Brunner y el octubrismo: «El espíritu de la revuelta se acaba cuando entra al mundo real»
Octubre 23, 2022

   Brunner y el octubrismo: «El espíritu de la revuelta se acaba cuando entra al mundo real»

Por: Camilo Espinoza | Publicado: 22.10.2022
Brunner y el octubrismo: «El espíritu de la revuelta se acaba cuando entra al mundo real» José Joaquín Brunner | Foto: UDP/Agencia UNO. Diseño: Michel Contreras
Si bien no está claro quién fue el creador del término «octubrismo», sin duda, José Joaquín Brunner es uno de los pensadores que más densidad le ha dado en los últimos tres años. El Desconcierto conversó con el sociólogo, académico y una de las piedras angulares de la Concertación sobre la muerte de los remanentes de la revuelta de 2019.

El 18 de octubre de 2019, el estallido social sorprendió a José Joaquín Brunner (77) en su casa. Sin dar muchos detalles, cuenta que estaba en medio de un proyecto de investigación cuando vio en televisión las imágenes que marcaron esa jornada, las evasiones masivas, el incendio en la torre de Enel, los ataques a estaciones de Metro y el despliegue de los militares en las calles.

«Mis primeras sensaciones fueron de mucho pesimismo. Me produjo una gran reacción negativa ver esa violencia completamente anárquica, sin objetivo político, sin ideología, sin organización, sino un estallido, auténticamente una revuelta», recuerda en diálogo con El Desconcierto.

Meses después, el sociólogo, académico de la Universidad Diego Portales e intelectual clave de los gobiernos de la Concertación acuñó una dicotomía que hasta ahora es utilizada con soltura en distintos círculos políticos: la de octubrismo versus noviembrismo, para graficar los dos espíritus que surgieron del estallido social.

Plantea que «mucha gente tiene una identificación romántica con la revuelta, le parece que poco menos interrumpe la historia y crea un universo de posibilidades. Yo no creo para nada en ninguna de esas cosas. Por lo tanto, lo miré con escepticismo».

– Carlos Peña ha sido muy crítico con los intelectuales que tuvieron cierta complicidad con el estallido social. ¿Coincide con esa crítica?

Un proceso como este yo lo viví particularmente en tiempos de la renovación socialista, donde hicimos una crítica a la intelectualidad de izquierda, chilena y europea, que había vivido de espaldas a los fenómenos de violencia, dictadura y totalitarismo, porque tienen una concepción democrática muchas veces débil.

Le ocurrió a grandes intelectuales como (Jean Paul) Sartre, a los que, en mi juventud, leíamos con pasión e interés, pero fue gente que se confundió completamente y terminaron apoyando dictaduras, tanto en la Unión Soviética como en China.

Lo nuestro es bastante más acotado y limitado, pero qué duda cabe que en esos días hubo un coqueteo intelectual con las potencialidades de la violencia, y no solamente entre estudiantes, sino también de académicos. A mí me parece que es parte de un proceso de descomposición de las izquierdas, porque luego uno se dio cuenta que no hay, a partir de eso, ninguna alternativa real que se le pueda ofrecer al país.

– Actualmente hay una suerte de «guerra de interpretaciones» sobre el origen de la rabia del estallido social. El mismo Peña plantea que esto fue producto de una anomia juvenil, de una generación a la que no se le cumplieron ciertas promesas. ¿Cuál es su visión al respecto?

Yo pongo un énfasis especial en las transformaciones que empiezan a ocurrir desde el año 90, que fueron un verdadero proceso de modernización capitalista en Chile. Una muy importante, para todos estos análisis, es la enorme transformación educacional de la población chilena.

Nadie todavía logra dimensionar lo que significó haber universalizado muy rápidamente la educación superior. Nadie se ha dado el trabajo de estudiar que la generación que nació entre el 85 y el 90, que luego estuvo en los pingüinos y en las manifestaciones del 2011, para el 18 de octubre de 2019, una parte muy importante de ellos eran jóvenes profesionales y técnicos ingresando con grandes dificultades a la fuerza laboral.

