Sobre educación superior, mercados y rankings
Mayo 18, 2011

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Interesantess reflexiones sobre educación superior, mercados y rankings: las primeras contenidas en un comentario de Hosé Ossando, investigador de la UDP, y las otras aparecidas en un artículo de Howard Hotson en el London Review of Books. Agradezco a Elisabeth Simbuerger haber llamado mi atención a estasúltimas y a José Ossandon por vincularme a sus propias reflexiones.
Sobre precios, mercados y educación
José Ossandon
Estudios de la Economía, 17 mayo 2011
El texto Don’t Look to the Ivy League (ver texto más abajo en inglés y al final su traducción automática al castellano) está escrito en el contexto del extraño experimento que están viviendo las universidades en UK, donde no sólo se decidió aumentar los costos de las matrículas, sino que además se estableció un particular sistema de fijación de aranceles (donde todas las instituciones deben encontrar su precio simultáneamente en una tabla con mínimos y máximos pre-establecidos). A partir de esta situación el autor aprovecha de discutir más generalmente las reformas orientadas a incrementar el rol de los mercados en la educación superior. El argumento principal es que este tipo de reformas se inspiran en el éxito de las universidades privadas de EEUU, sin embargo, si se analizan con algo de detalle los rankings utilizados para comparar instituciones de educación superior globalmente, es posible establecer que este sistema no ha sido tan exitoso como parece a primera vista. De hecho, los ranking muestran más bien que la competencia en de EEUU ha generado un sistema con una muy pequeña elite de universidades muy prestigiosas y una gran cantidad de instituciones muy poco destacadas. En efecto, un estudiante promedio en UK tendría más posibilidades de acceder a una institución de calidad que uno de EEUU. Quizás lo más interesante es la particular lógica de los precios en este sistema. Pareciera que el cuasi-remate en UK asume que las UES buscarían el precio que les corresponde de acuerdo a su potencial demanda. Sin embargo, sugiere el autor, lo que muestra el caso de EEUU es que los costos de las matrículas son también un signo de prestigio (o un indicador de cuan lejos se está de las “buenas universidades”), y, al mismo tiempo, la competencia por atraer alumnos se traduce en un espiral de costos (de marketing, instalaciones y otras orientadas a proyectar y producir una “experiencia” para los estudiantes). Todo esto ha significado que los aranceles de la educación privada aumenten mucho más rápido que la inflación promedio, y así (como con la salud) la educación en EEUU es comparativamente mucho más cara que en el resto del mundo, y no necesariamente más eficiente en términos de las posibilidades de un estudiante promedio de acceder a una educación de calidad.
Por cierto el texto es sólo un comentario y no estoy muy seguro de su evidencia. Sin embargo, creo que complementa algunos de los elementos discutidos en previos posts en este mismo blog, sobre las particularidades de los mercados de la educación. Quizás también podría ser leído en perspectiva de los estudios de Brunner donde se sugiere que la educación superior, más que un mercado, se compone por “mercados”, o nichos, con distintos tipos de competencias. En efecto, el sistema de fijación de precios de UK parece casi un experimento para testear la visión de White de los mercados como espejos entre productores observándose unos a otros. Particularmente importante parece ser prestar más atención a cómo funcionan los precios en la educación privada. Lo que es especialmente clave en un caso como Chile donde muchos de los estudiantes deben pagar costos mensuales que superan con largueza el sueldo mínimo mensual, y que, de hecho, ya han pactado una parte importante de sus ingresos futuros vía créditos.
Otra forma de leer esto es a partir de lo señalado por el economistas y activista Joseph Stiglitz, a quien tuve la suerte de escuchar el viernes pasado. Al final de su charla alguien le preguntó si el escenario actual (post-crisis, etc.) obligaría a re-pensar la forma como se enseña economía, y Stiglitz respondió algo así como “no, de hecho probablemente el principal asunto de la economía científica en las últimas décadas ha sido estudiar como los mercados no funcionan, por lo que la crisis refuerza lo que se ha venido investigando”. En el contexto de su presentación, esta afirmación se puede asociar a otros dos puntos: por una parte, que para al menos economistas muy influyentes como él, la eficiencia de los mercados no tiene por que ser una realidad casi religiosa, sino que una hipótesis a falsear, y, segundo, que no sólo es necesario pensar en los elementos que podrían hacer determinados mercados más competitivos, sino que cabe dejar abierta la posibilidad de que existan ciertos casos o sectores donde son endemicamente poco eficientes. Para Stiglitz ésta sería por ejemplo la situación de la salud privada en EEUU, donde los precios aumentan y aumentan, y la eficiencia del sistema sigue siendo mucho más baja que los sistemas públicos en Europa.
Obviamente des-privatizar algo, a menos que sea una situación extrema como una quiebra o un gobierno a la Chavez, es casi imposible. Sin embargo, quizás un potencial aporte de los estudios sociales de los mercados a las discusiones de políticas es seguir describiendo las particularidades de los diferentes tipos de mercados, y, eventualmente, aportar a la hora de llegar a acuerdos sobre aquellas áreas donde funcionan más y otras donde una burocracia bien aceitada puede ser más eficiente.
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Don’t Look to the Ivy League
Howard Hotson, London Review of Books, Vol. 33, N. 10, May 19, 2011
At the heart of the Browne Report and the government’s higher education policy is a simple notion allegedly grounded in economics: that the introduction of market forces into the higher education sector will simultaneously drive up standards and drive down prices. The confidence displayed by ministers in predicting these effects would be more reassuring if it were not at odds with the evidence that precisely the opposite is happening. The list of universities committed to charging something near the £9000 upper limit of fees is steadily lengthening, contrary to what Vince Cable has repeatedly told them is in their rational economic interest. And with regard to standards, the American company that owns BPP University College – which David Willetts granted university status only last year – recently lost its appeal in the US Supreme Court after being found guilty of defrauding its shareholders and is under investigation by the US Higher Learning Commission for deceiving students about the career value of its degrees. Since one of the justifications for funding university teaching primarily through tuition fees was to open up the English university sector to the beneficial influence of private providers, this news throws further doubt on the wisdom of government policy.
