Polémica: ¿ Reconocer el esfuerzo, un acto de justicia?
Enero 13, 2019

Captura de pantalla 2014-06-29 a la(s) 12.37.36Reconocer el esfuerzo, un acto de justicia

Raúl Figueroa, Subsecretario de Educación, Opinión, 12 de enero 2019

En 2018 se implementó el Sistema de Admisión Escolar en todas las regiones del país, con excepción de la Metropolitana. El resultado del proceso, que implicó la postulación de más de 290 mil niños y jóvenes, dejó en evidencia la insuficiencia de algunos criterios de priorización contemplados en la ley y revivió cuestionamientos que no se zanjaron debidamente en el debate legislativo que le dio origen. Corresponde a un sano ejercicio democrático volver a plantearlos y acordar una solución.

El principal de ellos se relaciona con el reconocimiento del mérito académico como criterio de selección en la enseñanza media. Lo que fue anticipado por muchos en el debate legislativo de 2015, se confirmó con la implementación del sistema y la frustración de cientos de familias que no encontraron en el sistema de admisión una respuesta a años de esfuerzo.

El proyecto de ley anunciado por el Presidente Piñera esta semana aborda varios aspectos, que buscan compatibilizar el sistema de admisión escolar con la importancia de resguardar la diversidad de proyectos educativos y, por esa vía, ampliar las posibilidades de elección de las familias. Uno de sus ejes principales apunta a promover el esfuerzo y busca, precisamente, hacer justicia frente a una aspiración legítima de familias que ven en el mérito académico el principal camino para acceder a mejores oportunidades.

Nuestro sistema educacional destaca por su diversidad de proyectos educativos, entre los cuales se encuentran aquellos que tienen un particular foco en el alto rendimiento académico. Lo que se busca con esta iniciativa es permitir que estos establecimientos educacionales, en la medida que cumplan con ciertos requisitos, como encontrarse en la categoría de alto desempeño según la Agencia de Calidad de la Educación, puedan aplicar procedimientos propios de admisión que consideren el mérito, de acuerdo a criterios objetivos, a partir de séptimo básico.

Reivindicar el esfuerzo, la perseverancia y el trabajo en el sistema educativo es de toda justicia. El proyecto presentado busca reconocer a esos jóvenes y sus familias, el derecho a que su esfuerzo y no el azar determine el acceso a un tipo de establecimiento que se caracterice por potenciar esas virtudes.

Lo anterior no se contrapone en ningún caso con el trabajo permanente que realiza el Ministerio de Educación por mejorar la calidad de todos los establecimientos del sistema educativo, lo que representa uno de los pilares del programa educacional del Presidente Piñera, y se ha visto reflejado en las iniciativas impulsadas en el primer año de gobierno, tales como Leo Primero, Todos al Aula, Plan de Apoyo a escuelas insuficientes, entre otras.

El proyecto de ley combina, además, el reconocimiento al mérito académico con necesarios criterios de inclusión. Hay quienes han intentado, equivocadamente, instalar que esta medida podría ir en desmedro de los más vulnerables, obviando el hecho que la propuesta obliga a que al menos un 30% de las vacantes se reserven para alumnos prioritarios, que pertenecen al 40% de menores ingresos del país.

La conjugación de estos factores -mérito académico, colegios de alta exigencia e inclusión- ha demostrado generar un círculo virtuoso de movilidad social, que ha permitido a miles de jóvenes acceder a las oportunidades que la educación superior ofrece. Las modificaciones propuestas buscan generar las condiciones para que estos factores se repliquen.

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Captura de pantalla 2016-09-25 a las 12.18.47 p.m.Meritocracia y educación

Señor Director:

Me gustaría partir esta carta citando al filósofo norteamericano John Rawls. En su libro “A Theory of Justice” sostuvo lo siguiente: “La voluntad para hacer un esfuerzo, para intentarlo, y por tanto ser merecedor del éxito en el sentido ordinario, depende de la felicidad de la familia y de las circunstancias sociales”.

Ambas condiciones son claramente inmerecidas, es decir, nadie puede atribuirse mérito alguno porque tuvo la suerte de nacer en una familia que lo apoyara y motivara para alcanzar sus metas, ni menos atribuirse mérito por haberse educado en un colegio que le ofreció las herramientas para llevar adelante de manera exitosa su vida. Asimismo, algo de insensatez habría en atribuirse mérito alguno por el nivel de inteligencia que la naturaleza le ha dado. Sumadas estas condiciones, y salvo que uno se sienta como Mr. Bounderby de la novela “Hard Times”, es decir, un orgulloso self-made man, es difícil pensar que nuestros logros son atribuibles exclusivamente a nuestro esfuerzo.