– ¿Ellos fueron los protagonistas del estallido social?

Por cierto, ellos no estuvieron con la violencia. Podrá haber habido algunos que estuvieron envueltos en hechos violentos, pero estaban más en algo que ocurrió en paralelo, y que para mi interpretación, es algo completamente distinto, que son las protestas. Si uno mira las protestas, y revisa los pocos estudios que hay sobre quiénes participaron en ellas, lo primero que llama la atención es la altísima proporción de gente con educación terciaria, completa o incompleta.

Sobre esta generación se creó una expectativa enorme. Pero esta no es cualquier generación, sino una que está altamente educada y que se encontró de golpe con una sociedad que no puede satisfacer ni el mínimo de las expectativas que ellos se habían hecho respecto a qué significaba ser un profesional o un técnico. Tenían el modelo que había existido cuando llegar a tener un título era una verdadero privilegio. Y ahora, cuando se masificó, todos los grupos descubren que esto ya no es un privilegio y que, por lo tanto, hay que competir. Y que las remuneraciones nunca van a ser lo que habrían sido hace 30 años. Y eso explica en buena medida el malestar y la protesta.

– ¿Por qué lo separa de la violencia?

La violencia tiene completamente otras explicaciones. Tiene mucho más que ver con desintegración social, anomia en el sentido de una rebeldía delictiva. Eso es lo que explica la destrucción de los bienes públicos y privados, que fueron particularmente simbólicos en el comercio, la banca, la iglesia, los símbolos sagrados, los monumentos. Pero es un ejercicio explosivo, eso es para mí la revuelta.

Además, tiene que ver con otros sectores sociales, hay más bien sectores poblacionales. La gente dice, inexactamente, lumpen. Las barrabravas, jóvenes envueltos en la droga, en fin.

– ¿Por qué la política de los 30 años, la derecha y la Concertación, no se hizo cargo de ese malestar?

Bueno, porque la historia es tan compleja que nunca, ningún gobierno, ningún grupo, ninguna esfera política, sobre todo en medio de un proceso de grandes y rápidas transformaciones, logra hacerse cargo de todos los efectos que se están produciendo.

Tenemos una visión un poco ingenua de lo que son sociedades altamente complejas, como la nuestra, en el sentido de que todo es previsible racionalmente, que todo puede anticiparse y manejarse. Es curioso que, incluso los más críticos, tengan esa visión que es completamente tecnocrática de la política. Bueno, eso lleva después a construir regímenes que creen que pueden controlarlo todo, como fue la Unión Soviética, como lo es Cuba o China, que nacen de la idea de que, una vez que nosotros tengamos el poder completo y controlada toda la sociedad, ya no va a haber libertad, ni caos, ni manifestación.

Entonces, en realidad, ese no es un argumento que me impresione mucho. Yo pongo el énfasis en que todavía no terminamos de entender las transformaciones que ocurrieron, y el peso que tienen. Eso es lo que está descubriendo ahora el gobierno del Frente Amplio y el Partido Comunista, que en realidad esta no es una sociedad que tú puedas cambiar fácilmente con el poder de la palabra, con un programa, con buenas intenciones, con la voluntad del cambio, sino que tienes que hacerte cargo de problemas extremadamente complejos.

Octubrismo: El ethos de la revuelta

– En Twitter hace algunos días hubo una discusión sobre quién fue el verdadero creador del concepto de «octubrismo». ¿Recuerda cómo surgió el concepto?

No, no recuerdo. Si hay un estudiante de doctorado que quiera hacer una arqueología del concepto, lo encuentro interesante. Pero la pelea de gente reclamando el título me parece un poquitín exagerada.

