Bolonia: España rezagada
Abril 25, 2009

elpais.gif Arrecia de nuevo el debate sobre el Proceso de Bolonia y sus avances en España, como refleja la selección de artículos que a continuación se transcriben, aparecidos en el diario El País los días 23 y 24 de abril 2009, además de un par de columnas de opinión (críticas al proceso) de Ignacio Sotelo y de Fernando Savater, al final.
La UE alerta a España del retraso en aplicar Bolonia
Sorpresa por la reacción estudiantil al plan universitario
RICARDO M. DE RITUERTO – Bruselas – 23/04/2009
El Pais.com, 23 abril 2009
La Comisión Europea certifica que España va retrasada en la puesta en práctica de las reformas que exige el proceso de Bolonia, la armonización de las universidades en la UE para facilitar la movilidad. Y Bruselas se sorprende de que el proceso se lleve a cabo en medio de agitadas protestas estudiantiles.
“La palabra ‘Bolonia’ es incendiaria en España y hay que ver por qué, porque sobre la cuestión de fondo, los universitarios españoles no muestran desacuerdo con la opinión de los restantes europeos, que apoyan la reforma del sistema de educación superior”, decía ayer una fuente de la Comisión Europea, después de que el comisario de Educación, Jan Figel, reconociera que en España “existe un malentendido sobre lo que significa el proceso de Bolonia”. Por ejemplo, subrayó, la financiación, que es una decisión de cada Gobierno. “Bolonia no trata sobre precios de los estudios”, indica el comisario.
Estadísticas en mano, los estudiantes españoles reaccionan como los demás ante asuntos como la necesidad de adaptar los estudios a las necesidades del mercado (85% de apoyo frente al 90% de media comunitaria) o a la conveniencia de que haya rankings de universidades (78% frente al 75% global). Pero lo que no hace el Eurobarómetro es citar la palabra Bolonia.
El proceso de Bolonia es una idea puesta en marcha voluntariamente en 1999 por los Estados para crear una formación universitaria de calidad y homologable en toda la Unión, un plan al que ya se han sumado 46 países. El proceso va con retraso, y por ello se ha abandonado el objetivo de tenerlo plenamente funcionado en 2010. En el heterogéneo pelotón de los Veintisiete, encabezado por los nórdicos, España va rezagada. Figel señaló que cada país ha seguido un ritmo. “En España, las reformas se introdujeron más tarde y no se han aplicado del todo”.
El comisario prefiere no sacar los colores con detalles, pero una fuente de su Gabinete expone lo que revela el estudio. España va con retraso en la aplicación de los tres ciclos, que empezó por los de máster; tiene problemas en la introducción del sistema de créditos europeo, utilizado todavía en menos del 75% de las títulos españoles, y sigue aplicando defectuosamente el Suplemento Europeo de Diploma, que debería ser automático y gratuito.
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REPORTAJE: Apuntes
Bolonia, a paso de tortuga
Los campus no adaptan a Europa ni el 20% de las carreras – Alicante no implanta ningún grado – La Universitat acelera para zanjar la protesta
El País, C. Valenciana, 24 abril 2009
La Comisión Europea ha tirado de las orejas a España por la lentitud en implantar la reforma universitaria derivada del proceso de Bolonia. El país se encuentra en el furgón de cola de los firmantes del Espacio Europeo de Educación Superior, y las universidades valencianas no están precisamente a la cabeza del sistema universitario español.
Al contrario que en otras comunidades autónomas, ningún centro valenciano público (los privados han completado la reforma) ha puesto hasta ahora en marcha ningún título de grado (las nuevas carreras que sustituyen a las licenciaturas, las diplomaturas y las ingenierías). Y el curso que viene (el penúltimo ya que en el 2010-2011 la reforma deberá estar terminada) se implantarán, si todo va bien, 47. Menos del 20% de las 242 titulaciones que las cinco universidades públicas tienen ahora.
El ritmo oscila entre la relativa velocidad de la Universitat de València -que ha solicitado a la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (Aneca) y a la Generalitat permiso para implantar 24 carreras-, y la parálisis de la Universidad de Alicante que el curso no pondrá en marcha ni un título de grado. Entre ambos (más bien hacia la posición de Alicante) se encuentran las otras tres: la Universidad Politécnica de Valencia (ha solicitado cinco), la Jaume I de Castellón (nueve) y la Miguel Hernández de Elche (que ha pedido nueve grados, según la Consejería de Educación, y 15, según la propia universidad).