Whenever university standards are talked about, the basis for comparison is taken to be the annual THE-QS World University Rankings.[*] Every year since 2004, these tables have appeared under some variation of the headline ‘US Universities Dominate World Rankings.’ And every year the picture has been more or less the same: on average, US universities have occupied 13 of the top 20 positions, while British universities have occupied four. US universities outnumber their UK rivals further down the league table too, and no other country remotely challenges America’s effortless supremacy.
It isn’t difficult to see how these tables have helped push government policy towards its current infatuation with markets. All but one of the 13 American universities which have routinely topped the tables are private institutions, and those inclined to neoliberal ways of thinking are unlikely to see this as a coincidence. If the global supremacy of US private universities is the product of their exposure to competitive markets, then the sooner such markets are introduced into UK, the sooner we can begin to watch their magic ‘driving up standards’. The government’s zeal to marketise UK higher education, to emulate American universities and to invite US corporations to set up private universities in Britain are all of a piece. Because the dominance by US universities of the upper end of these tables is thought to be so absolute, their role in informing the political consensus underlying government policy is rarely discussed.
Yet all those journalists and politicians who have leaped so nimbly from league tables to university policy have apparently overlooked the fact that the US is larger than the UK: its population of 311 million is five times the UK population of 62 million. Already, the American three-to-one lead in the World University Rankings looks far less impressive. In fact, over the past seven years, the UK has had more top 20 universities per head of population (one per 15.5 million) than the US (one per 23.9 million). And since the UK institutions in the top 20 are on average slightly larger (20,500 students) than the US ones (17,300 students), almost twice the proportion of the UK population has been studying at top 20 universities (1 in 756, compared with 1 in 1383). In economic terms, the two countries differ by an even larger margin: US GDP (at $14.658 trillion) is 6.5 times larger than UK GDP (at $2.247 trillion). For the past seven years, the UK has been maintaining fully twice as many top 20 universities as the US for each unit of financial resource.
No less important, Americans spend a far higher proportion of their national wealth on higher education than the British. According to the OECD, the UK spends 1.3 per cent of GDP on tertiary education, precisely the EU average. The US, on the other hand, spends 3.1 per cent, far more than any other country in the world. So America not only has 6.5 times the UK’s financial resources, it also spends 2.4 times as much of those resources on tertiary education. That adds up to more than 15 times as much investment in higher education in the US than in the UK. And yet, according to these world rankings, that 15-fold investment nets barely a three-fold return in educational excellence. The UK has somehow managed to maintain top-ranked universities for only about a fifth of the US price.
The top ten or 20 places typically grab all the attention. What happens when we consider all 200? No summary of the mean rankings of the top 200 universities over the past seven years is available, but we can examine the data in the THE rankings for 2010-11. In the top 50 places, US outnumber UK universities by five to one. In the second tier (places 51-100), American universities begin to lose their edge, and the proportion drops to three to one. In the bottom half of the table (places 101-200), the number of places held by both countries is much reduced, as universities from other countries crowd onto the table, but the significant point is that here the US and UK universities are virtually at level pegging. UK universities are distributed fairly uniformly throughout the table, which suggests that there is a smooth and gradual transition from the top tier of universities to the next level down, and so on. The US university system, by contrast, appears to concentrate a hugely disproportionate share of resources in a small group of very wealthy and exclusive private institutions.
If anyone thinks the lower reaches of the table are inconsequential because only the top 100 universities in the world really matter, they should think again. According to Unesco, there are 5758 recognised higher education institutions in the US, about 1600 of which grant four-year degrees. So the 72 US universities in the top 200 represent fewer than 5 per cent of those offering four-year degrees. The US university system overall appears to offer poor value for money: none of the funding, public or private, pouring into 95 per cent of the higher education institutions in America makes any impact at all on the world university rankings. By comparison, the 29 UK universities in the top 200 represent nearly a fifth of the 165 listed by the Higher Education Statistics Agency. So British universities appear, on average, to be almost four times better at breaking into the global top 200 than their American counterparts.
An even less flattering picture emerges if a few necessary corrections are factored into the data. If we first adjust the figures by head of population, the UK is a match for the best of the US from the start: according to the most recent data, the two countries have virtually the same number of top 50 universities per capita. But as we move from the top 50 to the bottom 50, the UK opens up a commanding lead: there are four times as many universities per capita in the bottom half of the table (101-200) in the UK as in the US. If we further adjust for the ratio of GDP between the two countries (6.5 to 1), the data show that the UK makes better use of its smaller per capita resources in every tier of the rankings. And if we factor in that the US invests more than twice as much of its GDP in higher education as the UK, even in the top tier, where the strength of the American system is concentrated, UK investment in higher education seems to be yielding almost three times the return. In the bottom half of the table, British universities appear to be offering a staggering 12 times better value for money.
The data which appear, at first glance, to demonstrate the great strength of the US university system are revealed, on even the most rudimentary analysis, to demonstrate nothing of the kind. Measure for measure, US universities are manifestly not the ‘best of the best’. If value for money is the most important consideration, especially in an age of austerity, the American model might well be the last one that Britain should be emulating.
