Tres apostillas al capitalismo
Agosto 9, 2023
Apostilla: Acotación que comenta, interpreta o completa un textoReal Academia Española, 2023

La primera apostilla se refiera a la respuesta dada por el Presidente Boric al ser preguntado sobre su posición frente al capitalismo. ¿En qué contexto, con qué reservas y dentro de qué ámbito discursivo se sitúa esa respuesta? ¿Y cómo fue recibida y procesada por la discusión pública local? Luego, la segunda apostilla averigua sucintamente sobre la trayectoria del término capitalismo y sus significados. Por último, la tercera apostilla me sirve para tomar posición e intervenir en este debate, manteniendo en el trasfondo la respuesta presidencial; es decir, responder a la pregunta de si yo, o parte de mí, desea «derrocar» o superar o enmendar el capitalismo.

Apostilla 1

Se trata de las palabras del Presidente Boric sobre el capitalismo en una entrevista concedida en inglés a la BBC hace dos semanas. Las reacciones fueron variadas y los ecos aún perduran. Si se escucha con atención se concluye que él habría manifestado algo así: que una parte de él quiere derrocar al capitalismo. De inmediato la élite-bien-pensante se manifestó escandalizada y asumió su rol admonitorio. El Presidente fue advertido del grave error que había cometido y reprendido; es decir, corregido y amonestado vituperando o desaprobando su dicho y hecho.

Pero ¿qué dijo exactamente el Presidente y en qué contexto conversacional?

En el curso de la entrevista, su interlocutor señala a Boric que el (ex) ministro de Hacienda Andrés Velasco había dicho que el Presidente “debía entender que los chilenos no desean derrocar (overthrow) el capitalismo sino más bien mejorarlo”. Y a continuación se produce el siguiente diálogo: “Yo no estoy de acuerdo con Andrés Velasco”, dice Boric, “pienso que [eso] está en disputa, en una disputa permanente”. Interrogado si acaso él querría derrocar el capitalismo en Chile, Boric respondió: “una parte de mí”, agregando a continuación: “Creo firmemente que el capitalismo no es la mejor manera de resolver problemas en la sociedad. Pero no pienso que usted pueda llegar y derrocarlo, si no propone una alternativa que sea viable y que sea mejor para la gente”.

Como puede observarse de inmediato, no fue Boric quien escogió la palabra «derrocar» ni introdujo él esa «idea escandalosa» en la conversación, como si fuese un mensaje que él hubiese deseado transmitir a la audiencia global de la BBC.

Digo «escandalosa» pues, como se sabe, derrocar es “despeñar (o sea, precipitar desde un lugar alto); echar por tierra, deshacer, arruinar un edificio; o bien, en política especialmente, derribar, arrojar a alguien del estado o fortuna que tiene”. Todas esas acepciones apuntan, por consiguiente, a la idea de terminar con algo por la fuerza, o en destronar a un poder establecido para reemplazarlo por otro distinto. «Derrocar» es el verbo que usamos en Chile para nombrar el golpe de Estado hace 50 años que tumbó al gobierno de Allende, puso fin a la Constitución de 1925 e instauró una dictadura.

¿Y ahora Boric anunciaba que quería «derrocar» al capitalismo?

En verdad, aplicada al capitalismo, la noción del derrocamiento resulta estrambótica; no hay palacio presidencial que bombardear ni palacio de invierno que tomar por asalto. Además, es un verbo completamente ajeno a la discusión sobre el fin del capitalismo, o bien, a la idea de superarlo, mejorarlo o reformarlo, como veremos más adelante.

Agréguese a lo anterior que, en idioma inglés, un sinónimo de overthrow (derrocar) es, precisamente, overcome (superar, dejar atrás, vencer, sobrepasar), término este último que, sin duda, parece más apropiado para referirse al deseo de actuar sobre el capitalismo, que el término más polémico de «derrocarlo». Pero, claro, fue éste -y no el otro más adecuado- el elegido por la prensa para dar cuenta del dicho de Boric en Europa.

Que el sentido de la respuesta de Boric es el aquí sugerido queda en evidencia si se sigue el tren de la conversación. Pues de inmediato Boric agregó: “Una de las cosas que he aprendido en el cargo, no sólo en el cargo, es algo obvio, pero ahora está tan claro como el cristal, es que no se puede refundar un país. Todos los cambios que perduren en el tiempo deben ser progresivos y deben ser con mayorías fuertes. Y hay que construir esas mayorías fuertes y esas mayorías fuertes no son fáciles de construir”.

