Machuca o la política del absurdo
Febrero 1, 2019

José Joaquín Brunner, Académico UDP y exministro

VIE 1 FEB 2019 | 09:27 AM

El debate ideológico entre admisión justa y ley Machuca apunta a una interrogante clave: ¿conviene, o no, y por qué en cada caso ampliar y diversificar nuestras élites? Frente a esta pregunta se plantean tres tipos de respuestas.

Primero, de tipo conservador-tradicionalista. Las élites no podrían diversificarse o ampliarse a voluntad, porque se originan en la herencia y en unas culturas distintivas (aristocrática, de caballeros, de riqueza acumulada, etc.). Expresan, por tanto, los estamentos nobles -en sentido lato- de la sociedad, donde estaría concentrada la inteligencia y florecería la excelencia. Su reproducción se haría a través de la familia, de colegios y universidades excluyentes. Esta concepción admite apenas un mínimo de renovación de las élites, ya sea por ascenso social o bien por cooptación de individuos excepcionalmente talentosos provenientes de los grupos subalternos.

Segundo, respuestas de tipo utópico-igualitarista. Plantean que diversificar las élites no puede ser una meta, pues conduciría inexorablemente a mantener y multiplicar las desigualdades. Por el contrario, deberían ser eliminadas de raíz, instalando a la sociedad en un ámbito sin dominación ni desigualdades. Desde ya cabría suprimir los medios para la diversificación de las élites del poder, partiendo por los liceos emblemáticos que históricamente han cumplido ese papel.

Tercero, respuestas de tipo práctico-posibilista. Apuestan a la ampliación y diversificación de las élites como condición para incrementar la competencia democrática. Los liceos académicos más exigentes desempeñan ese rol en Chile y en numerosos otros países. Proporcionan un canal no-tradicional hacia las élites -política, intelectual, profesional, científica, artística y magisterial-, alimentado así la diversidad del personal directivo del Estado y la sociedad civil.

Según revela nuestro debate, la ex Nueva Mayoría ha ido desplazándose desde posiciones práctico-posibilistas hacia posiciones utópico-igualitaristas. Al volverse por segunda vez contra los liceos más exigentes (la primera fue para quitarles los patines), los condena a desaparecer del cuadro formativo de las élites. Al mismo tiempo, propone entregar el monopolio de esa tarea al canal conservador-tradicionalista. Incluso, con la ley Machuca transfiere a los colegios creados para certificar a los herederos la formación de una selecta minoría de jóvenes meritorios de origen popular y mesocrático, para ser socializados en la cultura de la excelencia.

Todo esto es absurdo: quienes deberían luchar por diversificar y ampliar las élites, abandonan la tarea para abrazar una utopía testimonial que volverá más estrecha y monocorde a nuestra élite imperante. Gracias al efecto Machuca, endosarán además una cierta legitimidad inclusiva a los colegios de los herederos. En breve, la oposición progresista ha quedado atrapada en su propia confusión ideológica.

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