This analysis has serious implications for government policy. There is no evidence here that private sector competition drives up academic standards, but there is clear evidence that market competition drives up prices, since academic excellence apparently costs much more in the US than the UK. Why is this? It isn’t in fact difficult to see why the introduction of market pricing into a small cohort of elite universities will drive prices up, not down. Wherever a small and strictly limited supply of a highly desirable commodity – such as places at Harvard – is introduced into a genuinely open market, the wealthiest cohort in society will drive its price up to levels only they can afford. This is essentially what has been happening at the upper levels of the US university league since the income gap began to open up in the 1980s. For several decades, tuition fees have been rising at double, triple and even quadruple the rate of cost-of-living inflation, first at the most exclusive universities, and then throughout the private sector, so that there are now more than a hundred private colleges and universities in the US charging students at least $50,000 annually for fees, room and board.
One might think this a peculiarly American phenomenon – an offshoot, perhaps, of some particularly ‘advanced’ form of consumer culture – but in fact the logic at work becomes even clearer in the context of the smaller education market in England. The introduction of competition drives down prices only in markets for commodities that can be readily produced. If a firm is producing things inefficiently, or skimming off too much profit, it can be undercut by more efficient methods of production or leaner business models. But there are some things which cannot be readily produced, and ancient universities are an excellent example. Oxford and Cambridge have a 600-year head start on their English rivals. Many of the advantages they enjoy are the product of their long histories: their architectural settings, their libraries and archives; their unique systems of tutorial teaching, collegiate organisation and self-government; and the academic prestige accumulated by two dozen generations of scholars, philosophers, scientists, poets and prime ministers. Their competitors cannot produce these things at any price, much less one that undercuts theirs. And because the ‘student experience’ they offer is one that many find uniquely attractive, they could, if freed from the constraints of government legislation, charge as high a price for this experience as the market would bear, without the risk of being undercut by anyone but each other.
So, imagine what would happen in England if the fee cap were removed, a real market introduced, and universities allowed to pursue their own economic interests without regard for anything else – i.e. act even more ‘rationally’ than Vince Cable thinks they should. Oxford and Cambridge would jack up their tuition fees dramatically, first of all to recoup the roughly £8000 of their own resources they currently invest in educating each student every year on top of what they receive through fees, government grants and research income. Rich parents would relish the opportunity to drive fees even higher, beyond the reach of less wealthy parents of more able children. The hyperinflation in Oxbridge fees would provide headroom for every other university in England to start increasing its fees; some, with lucrative professional degrees to offer, would raise them to levels above those of an Oxbridge arts degree. Further down the English academic league table, the rate of fee inflation would gradually fall until, somewhere near the bottom, universities would be competing on price within the £6000-£9000 band, as ministers intended all along.
Market forces are the reason American private universities have become so expensive, but why does all the extra money pouring into US universities generate such a poor return in the rankings? Evidently, a large fraction of this funding is being invested in something other than academic excellence. This haemorrhage of funds has not gone unnoticed by American university leaders, who have traced the source of the leak to another aspect of market-driven academic culture which the government plans to start importing from America: the ‘student experience’.
Jonathan Cole, former provost and dean of faculties at Columbia, wrote in the Huffington Post last year that in addition to fee inflation, a major contributor to the increased cost of higher education in America stems from the
perverse assumption that students are ‘customers’, that the customer is always right, and what he or she demands must be purchased. Money is well-spent on psychological counselling, but the number of offices that focus on student activities, athletics and athletic facilities, summer job placement and outsourced dining services, to say nothing of the dormitory rooms and suites that only the Four Seasons can match, leads to an expansion of administrators and increased cost of administration.
If Cole is correct, then the marketisation of the higher education sector stimulates not one but two separate developments which run directly counter to government expectations. On the one hand, genuine market competition between elite universities drives up average tuition fees across the sector. On the other, the marketing of the ‘student experience’ places an ever increasing portion of university budgets in the hands of student ‘customers’. The first of these mechanisms drives up price, while the second drives down academic value for money, since the inflated fees are squandered on luxuries. To judge from the American experience, comfortable accommodation, a rich programme of social events and state of the art athletic facilities are what most 18-year-olds want when they choose their ‘student experience’; and when student choice becomes the engine for driving up standards, these are the standards that are going to be driven up.
What’s worse is that British government ministers, on visiting a beautifully manicured US campus for the first time, respond in the same way as American teenagers. Familiar as they are with the shoddy physical condition of even the best English universities, they cannot help but be impressed by the quality of the facilities offered by rich American institutions. What they forget is that the dilapidated state of so many English university buildings is the product, not of a lack of academic competitiveness, but of deliberate government policy these last 20 years. By holding university income firmly down, raising student numbers and prioritising research through the RAE, they have attempted to push up academic performance at the expense of teaching and the maintenance of existing buildings, not to mention the construction of new ones.
Might markets have the beneficial side effect of driving up academic standards? Much depends on the measure you use; but the academic standard that markets are most likely to drive up is the one that matters most to high-fee-paying students: marks. Way back when, the average mark in the US was supposed to be a C. Nowadays, the more expensive the university, the higher the average mark, with the average in private universities now an A-minus. Why is grade inflation so closely correlated with fee inflation? The reason can easily be guessed. If you’ve attended one of America’s hundred costliest colleges or universities and paid upwards of $200,000 for a four-year degree, then it had better be a good one. Ignore this demand and an institution’s levels of ‘student satisfaction’ will plummet, as will the number of wealthy people willing to invest in its degrees. Fortunately, these private universities are not required to employ external examiners to even up standards across the system, so there is nothing to prevent them meeting the student-led demand for higher and higher grades. Thus the net effect of introducing market forces driven by student demand is, yet again, precisely the opposite of what ministers intend: the value of academic credentials is debased across the system.