Estas frases son mucho más decisivas que el supuesto deseo de derrocar al capitalismo. De hecho, representan un paso más en la evolución del pensamiento presidencial desde el polo revolucionario, rupturista, octubrista hacia el polo reformista, gradualista y noviembrista.

Interesantemente, esta declaración presidencial es también un parteaguas con respecto a la experiencia de la Unidad Popular y su discurso refundacional enarbolado por los profetas desarmados de una revolución destinada a fracasar. Es increíble que la prensa, y el estamento de analistas y columnistas de opinión, no se hayan detenido a reflexionar sobre el curso que viene siguiendo el pensamiento presidencial ya desde hace varios meses, por lo menos desde fines del año pasado.

Como sea, la idea del «derrocamiento del capitalismo» sirvió para movilizar ideológicamente a defensores y opositores del Presidente.

Por ejemplo, desde el lado de la trinchera oficialista, un diputado del partido del Presidente enunció la tesis de una superación del capitalismo hacia nuevos referentes de civilización, medio ambiente, producción y socialismo. Para nosotros, dijo, superar el capitalismo “implica construir una sociedad donde se valore la solidaridad como principio civilizatorio; donde se valore hoy en materia de crisis climática. Lo que se antepone al capitalismo hoy, es la sociedad del conocimiento, y nosotros nos definimos como socialistas dentro de Convergencia Social».

A su vez, el canciller dio soporte teórico-práctico a los enunciados de Boric. A propósito del debate instalado, señaló: “Es una polémica bastante artificial, es una polémica política y también académica, los académicos muchas veces opinan sobre esto, pero esto no afecta en nada todo el ambiente regulatorio de la inversión extranjera en Chile”.

Por su lado, la Ministra Secretaria General de Gobierno aclaró que lo declarado por el Presidente era de toda lógica y confirmaba la necesidad de avanzar hacia un Estado de Bienestar (que, sin embargo, es un producto del capitalismo avanzado). Según ella, en efecto, era “de toda lógica que el Presidente señale algo que ha sido declarado de manera transversal, independientemente del sector político o religioso incluso, de que el capitalismo no es la solución a todos los problemas sociales, y la realidad chilena ha dado prueba por décadas de aquello. Por eso es tan importante avanzar hacia un Estado de bienestar».

Desde la trinchera adversaria, un diputado opositor espetó: “Yo lamento estas palabras del Presidente Boric porque no hacen más que demostrar que sigue teniendo un alma de dirigente universitario que romantiza un socialismo fracasado en todo el mundo, que reprimió a miles de personas, que restringe la libertad de las personas, que restringe la democracia y que no permite el emprendimiento ni el bienestar personal».

La capa académico-intelectual de la esfera política entró también al ruedo y realizó diversas contribuciones al debate, unas más interesantes que otras.

Uno de sus miembros valoró la cuestión planteada, especificando que allí se había manifestado, más bien, el deseo presidencial de echar abajo las políticas neoliberales.

A otro el asunto le pareció francamente irrisorio: “Esto es una niñería y va a pasar al anecdotario de cuestiones que hace este conglomerado, que es lo que se llama disparar desde la cadera sin pensar y sin achuntar (sic), y al final se terminan disparando en los pies. Es entre patético y gracioso”.

Un tercero sugirió al Presidente que lo que Chile necesita es “totalmente lo contrario [de derrocar al capitalismo, o sea,], robustecer dicho sistema y perfeccionarlo, para que este se parezca, al menos un poco, a los capitalistas países del norte”.

Un cuarto expositor, en la misma línea del argumento anterior, sostiene: “Todos los países europeos con estado de bienestar que Boric y la izquierda chilena admiran son capitalistas”.

Una quinta voz, esta vez desde una fundación empresarial, esgrime un argumento práctico contra el deseo presidencial: “Pretender concitar la confianza y brindar certeza a inversionistas extranjeros al tiempo que se anhela desarticular la red sobre la que descansa esa confianza, es reconocer, sin ser consciente de ello, el desconocimiento de las bases sobre las que se articulan los conceptos esgrimidos, pues el crecimiento, la inversión y la competencia reposan en un sistema de libre mercado, así como la democracia se yergue y descansa en la libertad de expresión”.

