Este proyecto abortó el 4-S, obligando al gobierno a transformarse en uno generacional- minoritario-de-administración-de-crisis, inserto en el ciclo global de retroceso de los progresismos tanto revolucionarios como reformistas.
También este gobierno expresa la coexistencia de dispares elementos ideológicos que se hallan en plena ebullición, donde confluyen vertientes post socialismos reales, post neoliberales, socialdemócratas, feministas, ecologistas, decoloniales, indigenistas, movimientistas y generacionales. Dan origen a una visión de Estado misional-emprendedor-innovativo (estilo Mazzucato, economista inspiradora de la joven tecnocracia boricista) y a una concepción de políticas públicas basadas en evidencia (estilo OCDE), con objetivos de desarrollo sustentable (de la ONU) y un sentimiento de superioridad moral que por un momento exaltó la idea de una generación impoluta. Antes de perder la inocencia.
En suma, el bloque de izquierdas concurre deprimido al inminente plebiscito que cerrará nuestro extendido momento constitucional, a cuatro años de la firma del Acuerdo Nacional por la Paz Social y una Nueva Constitución. Asiste con una inocultable incomodidad existencial; ideológica, política, social y cultural. Llega derrotado y sin una propuesta propia, en un ciclo global negativo, frente a una derecha que ofrece estampar su firma ideológica a una propuesta propia o bien conservar la Constitución vigente versión 2.0, todo esto enmarcado en un ciclo histórico globalmente ascendente de su Weltanschaung y de los valores del capitalismo schumpeteriano.
Por ahora, y hasta el momento de concurrir a votar en el plebiscito, lo importante es deliberar en torno de las opciones, sujetarlas a escrutinio crítico -A Favor y En Contra- para luego cada uno concluir si prefiere una o la otra. O bien, para rehusar la alternativa estructurada por nuestras élites políticas y, como haré yo, no marcar preferencia. Pero continuar participando activamente en la discusión sobre el rumbo del país a partir del 18 de diciembre próximo.
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