But might free-market competition drive up levels of actual academic achievement as well as grades? Not according to the World University Rankings. The only place in the world where private universities compete with one another and with a far larger group of public universities is the United States, and the US data clearly indicate that this competition drives the quality of public universities down, not up. Consider the top 20 institutions in the aggregated THE-QS rankings for the past seven years. Moving down the table, past all those famous Ivy League names, one finally comes to a solitary American public university, the University of Michigan, in 20th place, just below the best public universities in Canada (joint 17th) and Switzerland (19th), and below the Australian National University in Canberra (14th). Canada’s population and economy are about a tenth the size of its neighbour’s, so the data suggest that the Canadian public university sector narrowly outperforms the American on a tenth of the assets. Switzerland manages to pip the US despite having a GDP 1/30th and a population 1/40th the size. And the Australians somehow managed to beat the American public university sector in this seven-year period with only 1/14th the people and 1/12th the money. As for the UK, with only a single small private university until recently, it contributes all four of the best public universities: their mean rank positions are second, joint third, seventh and 12th. If we factor back in the five-fold difference in population, UK citizens have 20 times more opportunity to study at first-class public universities than their American cousins.
Another interesting pattern emerges if we examine the geographical distribution across the United States of the top 100 universities in the THE rankings for 2010-11. The wealthiest private universities at the top of the league table – including the whole of the Ivy League – are concentrated on the northeastern seaboard of the United States, from Massachusetts in the north to North Carolina in the south. If proximity to the energising influence of private universities drives up standards, as Willetts seemed to imply, we would expect to find the great public universities clustered in this same area. But the opposite is the case: the more distance between them and the rich private universities, it seems, the higher their level of achievement. Overwhelmingly, the best-represented state university system is California’s, with two universities in the top ten and a total of nine in the top 100. This seems impressive, but we should bear in mind that California’s GDP is almost as large as that of the UK, which boasts 14 public universities in the top 100. A striking contrast is provided by New York, California’s economic and intellectual counterweight. One might imagine it would benefit from market competition with Columbia, Cornell, NYU and the Ivy League institutions to its north and south, yet although New York State’s economy is fully half the size of the UK’s, its top-ranked public university – the State University of New York at Stony Brook – slots in at a humble 78 in the global rankings. Of the 14 other US public universities in the top 100, ten are located in southern, midwestern and western states that don’t have large private universities: Michigan (joint 15th), Washington (23rd), Georgia Tech (27th), Wisconsin-Madison (joint 43rd), Minnesota (52nd), Ohio State (66th), Colorado-Boulder (67th), Virginia (72nd), Utah (joint 83rd) and Arizona (joint 95th).
Thus, once again, the empirical data directly contradict current government assumptions. The great private universities in the US do not provide the competition needed to energise lethargic public institutions. Instead, they hoover up a hugely disproportionate share of the resources in the system, thereby impoverishing their neighbours. They have the money to build the best labs, stock the best libraries and buy up the most high-profile professors. Their facilities attract the best and the wealthiest students, cornering the market in social as well as intellectual prestige. They drain the area around them of all the resources needed to sustain good public universities. Most of the public universities that break into the top 100 operate as far away from the Ivy League as America’s vast landmass allows. Outside the top 100, American performance falls sharply to a low level.
The natural interpretation of the World University Rankings flies in the face of the key assumption underpinning current British government policy. Market competition in the United States has driven up tuition fees in the private universities and thereby sucked out the resources needed to sustain good public universities, while diverting a hugely wasteful share of these resources from academic priorities to improving the ‘student experience’ and debasing academic credentials through market-driven grade inflation. The partially privatised university system in the United States is not ‘the best of the best’. In terms of value for money, the British system is far better, and probably the best in the world. Willetts should follow the example of the health secretary, take advantage of a ‘natural break in the legislative process’, and go back to the drawing board.
[*] From 2004 to 2009, the Times Higher Education and Quacquarelli Symonds jointly produced the THE-QS World University Rankings. In 2010, the THE adopted a new methodology and published its rankings separately. My data for 2004-10 is taken from the aggregated THE-QS rankings for 2004-2009 and the QS rankings for 2010, which were all compiled according to the same methodology. My data for 2010-11 is based on the THE World University Rankings.


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No mirar hacia la Ivy League
Howard Hotson
En el corazón del Informe Browne y el gobierno de la política de educación superior es una noción simple supuestamente basada en la economía: que la introducción de las fuerzas del mercado en el sector de la educación superior al mismo tiempo hará subir los estándares y reducir los precios. La confianza mostrada por los ministros en la predicción de estos efectos sería más tranquilizador si no estuviera en contradicción con la evidencia de que precisamente está ocurriendo lo contrario. La lista de universidades comprometidas con carga algo cerca del límite superior de £ 9,000 de las tasas es constante alargamiento, contrariamente a lo que Vince Cable ha dicho repetidamente que está en su interés económico racional. Y con respecto a las normas, la empresa estadounidense que posee BPP University College – que David Willetts concedido el estatuto de la universidad el año pasado – acaba de perder su recurso de casación en la Corte Suprema de los EE.UU. después de haber sido encontrado culpable de defraudar a sus accionistas y se encuentra bajo investigación por parte del Superior EE.UU. Comisión de Estudios para engañar a los estudiantes sobre el valor profesional de sus grados. Dado que una de las justificaciones para la enseñanza de financiación de las universidades principalmente a través de tasas de matrícula fue abrir el sector universitario Inglés a la influencia benéfica de los proveedores privados, esta noticia arroja más dudas sobre la sabiduría de la política gubernamental.