Profundizando el último argumento, un académico y columnista agrega: “El Presidente, a estas alturas, ya con casi un año y medio en el cuerpo de presidencia, con dos años y medio muy difíciles por delante, después de dos derrotas electorales en el cuerpo, me parece que ya debería estar en tiempos de aprender que tiene que ser capaz de distinguir lo que él personalmente puede pensar o aspirar en el mediano o largo plazo, digamos en sus sueños, y lo que, como presidente, jefe de Estado y jefe de Gobierno puede hacer”.

En cuanto a los titulares de prensa, el balance es ampliamente desfavorable hacia el enunciado presidencial frente al capitalismo. Por ejemplo:

  • Boric: el capitalismo no es lo mejor para arreglar problemas sociales (tendencias hoy.cl, 23 de junio de 2023).
  • Presidente Boric reconoce que una parte de él quiere derrocar el capitalismo en Chile (Biobiochile.cl, 24 julio de 2023).
  • Boric a la BBC: «Aprendí que no se puede refundar un país» (El Austral de Osorno, 24 de julio de 2023).
  • ¿Quo Vadis Boric? Las dos almas en la gira por Europa (Ex-ante, 24 de julio de 2923).
  • Nuevo “chascarro” de Boric en Europa: “Una parte de mí, quiere derrocar el capitalismo”, dice el joven presidente que se pasea en camionetas de 100 mil dólares (diariochile.cl, 24 de julio de 2023).
  • Boric, capitalismo y alternativas: ¿deshonestidad o inconsistencia? (El Líbero, 26 de julio de 2023).
  • ¿Derrocar el capitalismo? (Diario Financiero, 31 de julio de 2023)
  • Capitalismo y confusión (El Mercurio, 27 de julio de 2023).
  • Aprobación del Presidente Boric cae 4 puntos a 28% y la desaprobación llega a 65% (+2pts). En relación a las declaraciones del Mandatario sobre el capitalismo, 68% cree que el sistema económico no funciona bien en Chile y 59% piensa que el país debería avanzar hacia un estado de bienestar. (CADEM, 30 de julio de 2033).
  • Capitalismo, derrocar y llevar (La Prensa Austral, 4 de agosto de 2023)

En suma, una breve respuesta presidencial, pronunciada en el contexto de una conversación en inglés ambiguamente traducida y sesgadamente reproducida, dio lugar a una cámara de resonancias mediáticas, con participación de actores políticos y de opinión, que brindaron el espectáculo de una confrontación ideológica sobre un tema, sin embargo, de la mayor gravedad. 

Apostilla 2

Entonces, lo que el Presidente, o parte de él al menos, desearía dejar atrás, superar o reemplazar es el «capitalismo». ¿Y esto qué significa?

Capitalismo es una noción controvertida desde el momento mismo en que comenzó a ser usada a mediados del siglo XIX en países como Alemania, Inglaterra, Italia y Francia.  Antes, claro está, se habían empleado los conceptos de capital y de capitalista, cuyo origen puede rastrearse hasta la temprana Edad Media. Pero la creación de un ‘ismo’ es posterior y pone al capitalismo en una misma categoría con conceptos ideológicos de similar envergadura como socialismo, fascismo, comunismo, existencialismo, marxismo, imperialismo, colonialismo, feminismo y otros más. Se utiliza en dos planos con sentidos diferentes; uno descriptivo, el otro crítico.

El primero apunta en dirección a un sistema económico-social y sus rasgos básicos. Según señala un autor, “capitalismo es una palabra usada variablemente para describir un sistema económico y social, una forma moderna del poder político, un dinámico modo de producción, una fase del proceso histórico mundial que corre entre el feudalismo y el comunismo, un objeto de adhesión en Occidente, una forma duradera de desigualdad o, más simplemente, una cosa” (Sonenscher, 2022).