Yo creo que el fenómeno en sí es muy interesante, yo he usado efectivamente esta noción en diversas ocasiones, en conferencias, en libros, en artículos. Yo creo que refleja el espíritu de la revuelta.

– Claro, en sus columnas plantea que el octubrismo no es un movimiento, ni un partido, ni una ideología.

Yo digo que hay un ethos, una cultura, una sensibilidad, una manera de entender el mundo y que tiene muy en el centro esta idea de que todo es posible. Es un espíritu romántico y utópico propio de estos movimientos, como el 68 en París, donde ocurrió lo mismo. La gente estaba viendo el infinito, la radical posibilidad de algo completamente distinto.

Yo estoy en el polo opuesto a eso, o sea, yo creo que el peso de la historia y la complejidad de los procesos sociales es tan grande que cualquier cambio es siempre muy limitado. Que efectivamente hay momentos de ruptura total, pero lo que muestra la experiencia es que no lleva a la apertura infinita y a repartir las posibilidades para todos, sino que todo lo contrario, lleva a cerrar los procesos y a ponerle límites mucho más brutales que lo que pone una democracia.

– Han existido intentos por darle corporalidad a ese espíritu del octubrismo. Pienso, por ejemplo, en lo que pasó con la Lista del Pueblo. O la figura de los alcaldes Daniel Jadue o Jorge Sharp. ¿Tiene futuro el octubrismo? ¿Podría llegar a existir algo así como el Partido 18 de octubre?

Yo creo que no, porque la revuelta en eso se distingue de las revoluciones. La revuelta es una explosión, es momentánea, y lo que tiene es una capacidad enorme de crear un espacio durante un tiempo corto, hablo de horas, días o un par de semanas en el mejor de los casos, donde hay una parte importante de gente que se moviliza en contra del sistema, con todo tipo de instrumentos que van desde la violencia hasta lo que sea, con esta idea de que todo va a ser posible.

Eso es muy contrario al espíritu de cualquier partido. Puede ser pariente de un colectivo, pero no puede durar mucho, porque si sigue pensando que todo es posible, y está sentado en una Convención donde tiene que empezar a escuchar a otra gente, y tiene que transar, votar y negociar… bueno, ese espíritu se acaba cuando entra al mundo real. Ahí entras en la burocracia, los partidos, los procesos más lentos, los medios de comunicación, las pequeñas envidias, en las competencias, en las distribuciones del poder.

– ¿Es imposible entonces?

La revuelta es como un cortocircuito. Por un momento corta todas esas cosas, incluidos los circuitos del poder. Por eso existe ese fervor, está esa sensación de que viene un cambio excitante, pero no puede durar mucho rato. Yo creo que pueden haber momentos, personalidades o partidos con parte de ese espíritu metido dentro de sí. Por ejemplo, el PC y el Frente Amplio lo tienen, pero solo una parte no más, mezclada con muchas otras cosas.

Además, le pasa siempre a los partidos de izquierda que, los que estuvieron más comprometidos con el momento inicial de la revuelta, terminan aplastados por la máquina. Stalin era la máquina, y había mucha gente que seguía con el fervor de los primeros días, como Trotsky, que hablaba de la revolución permanente. Él creía que infinitamente podías reproducir la revuelta. Stalin, y Lenin le dijeron que en ese momento había generales blancos y soldados tratando de matarlos. Es decir, tenían que ordenarse, tener un ejército, controlar la economía, y ahí ya entras en otro juego, en el juego del Estado.

– ¿Ese momento ocurre en noviembre, a su juicio? ¿Con el intento de canalizar la rabia del estallido a través del acuerdo por la paz? 

Pero no el intento, es la realidad.

– ¿Lo logra?