Más que una tesis empírica, dicha afirmación es parte de una ideología en la que el éxito individual descansa en el esfuerzo individual, y este último es algo que parece depender exclusivamente de nuestro empeño. Lo peor de esta tesis es que se presenta como un principio de justicia social para distribuir posiciones sociales. Así, los que más se esfuerzan deberían poder ocupar las posiciones sociales más apetecidas. Pero como en la novela de Michael Young “The Rise of the Meritocracy”, escrita en 1958, el resultado de una sociedad meritocrática no es una mayor justicia social, sino una sociedad con enormes desigualdades en la que su única justificación proviene de la necesidad de generar incentivos y garantizar la eficiencia en la productividad laboral; una sociedad en la que no se eliminan los privilegios heredados, puesto que los más talentosos, una vez en el poder, se aseguran de que sus descendientes continúen perteneciendo a las élites a través de sistemas de herencia pecuniaria, educacional y genética. No por nada cuando Bourdieu trató estos temas subtituló su libro “La elección de los elegidos”.

DR. PABLO AGUAYO WESTWOOD

Profesor de Filosofía Moral, Facultad de Derecho, Universidad de Chile

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“Presentar como justa y meritocrática la selección escolar que atiende al rendimiento y a la familia de origen —como acaba de hacerlo el Presidente— es algo que Platón, hace cosa de 25 siglos, llamó una mentira”.

La discusión de esta semana en torno a la selección en los colegios —si usted debe o no considerar el desempeño previo de los niños a la hora de asignar cupos escolares— vuelve a plantear un antiquísimo problema: el del mérito.

¿Qué se entiende por mérito?

Se dice que alguien es meritorio cuando lo que tiene se debe a su esfuerzo, a que su desempeño fue relativamente mejor que el de otros. El mérito está relacionado con el esfuerzo voluntario de las personas. Pero si alguien obtiene un recurso escaso gracias a factores naturales, como un talento excepcional, no se dice que sea meritorio, sino que se le llama simplemente talentoso. Y si alguien obtiene una mejor posición no gracias a su esfuerzo ni su talento, sino gracias a marcadores culturales como la pertenencia familiar, no se dice que se trate de alguien meritorio o talentoso, sino de alguien simplemente afortunado (en términos de Pierre Bourdieu, un heredero).

Quien transpira y obtiene es meritorio; quien respira para lograrlo, talentoso; quien recibe, heredero.

Ahora bien, el Gobierno ha dicho que una admisión justa debe tener en cuenta el mérito y acto seguido ha declarado que debiera admitirse, incluso, una previa entrevista familiar.

Salta a la vista el error intelectual en el que incurre.

Una selección por mérito no debe contabilizar la pertenencia familiar (salvo que alguien crea la tontera de que el lugar donde cada uno nació se debe al propio esfuerzo). Si la familia pesa en la selección, entonces ya no se trata de mérito sino de lo que, siguiendo a Bourdieu, podría llamarse herencia. Y si eso es así (si la pertenencia familiar no debe contar a la hora del mérito), entonces tampoco cabría tener en cuenta el rendimiento asociado a la pertenencia familiar. Si usted sabe que el diferente rendimiento en pruebas estandarizadas refleja diferencias de clase, entonces tenerlo en cuenta tampoco equivale a tener en cuenta el mérito. Ya en 1793, Kant había observado que si se trataba de asegurar que cada persona llegara tan lejos como le permitiera su talento y su aplicación, entonces debía ser ciega a la herencia (los ignorantes, por supuesto, acusarían a Kant de resentimiento).

Así y aunque no se atreva a confesarlo, el esfuerzo del Gobierno no es promover el mérito, sino que persigue tolerar la prerrogativa hereditaria.

El Ejecutivo piensa que las familias tienen derecho a transmitir ventajas a sus hijos y que el capital social, las redes y las relaciones deben tener un peso relevante a la hora de asignar cargos o posiciones incluso en el Estado. Para probar que esta es la verdadera convicción gubernamental bastaría recordar el caso de Fernanda Bachelet o el de Pablo Piñera, a quien se intentó nombrar embajador. En ambos casos se trataría de personas eficientes (y es seguro que solo por respetar su timidez el Presidente no los hizo competir); pero no es correcto decir que aplicó un principio meritocrático en sus frustrados nombramientos.