El segundo sentido sitúa al término capitalismo en un plano crítico. Como cuenta el historiador alemán Jürgen Kocka (2014), en 1850 el socialista Louis Blanc critica al capitalismo por ser la “apropiación del capital por parte de unos y la exclusión de los demás”. A su vez, Pierre Joseph Proudhon, un año después, censuraba el mercado de los terrenos para vivienda de París como una “plaza fuerte del capitalismo” y defendía la adopción de medidas contra la usura de los arrendadores y la especulación. En 1867, continúa Kocka, un representativo diccionario francés incluye el término ‘capitalisme’ como un neologismo, definiéndolo como “poder de los capitales o de los capitalistas”. En 1872, el socialista Wilhelm Liebknecht despotricaba en Alemania contra el “Moloch del capitalismo”, que cometía sus abusos “en el campo de batalla de la industria”.

Este filón crítico alcanza su máxima consagración literaria -y posterior fama- en el Manifiesto de Marx y Engels (1848), aunque allí se designa al capitalismo con otros nombres, como burguesía, burgués y sociedad burguesa. La crítica, sin embargo, iba precedida por un reconocimiento -casi un panegírico- de las poderosas fuerzas transformadoras desatadas por el capitalismo, cosa que no sé si sus seguidores más jóvenes aprecian o si el marxismo de cátedra contemporáneos recuerda. Vale la pena traer esas ideas a su valor presente. (Las citas que siguen son de la edición del Manifiesto de Marx y Engels (1948), traducido por Mauricio Amster, en la edición del centenario impresa en las prensas de la Editorial Universitaria).

El pasaje más representativo desde el ángulo que aquí interesa es aquel donde Marx señala que la burguesía, léase, el capitalismo, “ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario”. Y luego, en vena de la mejor sociología, constata que “dondequiera que [la burguesía / el capitalismo] ha conquistado el poder, ha destruido todas las relaciones feudales, patriarcales e idílicas. Ha roto sin piedad todos los abigarrados lazos del feudalismo que ataban al hombre a su superior natural, sin dejar subsistir otro vínculo entre hombre y hombre que el desembozado interés, el inflexible ‘pago al contado’. Ha ahogado los sagrados estremecimientos del éxtasis devoto, de la exaltación caballeresca, del sentimentalismo pequeñoburgués, en el agua helada del cálculo egoísta. Ha reducido la dignidad personal a un valor de cambio y en lugar de los incontables fueros y libertades caramente adquiridos introdujo la única libertad de comercio sin escrúpulos. En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y sin remilgos”.

Esas profundas transformaciones causadas por el capitalismo traían consigo, argumenta Marx, un conjunto de cambios a nivel de la sociedad y la cultura que hoy suelen entenderse como producto de la modernidad (capitalista). Así describe este fenómeno: “La burguesía ha despojado de su nimbo a todas las actividades hasta entonces venerables y consideradas con respetuosa devoción. Ha convertido al médico, al jurisconsulto, al fraile, al poeta y al hombre de ciencia, en jornaleros suyos. […] Ha sido la primera en demostrar lo que la actividad humana es capaz de llevar a cabo. Ha producido maravillas muy superiores a las pirámides egipcias, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas y ha efectuado movimientos más grandiosos que las migraciones de los pueblos y las Cruzadas”.

Y corona este memorable pasaje dedicado a retratar el dinamismo de la (naciente) sociedad capitalista moderna con un análisis de las causas que generan esa incesante transformación de las sociedades y la vida de las personas, llegando a prever incluso en lontananza el advenimiento de la globalización del capitalismo.

La razón de aquel movimiento residía, según Marx, en que “la burguesía no puede existir sin revolucionar constantemente los instrumentos de producción, es decir, las condiciones de producción, o sea, todas las relaciones sociales. […]  Los continuos cambios en la producción, el incesante sacudimiento de todas las relaciones sociales, la eterna incertidumbre y agitación, destacan a la época burguesa entre todas las anteriores. Todas las relaciones tradicionales e inveteradas, con su secuela de credos e ideas venerables quedan disueltas, y las que las reemplazan caducan antes de cuajarse. Todo lo establecido se va desvaneciendo; todo lo sacro es profanado, y los hombres se ven finalmente obligados a contemplar sus condiciones de vida y sus relaciones recíprocas en toda su desnudez. [A su turno], la urgencia de mercados nuevos, cada vez más extensos, para sus productos, impulsa a la burguesía a recorrer el globo entero. Necesita penetrar en todas partes, instalarse en todos los lugares, establecer comunicaciones por doquier”.

