La empresa consciente, Javier Martínez Aldanondo
Septiembre 8, 2020

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N°173 LA EMPRESA CONSCIENTE

“Una vida vivida sin REFLEXIÓN no vale la pena” (Sócrates). 

Esta debía ser la segunda parte de la columna “No quiero que mis hijos vuelvan al colegio”. Podría justificarme diciendo que no pude escribirla porque no me dio tiempo. Pero  claro que pude, tuve más de 1 mes para hacerlo pero la verdad es que les di prioridad a otras cosas. Nuestra excusa favorita para todo es “no tengo tiempo”. Y el culpable de la falta de tiempo (un culpable perfecto que no se puede defender) es la velocidad. El argumento que se repite como un mantra es que vivimos cada vez más rápido. Yo lo veo de otra forma, creo que queremos hacer cada vez mas cosas en las mismas 24 horas y para poder llegar  a todo, tenemos que correr. Los médicos alertan que cada vez dormimos menos. Nos resulta inconcebible no hacer nada, estamos siempre conectados. La sobredosis de actividad conduce al cansancio y al estrés, después llega el agotamiento y finalmente la enfermedad… Si los adultos vivimos en era de la inmediatez, lo lógico es que eso mismo se lo transmitamos a nuestros hijos.

Aunque parezca un contrasentido, cuanto más rápido van las cosas, más importante es desacelerar, tomarse tiempo para pensar. Aquel sabio dicho de “vísteme despacio que tengo prisa”. La velocidad es enemiga de la reflexión. Reflexionar implica “volver a mirar”, es decir, revisar si lo que he hecho me sirvió para lograr el fin por el que lo hice o no, y poder aprender para la próxima vez. Si me dejo llevar por la urgencia, la tentación es acelerar y es entonces cuando estoy perdido porque no tengo margen para reaccionar, no puedo anticipar ni menos planificar. Cuando corres, no tienes posibilidad de pensar. La principal falencia que existe en las organizaciones y en la sociedad actual es la escasa importancia que le otorgamos a la reflexión. Si tienes mucha prisa por llegar al siguiente lugar, cualquier parada te resulta un estorbo. Cuando caminas, siempre tienes opciones de fijarte en el entorno, de observar la realidad. Cuando vas en bicicleta también puedes notar lo que te rodea pero empiezas a perderte detalles. Cuando vas en coche, el paisaje se difumina y ya no es tan nítido, cuando vas en tren de alta velocidad se va convirtiendo en una mancha borrosa y cuando vas en avión, ni siquiera lo ves. La reflexión es la digestión de la mente. Es verdad, reflexionar es incómodo porque requiere invertir energía y puede que los resultados no sean de tu agrado. Pero si no cuentas con espacios para reflexionar, no puedes hacer consciente el aprendizaje. Cada vez que en una conferencia pregunto “¿qué aprendiste el año pasado?”, la mayoría de los asistentes me miran con estupor. Que no puedas responder esa simple pregunta sobre tu propia vida no significa que no hayas aprendido pero indica que si no eres consciente, no puedes tomar decisiones al respecto ni gestionarlo adecuadamente.

¿Qué es ser consciente? Es darse cuenta de lo que te pasa y del entorno que te rodea porque no estás solo. Es focalizarse en el ahora, en el presente, no en el ayer, ni en dentro de un rato o mañana. Para eso, tan solo hay que prestar atención: observar, preguntar y escuchar más y hablar menos. Una acción al alcance de todos ya que no requiere dinero, tecnología o metodología ni desde luego una genética privilegiada. Si algo nos ha ofrecido la pandemia son oportunidades para reflexionar, otra cosa es que las hayamos aprovechado: pensar sobre lo que hemos hecho, sobre lo que estamos haciendo, hacia donde queremos ir, cuál es nuestro propósito. Las neuronas han vuelto a triunfar porque son los los átomos los que están confinados y sometidos a distanciamiento social mientras los intangibles nos han mantenido vivos. El covid nos ha demostrado que se puede vivir con menos (de hecho ya tenemos menos y vamos a vivir con menos) y por tanto debiésemos definir cuales serán las prioridades y planificar lo que queremos hacer para el futuro. Tal vez no volvamos a tener otra oportunidad similar para reflexionar masivamente. Lo sensato sería no tener que llegar a que una circunstancia dramática nos obligue sino adoptarlo como una práctica permanente. No es casualidad que cada vez surjan más partidarios de prácticas como mindfulness o meditación que abogan por pisar el freno, darse tiempo para la reflexión con atención plena en el presente con el objetivo de ser más conscientes. El axioma es simple: Si la incertidumbre y la falta de tiempo impiden anticipar “lo que viene en la siguiente curva”, entonces es crítico reflexionar “después de la curva” para aprender y estar mejor preparados. Y me refiero, tanto a la reflexión individual como a la reflexión grupal para la puesta en común, el análisis colectivo, la revisión de distintas opiniones y experiencias. El aprendizaje es una habilidad pero el aprendizaje en equipo es una disciplina. El inminente proceso de automatización puede terminar siendo nuestra tabla de salvación si somos capaces de dejar la ejecución en manos de las máquinas y reservarnos las tareas relacionadas con pensar, crear y aprender para los humanos.

