Educación en Afectividad y Sexualidad Integral (EASI)
Julio 4, 2023

Los temores frente a la EASI

29.06.2023

Por Claudia Matus Cánovas, Profesora titular Facultad de Educación de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Directora del Centro de Justicia Educacional.

Dos fundamentales recelos manifiestan quienes hoy se oponen a la Educación en Afectividad y Sexualidad Integral: que a los escolares se les sexualice con contenidos no aptos para su edad y/o que se les confunda respecto a su identidad de género u orientación sexual. Uno a uno, los analiza y aborda en columna para CIPER una académica experta en Educación.

La vigente discusión sobre Educación en Afectividad y Sexualidad Integral (EASI) entre estudiantes escolares chilenos, parece ubicarnos en lugares radicalmente opuestos. Tal distancia no contribuye a avanzar hacia el objetivo de, acorde a las distintas etapas de desarrollo, educar en sexualidad desde una mirada integral que no se limite a aspectos biológicos, sino que incluya las dimensiones psicológicas, sociales y culturales; por el derecho de niñas, niños y adolescentes (NNA) a crecer en un ambiente protegido y de bienestar.

En esta columna quiero aportar desde el ámbito de la investigación en Educación. Para esto quiero referirme a dos de los argumentos hasta ahora utilizados por quienes se muestran contrarios a la EASI. Uno, el temor de que se sexualice a NNA en la escuela con contenidos no aptos para su edad; y dos, que se les confunda respecto a su identidad de género u orientación sexual (con una supuesta «promoción» para que NNA se «conviertan» en lesbianas, gays o personas trans).

Si bien estos temores se pueden entender como legítimos para aquellas personas que, por ejemplo, ven a la comunidad gay como una amenaza contra unos determinados valores referidos al orden familiar, es importante entender que una EASI no tiene como fin sexualizar ni tampoco confundir a NNA. Por el contrario, una EASI bien formulada, y con fundamentos teóricos y empíricos, promueve un conocimiento —tanto para adultos como para jóvenes, niños y niñas— que conduce a evitar situaciones de abuso, violencia y discriminación. Si NNA son educados en sexualidad y género tenemos más posibilidades de que ellos y ellas no sean abusados, violentados ni discriminados, y que tampoco ellos mismos abusen, violenten y discriminen a otros.

Debemos recordar que el planteamiento y discusión de una EASI en el contexto chileno está fundado en datos que nos alertan sobre la problemática, por lo que no se trata de una propuesta antojadiza ni que responda a una ideología, sino que es un intento de hacerse cargo de una realidad crítica. A continuación comparto algunos de estos datos:

•la Fundación Amparo y Justicia elaboró un informe a partir de cifras del Ministerio Público que indica que durante 2022 se recibieron 39.933 denuncias por delitos sexuales contra NNA (la cifra es un 42% mayor respecto a los casos registrados en el año previo).

•según el Servicio Nacional de la Mujer y Equidad de Género (SERNAMEG), en 2022 se registraron 43 femicidios, y hasta junio de 2023 ya van 18 femicidios consumados.

•a diciembre de 2022, a tres años de la implementación de la Ley de Identidad de Género en Chile, de acuerdo a cifras del Registro Civil más de cinco mil personas cambiaron su nombre y sexo registral.

• según un estudio de 2017 de la agrupación Organizando Trans Diversidades (OTD), el 84% de las personas trans que intenta suicidarse lo hace antes de los 18 años.

•la encuesta INJUV 2022 arroja que la mitad de los jóvenes consultados dice haber vivido violencia psicológica en instituciones educativas, espacios familiares y/o con amigos o conocidos. Además, se certifica el aumento de la violencia en redes sociales, así como el duplicamiento en los últimos siete años de jóvenes que justifican que en algunas ocasiones se violente a la pareja.

No dudo en que compartimos que estos datos constituyen un problema en sí mismo. Esta es la realidad para la que por un lado debemos preparar a nuestros hijos e hijas, con el fin de que sepan reconocer, anticipar, denunciar y rechazar conductas que dañen su integridad; y, por otro, para que aprendan a reconocer cuando ellos mismos están cometiendo estas faltas.

***

Hagamos el ejercicio conjunto de ponernos en el lugar de aquellas personas que temen o están en desacuerdo con la EASI: ¿qué significado le dan a los datos de abuso, violación o discriminación en nuestro país?

Tal vez se piensa que estos delitos ocurren «no en mi barrio, no en mi familia ni tampoco en mi escuela». Es como negar una realidad que tenemos documentada. Por ejemplo, cifras de la PDI evidencian que un 51% de víctimas de delitos sexuales fueron agredidas por alguna figura con grado de parentesco.

Por otro lado, el temor a que la EASI «confunda» a NNA sobre su identidad de género o promueva que «se conviertan» en gays o lesbianas al hablarles sobre su expresión y orientación sexual también está descartado desde la investigación empírica [BAAMS et. al. 2017GOLDFARB y LIEBERMAN 2021SNAPP et. al. 2015].

Plantiémonos cómo es que nosotros mismos hemos aprendido sobre género. En general, debemos asumir que nuestro conocimiento al respecto es muy superficial y sin mayores fundamentos teóricos. Por ejemplo, asumir que las mujeres son mejores cuidadoras y los hombres mejores proveedores, no es saber sobre género. No existe evidencia científica que sostenga tal división de roles.

Todos y todas hemos sido socializados en una matriz de género: se nos ha enseñado a sentarnos como señoritas, a unas; y a no llorar, a otros. Aun cuando este ejemplo parezca banal, sostiene la misma lógica de aquellos estereotipos que instalan culturalmente a la mujer como persona de segunda clase y al hombre como un proveedor agresivo y competitivo.

Por eso la escuela tiene un rol vital para la transformación de nuestras sociedades. El preparar a profesionales para formar en EASI requiere de un conocimiento especializado y formación sofisticada. Es necesario aprender a cómo el mundo se ha ordenado en función de la norma binaria de género que hace que un grupo —en este caso, el de las mujeres— sea devaluado y pensado como inferior (lo cual también afecta a hombres que no dan cuenta de una masculinidad «real»).

En la revisión de las bases curriculares de los espacios escolares aparecen datos interesantes. Por ejemplo, cuando se aprende sobre el ciclo de la vida (2º y 3º Básico) se asimila que todo ser vivo pasa por cuatro etapas: nacer, desarrollarse, reproducirse y morir. Se construye así en el niño una idea de qué es y no es normal que puede dejar fuera a, por ejemplo, las personas que no tienen hijos, los hongos que no mueren de viejos o aquellos peces que cambian de género como parte de su ciclo vital.

Una mayor amplitud de visiones en estos ámbitos pedagógicos contribuiría a apreciar la complejidad del mundo humano y no humano.

Revisar cómo en las clases de ciencias naturales, ciencias sociales o educación física se va formando el conocimiento sobre diferencias irrenunciables entre hombres y mujeres es un aporte que merece la pena ser evaluado. Contribuiríamos así a formar ciudadanos y ciudadanas capaces de forjarse futuros libres de violencia y con un mayor sentido ético de lo que es justo. Todo esto también es relevante en la discusión que hoy tenemos sobre EASI.

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