Carlos Peña: Sobre maestros, estudiantes e instituciones
Junio 16, 2014

Desalojo del Instituto Nacional

“La situación del Instituto Nacional, que acaba de ser desalojado este viernes, es un resumen de los problemas espirituales que aquejan a la educación en su conjunto, a las escuelas y a las universidades…”

Carlos Peña, El mercurio, 15 junio 2013

El Instituto Nacional acaba este viernes de ser desalojado. ¿Cuál es el significado de los problemas que experimenta?

Las dificultades de ese instituto son dignas de análisis porque, descontado el prestigio de que goza, muestran, como en un ejemplo, buena parte del grave problema que aqueja hoy a las instituciones educativas: el deterioro de las únicas condiciones que las hacen posibles.

La educación posee tres condiciones que, por múltiples razones, hoy día parecen estar deterioradas o en vías de languidecer. Y es urgente recuperarlas y reverdecerlas.

La primera de ellas es una cierta asimetría entre quienes la integran. Sea que se trate de una escuela o de una universidad. La comunidad de profesores y de estudiantes de que habla en las Siete Partidas Alfonso Décimo, el Sabio, no es una comunidad igualitaria en el sentido de que todos sus miembros posean la misma situación vital. Cosa distinta, los integrantes de las comunidades educativas -y esto vale lo mismo para una universidad que para una escuela- poseen diverso destino. Mientras la mayoría de los estudiantes, como solía recordar Jorge Millas, son aves de paso, miembros transeúntes de la institución, personas que apenas obtengan su certificado la abandonarán, otros de sus miembros, la mayoría de sus profesores, encuentran en la institución el lugar, el único lugar, apto para desarrollar su vocación y su trayectoria vital. En otras palabras, entre los miembros de la institución educativa hay algunos que la habitan como una parte episódica de su vida y otros para los cuales la experiencia de estar en ella es casi coincidente con su trayectoria vital. De ser así las cosas, ¿por qué tratar entonces a esas personas como si fueran equivalentes, como si su voluntad fuera en todo igual?

Pero a esa asimetría respecto de la trayectoria vital, se suma todavía otra atingente a la misma situación educativa.

En el diálogo Menón , Platón expone lo que podría llamarse la paradoja de la educación. Los textos, sugiere, solo se entienden cuando se aprende lo que ellos enseñan, pero, a la vez, solo se aprende lo que ellos enseñan cuando se los entiende de manera correcta ¿Cómo salir de ese círculo vicioso? La única manera de romper ese círculo aparentemente sin salida es reconocer la necesidad que tiene la tarea educativa de contar con la autoridad de un maestro. Esto es algo en lo que insisten desde San Agustín a Kant. Este último llegó a decir que el hombre es un animal que necesita un maestro. Por eso la educación requiere una cierta confianza obediente, por llamarla así, en el maestro, en el profesor. Y esa confianza obediente no es servilismo intelectual, sino al contrario: sin ella nunca se adquiere la verdadera independencia de pensar por sí mismo. Para pensar de manera independiente -lo dice Kant, quien acuñó el lema de la modernidad: atrévete a pensar por ti mismo- es indispensable tener la experiencia de contar con un maestro. Y esto es desgraciadamente lo que hoy día falta. Cuando los estudiantes quieren incidir en todos los aspectos de su propia formación -desde el contenido de lo que habrían de aprender hasta la secuencia en que lo recibirán o la forma de evaluarlo- están desconociendo esa condición que subyace a la experiencia educativa.

Y, en fin, está todavía la disciplina.

La disciplina en la tarea educativa no es algo que le viene de fuera, sino de dentro, algo que debe surgir espontáneamente de sus partícipes. Como la terapia psicológica o psicoanalítica, la relación educativa es, por esencia, voluntaria. No es posible enseñar si quienes son los destinatarios de la educación no se disponen voluntariamente a aprender. Para aprender y para educarse es indispensable cierta disposición autónoma a la disciplina. Sin esa disciplina autónoma, la educación no es simplemente posible.

Esas tres condiciones de posibilidad de la educación -reconocer la asimetría entre la trayectoria vital de estudiantes y profesores; aceptar la necesidad de un maestro, y recordar que la educación requiere la disciplina voluntaria de los estudiantes- son las que están fallando en Chile y cuya muestra más elocuente es la situación por la que atraviesa hoy día el Instituto Nacional.

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