Siempre que las normas de la universidad se habla, la base de comparación se toma como el anual de THE-QS World University Rankings. [*] Cada año desde 2004, estos cuadros han aparecido en alguna variación del título “EE.UU. dominan Ranking Mundial de Universidades. Y todos los años el panorama ha sido más o menos lo mismo: en promedio, las universidades de EE.UU. han ocupado 13 de las 20 posiciones, mientras que las universidades británicas han ocupado cuatro. universidades de los EE.UU. superan a sus rivales del Reino Unido más abajo en la tabla de la liga también, y ningún otro país de forma remota desafíos sin esfuerzo la supremacía de Estados Unidos.
No es difícil ver cómo estas tablas han ayudado a impulsar la política del gobierno hacia su enamoramiento actual de los mercados. Todas menos una de las 13 universidades estadounidenses que han rutinariamente encabezó las tablas son instituciones privadas, y los que se inclinan a las formas del pensamiento neoliberal es poco probable que vea esto como una coincidencia. Si la supremacía mundial de universidades de los EE.UU. privado es el producto de su exposición a los mercados competitivos, a continuación, los mercados pronto como se introducen en el Reino Unido, más pronto podemos comenzar a ver “las normas de conducción por” su magia. El celo del gobierno de Reino Unido marketise la educación superior, para emular las universidades Americana e invitar a corporaciones de EE.UU. de crear universidades privadas en el Reino Unido son de una sola pieza. Debido a que el dominio de universidades de los EE.UU. del extremo superior de estas tablas se piensa que es tan absoluta, su papel de informar a la política de consenso político de la administración publica que poco se habla.
Sin embargo, todos los periodistas y los políticos que han saltado tan ágil de las tablas de la liga en la política universitaria, aparentemente, han pasado por alto el hecho de que los EE.UU. es mayor que el Reino Unido: su población de 311 millones es cinco veces la población del Reino Unido de 62 millones de dólares. Ya, el americano de tres a un lugar en el Ranking Mundial de la Universidad se ve mucho menos impresionante. De hecho, en los últimos siete años, el Reino Unido ha tenido más de 20 universidades por habitante (uno por 15.5 millones) de los EE.UU. (uno por 23.9 millones). Y puesto que las instituciones del Reino Unido en los 20 son en promedio un poco más grande (20.500 estudiantes) que los EE.UU. (17.300 alumnos), casi el doble de la proporción de la población del Reino Unido ha estado estudiando en la parte superior 20 universidades (1 en 756, frente a 1 en 1383). En términos económicos, los dos países se diferencian por un margen aún mayor: PIB de EE.UU. (en $ 14658000000000) es 6,5 veces mayor que el PIB del Reino Unido (en $ 2,247,000,000,000). Durante los últimos siete años, el Reino Unido ha venido manteniendo plenamente el doble que 20 mejores universidades en los EE.UU. por cada unidad de recursos financieros.
No menos importante, los estadounidenses gastan una proporción mucho mayor de su riqueza nacional en la educación superior de los británicos. Según la OCDE, el Reino Unido gasta 1,3 por ciento del PIB en educación terciaria, precisamente, la media de la UE. Los EE.UU., en cambio, gasta el 3,1 por ciento, mucho más que cualquier otro país del mundo. Así que Estados Unidos no sólo tiene 6,5 veces los recursos financieros del Reino Unido, también gasta 2,4 veces más de esos recursos en la educación terciaria. Que se suma a más de 15 veces más inversión en la educación superior en los EE.UU. que en el Reino Unido. Y, sin embargo, de acuerdo con estos ranking mundial, que la inversión de 15 veces las redes de apenas una vuelta de tres veces en la excelencia educativa. El Reino Unido de alguna manera ha logrado mantener las mejores universidades de sólo alrededor de una quinta parte del precio de los EE.UU..
Los diez primeros lugares o 20 suelen tomar toda la atención. ¿Qué pasa si tenemos en cuenta todos los 200? No hay resumen de la clasificación media de las 200 mejores universidades en los últimos siete años está disponible, pero podemos examinar los datos en el ranking de LA para 2010-11. En los 50 primeros lugares, EE.UU. superan en número a las universidades del Reino Unido por cinco a uno. En el segundo nivel (51 a 100 lugares), universidades de Estados Unidos comienzan a perder su ventaja, y la proporción se reduce a tres a uno. En la mitad inferior de la tabla (101 a 200 lugares), el número de plazas en poder de ambos países es muy reducido, como las universidades de la muchedumbre de otros países sobre la mesa, pero el punto importante es que las universidades aquí los EE.UU. y el Reino Unido son prácticamente a nivel de vinculación. universidades del Reino Unido se distribuyen de manera bastante uniforme en toda la tabla, lo que sugiere que hay una transición suave y gradual desde el nivel superior de las universidades para el siguiente nivel inferior, y así sucesivamente. El sistema universitario de EE.UU., por el contrario, parece concentrar una parte enormemente desproporcionada de los recursos en un pequeño grupo de instituciones privadas muy rico y exclusivo.
Si alguien piensa que la parte baja de la tabla son intrascendentes, ya que sólo las 100 mejores universidades del mundo que realmente importa, se debe pensar de nuevo. De acuerdo con la Unesco, hay 5.758 instituciones de educación superior reconocida en los EE.UU., alrededor de 1600 de los cuales otorgan títulos de cuatro años. Así que las 72 universidades de los EE.UU. en los primeros 200 representan menos del 5 por ciento de los grados que ofrece cuatro años. El sistema universitario de EE.UU. en general parece ofrecer poco rentable: ninguno de los fondos, públicos o privados, vertiendo en un 95 por ciento de las instituciones de educación superior en Estados Unidos hace algún impacto en la clasificación mundial de la universidad. En comparación, las 29 universidades del Reino Unido en los 200 representan casi una quinta parte de las 165 listadas por la Agencia de Educación Superior de Estadística. Así que las universidades británicas aparecen, en promedio, a casi cuatro veces mejor a romper en el top 200 mundial que sus contrapartes estadounidenses.
