Mario Albornoz: Argentina, “En ciencia y tecnología el laberinto de las confusiones”
Marzo 27, 2024

En ciencia y tecnología el laberinto de las confusiones

Sesenta y ocho científicos que recibieron el Premio Nobel firmaron una carta dirigida al Presidente advirtiendo sobre daños irreparables causados a la ciencia argentina. Veintiún laureados en química, veintiséis en medicina, veinte en física y curiosamente sólo uno en economía manifestaban así su profunda preocupación. Observaban que el sistema argentino de ciencia y tecnología se está acercando a un peligroso precipicio y les causaba desaliento considerar las consecuencias que esta situación podría tener, no solamente para el pueblo argentino, sino para todo el mundo.

Publicado en La Nación el 14 de marzo de 2024 bajo el título “La tentación de definir a priori cuál ciencia es beneficiosa y cuál no”

Estas afirmaciones algo tremendistas son prematuras, ya que se formularon apenas a los tres meses de haber asumido el actual gobierno. Parecen ignorar además el doloroso contexto en el que no solamente la ciencia, sino la sociedad argentina en su conjunto está sometida a un fuerte ajuste que deteriora los salarios y conduce a una recesión que se agudiza. Por último, pese a mostrarse tan bien informados, omiten mencionar que muchos de los problemas que señalan no son nuevos, sino que vienen acentuándose desde hace algunos años. Sin embargo, es preciso reconocer que en relación con la ciencia y la tecnología el gobierno actual está cometiendo errores y arbitrariedades más llamativos que los mencionados en la carta. Desde mi punto de vista, es expresiva de un corporativismo de los científicos que trasciende las fronteras, pero más alarmantes me resultaron las expresiones del vocero presidencial cuando reaccionó afirmando que “no se va a financiar la ciencia que no aporta un beneficio directo a la sociedad”. ¿Con qué autoridad epistémica puede un gobierno decidir a priori qué ciencia aporta un beneficio directo a la sociedad?

El Presidente -según el vocero- entiende la importancia de la ciencia y valora los hallazgos que permiten mejoras concretas en la sociedad. De hecho, agregó, se está construyendo un CONICET que pone sus esfuerzos en el desarrollo de la bioeconomía y la inteligencia artificial aplicada a la medicina y no uno que gaste su tiempo en investigaciones de dudosa utilidad. Es normal que una política científica establezca prioridades, pero eso no significa que el gobierno pueda decidir a priori qué ciencia es beneficiosa y cuál no. Los propios científicos tienen mucho que decir al respecto.

Hay dilemas y polémicas que se repiten en la historia de la relación de los gobiernos con la ciencia. Lo curioso es que en este caso los papeles parecen estar trastocados. En la inmediata posguerra, cuando la humanidad tuvo la evidencia del poder (constructivo y destructivo) de la ciencia se produjeron grandes polémicas acerca de los protagonismos y del papel que gobernantes y científicos debían desempeñar. Fueron emblemáticas las opiniones contrapuestas de ilustres investigadores como John Bernal y Michael Polanyi. El primero de ellos, destacado cristalógrafo, formó parte del Partido Comunista de Gran Bretaña y recibió en 1953 el Premio Lenin de la Paz por sus labores internacionalistas. Bernal escribió un gran tratado al que tituló “Historia social de la ciencia” en el que afirmaba que la civilización, tal como hoy la conocemos, sería imposible sin la ciencia. Ésta, afirmaba, puede ser considerada como método, como tradición acumulativa de conocimiento y también como institución. En este último caso, la función de los gobiernos es proporcionar a los científicos los recursos que necesitan para hacer su trabajo, más allá de que su objetivo último sea de orden comercial o militar. En general, afirmaba Bernal, el científico tiene que “vender” su proyecto, demostrando su interés social. Son casi las palabras del vocero Adorni, en el sentido de que sólo se financiará la ciencia que aporte un beneficio directo a la sociedad.

Por su parte, Michael Polanyi era un liberal de pura cepa que, con otros autores, fundó la Sociedad para la libertad de la ciencia. Fue un erudito húngaro y británico que evolucionó desde la química hacia la economía y la filosofía de la ciencia. Escribió un texto muy valorado y polémico al que tituló “La República de la Ciencia”. En dicho texto afirmaba que la búsqueda de la ciencia por iniciativas independientes auto coordinadas asegura la más eficiente organización posible del progreso científico. Enfatizaba además que cualquier autoridad que pretendiera dirigir centralmente el trabajo del científico llevaría el progreso de la ciencia prácticamente a un punto muerto. Afirmaba Polanyi que aquellos políticos que piensan que el público está interesado en la ciencia sólo como una fuente de riqueza y de poder evalúan muy erróneamente la situación. No hay ninguna razón -decía- para suponer que el electorado estaría menos dispuesto a apoyar a la ciencia con el fin de explorar la naturaleza de las cosas y de los procesos sociales.

