Ángel Claudio Flisfisch: intelectual y amigo
Julio 2, 2023

Ángel Claudio Flisfisch: intelectual y amigo[1]

Ángel Claudio Flisfisch fue un intelectual en la plenitud de su forma, como quedó retratado en su carrera pública y a lo largo de su vida, igual que en el libro que hoy celebramos.

¿Qué significa ser un intelectual y cómo expresó Flisfisch esta figura?

Primero que todo, significa ocupar un rol, hacer un trabajo, que consiste en elaborar y comunicar ideas. Ser algo así como un agente de la inteligencia pública de la sociedad civil. Por tanto, alguien—mujer u hombre—que reflexiona sistemáticamente sobre la sociedad y su tiempo, a partir del conocimiento disponible; es decir, de unas disciplinas—con sus lenguajes especializados de análisis—a las cuales se accede mediante una intensa formación y la continua lectura de sus debates y novedades.

En este sentido el intelectual es un habitante de la República de las Letras; una comunidad compuesta de académicos de las ciencias sociales y las humanidades, escritores y artistas que—más allá de su rol estrictamente profesional—transmiten ideas e imágenes relativas a cómo pensar y hablar sobre su sociedad y su tiempo.

Pienso que AF fue uno de los intelectuales de nuestra generación con una mayor riqueza de lecturas; asombrosa, en realidad. Si alguien mencionaba un libro cualquiera, que por algún motivo sobresalía en la República de las Letras, o un artículo recién publicado, habitualmente él ya lo conocía y tenía una opinión sobre la materia y su autor. Era un intelectual erudito como pocos, cuyas lecturas abarcaban un amplio espectro: de la ciencia política a la filosofía, de la historia a la sociología, de la teoría democrática al rational choice, sin dejar fuera ni la literatura ni el análisis de los hechos recientes en Chile y el mundo.

Le tocó a AC, y a su generación intelectual, vivir el terremoto que el golpe cívico-militar y la dictadura significaron para la República, en particular en la provincia  de las Letras. Todo su entramado de universidades y revistas, de prensa y comunicación, de flujo de ideas y circulación de la crítica, de autonomía educacional y libre expresión de la inteligencia pública, se vino abajo y fue acallado por casi dos décadas. La comunidad intelectual desapareció. Dio paso a instituciones rigurosamente vigiladas y a un lento y gradual proceso de reconstrucción de la esfera intelectual de la sociedad llevado a cabo desde abajo, en los intersticios de la represión.

En ese contexto, el rol del intelectual público cambió, asumiendo la figura del intelectual disidente quien, desde unos precarios espacios de libertad, retoma la labor de interpretar críticamente su entorno. Y difunde por los medios a la mano—por tecnológicamente primitivos que fueran, como eran los documentos de trabajo de la FLACSO—ideas, conocimientos e información que servían para apreciar y entender la realidad más allá de los estrechos límites impuestos por el poder y la opinión oficial.

En Chile, estos centros académicos contribuyeron primero, a una revisión de los procesos que habían llevado al golpe cívico-militar de septiembre de 1973; segundo, a una caracterización del régimen autoritario surgido del golpe, su evolución en el tiempo y las transformaciones que impuso a la sociedad chilena; tercero, a una renovación del pensamiento de izquierdas chileno, a través del proceso que se llamó de la renovación socialista en el plano de las ideas; y, cuarto, al reencuentro de ese pensamiento de izquierdas con las tradiciones de la democracia política.

AF contribuyó en cada uno de estos cuatro frentes pero, especialmente, a pensar y debatir sobre la política democrática, la democracia como idea y construcción social, y sobre la transición pacífica de la dictadura a la democracia, según testimonia el volumen dedicado a su memoria. Efectivamente, además de intelectual letrado y disidente, fue un observador comprometido con su país y su época, definición que alguna vez utilizó Raymond Aron para caracterizar su propia posición dentro del campo intelectual francés.

Quizá donde Flisfisch mejor expresó esa vocación fue en el ejercicio del periodismo de opinión, que inició en la segunda mitad de la década de 1980, en plena dictadura, aunque esta  comenzaba a trizarse. Seguramente fue uno de los primeros, sino el primero, de los intelectuales disidentes que accedió a una plataforma comunicacional del establishment, el diario La Segunda, mientras que—en paralelo—continuaba aportando con sus reflexiones a la prensa disidente que circulaba en las emergentes redes opositoras al régimen.

Llegado el momento, Flisfisch—el intelectual disidente—se convirtió en intelectual partícipe en el diseño, gestión e implementación del proceso de transición a la democracia, dentro del cual luego asumiría responsabilidades en varios ministerios y en diversas comisiones y grupos de tarea gubernamentales. También allí combinó sus competencias analíticas, sus capacidades de observación y sus lecturas actuando como intelectual en las artes de gobernar.

Concluyo así este breve recorrido sobre uno de los intelectuales públicos más destacados del “camino a la recuperación de la democracia”, título del libro que nos congrega. Intelectual partícipe, además, en la gobernabilidad de esa democracia recuperada, como estoy seguro Edgardo Boeninger, uno de sus muchos amigos, habría querido recordarlo en esta ocasión.

Por mi parte, trabajé con AC a partir de los últimos días de 1975, momento mismo en  que comenzó una amistad que perdura en la memoria. Resistimos los 17 largos años de la dictadura y salimos de ella con una institución, la FLACSO, que ambos dirigimos en diferentes momentos. Publicamos lado a lado y fuimos coautores, precisamente, de un libro sobre los intelectuales y las instituciones de la cultura, publicado a inicios de los años 1980 y que la UDP reeditó en 2014. Participamos en múltiples seminarios y conferencias, intercambiamos libros y lecturas, y mantuvimos un común interés por la política, la renovación del pensamiento de las izquierdas y las reformas en la medida de lo posible. A lo largo de los años condujimos una copiosa conversación—quizá cuántos cientos de horas—que de alguna manera seguimos manteniendo hoy. Compartimos amistades, familias y proyectos. Aunque proveníamos de distintas formaciones culturales y creencias, hicimos un itinerario intelectual y político común, comprometidos con la renovación socialista, la transición a la democracia y los gobiernos de la Concertación.

En estos días, volviendo a leer textos de AC, se me venía a la mente, a cada rato, una cierta afinidad electiva de él con Raymond Aron, uno de los mayores intelectuales liberales europeos del siglo XX. Como él, en efecto, AC insistía en la necesidad de entender los hechos de la historia con cierto espíritu que podemos llamar de realismo desencantado; no creer que la política tiene que ver con la construcción de sueños; aceptar la inspiración ética de las convicciones pero gestionar la política sujetando los ideales a la ética de la responsabilidad, por difícil que a veces resulte. También AC fue un “amable escéptico”, como dijo Vargas Llosa de Aron. Un querido amigo, digo yo.

[1] Texto leído con ocasión del lanzamiento del libro El Camino a la Recuperación de la Democracia de AC Flisfisch, en la sede de FLACSO, Santiago de Chile, 27 de junio de 2023.

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