De esa descripción pueden extraerse varias conclusiones. La primera es que aquellas universidades que han celebrado recientemente elecciones (la de Alicante en 2008, la Politécnica este año) son las más retrasadas. “Obviamente un proceso electoral ralentiza las cosas. Si pasa en la Administración general del Estado, cómo no va a pasar en una universidad”, afirma Joaquín Marhuenda, vicerrector de Planificación de Estudios de Alicante.
La segunda lectura es que las universidades especializadas en carreras técnicas, como la Politécnica, van rezagadas, en parte, por el propio retraso del Gobierno a la hora de fijar los márgenes de las ingenierías. Un asunto espinoso en el que han chocado los intereses de las ingenierías clásicas, las ingenierías técnicas y los colegios profesionales.
Queda otra conclusión: la universidad que más prisa tiene por terminar la transición al modelo europeo de educación es también la que más problemas ha tenido ante la reforma. “No es un secreto”, responde María Vicenta Mestre, vicerrectora de Estudios de la Universitat de València, “que en el último Consejo de Universidades, sobre todo las universidades grandes, pidieron que se agilizaran los trámites, que hubiese una implantación masiva para el curso 2009-2010 y se acabó el debate”.
A continuación se repasa la situación de los cinco campus públicos y de los dos privados.
– Universidad de Alicante
Aguantará hasta el último minuto (al curso 2010-2011) para aplicar la reforma. Las elecciones implicaron un “impasse” de tres o cuatro meses, admite el vicerrector Marhuenda, “pero que hagamos todo el cambio en un año no quiere decir que no haya habido un trabajo previo”. “Nosotros podríamos haber dicho que implantaríamos 35 títulos y aparecer con ese número en la foto. Pero el verdadero examen será en septiembre. Y será interesante ver entonces si hay diferencias sobre lo que se anunció y lo que se lleva a la práctica”.
– Universidad Politécnica
Pondrá en marcha cinco grados (seis, si se cuenta uno repetido en Alcoi) y dos de ellos serán ingenierías: los grados en Ingeniería de la Edificación (ahora Arquitectura Técnica) y en Ingeniería Técnica de Diseño Industrial y Desarrollo de Productos. Junto a ellos Ciencias Ambientales, Gestión Turística y Comunicación Audiovisual.
– Universitat Jaume I
La vicerrectora Leonor Lapeña considera que haber ido más rápido en la implantación de Bolonia habría implicado hacerlo “sin las garantías necesarias”. “El proceso se está haciendo a base de voluntarismo. Y es un proceso de desgaste no sólo por el trabajo que supone, sino porque hay cosas que se quitan, y es no fácil desmontar algo en lo que algunos profesores llevan trabajando 18 años”.
– Miguel Hernández
La universidad asegura que pondrá en marcha 15 carreras, pero a Educación sólo le constan nueve. En una universidad con bastante peso de las carreras técnicas, los grados solicitados son sobre todo de las áreas de Salud, y Ciencias Sociales.
– Universitat de València
Es la que más grados quiere poner en funcionamiento en septiembre. Los 24 títulos sólo representan, aún así, algo más de un tercio de su oferta actual. La Universitat corre contra el reloj porque solicitó las carreras a finales de enero y no está claro que pueda cubrir todos los trámites a tiempo para la selectividad. “Los plazos pueden estar muy ajustados, pero creo que podremos matricular todos los alumnos en julio y no tener que retrasarlo a septiembre. Creo que es mucho más responsable hacerlo así que no el ir al curso 2010-2011 con todas las titulaciones a la vez”.
El problema de los posgrados
Desde Castellón a Alicante los campus comparten la queja sobre el modo en que se emprendió la reforma universitaria: “empezando por el tejado”, por los posgrados. Consideran que la factura la están pagando ellos, en forma de poca demanda. Es verdad que el número perfecto para un master puede ser 25 alumnos, o 20, o 15. Lo que no tiene tanto sentido es que en tres años las cinco universidades públicas hayan creado casi 200 masters. El crecimiento exponencial recuerda al que se dio en el número de carreras y de universidades. Un exceso que, unido a la caída de la demanda, ha tenido como consecuencia que bastantes titulaciones no alcancen la decena de alumnos, o que se impartieran en dos campus vecinos.
