Carta a los académicos de la Universidad de Chile
Ennio Vivaldi |Diario UChile, Miércoles 5 de febrero 2014 – 18:25 hrs. |
Múltiples circunstancias de la sociedad chilena hoy, prometen configurarse en motivos de esperanza para la Universidad de Chile. Prontos a ser llamados a tomar decisiones trascendentes respecto al destino de esta institución con la cual nos sentimos entrañablemente ligados, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones sobre el presente y futuro de nuestra Universidad.
Existe un nuevo entorno, más reflexivo, mejor dispuesto a una evaluación crítica del presente, más convencido de que todos podemos y debemos asumir un rol en la toma de decisiones relevantes para nuestras vidas. Es a este nuevo entorno al que la Universidad debe hoy salir con toda su vitalidad, solidez y pensamiento para defender, revalidar y proyectar al futuro aquello que le es propio. Es el momento de realzar la actividad académica en cuanto tal. En la historia institucional y en la vida cotidiana de cada uno de nosotros, nos relacionamos con una infinidad de conceptos tales como creatividad, vocación, estudio, sustentabilidad, aprendizaje, crítica, afecto, docencia, artes, ciudad, literatura, derecho, salud, democracia, tradición, compromiso, imaginación, historia, estética, aptitud, nación, sensibilidad, tecnología. Conceptos como estos, expandidos en significados, fundamentan la vida intelectual y configuran lo más definitorio de los seres humanos, de su civilización y de su progreso. Son conceptos que otorgan a la vida académica su don más preciado: la multidimensionalidad. Son conceptos que se sustentan por sí mismos, que no necesitan ser justificados por utilidades vicarias. Nos alegra pensar que hoy día el país, por fin, está cansado y frustrado de que hablar de política universitaria sea hablar de gastos, rendimiento, costos y precios. Hoy como nunca está en nosotros el terminar con este triste empobrecimiento de un debate sobre educación superior banalizado al extremo, y dar paso a una conversación acerca de los valores que como país queremos propugnar y compartir y de cómo hemos de incrementar la creatividad y fecundidad de nuestro quehacer.
Otras dos cuestiones que han irrumpido transversalmente en nuestra sociedad y en sus representantes políticos son la preocupación por una mayor justicia e igualdad y la revaloración de la dignidad de un espacio público que nos cohesione. La Universidad de Chile fue la torre-grúa que hubo de levantarse para construir la República. Crear el espacio público educacional, sanitario, cultural, jurídico, tecnológico y productivo, fue y sigue siendo su razón de ser. Definitivamente, la Universidad de Chile no es “una más”, aún si se concediese que fuésemos la mejor, sino que es una universidad con un rol distinto. Desde el retorno de la democracia nuestra Universidad ha reclamado, sin ser escuchada, la restauración de aquella relación propia y diferente con el Estado que es lo que la define. El inútil empecinamiento por instaurar, a como diera lugar, un nuevo sistema universitario de carácter privado, conllevó un daño a nuestra Universidad que, en realidad, golpeó al país entero, a las expectativas de sus jóvenes, a la calidad de la investigación, a la formación de profesionales. La democratización del conocimiento en las sociedades del siglo XXI, reclama definitivamente del protagonismo de las universidades públicas para avanzar en la superación de las desigualdades, sean éstas sociales, económicas, de género o étnicas.
Hoy, las exigencias de reconstruir un espacio público y de tener políticas estratégicas como país, generan una situación drásticamente distinta. Queda reposicionado como perfectamente viable nuestro afán de volver a amalgamar una vocación de compromiso con el país y una vocación de quehacer académico sobresaliente. El repensar el ámbito público es una tarea que otorga ser y sustancia al reclamo de sellar un nuevo compromiso entre nuestra Universidad y la sociedad chilena. Nos fortaleceremos y desarrollaremos como institución en la medida en que sepamos proponer proyectos estratégicos de gran envergadura e importancia crítica para el país: la reconstrucción de la educación pública, la formación de especialistas en las carreras de la salud, la regionalización, la política energética, la promoción de una ciudadanía cultivada, la innovación tecnológica.
La Universidad de Chile ha de pensar e incidir sustantivamente en la educación del país en general. Ha de tener también opinión y propuestas acerca del sistema universitario en su totalidad. Ha de pensarlo con la responsabilidad de quien se debe al país en su conjunto más que como un competidor que rivaliza en un mercado. Son ejemplos históricos que nos enorgullecen las contribuciones decisivas a la creación de facultades homólogas en otras casas de estudio. Nuestra universidad ha de asumir un especial compromiso con el conjunto de las universidades estatales, para lo cual puede y debe generar desarrollos armónicos fundamentados en la investigación y la formación de académicos.
La Universidad de Chile es una comunidad. Su misión es responsablemente compartida por académicos, funcionarios y estudiantes. Se ha dado formas de gobierno que refuerzan tanto la integración inter-disciplinar como la inter-estamental. Esta institucionalidad, de la que hemos sido pioneros, garantiza gobernabilidad y convivencia armónica a la vez que incentiva la interacción sectorial. Si promovemos en el país una nueva toma de conciencia acerca del valor de la vida académica, esto ha de repercutir en un mayor apoyo a la función docente y en una mayor homogeneidad en el financiamiento del cultivo de áreas de conocimiento diversas. Por otra parte, nuestra Universidad debe ser una instancia accesible para todos los jóvenes, con especial prescindencia de considerandos socioeconómicos. Es perfectamente válido que se determinen para ella, en tanto universidad estatal, modalidades propias de política de financiamiento estudiantil.
La Universidad de Chile sigue siendo aquél lugar de encuentro donde la sociedad chilena puede sentirse representada en su pluralismo y diversidad. Su capacidad de generar identidad, lealtad y cariño en la ciudadanía es excepcional. Esa capacidad se expresa desde el liderazgo nacional de nuestros dirigentes estudiantiles, hasta la respuesta local de la comunidad de un hospital público cuando se ha intentado desplazarnos. Las tareas que el país quiere y puede hoy emprender, nos prometen un reencuentro con nuestra vocación de universidad nacional y pública y nos permiten reposicionar el significado de nuestra labor académica. A ese reencuentro, que hoy requiere de formidable imaginación y creatividad, debemos sentirnos convocados y actuar en consecuencia. A ese reencuentro quiero contribuir como Rector de la Universidad de Chile.
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