Qué duda cabe. Vivimos un año metidos en un proceso constituyente. Está claro que habría ocurrido exactamente lo mismo sin pandemia. Con otros ritmos y bajo otras formas, el 15 de noviembre terminó absorbiendo completamente la energía de la revuelta. Se abrió un camino institucional para que por ahí se canalizaran los conflictos, simplemente porque no hay ninguna sociedad que pueda soportar vivir muchos 18 de octubre. Si hubiese sido así, habríamos tenido una revolución en serio, y un partido revolucionario se habría tomado el poder, eliminado a los enemigos e impuesto un orden; o habríamos tenido una ofensiva de fuerzas reaccionarias de derecha que habrían efectivamente reimpuesto el orden a sangre y fuego.

Entonces, desde ese punto de vista, a mí me parece que, pese a que uno critica tanto a la clase política, encontró una solución absolutamente admirable a un momento muy difícil, porque efectivamente la gobernabilidad estaba en el suelo. El Gobierno podría haber caído de una u otra manera en esos días, y aquí hubo un acuerdo que permitió establecer un proceso.

«Las sociedades no son felices»

– ¿Entonces, por qué fracasó ese primer intento constituyente?

Efectivamente, la Convención tuvo mucho espíritu octubrista, y dio lugar a un documento que tenía mucho de retórica octubrista. Pero no fracasó en realidad. Habría fracasado si hubiésemos terminado en una no solución. Si tras el Rechazo hubiese venido un despelote completo, que era lo que auguró Teillier, que dijo que iban a pasar «cosas oscuras». Pero no, no pasó eso. Pasó una cosa completamente ordenada: El Congreso se hizo cargo, hay una discusión, todas las agitaciones están más o menos controladas, y lo más probable es que de aquí a diciembre o enero vamos a tener un camino otra vez claro, con una fórmula para redactar una Constitución y una nueva propuesta en el curso del próximo año.

– Teillier cambió de opinión eso sí, porque después del Plebiscito dijo que esta era una derrota electoral, con visos de derrota política, pero no fue una derrota estratégica porque la discusión constitucional sigue. ¿Es optimista o pesimista con este segundo proceso?

Soy completamente realista. Va a ser dificilísima. Son negociaciones complicadas porque reflejan ideas contradictorias. En la sociedad hay efectivamente grandes disensiones, intereses muy contrapuestos y hay problemas muy complejos de manejar particularmente en todos los sistemas de provisión de bienes públicos: salud, previsión, educación, en que no logramos todavía ponernos de acuerdo como hay que organizar esto.

Lo más probable es que no va a quedar todo eso en la Constitución, como pretendió el grupo anterior. Lo que ahora van a hacer es una propuesta más en la tradición constitucional del último siglo. Es decir, un conjunto de procedimientos que ordenen cómo vamos a seguir en conflicto los próximos 50 años.

– ¿Cree que este segundo intento constituyente va a tener la capacidad de resolver el malestar de octubre?

Lo que tiene que resolver la Constitución, creo yo, es el problema de la protesta, especialmente los problemas económico sociales, a través de un buen diseño institucional. Básicamente, una buena organización del Ejecutivo, del Legislativo, de cómo se hacen las políticas, cómo se aprueban y cómo se le da legitimidad a un sistema pacífico para resolver conflictos que son muy intensos. Eso puede durar 20 o 30 años.

La revuelta, como tal, corre por otro carril en la historia. No corre por el carril constitucional, porque estrictamente es anticonstitucional. En su extremo es destituyente. Pero, en la parte que no es destituyente, son manifestaciones marginales, de reacción anti sistémica, con uso de la violencia. Y eso está fuera del juego democrático.

Por lo tanto, no es la Constitución la que lo va a poder solucionar. Lo que uno puede llegar a tener son mejores mecanismos para resolver oportunamente problemas, para evitar que se acumulen y terminen generando protestas tan grandes donde es más fácil que ocurran estos hechos de violencia. Y también teniendo mejores dispositivos de orden y seguridad.

– ¿Pero el problema del malestar se resuelve con este nuevo proceso constituyente?