La secretaria autonómica de Universidades, María Amparo Camarero, cree que la demanda de masters se incrementará una vez que los grados se hayan consolidado. Opina, sin embargo, que la actual explosión de masters puede “confundir a los alumnos”, que hay que separar claramente esa nueva oferta de la de los títulos propios, y que sería más oportuno poner en marcha menos títulos pero con más presupuesto y mayor calidad. “Creo que deberíamos crear títulos de posgrado coordinados por las cinco universidades, reunir a los mejores profesores y alumnos, y atraer a otros de fuera”.
Educación baraja crear una fundación (al estilo de la catalana Icrea o de Madrid+d) para realizar esa tarea de coordinación y para contar “con un órgano más flexible para acceder a recursos de investigación”.


Apuntes
Ni un euro adicional para que la Universidad se adapte a Bolonia
La Generalitat, poco implicada en el proceso, descarta destinar fondos extra
IGNACIO ZAFRA – Valencia – 24/04/2009
No habrá fondos adicionales para adaptar el sistema universitario valenciano al Espacio Europeo de Educación Superior. Al menos no saldrán de la Generalitat. Los rectores de las universidades públicas y la junta de profesores de la Universitat de València han declarado que resultará imposible reorganizar las carreras, introducir modelos de innovación docente y ofrecer formación de calidad si la reforma se realiza a coste cero. Ese es también uno de los argumentos principales del movimiento anti-Bolonia: si el cambio se hace sin poner más dinero, saldrá mal, y para eso mejor dejar las cosas estar.
La Consejería de Educación se escuda en la crisis económica. “Estamos en un momento muy malo”, dice María Amparo Camarero, secretaria autonómica de Universidades, y asegura que el Consell cumplirá, en cambio, con lo que figura en los presupuestos (815 millones de euros) que los centros están recibiendo por mensualidades.
La Generalitat no destinará dinero a una reforma en la que, por otra parte, se ha implicado muy poco. No se recuerda ninguna decisión al respecto en la etapa de Justo Nieto, ni en la primera de Font de Mora, cuando Emilio Barberá estaba a cargo del área de universidades como secretario autonómico. Ni siquiera durante la revuelta protagonizada por los estudiantes contrarios al espacio europeo se ha escuchado del Consell una palabra en defensa del proceso o del sistema universitario público, más allá de algún consejo genérico del tipo estudien más y protesten menos, que Francisco Camps, presidente de la Generalitat, dirigió a los alumnos en Alicante. En el fondo, y aunque no lo reconocerán en público, los problemas de los rectores (y en especial los problemas del rector de la Universitat de València) con los anti-Bolonia fueron más festejados que otra cosa desde el Consell. Por varias razones, entre ellas que desviaba el foco de responsabilidad hacia los gobiernos universitarios y hacia el Ejecutivo.
Aunque con sigilo, la actividad se ha incrementado desde la llegada, en mayo de Camarero, profesora de la Universitat Jaume I de Castellón, a la secretaría autonómica. A finales de 2008 el departamento publicó una orden en la que fijaba el mínimo de alumnos (50) que las carreras debían reunir en primer curso. ¿Y si no los alcanzan? “En ese caso deberán justificar su mantenimiento”, responde Camarero. “Si, por poner un caso, en todas las universidades valencianas sólo hubiera una carrera de Física y matriculara a menos de 50 alumnos, lo normal sería mantenerla, porque la Comunidad Valenciana no puede dejar de tener una carrera como Física”.
Educación baraja otras posibilidades para salvar carreras con poca demanda. Una será la de títulos compartidos. No se tratará, como se ha planteado en otras comunidades autónomas, de que dos o más universidades impartan juntas la misma carrera (o que se deje sólo en una de ellas), sino, prácticamente, de unificar los primeros cursos de carreras distintas, dejando tercero o cuarto (los grados tendrán todos cuatro años, salvo unas pocas excepciones) para la especialización. Podrían funcionar al principio como una sola carrera, por ejemplo, el grado de Administración y Dirección de Empresas, y el grado de Finanzas y Contabilidad. O los grados de Matemáticas y Estadística podrían compartir bastantes asignaturas, afirma Camarero.