En suma, no era poco lo que el Presidente Boric se echaba encima al responder a su entrevistador y confesar que una parte en él aspiraba a «derrocar», o sea, a superar el capitalismo, situándose así del lado crítico frente a la modernidad capitalista.

Entre tanto, desde la publicación del Manifiesto, la ola de obras y artículos (académicos y de divulgación, a favor y en contra) sobre el capitalismo no ha parado de crecer. Son miles, cientos de miles, millones. Al momento de escribir esto, el buscador académico de Google entrega aproximadamente 2,8 millones de resultados (en inglés) sobre el tópico del capitalismo. La mayor parte de esa producción, qué duda cabe, proviene de la vertiente crítico-reflexiva. En ambos extremos se ubican los panegiristas y los detractores quienes, aferrados a sus dogmas, convierten al capitalismo en objeto de culto o de maldición.

Vista la magnitud casi oceánica del espacio dentro del cual se estudia y discute sobre el capitalismo, y la vastedad casi infinita de descripciones, interpretaciones y críticas que giran en torno a dicha noción, nuestra polémica de las últimas dos semanas -tormenta en un vaso- resulta francamente provinciana.

Efectivamente, la cuestión de fondo sobre la cual fue consultado el Presidente Boric -esto es, su apreciación sobre el fenómeno capitalista (histórico y mundial)- es un tema de enorme complejidad y múltiples aristas. La pregunta misma que le fue planteada, dirigida a saber si él aspiraba a la superación (o «derrocamiento», en una traducción impropia) del capitalismo recibió una respuesta (“parte de mí”) que, como vimos, se inscribe en una tradición de casi dos siglos de críticas al capitalismo. Y de búsqueda de su transformación, cambio, mejoramiento, superación y, en el extremo, su «derrocamiento», que vendría a ser algo así como su demolición y ruina, a la manera perseguida por las grandes revoluciones del siglo XX (soviética en 1917 y China en 1949).

Apostilla 3

«Por capitalismo entenderé no una cosa del mundo, sino un cierto modo de verse afectado cuando se trata de reflexionar sobre esta extraña mezcla de miserias y lujos con la que nos topamos al tratar de asimilar las vertiginosas interrelaciones de «bienes» y «males». El capitalismo es un concepto inventado para ayudar a absorber esta extraña mezcla de entusiasmo por la cornucopia de riquezas que ha sacado a miles de millones de personas de la miseria más absoluta y la indignación, la rabia y la furia en respuesta a las miserias infligidas a otros miles de millones de personas».                     Bruno Latour, On some of the affects of capitalism, 2014

Mi propia visión de estos asuntos es que el capitalismo -en su fase globalizada actual- mantiene el feroz dinamismo identificado por Marx y continúa revolucionando las condiciones de producción, comunicación y de control social a nivel mundial. A la vez, los costos de esta «revolución permanente» -para el entorno natural, las comunidades humanas y los mundos de vida de las personas- son extraordinariamente onerosos.

De modo que el capitalismo progresa de manera creativo-destructiva y deja tras de sí escombros de todo tipo. Su fuerza interna, al decir de Max Weber, el gran sociólogo alemán de la primera parte del siglo XX es la racionalización científico-técnica de todas las esferas de la sociedad. En cada una de ellas -desde la política a las profesiones, la religión a la existencia privada, el consumo a la producción- se extiende el mismo espíritu (del capitalismo) que supone esfuerzo, cálculo, competencia, intercambio, gestión del desempeño, organización y supervisión, dentro de estructuras en constante reconfiguración de oportunidades y recompensas desiguales.

Creer que el capitalismo podría llegar a detenerse por un instante al encontrar un completo equilibrio entre deseos y satisfacciones, como promete Mefistófeles al Fausto de Goethe a cambio de su alma, es una ilusión que desconoce la lógica interna y el espíritu creativo-destructivo de la modernidad capitalista. Esta se basa, dicho metafóricamente, en ese pacto infernal. El capitalismo no puede detenerse ni ralentizarse, aún al riesgo de calentar la temperatura del planeta y de las sociedades hasta tornarla insoportable.

En estas circunstancias, ¿puede uno extrañarse que una parte importante de la humanidad se sienta alienada de la civilización capitalista a nivel global? ¿Y que esa alienación adopte las más diversas formas, desde la anomia a las enfermedades mentales, desde el malestar con la civilización hasta las revueltas contra el mercado?