Depende cómo lo entendamos. Yo creo que el problema del malestar es permanente en una sociedad compleja, capitalista y moderna, como la nuestra. Una de las características de estas sociedades es que viven con niveles de malestar que, por cierto, van a ser distintos. Los malestares que hay en Finlandia, que los hay, son muy distintos a los de acá. Pero las sociedades no son felices y no dejan de tener malestares. Uno puede ordenar mejor las cosas, de modo que todo esté más equilibrado, mejor distribuido, pero no sacar el malestar.

Un católico diría que es parte del pecado original, es parte de la naturaleza humana. Freud dice exactamente lo mismo, pero en otro lenguaje: las tendencias agresivas son tan fuertes y tan grandes, que hemos necesitado siglos para construir civilizaciones y regímenes de control que nos permitan convivir sin matarnos unos a otros. Pero tan pronto hay una falla en el sistema, se levanta una tapa y sale toda la agresividad descontrolada y violenta que tenemos los seres humanos.

«Boric podría hacer un gobierno razonable»

– Si tuviera que resumir estos primeros siete meses de Gobierno en dos o tres conceptos. ¿Cuáles serían?

Uno sería que se terminó la idea, anhelo o deseo de la fusión de los dos procesos, el constitucional y el gubernamental. Boric apostó a que se podían juntar los dos procesos. O sea, que un triunfo del Apruebo reforzaba enormemente su programa y que su programa era posible, como lo dijeron varios ministros, solamente con una nueva Constitución. Eso fue un gravísimo error.

Un segundo concepto es que, si Boric podría hacer un gobierno razonable. Podría hacer una reforma importante, la de salud por ejemplo, o hacer un arreglo en previsión, que se va a notar 20 años después, pero que arregle la situación actual y cree un sistema distinto. Si logra hacer esas dos cosas, y realmente enfrenta el problema de la criminalidad en las calles, no para eliminarlo porque nadie lo va a eliminar, sino que reducirlo y controlarlo mejor, bueno, haría un buen gobierno. Terminaríamos el año 26 con una nueva Constitución y con un Gobierno que ha logrado hacer, en medio de dificultades económicas muy grandes, dos o tres cosas importantes para el futuro de Chile.

– La actual agenda de gobierno es muy distinta a la que había hace un año y el Gobierno ha tenido que ir adaptándose para tratar de resolver problemas como delincuencia, migración, inflación, crimen organizado. ¿Cómo los ve en ese escenario?

Lo veo muy complicado. Primero, porque los problemas son extraordinariamente complicados y complejos, sobre todo esos que acabas de nombrar. Pero también está el retorno de niños y jóvenes a los colegios, los problemas de violencia, etc.

Pero además, le juega en contra que tiene un amarre intelectual, cognitivo y hasta emocional con su propio programa. Y hay sectores internos y personalidades, como la de Jadue, que todo el tiempo están haciéndole ver el programa estrictamente, cosa que es totalmente ridícula, porque no está haciendo el programa ni lo va a hacer. Tanto Boric como Jadue lo saben, pero él lo aprovecha públicamente para hacer su campaña, lo que es una gran falta de lealtad.

Todo el mundo debería entender que en realidad Boric ya cambió de programa y lo mejor es que lo explicite, que diga que, en estas nuevas condiciones, estas son mis tres o cuatro prioridades. Y va a tener mucho respaldo detrás de eso.

– ¿Qué le pareció el discurso del Presidente Boric en conmemoración del 18 de octubre?

Me pareció un discurso interesante como me tienden a parecer en general los discursos del Presidente Boric. Aunque demorarse tanto para descubrir cosas como que el 18 de octubre no fue una revolución anticapitalista… Por cierto, lo hace con tanta lentitud porque tiene al interior de su coalición una enorme tensión con sectores del Frente Amplio y del Partido Comunista. Pero él va a tener que, en el fondo, imponerse a esos grupos, si quiere hacer un gobierno que no viva permanentemente tambaleándose.

