Reacciones apocalípticas
Agosto 8, 2010

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Columna publicada en el diario El Mercurio, sección Educación, domingo 8 agosto 2010.
Reacciones apocalípticas
En medio de tan distorsionadas lecturas, el debate público pierde de vista el panorama educacional de conjunto que emerge de la Casen. Es evidente, por lo mismo, que nuestra fuerza de trabajo está ahora mejor preparada que ayer, cualesquiera sean sus limitaciones. Asimismo, es absurdo sostener que debido a la insatisfactoria calidad de la educación chilena, su escolarización carecería de todo valor.
José Joaquín Brunner
Los datos educacionales provistos por la encuesta Casen-2009, y el debate en torno de ellos, han dado lugar a reacciones truculentas. Es decir, que asustan por su exagerado dramatismo. Una vez más se anuncia que la nación se encuentra en riesgo de desaparecer bajo un alud de mala educación, ignorancia, barbarie o estrangulada por la carencia de capital humano. Muchos han competido por alcanzar la cima de la exageración.
En otro contexto, Umberto Eco calificó estas reacciones como propias de quienes llamó ‘apocalípticos’; personas que a su alrededor no ven sino decadencia, estropicio y ruinas: la tierra baldía de T.S. Eliot. Varios factores explican esta actitud.
En primer lugar, una falta de perspectiva histórica. Allí donde la Casen muestra que la población chilena mayor de 18 años alcanzó 10.4 años de escolarización promedio en 2009, los apocalípticos dicen: “apenas 1,4 años más que en 1990”. Sin embargo, puesta en perspectiva, esta cifra revela que nuestro capital humano más que se duplicó entre 1950 y ahora. Enseguida, falta también una visión comparativa. Efectivamente, el promedio de escolarización se sitúa hoy en Chile casi 3 años por encima del promedio latinoamericano y se halla a menos de un año del nivel que exhiben los países más desarrollados.
También conceptualmente falla la reacción apocalíptica. No se ha percatado de que existe una asociación positiva entre capital humano (medido por años de escolarización) y disponibilidad de destrezas cognitivas en la población adulta. Es evidente, por lo mismo, que nuestra fuerza de trabajo está ahora mejor preparada que ayer, cualesquiera sean sus limitaciones. Asimismo, es absurdo sostener que debido a la insatisfactoria calidad de la educación chilena, su escolarización carecería de todo valor. ¡Típicas exageraciones de apocalípticos!
Tampoco han interpretado correctamente las brechas de participación en la educación terciaria que existen entre jóvenes de diferentes grupos socioeconómicos. Como si fuese una novedad, han descubierto que en la actualidad los jóvenes del decil más rico participan en una proporción 3,7 veces superior a los del decil de menores recursos. Ignoran que no hace mucho tiempo, en 1990, este índice era de 10,6; esto es, casi tres veces mayor. ¡He ahí la novedad!
Y así suma y sigue. En medio de tan distorsionadas lecturas, el debate público pierde de vista el panorama educacional de conjunto que emerge de la Casen e ignora las tendencias más duraderas que están transformando nuestra sociedad. Éstas muestran que existe una positiva acumulación de capital humano entre mujeres y hombres; una fuerza laboral que en su mayoría ostenta hoy educación secundaria y terciaria; una creciente igualdad (por cierto no completa aún) en la tasa de graduación de la educación secundaria; y un fuerte incremento de la participación de jóvenes y adultos jóvenes pertenecientes a los estratos de menores recursos en la enseñanza terciaria. De hecho, los tres primeros deciles, que hasta 1990 tenían una presencia ínfima, hoy muestran niveles de participación que fluctúan entre 20% y 25%, un logro notable si se piensa que hasta hace poco el acceso a los estudios superiores estaba reservado, como privilegio de cuna, a los herederos del capital económico, social y cultural.
Ahora corresponde a las instituciones de nivel terciario que acogen a estos jóvenes ponerse a la altura de este desafío formativo y actualizar sus currículos, revisar la duración de sus programas, dar apoyo remedial a los jóvenes que lo necesitan, entrenar a sus docentes para atender académicamente a este nuevo tipo de estudiantado, renovar sus métodos pedagógicos y, de esta forma, reducir la elevada deserción que, de continuar, frustraría este importante avance.

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