La secretaria autonómica explica la inacción en que ha estado instalada la Generalitat indicando que al Gobierno autonómico le corresponde el tramo final del proceso. El Ejecutivo elaboró la ley; la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (Aneca) debe informar sobre las solicitudes de carreras que presentan las universidades; el Consejo de Universidades aprueba los títulos, y a las comunidades autónomas corresponde autorizar su implantación.
Un profesor para varias carreras
La Consejería de Educación no acepta uno de los principales argumentos de las universidades para reclamar fondos que les permitan adaptarse al Espacio Europeo de Educación Superior: la necesidad de reforzar con profesores las carreras con una demanda alta. El motivo es que el nuevo modelo docente que se deriva de la declaración de Bolonia plantea la necesidad de distribuir a los alumnos en grupos más pequeños para que puedan tener una participación más activa durante el curso. Es decir, que no se limiten a escuchar del profesor y a tomar notas, sino que intervengan y realicen más trabajaos individuales o en grupo dentro y fuera del aula. Y eso, explican quienes han estado a cargo de los grupos de innovación docente ensayados en los últimos años en las universidades, puede hacerse con grupos de 30, 40 quizá con 50 alumnos. Pero resulta prácticamente imposible pensar que pueda hacerse con 90, 100 o 120 alumnos, tamaños que siguen siendo habituales en carreras con mucha demanda, como las de Ciencias Sociales.
El hecho de que la mayoría de los profesores ocupen plaza de funcionarios (cosa que ocurre en mayor proporción cuanto más antigua es una universidad) hace muy complicado mover a los docentes de allí de donde sobran profesores a allí donde faltan. En el primer caso se hallan un buen número de titulaciones de Humanidades y, en menor medida, de Ciencias Básicas, en las que la demanda de estudios ha ido cayendo en los últimos años. En el segundo caso siguen siendo paradigmáticas las carreras de Ciencias Sociales como Administración y Dirección de Empresas, y Derecho.
La secretaria autonómica de Universidades, María Amparo Camarero, está convencida, en cambio, de que la movilidad entre carreras no es ninguna quimera. “Un profesor puede dar clases en más de una carrera. En muchos casos, los créditos básicos que se imparten en los primeros cursos los pueden dar profesores de distintos departamentos”. En la Jaume I de Castellón, comenta, los docentes de Matemáticas dan clases en varias titulaciones. Y lo mismo podría hacerse en carreras de ciencias o ingenierías e incluso, afirma, en casos más distantes: un profesor de latín podría explicar la genealogía de muchos términos en carreras como Medicina o Farmacia.
Pero aceptando que las universidades pudieran conseguir cierto grado de movilidad entre disciplinas cercanas (o entre carreras algo más alejadas mediante cursos de reciclaje), de ese modo la descompensación de la plantilla sólo será paliada. Y esa cuestión no agota los quebraderos de cabeza a los que tienen que enfrentarse los gestores universitarios. La mayor parte de las aulas de las facultades fueron diseñadas y levantadas en la etapa de masificación universitaria. Y ahora tendrán que ser reformadas para que en vez de una clase para 200 alumnos haya cuatro clases para 50. Y las obras no pueden hacerse a coste cero.
Medidas del Consell ante la reforma
– No habrá financiación extra como habían pedido rectores, profesores y alumnos.
– Mínimo 50 estudiantes nuevos por carrera. Si no los reúne tendrá que justificar su continuidad, compartir cursos con otras titulaciones o desaparecer.
– La falta de profesores puede paliarse en parte, señala Educación, fomentando la movilidad entre carreras afines.
– Los títulos con muchos docentes, circunstancia que se produce en algunas carreras de Humanidades, pueden aprovechar para reforzar los posgrados (master y doctorado).
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TRIBUNA: IGNACIO SOTELO
Cara y cruz del proceso de Bolonia
El País, 16 abril 2009
He criticado el llamado proceso de Bolonia en sus distintas fases, pero hoy tengo que reconocer que tal vez no haya otro remedio que admitirlo como mal menor. Y no porque los argumentos que aducía en el pasado no me sigan pareciendo válidos, sino porque ante la situación calamitosa en que se encuentra la Universidad, degradarla a mera escuela profesional tal vez sea la única manera de salir del atolladero.
