Frente al futuro de la educación superior (ES) y la manera cómo esta aborda los retos pueden identificarse básicamente dos perspectivas de análisis en el debate internacional. Por un lado, emerge la visión de innovaciones disruptivas; verdadero cambio de marea que redefiniría por completo los términos en que se organiza y funciona la educación superior. En 1997, Peter Drucker —famoso gurú del management— anunció que los campus universitarios pronto se convertirían en reliquias. Una combinación de procesos de creación destructiva terminaría con la sala de clase, el currículo lineal, las lecciones frontales, las secuencias rígidas del aprendizaje, los grados y títulos largos y pesados, las disciplinas que dividen el conocimiento en parcelas y con el aprendizaje entendido como apropiación individual de contenidos. Las redes, la inteligencia artificial, las máquinas que aprenden, los cursos masivos en línea, la big data y los laboratorios robotizados se harían cargo de la escena.

Por otro lado, está la visión de cambios incrementales y sucesivas adaptaciones, tal como han venido sucediendo —en el caso de las universidades— desde hace nueve siglos. Los sistemas de ES poseerían una gran flexibilidad que les permite cambiar continuamente sin perder su fisonomía e identidad. Sobre todo, habrían aprendido a adaptarse a las cambiantes exigencias de los mercados laborales, la evolución de los conocimientos, la irrupción de nuevas tecnologías y las infinitas regulaciones estatales. Los currículos y la enseñanza se revisan y renuevan. La gestión académica se profesionaliza. Crece el trabajo inter y transdisciplinario. La sala de clase se vuelve más virtual que real.

En Chile, la ES avanza a medio camino entre ambas visiones. La organización y financiamiento del sistema, diversidad de proveedores, cobertura del servicio y administración de las instituciones han experimentado, efectivamente, una transformación disruptiva. De hecho, todavía hoy hay directivos y comunidades académicas que enfrentan dificultades para aceptar la magnitud del cambio ocurrido.

El sistema ha procesado estas transformaciones dentro del molde organizacional de aulas y campus, facultades y carreras, títulos y grados, presencialidad de la docencia y disciplinariedad de la investigación. Todo esto habla de la fuerza de unos modelos institucionales que logran adaptarse sin ahogar la innovación. Al mismo tiempo, la coexistencia a medio camino de las fuerzas del pasado y del futuro crean fuertes tensiones: incremento insostenible de costos, abandono temprano de los estudios, desajustes entre oferta y demanda de destrezas, inestabilidad del financiamiento, malestar de los estudiantes con la enseñanza recibida y de los académicos con el taylorismo que recorre a la “industria”, pesadez curricular, obsolescencia en variados ámbitos de las instituciones e incertidumbre respecto de cómo podrán proyectarse hacia adelante.

En suma, este no es ni el mejor de los tiempos, ni tampoco el peor.

La coexistencia a medio camino de las fuerzas del pasado y del futuro crean fuertes tensiones: incremento insostenible de costos, abandono temprano de los estudios, desajustes entre oferta y demanda de destrezas, inestabilidad del financiamiento, malestar de los estudiantes con la enseñanza recibida (…)