De hecho, según una encuesta internacional del 2020, un 56% de la gente a nivel mundial piensa que “el capitalismo tal como hoy existe genera más daño que bien en el mundo”. Y, según la misma fuente, como resultado de la desigualdad, la gente tiene menos confianza en las instituciones y experimenta un sentimiento de injusticia.

Con todo, y a pesar de la repugnancia o el cansancio que pueda despertar el capitalismo, la idea de «derrocarlo», esto es, de echar abajo el régimen global de la civilización capitalista industrial moderna, con sus variadas expresiones de nivel regional, nacional y local, resulta inimaginable. En efecto, aquel es la forma como las sociedades se producen y reproducen en la actual fase histórica que, además, ha traído consigo enormes avances civilizatorios, del estilo que Marx enumeraba en el Manifiesto. Un cambio de tal magnitud no es pensable sino como resultado de una mega catástrofe planetaria, una guerra nuclear o alguna otra suerte de distopia universal. ¿Un levantamiento del sur global contra el norte desarrollado? ¿Una implosión en cadena del variegado capitalismo global, a partir de revueltas sociales generadas por un tsunami de indignación colectiva y el desplome de las estructuras de poder establecidas?

De hecho, hay variados tipos de predicciones sobre el fin del capitalismo. Francesco Boldizzoni, un profesor nórdico que publicó recientemente un libro sobre esta materia, distingue cuatro tipos de predicciones.

Primero, las que anticipan una implosión, como predijo Marx originalmente. Es el tipo de predicciones más difundido. El mundo termina con un estallido, no con un quejido.

Luego están las predicciones de «exhaustación» o agotamiento, que sobrevendría cuando el dinamismo fáustico del capitalismo llega a un punto estacionario, situación que, como vimos, es imposible. Más probable sería que aquel dinamismo se agote al alcanzar un punto en que se consumen completamente los recursos y la atmósfera. En este caso el sistema termina con un quejido, no con una explosión.

El tercer tipo son las profecías de «convergencia»’, donde sistemas aparentemente opuestos (variedades de capitalismo y variedades de socialismo, por ejemplo) se aproximan y terminan abrazados dentro de una misma «jaula de hierro» burocrática, híper organizada, altamente racionalizada, tecno científicamente administrada y panópticamente controlada.

Por último, un cuarto tipo de predicciones apunta hacia una «involución cultural» que, como predijo la mejor sociología conservadora, la de Daniel Bell, resulta paradajolamente del propio incesante dinamismo capitalista. Este destruye las bases éticas sobre las cuales originalmente se formó el capitalismo (su espíritu) y, simultáneamente, crea un verdadero «bazar cultural posmoderno» donde todo vale y reina la más extensa libertad de elegir. El capitalismo de origen protestante y provisto con una ética del ahorro y la perseverancia da paso así a la sociedad de masas y consumo, del espectáculo y el cinismo, de la astucia y la lotería nacional.

En medio de tales predicciones el capitalismo de la modernidad tardía, o posmodernidad, carente de un ethos propio, continúa avanzando sin detenerse. Crea un entorno, según un famoso ensayo de Marshall Berman, “que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos [arrojándonos] en una vorágine de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia”.

Entonces, ¿cómo podría uno, o al menos una parte de uno, no sentirse conturbado existencial e intelectualmente por el capitalismo en su ascendente trayectoria de creación y destrucción, de cornucopia y miserias, de bienes y males? ¿Y cómo podría uno no entender que a alguien lo invada el sentimiento de que es imperioso -aunque parezca imposible- superar el capitalismo, y, en cualquier caso, a lo menos reformarlo, mejorarlo, amortiguar sus efectos, mitigar los desequilibrios y devastaciones que deja a su paso y, por qué no, imaginar que aún es posible liberarnos de ese pacto con el demonio, que es el del «progreso» a toda costa aún al riesgo de terminar en una tierra baldía?

Mantener entreabierta esa ventana de esperanza, por pequeña que sea, aunque sólo sea en “una parte de mí”, me parece una actitud en que cabría preservar. Para no ceder todo, incluso el alma, al capitalismo y sus enormes fuerzas creativo destructivas.

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