Importa recalcar en primer lugar que el proceso es una iniciativa de los Gobiernos, no de las universidades. Se inició en una reunión de los ministros de Educación de Francia, Alemania, Italia y Reino Unido, convocados en París en mayo de 1998 para conmemorar el 800 aniversario de la fundación de La Sorbona. En la declaración común se insiste en que es preciso recuperar tanto la movilidad medieval de maestros y estudiantes como el carácter profesional de la enseñanza. En efecto, la Universidad empezó siendo una institución eclesiástica que proporcionaba los conocimientos requeridos para ocupar un puesto en la primera burocracia de Europa, la de la Iglesia. Y hasta hoy, preparar los profesionales que demanda la sociedad ha sido la función prioritaria de la Universidad.
El proceso de Bolonia pretende reanudar, por un lado, la antigua movilidad de profesores y alumnos, creando un “espacio europeo de educación superior” y, por otro, volver a centrar la enseñanza en su función específica de preparar profesionales. Este objetivo conlleva, por un lado, ampliar y diversificar las profesiones que se cursen en la Universidad y, por otro, adaptar la enseñanza a que los egresados salgan en condiciones de ocupar el puesto de trabajo que les ofrezcan.
La categoría central del nuevo modelo de Universidad es la misma que se predica para el mercado de trabajo, “flexibilidad”, ya sea en la admisión de alumnos de distintas procedencias, o bien para cambiar de titulación, seguir más de una a la vez o trasladarse de una universidad a otra. Facilitar la flexibilidad que el mercado de trabajo requiere exige un sistema de créditos que al principio sirvió para simplificar el reconocimiento de los estudios previos, pero que ahora también amalgama contenidos y formas didácticas, y por problemático que pueda ser en cada caso concreto, aporta la enorme ventaja de librarnos de una enseñanza reducida a la lección magistral.
El mayor aporte es la propuesta de que el estudiante pase el mayor tiempo posible, por lo menos un semestre, en una universidad extranjera. No sólo es la manera más adecuada de cumplir con el propósito de que el alumno domine dos lenguas europeas, además de la propia, sino que nada forma tanto la personalidad como salir del ambiente familiar, y en tiempos en que resurge el nacionalis-mo, de las fronteras nacionales. Ha dado magníficos frutos la movilidad que los programas Erasmo y Sócrates brindan al estudiantado, y se nota que el profesorado apenas haya hecho uso de esta posibilidad.
Una buena parte de la crítica al proceso de Bolonia parece bien fundada, pero ¿resulta también oportuna? Me ha empujado a una respuesta negativa el hecho de que los Gobiernos hayan dejado fuera a las universidades, convencidos, como he terminado por estarlo también yo, de que desde dentro y por su propia iniciativa son irreformables.
Las universidades en general quieren continuar como están, y lo único que demandan es más dinero. Los profesores dando la horita de clase -cada vez algunas menos, sobre todo en las licenciaturas en las que escasea el alumnado- y con tiempo libre para dedicarse a lo que gusten -algunos, también hay que decirlo, lo aprovechan para investigar o para escribir libros, pero ello en nada contribuye a mejorar su posición en la universidad- quejándose todos del nivel bajísimo y enorme desinterés del alumnado, a los que conviene aprobar, aunque su rendimiento sea nulo, para no tener líos. Los estudiantes, por su parte, temen cualquier cambio que les saque del actual letargo y les obligue a esforzarse un poco más para sacar el título. A grupos muy minoritarios el carácter netamente capitalista de la reforma les da incluso cierta cobertura ideológica.
Cierto que otros universitarios europeos habíamos soñado -y algunos hasta hoy- con una reforma drástica de la Universidad que la acercara a los ideales que proclamábamos. Ha pasado inadvertido que fue también en Bolonia, al conmemorar los 900 años de la fundación de la universidad más antigua de Europa, donde en septiembre de 1988 los rectores y presidentes de las más importantes universidades europeas firmaron La Carta Magna de las Universidades, en la que se concibe la institución como centro del desarrollo cultural -mantiene la tradición del humanismo europeo- y del científico y técnico -las dos grandes contribuciones de Europa al mundo-, a la vez que despliega su actividad en la unidad de la enseñanza y la investigación, sin la menor intromisión del Estado, que se compromete a respetar su autonomía.