Una imagen mucho menos halagador si surge un correcciones necesarias pocos se incluyen en los datos. Si primero ajustar las cifras por habitante, el Reino Unido está a la altura de los mejores de los EE.UU. desde el principio: de acuerdo con los datos más recientes, los dos países tienen casi el mismo número de los mejores 50 universidades por habitante. Pero a medida que pasamos de los 50 a la parte inferior de 50 años, el Reino Unido abre un mando de plomo: hay cuatro veces más universidades per cápita en la mitad inferior de la tabla (101-200) en el Reino Unido como en los EE.UU.. Si además de ajustar la proporción del PIB entre los dos países (6,5 a 1), los datos muestran que el Reino Unido hace un mejor uso de sus pequeños recursos per cápita en todos los niveles de la clasificación. Y si tenemos en cuenta que los EE.UU. invierte más del doble de la mayor parte de su PIB en educación superior como el Reino Unido, incluso en el nivel superior, donde la fuerza del sistema estadounidense se concentra, la inversión del Reino Unido en la educación superior parece estar dando casi tres veces la vuelta. En la mitad inferior de la tabla, las universidades británicas parecen estar ofreciendo un asombroso 12 veces mejor valor por su dinero.
Los datos que aparecen, a primera vista, para demostrar la gran fuerza del sistema universitario de EE.UU. se revelan, incluso en los análisis más elementales, para demostrar nada de eso. Medida por medida, universidades de los EE.UU. no son manifiestamente “el mejor de los mejores”. Si el valor del dinero es la consideración más importante, especialmente en una época de austeridad, el modelo americano bien podría ser el último que Gran Bretaña debería emular.
Este análisis tiene serias implicaciones para la política del gobierno. No hay evidencia de que aquí la competencia del sector privado aumenta los niveles académicos, pero no hay pruebas claras de que las unidades de competencia en el mercado al alza los precios, ya que la excelencia académica al parecer cuesta mucho más en los EE.UU. que el Reino Unido. ¿Por qué es esto? No es, de hecho, difícil de ver por qué la introducción de los precios de mercado en una pequeña cohorte de universidades de élite impulsarán los precios hacia arriba, no hacia abajo. Siempre que sea una fuente pequeña y limitada estrictamente de un producto muy conveniente – como lugares de Harvard – se introduce en un mercado verdaderamente abierto, el más rico de cohorte en la sociedad va a impulsar su precio a niveles sólo se pueden permitir. Esto es esencialmente lo que ha venido sucediendo en los niveles superiores de la liga universitaria de EE.UU. desde la brecha de ingresos comenzó a abrirse en la década de 1980. Durante varias décadas, los derechos de matrícula se han incrementado al doble, triples e incluso cuádruples la tasa de inflación de los costos de la vida, primero en las universidades más exclusivas, y luego en todo el sector privado, por lo que ahora hay más de una empresa privada cien colegios y universidades en los EE.UU. los estudiantes de carga por lo menos $ 50,000 anuales por cuotas, alojamiento y comida.
Uno podría pensar que esto un fenómeno peculiar de América – una rama, tal vez, de algunos en particular “avanzado” forma de la cultura de consumo – pero en realidad la lógica en el trabajo se vuelve aún más clara en el contexto del mercado de la educación más pequeña en Inglaterra. La introducción de la competencia hace bajar los precios sólo en los mercados de materias primas que puedan ser fácilmente producidos. Si una empresa está produciendo cosas ineficiente, o quitando beneficios demasiado, puede ser socavado por métodos más eficientes de producción o más delgados modelos de negocio. Pero hay algunas cosas que no pueden ser fácilmente producidos, y las universidades antiguas son un excelente ejemplo. Oxford y Cambridge tiene una ventaja de 600 años a sus rivales Inglés. Muchas de las ventajas que disfrutan son el producto de su larga historia: sus valores arquitectónicos, sus bibliotecas y archivos, sus sistemas únicos de la enseñanza tutorial, la organización colegial y el autogobierno, y el prestigio académico acumulado por dos docenas de generaciones de estudiosos, filósofos , científicos, poetas y primeros ministros. Sus competidores no pueden producir estas cosas a cualquier precio, y mucho menos uno que socava el suyo. Y porque la experiencia de estudiante que ofrecen es que muchos encuentran especialmente atractivos, que podrían, si se libera de las limitaciones de la legislación del gobierno, cobran un alto precio por esta experiencia que el mercado podría soportar, sin el riesgo de ser socavados por nadie más que los demás.
Por lo tanto, imaginar lo que ocurriría en Inglaterra si la tapa de tarifa se retiraron, un verdadero mercado introducidas, y las universidades les permite perseguir sus propios intereses económicos sin tener en cuenta para cualquier otra cosa – es decir, actuar aún más “racional” que Vince Cable piensa que deberían. Oxford y Cambridge se toma de sus derechos de matrícula de manera espectacular, en primer lugar para recuperar los cerca de £ 8,000 de sus propios recursos que actualmente invierten en la educación de cada estudiante cada año en la parte superior de lo que reciben a través de cuotas, subsidios públicos y los rendimientos de la investigación. los padres ricos que disfrutan de la oportunidad de conducir las tasas aún más alto, más allá del alcance de los menos ricos a los padres de los niños más capaces. La hiperinflación de las tasas Oxbridge daría margen de maniobra para cada universidad en Inglaterra para comenzar a aumentar sus tarifas, y algunos, con lucrativos títulos profesionales para ofrecer, sería elevarlos a niveles superiores a los de un grado Oxbridge artes. Más abajo en la tabla de la liga Inglés académico, la tasa de inflación tasa gradualmente hasta caer, en algún lugar cerca del fondo, las universidades competirán en el precio dentro de los £ 6,000 – £ 9,000 banda, como ministros destinados desde el principio.