Todo el mundo debería hoy día mirar la experiencia del presidente Allende, qué pasó con la lenta corrosión desde dentro del propio gobierno, que no le permitía hacer acuerdos más amplios. Estamos en una situación completamente distinta, pero la lección importa. Para un gobierno de izquierda no hay peor debilidad que la permanente guerrilla interna de los ultras contra los moderados. Al final, unos y otros tienen que ajustarse al cuadro real de condiciones: No hay plata, hay mucho crimen, esos son los problemas reales del país.

Entonces, hablar de grandes transformaciones, que aquí vamos a cambiar el paradigma, no tiene sentido, mantiene una ilusión falsa. Y un Presidente que quiere liderar desde la izquierda y que quiere hacer cambios reales, como él dice, tiene que ordenar su casa.

– ¿Cómo ve la figura del Presidente Boric si lo comparamos con Piñera, Bachelet, Lagos, Frei o Aylwin?

Está en la línea, con la diferencia de edades y lo que eso significa. Pero me parece que en realidad la figura presidencial sigue siendo muy fuerte. No la figura de tal o cual persona, sino la figura institucional. La gente tiende a respetar la institución. Salvo los exabruptos, que existen en cualquier momento, en general, el Presidente recibe el respeto que necesita y que merece. Él se ha hecho respetar y respeta la institucionalidad del país. Está aprendiendo él y está aprendiendo el país.

[Te puede interesar] Diario de un preso del estallido: Las memorias carcelarias de Omar Jerez

El futuro del proyecto socialdemócrata y la izquierda woke

– ¿Cómo ha visto el proyecto socialdemócrata, hoy encarnado por el Socialismo Democrático o la ex Concertación? ¿Tiene futuro o requiere una renovación?

Juega en contra de una renovación del sector socialdemócrata el hecho de que la socialdemocracia, como fuerza político-cultural internacional, es más bien declinante, está en proceso de desgaste. Eso obliga que una renovación de estos sectores tiene que, por un lado, mantener la tradición socialdemócrata auténtica, que sigue siendo muy potente, sobre todo en torno al famoso Estado social y democrático de derecho y un programa de construcción de un Estado de Bienestar.

Pero luego tiene que hacerse cargo de problemas que no estaban en la agenda socialdemócrata, y que tienen que ver con el calentamiento global, las nuevas formas que va a tener que adoptar la economía, y la anomia propia de la sociedad contemporánea. Para ese tipo de problemas uno ya no puede recurrir a al socialdemocracia, ahí hay que pensar un nuevo paradigma.

– ¿Y qué pasa ahí con el centro político, históricamente ocupado por la Democracia Cristiana, pero donde han ido surgiendo nuevos referentes, como Amarillos por Chile o el futuro nuevo partido de Ximena Rincón?

Lo veo totalmente dentro de la socialdemocracia, son parte de ese espectro que toma parte de la izquierda, del centro y la derecha, y que es capaz de combinarlos como lo hizo, creo yo, exitosamente la Concertación, donde habían excomunistas con figuración pública y socialistas renovados hasta la DC y una vertiente de gente liberal de derecha.

Eso es lo que yo llamo una renovación, donde en parte van a venir elementos de la socialdemocracia, con un Estado de Bienestar latinoamericano nuevo, que sea capaz de asegurar mínimos civilizatorios, pero que tenga otros ingredientes de la tradición filosófica liberal democrática, que tenga elementos social cristianos.

– En ese mismo cuadro, ¿Incluye al Frente Amplio y al Partido Comunista?

En el Frente Amplio todo es posible, porque aún no está consolidado, ni en el pensamiento ni en las trayectorias. Pero, por ejemplo, yo leo a Noam Titelman o a (Miguel) Crispi cuando decía cierto tipo de cosas, y pensaba qué tanta diferencia tengo yo con ellos, o qué diferencia tienen con los mejores momentos de la Concertación.