Es la Universidad que ya realizaron Reino Unido y Alemania, en cada país con sus peculiaridades propias. En el modelo británico se trataba de educar en el cultivo de las ciencias a una élite que se distinguiera por su capacidad de liderazgo tanto en la empresa como en la administración del Imperio. En la universidad alemana el empeño era también educar a una élite de científicos, convencidos de que los que no continuasen en la investigación con esta preparación serían magníficos profesionales. Ambos modelos coincidían en que la tarea de la Universidad era educar a élites que ya lo eran por nacimiento o inserción social.
Este modelo naufraga en los años sesenta y setenta del siglo pasado, cuando las universidades tuvieron que abrir sus puertas a todas las clases sociales. Con la masificación de las aulas y los niveles culturales de los recién llegados, era por completo inviable la Universidad basada en la unidad de la enseñanza y la investigación. Quisimos conservar el modelo elitista, a la vez que democratizar sus estructuras. El ideal de una Universidad de excelencia y democratizada -una especie de cuadratura del círculo- se ha revelado 20 años después una ilusión sin el menor fundamento.
La universidad española del XIX y XX se inspira en el modelo napoleónico, que se circunscribe a preparar a los funcionarios que precise el Estado. Nuestras universidades, a las que tenían acceso sólo unas muy endebles clases medias, no han sido más que escuelas preparatorias en las que se aprendía a memorizar los temas que luego se recitan en las oposiciones. Pocas eran las posibilidades profesionales para el egresado que no conseguía entrar en el Estado.
A partir de los años ochenta, la universidad española también se ha democratizado con una masa estudiantil procedente de clases sociales que antes no podían llegar a la Universidad. Por mucho que el número de funcionarios se hayan multiplicado en municipios, autonomías y Estado central, lo dramático de la situación consiste en que la inmensa mayoría del estudiantado ya no puede aspirar a que lo emplee el Estado. La mayor oferta de puestos de trabajo proviene de la empresa privada, pero la Universidad sigue preparando para responder al temario de una oposición y se resiste a acoplarse a las demandas de las empresas.
Ignacio Sotelo es catedrático excedente de Sociología.
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TRIBUNA: FERNANDO SAVATER
Preguntas sobre Bolonia
El País, 30 marzo 2009
1. Las autoridades del Ministerio y de muchas universidades españolas tienen gran empeño en defender -aunque más con eslóganes publicitarios que con argumentos- las bondades de los objetivos del plan Bolonia. Naturalmente, nadie puede estar en contra de promover la compatibilidad de las titulaciones y la movilidad de los estudiantes, de facilitar a estos últimos su inserción en el mercado laboral europeo o de transformar nuestras universidades y volverlas más atractivas para captar estudiantes de otras partes del mundo. ¿Pero es eso lo que previsiblemente se va a producir una vez culminado el proceso de Bolonia? ¿No se les ha ocurrido pensar a nuestras autoridades que una cosa son los efectos deseados y declarados de una determinada política y otra sus efectos reales?
2. El hecho de que algunas carreras universitarias, y no precisamente marginales -como Medicina, Arquitectura y diversas ingenierías “clásicas”-, hayan quedado fuera del proceso y se las haya privado, en consecuencia, de lo que se anuncia como grandes bienes para las otras, da qué pensar. ¿Acaso los anteriores objetivos no son de aplicación a los futuros médicos, arquitectos e ingenieros? ¿Será quizás que alguien ha considerado -lo que no dejaría de ser un alivio- que hay ciertos riesgos que no conviene correr? ¿O será simplemente que hay algunos gremios que siguen contando con una considerable capacidad de presión?
3. Resulta bastante curioso que la homogeneidad que pretende lograrse en el ámbito europeo vaya a hacerse a base de exacerbar la heterogeneidad entre los diversos planes de estudio (para las mismas titulaciones) de las diversas universidades españolas. ¿Son conscientes, las autoridades ministeriales y los rectores, de cómo se están elaborando los planes de estudio en la mayoría (por no decir en la totalidad) de las universidades públicas españolas? ¿Era eso lo que se pretendía cuando se decidió dar libertad total a las universidades a la hora de configurar titulaciones y de diseñar planes de estudio?