Las fuerzas del mercado son la razón de América universidades privadas se han vuelto tan caros, pero ¿por qué hace todo el dinero extra vertiendo en universidades de los EE.UU. generar un pobre rendimiento en la clasificación? Evidentemente, una gran parte de estos fondos se están invirtiendo en algo que no sea la excelencia académica. Esta hemorragia de fondos no ha pasado desapercibido por los dirigentes universitarios estadounidenses, que han rastreado el origen de la fuga a otro aspecto de la cultura académica orientada al mercado que el gobierno tiene previsto iniciar la importación de Estados Unidos: la “experiencia de los estudiantes”.
Jonathan Cole, anterior rector y decano de las facultades de la Universidad de Columbia, escribió en el Huffington Post el año pasado que, además de la inflación de tasas, un factor importante para el aumento del costo de la educación superior en Estados Unidos se deriva de la
perversa suposición de que los estudiantes son “clientes”, que el cliente siempre tiene la razón, y lo que exige que él o ella debe ser comprado. El dinero está bien gastado en ayuda psicológica, pero el número de oficinas que se centran en las actividades estudiantiles, el atletismo y las instalaciones deportivas, colocación de empleo de verano y los servicios subcontratados de comedor, por no hablar de los dormitorios y suites que sólo el Four Seasons puede igualar, conduce a una expansión de los administradores y aumento del costo de administración.
Si Cole es correcta, entonces la mercantilización de la enseñanza superior estimula no uno, sino dos hechos separados que van directamente en contra de las expectativas del gobierno. Por un lado, la competencia de mercado efectiva entre las universidades de élite hace subir las tasas medias de matrícula en todo el sector. Por otro lado, la comercialización de “experiencia de los estudiantes” los lugares donde una porción cada vez mayor de los presupuestos de la universidad en manos de los “clientes” del estudiante. El primero de estos mecanismos eleva los precios, mientras que las unidades de segundo por valor académico para el dinero, ya que los honorarios inflados se dilapidaron en lujos. A juzgar por la experiencia americana, un alojamiento confortable, un rico programa de eventos sociales y el estado del arte de las instalaciones deportivas son las que más de 18 años de edad cuando se quiere elegir a su experiencia de estudiante, y cuando la elección del estudiante se convierte en el motor para la conducción de normas, estas son las normas que van a ser impulsado hacia arriba.
Lo peor es que los ministros del gobierno británico, al visitar un hermoso campus de cuidados EE.UU. por primera vez, responder de la misma manera que los adolescentes estadounidenses. Familiar como están con la condición de mala calidad física, incluso de las mejores universidades de Inglés, no pueden dejar de sentirse impresionado por la calidad de los servicios ofrecidos por las instituciones estadounidenses ricos. Lo que olvidan es que el estado ruinoso de los edificios de la universidad tantos Inglés es el producto, no de una falta de competitividad académica, sino de una política gubernamental deliberada estos últimos 20 años. Con la celebración de ingresos de la universidad con firmeza hacia abajo, aumentando el número de estudiantes y dar prioridad a la investigación a través de la RAE, que han tratado de empujar hacia arriba el rendimiento académico en detrimento de la enseñanza y el mantenimiento de los edificios existentes, por no mencionar la construcción de otras nuevas.
Podría mercados tiene como efecto colateral beneficioso de la conducción de normas académicas? Mucho depende de la medida con que medís, pero el nivel académico que los mercados tienen más probabilidades de subir es el que más le importa a la alta tarifa que pagan los estudiantes: las marcas. Tiempo atrás, cuando la nota media en los EE.UU. se supone que es un C. Hoy en día, el más caro de la universidad, mayor será la nota media, con la media de las universidades privadas ya un menos-A. ¿Por qué es la inflación grado tan estrechamente correlacionada con la tasa de inflación? El motivo puede ser adivinada. Si has asistido a uno de cientos de Estados Unidos más costoso colegios o universidades y pagó más de $ 200,000 para un título de cuatro años, entonces más vale que sea una buena idea. No haga caso de esta demanda y los niveles de una institución de la “satisfacción de los estudiantes ‘caerá en picado, al igual que el número de los ricos dispuestos a invertir en sus grados. Afortunadamente, estas universidades privadas no están obligadas a emplear a los examinadores externos, incluso las normas por todo el sistema, así que no hay nada que les impiden satisfacer la demanda dirigida por los estudiantes de los grados más altos. Así, el efecto neto de la introducción de las fuerzas del mercado impulsado por la demanda estudiantil es, una vez más, precisamente lo contrario de lo que los ministros intención: el valor de las credenciales académicas es degradada en todo el sistema.
