Opinión pública y agenda de noticias
Agosto 23, 2005

Seminario “El Futuro de la Prensa”. Fundación para la Innovación, Instituto de Sociología y Escuela de Periodismo de la Pontificia Universidad Católica, Santiago de Chile, 31 octubre, 1996
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Hay, gruesamente, dos tradiciones para aproximarse a los fenómenos de opinión pública.
En una, la tradición racional-consensualista, el público razonante, políticamente alerta, constituido en ciudadanía, delibera y llega a acuerdos respecto de los asuntos de interés común sometidos a decisión de autoridad. La opinión pública conecta aquí con la soberanía popular y es la base de la voluntad general. Los medios de comunicación ofrecen un foro para la expresión de las diversas posiciones.
En esta tradición coexisten dos énfasis distintos. Aquel que subraya los elementos racionales de la deliberación y aquel que destaca la formación de consensos a partir de la comunicación y la persuasión. La mezcla de esos dos énfasis lleva a concluir, dice un autor, que en la opinión pública “se enlaza lo universal por sí, lo sustancial y verdadero, con su opuesto, con lo peculiar y particular del opinar de la multitud…”; razón por la cual ella “merece […] tanto ser apreciada como despreciada”. Ese ambiguo sentimiento recorre la literatura racional-consensualista hasta el presente, estableciendo oposiciones tales como entre público y masas, expresión y manipulación, publicidad políticamente activa y publicidad en el mercado, crítica y conformismo. La opinión pública, vox populi, es al mismo tiempo la voz de dios y la voz de la estupidez.
La otra tradición concibe múltiples opiniones públicas que fluyen como una continua corriente de estados de ánimo, conversaciones y formas de sociabilidad que cristalizan en torno a asuntos, informaciones, sensibilidades, valores, figuras, ídolos y modas, proporcionando vías de integración a la multitud. En este caso la opinión pública conecta con los medios de comunicación por un lado, que inician y vehiculizan esas corrientes anímicas, y con los públicos por el otro, que reciben, procesan y reaccionan frente a los mensajes transmitidos. Los públicos no son personas deliberantes en primer lugar, sino conglomerados movidos por la intuición y la emoción, por los estímulos provenientes del entorno comunicativo y por el deseo de las personas de no aislarse de su comunidad moral.
En cuanto a la opinión política, este segundo enfoque pone el acento en la construcción comunicacionalmente mediada de la realidad, y no tanto en la deliberación como base de una voluntad general. Así, por ejemplo, según señala un autor ubicado al comienzo de esta tradición, “el mundo con el que tenemos que tratar políticamente es inalcanzable, invisible, impensable. […] El hombre no es un Dios aristotélico que contempla toda la existencia de un vistazo. […] Sin embargo [..] ha inventado modos de ver lo que el ojo no puede ver, de oír lo que no oyen los oídos, […] de contar y separar más asuntos de los que es capaz de recordar”. Luego, son los medios de comunicación los que permitirían a la gente construir imágenes del mundo dentro de su cabeza y así compartir una opinión común, especialmente frente a asuntos valóricos con una alta carga emocional.
A la luz de estas dos tradiciones me propongo, por mi parte, realizar un periplo desde los datos disponibles sobre algunos rasgos de la opinión pública en Chile hasta algunos aspectos de la agenda noticiosa para concluir, de ahí, con la relación entre ambas –opinión y agenda– en la conformación y expresión de la conciencia colectiva.

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