Lo paradójico de la situación actual, a la luz de la historia a la que he hecho alusión, es que el gobierno parece adherir a los lineamientos de política científica defendidos por el comunista Bernal y rechaza los principios liberales de la república de la ciencia. Hago esta comparación no por mera ironía, dada la importancia que las autoridades asignan a lo ideológico, sino para ejemplificar por qué creo que no han meditado suficiente y adecuadamente acerca de los lineamientos a los que deben ajustar su política de la ciencia. Están bien la bioeconomía y la inteligencia artificial como temas de la agenda, pero ¿qué pasa con la filosofía, la antropología, la historia e incluso la física teórica, así como tantos otros campos en los que no es posible determinar un beneficio directo para la sociedad? ¿Hay que dejarlos de lado?

Los ilustres colegas extranjeros mencionan que la eliminación del Ministerio es uno de los factores que empujan la ciencia argentina hacia el abismo. No lo creo, en el contexto de una reducción general de ministerios, pero sí considero que es un error que la secretaría que lo reemplazó sea fundamentalmente un ámbito de modernización de la administración pública, como bien se observa en la página institucional, que parece ocuparse primordialmente de temas como la firma digital o la plataforma Mi Argentina. Confundir estos temas (sin duda importantes) con ciencia, tecnología e incluso innovación es una muestra sorprendente de desconocimiento de esta materia. Es además un error burocrático, ya que en la práctica, la autoridad política de mayor nivel en lo que se refiere estrictamente a la ciencia y la tecnología en el país tiene el nivel de una subsecretaría. ¿Cuál será su poder de decisión sobre los temas centrales?

En cuanto al CONICET, es brutal que se lo considere simplemente como un nido de ñoquis. Hay investigadores muy valiosos que hacen aportes significativos en muchos campos, no solamente de aplicación económica. Esto debe ser reconocido y alentado. Una sana política debería orientarse a aumentar la autoestima de los investigadores y no a denigrarlos con términos como “ñoquicet”. Pero también es cierto que el modelo seguido en los últimos años hoy está agotado. El modelo dotó de infraestructuras, equipamiento y recursos suficientes a algunos grupos prestigiosos, pero permitió un crecimiento desmedido del CONICET, concentrando en él funciones que podrían ser mejor cubiertas por otros organismos. Como señalé en artículos anteriores, es preciso establecer con claridad que la política de ciencia y tecnología es mucho más que una “política para los investigadores”. Forma parte de una política global capaz de ofrecer al país un rumbo de desarrollo equitativo y sostenible social y ambientalmente. De lo que se trata es de crear las condiciones para que los resultados de las investigaciones, como así también la adaptación de conocimientos generados fuera del país se traduzcan en impulsos a la innovación. Por eso, los protagonistas de las experiencias de creación, difusión, adaptación y aplicación de conocimientos son muy diversos: no solamente los investigadores, sino también los tecnólogos y los empresarios, entre otros. Del mismo modo, las políticas de innovación no sólo dependen del área gubernamental de ciencia y tecnología, sino que en mayor medida corresponden a las políticas económica y productivas.

Por otra parte, los resultados de la ciencia argentina vienen decayendo desde hace varios años. No es solamente un problema de hoy. Un ilustre investigador argentino de la Fundación Instituto Leloir, Luis Quesada Allué, realizó un estudio sobre las publicaciones científicas en la base SCOPUS y como conclusión se refirió al “derrumbe de la ciencia y la tecnología argentina”. Por mi parte no sería tan enfático, pero lo cierto es que usando datos de la misma fuente se observa un rendimiento menguante de la producción científica expresada en publicaciones internacionales de primer nivel. Actualmente, de los cinco países latinoamericanos con mayor producción científica, Argentina es el que publica menos artículos en revistas registradas en bases de datos internacionales. Esto no era así en un pasado relativamente reciente. Es necesario encontrar la explicación adecuada para poder corregir rumbos.