Pero la competencia de libre mercado puede aumentar los niveles de logros académicos reales, así como los grados? No, según el Ranking Mundial de la Universidad. El único lugar en el mundo en el que las universidades privadas compiten entre sí y con un grupo mucho más grande de las universidades públicas son los Estados Unidos, y los datos de EE.UU. indican claramente que esta competencia impulsa la calidad de las universidades públicas hacia abajo, no hacia arriba. Considere las 20 instituciones en la clasificación agregada LA QS-durante los últimos siete años. Descendiendo por la mesa, más allá de todos los famosos nombres de la Ivy League, uno finalmente llega a una solitaria universidad pública de América, la Universidad de Michigan, en el puesto 20, justo por debajo de las mejores universidades públicas de Canadá (conjunta 17 ª) y Suiza (19), y por debajo de la Universidad Nacional Australiana en Canberra (14 ª). la población de Canadá y la economía son una décima parte del tamaño del de su vecino, por lo que los datos sugieren que el sector canadiense de la universidad pública por poco supera a la americana en una décima parte de los activos. Suiza logra pip los EE.UU. a pesar de tener un 1/30avo PIB y una población 1/40th del tamaño. Y los australianos de alguna manera para vencer a los estadounidenses del sector universitario público en este período de siete años con sólo 1/14th la gente y 1/12vo el dinero. En cuanto al Reino Unido, con un solo pequeña universidad privada hasta hace poco, contribuye todos los cuatro de las mejores universidades públicas: sus posiciones puntuación media son de segunda, tercera articulación, séptima y 12 ª. Si factor nuevo en la diferencia de cinco veces en la población, los ciudadanos del Reino Unido tienen 20 veces más oportunidad de estudiar en las universidades públicas de primera clase que sus primos americanos.
Otro patrón interesante surge si se examina la distribución geográfica de los Estados Unidos de las 100 mejores universidades en el ranking de LA para 2010-11. Las universidades privadas más ricas en la parte superior de la tabla de la liga – incluyendo la totalidad de la Ivy League – se concentran en la costa noreste de los Estados Unidos, de Massachusetts, en el norte de Carolina del Norte en el sur. Si la proximidad a la influencia de energización de las unidades de las universidades privadas de normas, como Willetts parecía dar a entender, que se espera encontrar las grandes universidades públicas agrupadas en esta misma área. Pero lo opuesto es el caso: la distancia más entre ellos y las universidades privadas ricos, al parecer, el más alto su nivel de logro. Su gran mayoría, el sistema de universidades estatales más representado es California, con dos universidades en el top ten y un total de nueve en el top 100. Esto parece impresionante, pero hay que tener en cuenta que el PIB de California es casi tan grande como la del Reino Unido, que cuenta con 14 universidades públicas en el top 100. Un cambio notable es proporcionada por Nueva York, el contrapeso económico e intelectual de California. Uno podría imaginar que se beneficiarían de la competencia en el mercado con Columbia, Cornell, Universidad de Nueva York y las instituciones de la Ivy League al norte y al sur, no obstante, aunque la economía de Nueva York es que la mitad del tamaño de la del Reino Unido, el mejor clasificado de la universidad pública – el Estado Universidad de Nueva York en Stony Brook – ranuras en un humilde 78 en el ranking mundial. De las otras 14 universidades públicas de EE.UU. entre los diez primeros 100, se encuentran en los estados del sur, medio oeste y el oeste que no tienen grandes universidades privadas: Michigan (conjunta 15 ª), Washington (23 ª), del Tecnológico de Georgia (27 ª), de Wisconsin- Madison (43 ª participación), Minnesota (52 ª), del Estado de Ohio (66 º), de Colorado-Boulder (67), Virginia (72a), Utah (83 conjuntos) y Arizona (95 conjuntos).
Así, una vez más, los datos empíricos contradicen directamente las hipótesis actual gobierno. Las grandes universidades privadas en los EE.UU. no proporcionan la competencia necesaria para energizar letárgico las instituciones públicas. En cambio, un aspirador compartir enormemente desproporcionado de los recursos en el sistema, lo que empobrece a sus vecinos. Ellos tienen el dinero para construir los mejores laboratorios, las acciones de las mejores bibliotecas y comprar los profesores de más alto perfil. Sus instalaciones de atraer a los mejores y los más ricos a los estudiantes, en las curvas del mercado en la vida social, así como el prestigio intelectual. Drenan el área alrededor de ellos de todos los recursos necesarios para mantener una buena universidades públicas. La mayoría de las universidades públicas que entrar en el top 100 funcionan tan lejos de la Ivy League como vasto territorio de los Estados Unidos lo permita. Fuera del top 100, el desempeño de América cae bruscamente a un nivel bajo.
La interpretación natural de la Clasificación Mundial de la Universidad va en contra de la hipótesis clave que sustenta la actual política del gobierno británico. La competencia del mercado en los Estados Unidos ha elevado los gastos de matrícula en las universidades privadas y por lo tanto aspira a cabo con los recursos necesarios para mantener la buena universidades públicas, mientras que desviar una parte enorme despilfarro de estos recursos de las prioridades académicas para mejorar la experiencia de los estudiantes y académicos degradante credenciales a través de la inflación de grado por el mercado. El sistema universitario parcialmente privatizada en los Estados Unidos no es “el mejor de los mejores ‘. En cuanto a la relación calidad-precio, el sistema británico es mucho mejor, y probablemente el mejor del mundo. Willetts deberían seguir el ejemplo del secretario de Salud, se aproveche de un “corte natural en el proceso legislativo”, y volver a la mesa de dibujo.
[*] De 2004 a 2009, el Times Higher Education y Symonds Quacquarelli elaborado conjuntamente el LA-QS World University Rankings. En 2010, la ha adoptado una nueva metodología y publicó su ranking por separado. Mis datos de 2004-10 se ha tomado de la clasificación agregada LA QS-para el período 2004-2009 y la clasificación QS para el año 2010, que fueron compilados todo de acuerdo con la misma metodología. Mis datos para 2010-11 se basa en el LA World University Rankings.

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