La meritocracia en las manos y en el discurso gubernamental (lo prueba la reforma escolar que se promueve y los nombramientos recién citados) no es de veras; es simplemente lo que Platón, en el siglo V A.C. llamó una mentira noble (República, 414, bc; sobre la voluntad de mentir puede verse Hipias menor).

Es necesario, dice allí Platón, convencer a los ciudadanos de que los dioses hicieron a algunos de oro, a otros de plata y a otros de bronce. Los primeros gobiernan, los segundos administran y los terceros labran la tierra. Y es necesario, continúa, que a cada uno “prodiguen la educación que corresponde”. Luego hay que decir —y esta es la mentira que ha de esparcirse para que la ciudad sea gobernada— que la educación que cada uno recibe solo expresa el metal de que cada uno estaba hecho.

Cuando en medio de este debate se sugiere, contra toda evidencia, que permitir la selección en cierto nivel y considerar la pertenencia familiar, es una forma justa de considerar el mérito; cuando los exitosos se valen de su éxito para sostener que él acredita su esfuerzo; cuando se encubre el origen de las posiciones sociales y se las disfraza con transpiración, no se está más que reiterando una y otra vez esa mentira noble que, hace ya cosa de 25 siglos, Platón recibió de la cultura fenicia y transmitió al relatar una conversación entre Sócrates y Glaucón.

Es, desde luego, poco probable que el Presidente Piñera haya leído durante sus insomnios el texto platónico, pero no cabe duda, a juzgar por la reciente iniciativa y por los tropiezos que ha experimentado con sus nombramientos, que él cree a pie juntillas en esa mentira noble, y si no cree en ella parece estar, de todas formas, dispuesto a divulgarla.

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 Captura de pantalla 2016-09-25 a las 12.18.47 p.m.Carta, 12 de noviembre de 2019

La educación no es un premio

Señor Director:

Respecto del proyecto de reforma al Sistema de Admisión Escolar (SAE) que el Gobierno presentó con el argumento de hacerlo “más justo”, queremos señalar:

Sobre reponer el mérito como criterio de selección, es importante indicar que los resultados académicos están más relacionados con las características socioeconómicas de los estudiantes que con cualquier otro atributo de una escuela, y por ello tienen que ver más con su familia que con el “esfuerzo”. Es engañoso, además, equiparar mérito con rendimiento académico. ¿Los niños que vencen las barreras que les impone la vulnerabilidad y no logran buenos resultados no tienen mérito?

Como país debemos ser más responsables y fundamentar los cambios en evidencia: ¿se justifica una reforma pensando en el caso a caso y no en el más de 80% de estudiantes que hoy quedan admitidos en el colegio de su preferencia? Los anuncios respecto de reponer porcentajes de selección por rendimiento, discrecionalidad de las escuelas y vulnerabilidad representan un serio retroceso en términos de inclusión.

Volver a la selección académica es renunciar a una verdadera educación de calidad y a la construcción de un país más justo, pues la evidencia muestra que esta medida no se traduce en mejor educación y además aumenta la segregación, en la que ya somos uno de los países más destacados en el mundo.

La evaluación y mejora permanente de las políticas es fundamental para su calidad y es esperable hacer ajustes al SAE considerando los desafíos que ha mostrado su implementación, como por ejemplo dar prioridad a aquellos niños que sin ser hermanos, viven en el mismo hogar. Pero los cambios no deben ir en contra del sentido principal del sistema: avanzar a un modelo educativo menos segregado y más inclusivo.

Nuestros cuestionamientos al proyecto de ley no tienen como propósito desestimar el esfuerzo de estudiantes y sus familias. Este se puede reconocer y premiar de muchas formas, pero en un país altamente segmentado como Chile, no es más justo dar preferencias a quienes previamente han tenido la posibilidad de aprender más. La educación no es un premio, es un derecho de todas y todos los niños.

ALEJANDRA ARRATIA; ANDRÉS BERNASCONI; GONZALO MUÑOZ; ERNESTO TREVIÑO;

ANDREA REPETTO; FRANCISCO JAVIER GIL; JUAN PABLO VALENZUELA; JAIME RETAMAL;

ABRAHAM MAGENDZO; NEVA MILICIC; ISIDORA MENA; ALEJANDRA FALABELLA;

JORGE MANZI;  XAVIER VANNI; JUAN E. GARCÍA-HUIDOBRO; CLAUDIA LAGOS;

JACQUELINE GYSLING; SOFÍA BARAHONA; PATRICIO MEDINA; MARCELO CORREA

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