Juan Linz: In Memoriam
Octubre 6, 2013

Juan José Linz, un maestro irrepetible

El catedrático emérito de Yale es el académico español más citado y sin duda uno de los científicos sociales más relevantes internacionalmente

Juan José Linz, especialista en sociología política, en 2004. / MIGUEL RAJMIL (EFE)

Juan José Linz Storch de Gracia falleció el pasado día 1 de octubre en el Yale-New Haven Hospital, en Estados Unidos. Tenía 87 años, y durante toda su vida siempre quiso hacer lo que ha hecho: enseñar, investigar, conocer, tratar de comprender los problemas básicos de las sociedades complejas y de las democracias contemporáneas. Su trayectoria investigadora refleja su formación vital: de niño, se vio obligado a elegir país, lengua y cultura debido a su nacimiento en Bonn (Alemania) en 1926, de padre alemán y madre española. Al poco vivió como niño o adolescente una serie de experiencias únicas: la crisis económica de la República de Weimar, la represión nazi, la quiebra de la Segunda República y los conflictos entre los distintos grupos del bando franquista en la Salamanca de la Guerra Civil. Y después siguieron sus estudios de Derecho y Ciencias Políticas en la entonces Universidad de Madrid y su desplazamiento en 1950 a Estados Unidos tras conseguir una beca del Ministerio de Asuntos Exteriores.

Seis décadas después, Linz se ha convertido en una figura verdaderamente universal, un español quizás sin parangón en las ciencias sociales del siglo XX. Es autor de una amplísima obra que contiene trabajos fundamentales en los que sus contribuciones teóricas y hallazgos empíricos han supuesto un antes y un después. En todos ellos el caso de España ha estado presente de una forma u otra, como una auténtica pasión intelectual. Hemos podido así disfrutar de trabajos excelentes sobre la política de la Restauración, la quiebra de la Segunda República, la historia económica de los empresarios, el régimen autoritario del franquismo, la Transición política, el Estado de las autonomías y los sistemas de partidos y las élites políticas de la nueva democracia española. Gracias a la generosa iniciativa del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, buena parte de sus trabajos están disponibles en castellano en los siete volúmenes de sus Obras Escogidas, editadas por uno de los autores de este artículo y por Thomas Jeffrey Miley. Es el mejor tributo intelectual que se le ha podido hacer.

Linz es el académico español más internacional, el más citado y sin duda uno de los más relevantes. La lista de los reconocimientos que justamente recibió es llamativa, e incluye desde muchos doctorados honoris causa por universidades españolas y extranjeras hasta el Premio Príncipe de Asturias en 1987 o el Johan Skytte de la Universidad de Upsala en 1996, una especie de Premio Nobel de la ciencia política. Sus alumnos han sido legión, y se han repartido por los cinco continentes durante varias generaciones. Dirigió más de 60 tesis doctorales a quienes fueron después académicos punteros en muchos países. También inspiró y aconsejó a los muchos miles más de estudiantes que acudieron a él en busca de orientación para sus investigaciones. No es por eso extraño que Juan ostente probablemente el récord del mayor número de apariciones en las páginas de agradecimientos de los centenares de libros escritos por quienes acudieron a él en busca de ayuda.

Tenía una enorme curiosidad, que aplicaba a todos los ámbitos. Viajó incansablemente por decenas de países, mostrando un amor contagioso por un sinfín de ciudades y de paisajes a los que siempre trataba de volver. Su capacidad de trabajo era extraordinaria, y la ha mantenido hasta el último momento: pocos días antes de morir, ya con dificultades respiratorias, revisaba en el hospital con Al Stepan, su alter ego académico, un trabajo comparado sobre la emergencia de las monarquías parlamentarias democráticas en Europa occidental y en el mundo árabe. Ha sido uno de los gigantes a cuyos hombros tantos nos hemos subido para ver más lejos.

Supo además inculcar su pasión por la ópera y el arte como solo pueden transmitirla quienes sienten genuinamente placer estético ante la obra bien hecha. Desconfiaba de las nuevas tecnologías, es decir, de todo lo que vino después de la invención de la pequeña máquina de dictar que tanto utilizaba. Y mientras pudo se mostraba resignado ante su condición de fumador empedernido de Ducados. Su casa en Hamden, cerca de la Universidad de Yale, en Connecticut, era un auténtico centro de peregrinación para multitud de visitantes de todos los colores, con quienes desplegaba una reconfortante hospitalidad al hilo de discusiones interminables. En ellas salía siempre a relucir Max Weber, o el tío Max, como le llamaba su esposa, Rocío, también su mejor colaboradora; Weber fue como su estrella polar, fuente de ideas y punto de partida de muchas de sus investigaciones.

Cuando escribimos con tristeza este reconocimiento queremos hacerlo también en nombre de los muchos discípulos españoles que han realizado con Linz sus tesis o han sido sus coautores, de muchos de los investigadores que han encontrado en sus orientaciones una nueva forma de hacer ciencia social, de tantos colegas, en fin, que personalmente o a través de sus muchas publicaciones han disfrutado tanto de su infinito conocimiento como de su extraordinaria humanidad. Todos podrán reconocerse en esa especie de colegio invisible que formamos y que ha tenido como maestro a Linz, un español ya universal, un intelectual ejemplar y una persona buena en todos los sentidos de la palabra.