4. Fuentes enteramente fidedignas aseguran que no; que lo único que pretendió el ministerio con esa (irresponsable) decisión fue evitarse problemas. ¿Pero no resulta extraño que políticos de ideología socialista no fueran conscientes de los riesgos de semejante desregulación? Y, en todo caso, a la vista de lo que ha pasado con las políticas de desregulación en el ámbito económico y financiero, ¿no sería conveniente aplicarse el cuento en relación con las universidades? ¿Es tan disparatado pensar que la codicia con que ha obrado tanta gente en el mundo de las finanzas tiene un pendant bastante exacto en el deseo de no perder o de aumentar su poder por parte de los numerosos mandarines universitarios?
5. La aplicación que se está llevando a cabo de la Declaración de Bolonia en muchos países europeos se aleja en aspectos importantes de lo que está ocurriendo en España. Por ejemplo, tanto Francia como Italia, Alemania o Reino Unido -o sea, los países cuyas tradiciones jurídicas solemos tener como referencia- han renunciado a estar en el sistema de Bolonia por lo que se refiere a la carrera de Derecho. ¿Habrá que advertir quizás a estos países del gran error que están cometiendo? ¿O será que se han dado cuenta del hecho elemental de que los estudios de Derecho tienen un carácter marcadamente nacional, de manera que tiene escaso sentido hablar aquí de homologación de estudios? ¿Y no ocurrirá algo parecido en relación con otras titulaciones pertenecientes al campo de las ciencias sociales o de las humanidades?
6. Es casi imposible no pensar que lo que la reforma de Bolonia va a producir en un futuro inmediato, con la sustitución de las licenciaturas por grados, es justamente una degradación de los estudios y de las titulaciones; o sea, los graduados de mañana sabrán menos que los licenciados de hoy y tendrán un título que les abrirá menos oportunidades laborales. ¿O alguien cree que por arte de birlibirloque, aun contando con el concurso de pedagogos y psicólogos, lo que antes se aprendía en cinco años va a poder ahora asimilarse en cuatro? Quedan, claro, los estudios de posgrado, pero ¿cuántas universidades estarán en condiciones de ofrecer títulos de master “competitivos en el mercado laboral”? ¿De verdad se cree que va a ser tan fácil, desde el punto de vista económico, acceder a ellos como hoy lo es acceder a una universidad pública? ¿Han pensado los rectores de muchas, de la mayoría, de las universidades públicas las consecuencias que va a tener la conversión de sus instituciones en colleges (como se sabe, en Estados Unidos, los colleges son centros de educación que, aun siendo universitarios, están a mitad de camino entre nuestras universidades y nuestros institutos de enseñanza media)? ¿Es eso lo que quieren?
7. El gran avance en los métodos de enseñanza que, se supone, significa Bolonia no es otra cosa que una imitación del modelo estadounidense. No cabe duda de que algunas de las universidades de ese país constituyen centros de excelencia en cuanto a la investigación y a la docencia y que, por lo tanto, tiene pleno sentido tomarlas como modelo. Lo que ocurre es que cualquiera que conozca mínimamente esas universidades sabe que la excelencia se debe a los medios de financiación con que cuentan y a otros factores “subjetivos” como la calidad de los estudiantes, la dedicación de los profesores y la “cultura institucional” (que haría imposible, por ejemplo, que pudieran aprobarse titulaciones y planes de estudio como los que se están elaborando en nuestras universidades). ¿Cree el ministerio que todo ello se va a conseguir a golpe de Boletín Oficial del Estado y como simple efecto de “la sana competencia entre universidades”? ¿Ignora, por ejemplo, cómo se están confeccionando -con qué “seriedad”- los apartados “metodológicos” de los planes de estudio?
8. La Declaración de Bolonia fue un mero compromiso que no vincula jurídicamente a los Estados y que se está aplicando de manera muy desigual en los diversos países europeos. A la vista de que es cuando menos plausible que la rápida culminación del proceso en nuestro país puede ocasionar daños graves e irreparables, ¿no sería razonable establecer una moratoria, con independencia de que quienes la están pidiendo desde hace algunos meses sean o no estudiantes “antisistema”?

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