El sistema institucional de la ciencia y la tecnología en Argentina ha logrado éxitos indiscutibles, pero hoy es, en alguna medida, obsoleto. No aprovecha bien los recursos y no se ajusta a los rasgos principales del proceso de creación de conocimiento en esta época de fronteras cognitivas que se abren. Tampoco alienta la investigación interdisciplinaria, que es la herramienta imprescindible para el abordaje de los problemas complejos, como son los que tienen que ver con el ambiente, la salud, la alimentación o la pobreza, entre otros. Pero lo lógico es tratar de mejorarlo, no destruirlo.

Este gobierno tiene la oportunidad de formular una política científica y tecnológica que corrija aquellos aspectos que han frenado el desarrollo creativo de la ciencia argentina. Pero no es cuestión de improvisaciones ni de imposiciones epistemológicas. La gobernanza del sistema científico y tecnológico del país involucra a muchos actores y se requiere legitimidad por parte de cada uno de ellos. De lo contrario, seguiremos perdiendo el tiempo en medio del laberinto de las confusiones (y perdiendo valiosos científicos, de paso).

 

4 comentarios:

  1. Anónimo14 de marzo de 2024, 12:28Responder
  2. Desde mi medio siglo como investigadora del CONICET debo decir que muchas veces pensé por qué renegamos tanto de los orígenes de este organismo que ha marcado rumbos en el campo de C y T (i). Comparto que se pueden corregir rumbos pero sin voltear instituciones en un país como la Argentina que poco defiende su quehacer institucional, sabiendo (o no) que sin él no hay cambio ni crecimiento posible. Una sociedad que hace unos cuantos años vive anestesiada, confundida y resignada dificilmente pueda valorar la ciencia. Tampoco ayuda la invisibilidad que parece acompañar a este asunto en casi todos los ámbitos. No dejo de preguntarme qué responsabilidad tenemos en esta situación los científicos? No tengo la respuesta, pero puedo decir que en las varias intervenciones que sufrió el CONICET, nunca mantuve una actitiud pasiva, sin necesidad de agredir o descalificar a terceros, pero tratando de que se nos escuche, se nos valore como generadores de conocimiento al servicio de la sociedad. En fín…..sólo formulo una reflexión ante una situación que me (y nos) preocupa.
  3. Miguel Á. Quintanilla Fisac14 de marzo de 2024, 13:22Responder
  4. Gracias Mario, por compartir tus reflexiones sobre la política cientifica y tecnológica en estos momentos de incertidumbres y convulsiones politicas.
    Creo que tenemos que hacer un gran esfuerzo para encontrar la forma de conducir la política científica en los nuevos escenarios neo-populistas y ultraconservadores que ni Bernal ni Polanyi , ni Sábato ni Cajal pudieron imaginar
  5. Carina16 de marzo de 2024, 10:18Responder
  6. Además de lo preocupante que resulta la situación per se, inquieta mucho el modo en que el discurso anti-CONICET (por extensión, anti-ciencia) ha calado en la opinión pública. Leyendo los comentarios en los artículos sobre el tema en diarios y redes sociales se percibe un grado de agresividad nunca antes visto. En general, el problema de sociedades con una cultura científica frágil suele ser que las personas se mantienen indiferentes frente a la ciencia, se interesan poco y la valoran menos. En la actualidad no hay indiferencia, sino un desprecio explícito. En pocos meses cristalizó una representación social, a mi juicio, peligrosa y que será muy difícil de afrontar. Áreas como salud o educación todavía pueden invocar (cierto) apoyo social como base de legitimación para su sostén. En el caso de la ciencia, hoy eso es impensable. Si las legislativas de 2025 profundizan el rumbo actual, creo que las consecuencias para el sistema científico-tecnológico serán peores que las que tuvieron las dictaduras y la crisis de 2001.
  7. Elena Castro Martínez17 de marzo de 2024, 12:28
  8. Querido Mario:
    Todo lo que está pasando por allá nos produce profunda tristeza; era de esperar que la ciencia, como la cultura, fueran atacadas, porque el pensamiento crítico molesta a estos personajes.
    Yo espero que se den cuenta de que hay que ser humildes para reconocer que hoy no se sabe qué conocimientos serán relevantes en el futuro y eso implica destinar una parte de los recursos a la investigación no dirigida.
    ¿Crees que hace 30 años se hubiera apostado por la lingüística?
    En España tuvimos hace poco un desastre natural y gracias a los vulcanólogos se enfocaron correctamente las acciones. ¿La vulcanología hubiera sido elegida o apartada?
    Por no citar la filosofía y las ciencias sociales, que nos permiten comprendernos como personas y como sociedad.
    Todo está ya argumentado hace mucho tiempo, el problema es si, quienes tienen el poder, leen ……
    Un abrazo muy grande, Elena

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