José Ramón Montero, editor de las Obras Escogidas de Linz junto con T. J. Miley, es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid. Xavier Coller, que leyó su tesis con Juan Linz en la Universidad de Yale, es catedrático de Sociología en la Universidad Pablo Olavide de Sevilla.

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‘IN MEMORIAM’

Juan Linz, lúcida pasión por la política

En los últimos tiempos no ocultaba su decepción por cómo se desmoronaba en España todo lo que parecía estable

 

 

Hemos tenido la suerte de conocer a Juan Linz, fallecido el pasado martes. Tras haber dejado la política y antes de volver a la docencia, uno de nosotros marchó a Estados Unidos en agosto de 1993 para una estancia de investigación en la Universidad de Yale y allí entró en contacto con nuestro profesor. El otro le visitó varias veces desde finales del año 2000 y con ocasión de un periodo investigador en la New School for Social Research de Nueva York. La impagable acogida que durante esos años nos dispensaron Juan Linz y su esposa Rocío Terán alivió bastante la soledad de estos voluntarios “trasterrados”.

 

La talla intelectual de aquel sabio y sus conocimientos en tantos campos nos impresionaron. Linz sugería muchas pistas e hizo que la comprensión de la propia experiencia política ganara en calidad y vuelo. Las charlas con él sobre la situación en España nos aportaron perspectiva histórica y comparada, algo que, en especial a un ex-diputado, ayudaba a relativizar pasadas mezquindades. Con personas así, siempre queda el sentimiento de deuda y el recuerdo de una gratitud gozosa.

 

Juan Linz era incompatible con el rencor. Si le llegaba alguna maledicencia de los que se aprovecharon de él, contestaba siempre: “Para qué molestarse, si voy a seguir enviándole las fotocopias que me pida”. Carecía asimismo de doblez. Era transparente como amigo y franco como crítico. Un hombre noble. En apariencia tristón, tenía una capacidad de entusiasmo que contagiaba. Destaquemos su pasión conversadora. Su análisis era más empirista que el nuestro, en el que predominaba un acento normativo; su realismo corregía bastantes de nuestras reflexiones más idílicas.

 

Con una información casi completa sobre el proceso de transición a la democracia, ponderaba sus logros y alertaba de sus puntos vulnerables. Su conocimiento sobre los nacionalismos en España no le permitía hacerse ilusiones sobre los resultados de su acomodo institucional. Sería de ver si, ante las amenazas secesionistas del presente, habría mantenido su categoría de “semilealtad” para calificar a nuestros nacionalismos o más bien el de deslealtad completa. Su enorme conocimiento de la conducta de los partidos políticos hacía que escucharle sobre estos asuntos fuera un privilegio.

 

Algunos colegas han considerado, sin embargo, que la erudición de Linz devaluaba su saber, como si aquella lo dispersara y le hiciera perder calado. Será tal vez la impenitente vanidad de algunos la que les ha impedido percatarse del alcance práctico de su enseñanza. Para nosotros, filósofos prácticos, las conversaciones con él durante estos 20 años han sido de mucha enjundia; de él siempre se aprendía.

 

Linz era moderado; no porque buscara la equidistancia, sino porque desconfiaba de todo extremismo político. Sabía que las certezas en las opiniones políticas conducen a la frustración y al enfrentamiento. Primero fue una intuición, fruto de las vivencias de un niño en la Alemania de entreguerras o en la España de la Guerra Civil y más tarde la experiencia de un estudiante que intenta abrirse camino en la universidad de la posguerra. Luego, la moderación fue actitud y punto de vista fundados en una teoría de la democracia que los resultados de su investigación avalaban. Paradójicamente su pasión por la política era desapasionada.

 

Añoraba volver a España. Nos confesó que le llegaron varias invitaciones, pero nunca cuajó una propuesta lo bastante nítida como para tomársela en serio. El retorno de los mejores sigue siendo entre nosotros asignatura pendiente de muy atrás. En los últimos tiempos le notamos más triste. No ya solo porque los paquetes de Ducados hubieran desaparecido de su entorno, ni siquiera por la intensidad de sus dolores físicos. Le dolía sobre todo el estado de la política en España. El que dejaba asomar siempre una punta de escepticismo, quien insistía en que no se debe esperar de la política lo que no puede dar, era incapaz de ocultar su decepción por el modo como se esfumaba entre nosotros lo que parecía estable. Honrar a Juan Linz es atender a su lección. Él se pasó la Transición recomendando a unos y otros hacer política dentro de unos márgenes de acuerdo. Ahora es tan necesario como entonces, pero lo que ayer fue factible parece hoy casi imposible. ¿Acaso se debe a obstáculos mayores? No, simplemente al exceso de sectarismo que invade la política y sus alrededores.

 

Ramón Vargas-Machuca y Aurelio Arteta son catedráticos de Filosofía Moral y Política en las universidades de Cádiz y del País Vasco, respectivamente.

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