Con el Partido Comunista es distinto, es mucho más difícil, porque es un partido de cuadros todavía muy ligado a una tradición del siglo XX, que no ha hecho nunca una revisión real de sus raíces en el modelo comunista soviético. A diferencia de lo que pasa con el Frente Amplio, que piensan los nuevos problemas, los va adicionando. Entonces, el PC ahora es también feminista, ecológico e indigenista. Pero no hay ninguna elaboración desde dentro de la propia cultura comunista donde esto caiga caiga normalmente, sino que más bien forzadamente.

– En cuanto a la derecha, a nivel mundial hay un auge de la extrema derecha y de la llamada derecha populista. En Chile tienen sus referentes como José Antonio Kast por un lado, pero también el Partido de la Gente, que se ha acercado a figuras como Rodolfo Carter o Pamela Jiles. ¿Cree que en Chile se abre un escenario fértil para este tipo de movimientos?

Me doy cuenta de que es fácil imaginar esos elementos, pero varios de ellos son muy movibles. Por ejemplo, el PDG es una incógnita. Sería un error político enorme de los propios partidos, del parlamento o de los medios de comunicación, desde ya darlos por adjudicados al populismo de derecha, porque pueden ser muchas distintas cosas. Además, cualquier fórmula del siglo XXI en un capitalismo globalizado puede llegar a tener ciertos elementos populistas, en el mejor sentido de la palabra. Pero que estos segmentos nuevos puedan perfectamente terminar siendo una fuerza pro democrática, y no dejárselo todo a los Trump, a las Meloni o a Vox en España.

En parte, eso refleja la ceguera de los partidos de izquierda y centro izquierda en esos países, porque cada vez que ven elementos tipo PDG, empiezan a tratarlos como una especie de anticipo de una fórmula de extremismo fascista que está surgiendo. Yo creo todo lo contrario, haría un enorme esfuerzo por mantenerlos totalmente incorporados en estas conversaciones. Finalmente representaron una votación razonable en el país como para no despreciarla, y en vez de empujarlos hacia la derecha más dura, deberíamos preguntarnos por qué tendrían que tener las mismas ideas de Kast, que son del gremialismo y de un catolicismo conservador.

En la vieja terminología marxista, estos grupos serían pequeño-burgueses, no son burgueses, pero tampoco son populares. Eso es puramente una tradición ideológica de la izquierda sectaria que cree que no hay que tocarlos, porque te contaminas, y después nos sorprendemos de que terminen siendo parte de la derecha extrema.

– Pero estos grupos también han ido creciendo en muchos países con la crítica a lo que en Estados Unidos se llama la cultura woke, cuya versión chilena podríamos decir que es el ñuñoísmo. ¿Cómo se resuelve ese choque cultural? 

Los que tienen que resolverlo en su propia consciencia, comportamiento y forma de organización política es la izquierda woke. Es la que de inmediato, muchas veces sin maldad, sino que ingenuamente, criticaba a los otros de atrasados, de que son ignorantes, no leen, no entienden los problemas… Eso es no hacerse cargo de que esos grupos hoy día son muy vastos y que no son, ni tendrían por qué ser, gente retardataria, solo porque defienden la libre opción, quieren tener libertad para elegir colegios y defienden la propiedad. Nadie en Chile va a poder fácilmente desmontar eso.

Hay un riesgo de la izquierda de terminar, como está terminando en varios países, de estar representando básicamente a jóvenes de alta educación, de buenos ingresos y muy posmodernos en el plano valórico.

 

3 Comments

  1. Luis Pásara

    Brunner es un ejemplo notable de la mirada en perspectiva (acaso sabia) que (en ocasiones) da la vejez.

    Reply
    • gcordero

      Saludo cordial, Luis.
      JJ B

      Reply

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