Si tengo 8 horas para cortar un árbol dedicaré 6 a afilar el hacha” (Abraham Lincoln)

¿Y qué ocurre en el caso de las empresas? Llevo muchas columnas insistiendo en la misma tesis: las empresas fueron diseñadas para ejecutar y no para aprender, innovar o cuidar el medio ambiente. Su propósito fundamental es la rentabilidad y para ello priorizan ser eficientes. Si tomamos como ejemplo el ciclo de mejora de Deming PDCA (Planificar, Ejecutar, Evaluar, Aprender) comprobamos que el 80% del tiempo en la empresa se dedica a Ejecutar, algo a Planificar, muy poco a Evaluar y casi nada a Aprender. Cuando escribí “sin emoción no hay aprendizaje” me referí al neurocientífico Paul MacLean y su teoría de los 3 cerebros: el cerebro reptiliano (el más primitivo que controla la supervivencia), el límbico (que controla las emociones) y el cortex (que controla las funciones cognitivas). Las empresas tienen muy desarrollado el cerebro reptiliano capaz de ejecutar en automático. No digo que ejecutar no exija reflexión sino que una vez se invierte tiempo en el análisis previo, se crean sistemas y procesos cuyo objetivo es no malgastar energía, tiempo ni posibles errores sino asegurar que la ejecución ocurre casi sin pensar. Pero en tiempos de transformación, una empresa se suicida si no es capaz de aprender al mismo tiempo que ejecuta. Por eso, de los 3 hábitos para gestionar el conocimiento, el primero de ellos es la reflexión. Si no piensas, no te puedes dar cuenta de lo que haces bien (para repetirlo) o mal (para corregirlo). Solo la práctica reflexiva transforma el aprendizaje en conocimiento reutilizable. Todas las organizaciones están obligadas a desarrollar los otros 2 cerebros: por un lado el cerebro límbico o emocional, lo que explica los esfuerzos que se vienen haciendo en ámbitos como el engagement (compromiso) de los empleados, la felicidad, las empresas con sentido o iniciativas como great place to work. Pero el principal desafío es desarrollar el cerebro más sofisticado, el neocortex que es el responsable de que las empresas sean capaces de aprender e innovar, es decir, de sobrevivir. Para adaptarse a un mundo que cambia de forma imprevisible, todas las organizaciones tienen que equilibrar su capacidad de ejecutar (producir y entregar su producto o servicio a sus clientes) con la capacidad de aprender de la ejecución para mejorar. Si hasta Mckinsey reconoce que aprender es la habilidad más importante, es que la cosa va en serio…

Una empresa es consciente cuando reflexiona de forma sistemática. Quiero destacar las 2 principales conductas que indican cuando estamos ante una organización consciente:

  1. Curiosidad: la curiosidad es el interés por aprender. Este interés requiere observar la realidad y detectar discrepancias y eso solo es posible cuando te haces preguntas, algo que está en la base del pensamiento creativo. Preguntarse por qué las cosas son como son y por qué no podrían ser de otra manera demuestra capacidad de salir de uno mismo y preocuparse de los demás. Implica humildad para reconocer ignorancia. Y desde luego, no tener miedo a quedar en evidencia ante los demás. Vivimos una época peligrosa para ser curioso porque se trata de una aventura que no termina nunca. No hay descanso para los indagadores: hay mas cosas que aprender, conocer e investigar que tiempo disponible así que no queda más remedio que priorizar y perdonarse por todo lo que dejamos de lado. Los seres humanos somos curiosos por naturaleza pero el sistema educativo domestica ese instinto y para cuando llegamos a las organizaciones, mostramos poca inclinación a desafiar lo que ya está establecido. Mientras eduquemos para que repitas lo que han dicho y hecho otros y lo asumas sin examinarlo críticamente, será muy difícil que seas creativo. Una empresa que fomenta la curiosidad, demuestra confianza en sus colaboradores. Una empresa que no deja espacio para discrepar y experimentar y que castiga los fallos lo que hace es castrar la curiosidad y arruinar de paso su porvenir. Trabajar para el éxito nos ha lleva a tener pánico a los errores.
  2. Generosidad: la generosidad es el interés por compartir conocimiento. Colaborar exige mostrar empatía. Como te importan los demás, pones a su disposición lo más valioso que tienes, lo que sabes, como un bien común. Los generosos conectan con los curiosos para crear un resultado enriquecido. Aunque el cerebro sigue siendo el principal misterio de la ciencia, vivimos gracias a que nuestras neuronas no compiten entre si sino que colaboran estableciendo conexiones. El cerebro funciona como todo y no como una suma de regiones separadas. La generosidad lucha a brazo partido contra la competencia donde cada uno trata de conseguir el máximo provecho personal. Aunque ganes, te engañas a ti mismo porque si bien obtienes beneficios en el corto plazo, a la larga terminas perdiendo. La pandemia (o la desigualdad, o el medio ambiente) demuestran que no basta con que a algunos les vaya bien porque si a otros les va mal, no se van a conformar. Colaborar implica transitar de lo mio a lo nuestro. El reto es mantener la individualidad dentro de la colectividad. Conectados somos más pero es importante no perder tu criterio, tu pensamiento, tus preferencias, tus sentimientos, tus ideas. El equilibrio consiste en que el plural no anule al singular, en no caer prisionero del yo pero tampoco desdibujarme en el nosotros. Soy parte de un todo pero conservo mi esencia.

La curiosidad y la generosidad dependen de cada persona ¿Cómo hacer que quieran aprender y compartir? ¿Cuándo se dan espontáneamente esas conductas? Cuando soy consciente de que compartimos un propósito común, me importa el objetivo que tenemos y por tanto estoy dispuesto a contribuir con mi conocimiento y mi determinación. Por eso, la principal misión de los liderazgos no es conectar a muchos YOs sino construir un NOSOTROS fruto del entendimiento compartido, de un modelo mental común.

En la columna sobre emociones y aprendizaje me referí también al libro “Pensar rápido, pensar despacio” donde el psicólogo y premio nobel Daniel Kahneman explica que aunque se cree que la mente humana es racional para tomar decisiones, en realidad operan 2 sistemas: el sistema 1, automático e intuitivo que funciona sin apenas control y el sistema 2, lento, lógico y que exige concentración. Dado que las personas y las empresas estamos convencidos de que no tenemos tiempo y reflexionar lo consume en grandes cantidades, usamos habitualmente el sistema 1. Sin embargo, al reflexionar, somos conscientes de que es posible cuestionar paradigmas intocables, por ejemplo: desarrollar una vacuna exige 5 años, no es posible teletrabajar, no se puede hacer ejercicio físico en casa

En pandemia, compartir átomos es arriesgado mientras compartir intangibles además de ser seguro, es el único camino. Una persona, una empresa o un país no pueden avanzar hacia el futuro sin ser conscientes del presente y de su pasado. ¿Qué nos demuestran los rebrotes en España? Que nos cuesta mucho trabajo aprender porque no somos conscientes. Carecemos de cultura de aprendizaje que nos permita dedicar tiempo y neuronas a reflexionar sobre lo que nos pasa, por qué nos pasa y qué cambiamos para mejorar. Aprender obliga a ser flexible ¿Alguien cree que ante el coronavirus se puede decir: “he decidido que no voy a cambiar y seguiré igual que antes”? Todo se puede cambiar. Independientemente de cómo hayas nacido, si puedes moldear tu cuerpo con entrenamiento, puedes hacer lo mismo con tu mente, con tu personalidad, puedes rediseñar tu empresa o transformar el modelo económico. Se necesita trabajo y dedicación pero lo primero y fundamental es tomar la decisión. La aviadora Amelia Earhart decía “Lo más difícil es la decisión de actuar, el resto no es más que tenacidad”. El primer paso es ser consciente. Para desacelerar podemos empezar dedicando 5 minutos al final de cada día a reflexionar cómo nos fue durante la jornada y qué aprendimos. Nada muy complicado.

El 23 de septiembre participaremos en el CenturyLink Forum 2020 LATAM organizado por Century Link para hablar sobre «Aprender del futuro».

El 15 de octubre participaremos en las Jornadas de Innovación y Cultura que organiza Karraskan con la conferencia «Transferencia de conocimiento».

El 27 de octubre a las 12 AM hora de Chile, impartiremos la conferencia Desarrollar una cultura de aprendizaje en el marco del Annual HR Conference organizado por Seminarium.

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