Interesante análisis publicado en el Blog el Post por Soledad Concha, profesora e investigadora de la Facultad de Educación de la UDP, de las medidas educacionales recientemente propuestas por el Gobierno.
Soledad Concha es Directora de Pedagogía Media en Lengua Castellana y Comunicación y de Pedagogía Media en Historia y Ciencias Sociales de la Facultad de Educación de la UDP.
Reforma
posteado por: Soledad Concha
Si uno hace el ejercicio de agrupar las distintas medidas anunciadas ayer por el gobierno, aparecen con nitidez dos grupos: el de los incentivos económicos y el de la medición. Del grupo uno: incentivos para atraer a buenos directores, docentes, estudiantes de educación; para que se retiren los docentes cuyo desempeño esté en entredicho. Del grupo dos: más mediciones durante la escolaridad, nuevas pruebas SIMCE de otras asignaturas y prueba INICIA obligatoria para los egresados de pedagogía.
Superada la primera impresión de que las aguas por fin se mueven y de que aparecen medidas concretas, queda la sensación de que el gobierno ofrece soluciones “talla única” para problemas diversos y complejos y de que, en ambos casos, se trata de vías de solución que suponen poner presión al sistema desde fuera, esperando con esto modificarlo en sus bases. Más profundamente, ambas surgen de la creencia de que basta con ofrecer a los docentes, estudiantes y directivos más dinero y más presión, para que ellos se desempeñen mejor, como queriendo decir que si no lo han hecho hasta ahora es por desidia frente a su profesión y sus bajos sueldos. En otras palabras, las medidas no consideran la posibilidad de que los docentes y los directivos hayan tenido, hasta ahora, un desempeño descendido por falta de preparación. Si esto último es cierto y lo que falla en el sistema es la capacidad técnica de sus miembros, es evidente que medirlos más o pagarles mejor no les dará la preparación que necesitan. A no ser, claro, que la medida vaya en otro sentido y lo que se propone en realidad es remover del sistema a todos los que no pueden o no saben, para dejar paso a los mejor preparados, en un ejercicio que podemos denominar de selección natural o de libre competencia.
En particular respecto de la medición, las propuestas suponen mejorar la enseñanza sin involucrarse directamente con ella. Tómese, por ejemplo, la multiplicación del SIMCE que, si bien puede poner a todo el mundo nervioso, no parece posible que aporte nueva información al sistema que permita mejorar el desempeño docente en las aulas. Sabemos de sobra, por la experiencia nacional e internacional, que la presión que pone la medición deriva con frecuencia en docentes que reducen sus asignaturas al entrenamiento incesante de los contenidos y las estrategias de resolución de las pruebas. Con eso, disminuyen las oportunidades de aprendizaje en lugar de ampliarse.
Sobre INICIA, tal cual se visualiza hoy, se trataría de una prueba para medir el dominio disciplinario de los egresados de educación; es decir, cuánto saben de lenguaje, matemática o ciencia. Un saber necesario, pero no suficiente. En efecto, sabemos bien que un buen profesor requiere de un dominio disciplinario igual o mayor a los contenidos del currículum escolar, pero que el paso para lograr que sus estudiantes comprendan dichos contenidos requiere de otros saberes pedagógicos, sin los cuales esta tarea no se lograría. Así, asociar incentivos económicos a la obtención de buenos puntajes significaría premiar a quienes no sabemos si son capaces de enseñar. Más aún, enviaría a las universidades formadoras de profesores la señal de enfocar su enseñanza al dominio de contenidos disciplinarios, en desmedro de la formación pedagógica.
En mi opinión, esta es una reforma más bien desenfocada de aquellos elementos directamente relacionados con la enseñanza y el aprendizaje, como la formación inicial docente y la didáctica en el aula.
A estos anuncios hay que sumar lo indicado hace algunos días, y me gustaría detenerme en el aumento en las horas lectivas de lenguaje y matemática para los estudiantes de quinto básico a segundo medio. De los comentarios esgrimidos, se deducen ya los pro y los contra de la medida. Por una parte, se ha dicho que ambas asignaturas constituyen la base que permite a los sujetos aprender en las demás materias, sin embargo, se advierte que hacer foco en las asignaturas base va necesariamente en desmedro de otras como Historia, según lo cual estaríamos apostando por formar personas eficientes, pero ignorantes.
Si bien ambas posturas son igualmente legítimas y necesarias en esta discusión, me parece que se quedan todavía en un terreno abstracto. Respecto del sistema escolar, para empezar, por los datos disponibles y por mi propia experiencia observando tanta clase, es evidente que en nuestras aulas se usa mal el tiempo. Minutos eternos dedicados a mantener la disciplina, actividades “latigudas” que con demasiada frecuencia no culminan en un nuevo aprendizaje; muchos momentos muertos para sacarse o ponerse la mochila, monólogos eternos de un profesor que se pregunta y se responde solo. Visto así, no parece estar claro ni que la asignatura de Historia tenga actualmente poco o suficiente tiempo para enseñar lo necesario, ni que sea menester ampliar las horas de lenguaje para mejorar la comprensión lectora o la producción escrita de nuestros estudiantes. Más bien, diría yo, la realidad indica que el problema es más de eficiencia en el uso del tiempo que de tiempo real.
Respecto de las políticas curriculares ahora, la historia reciente nos enseña que todo aquello que se propone desde el nivel central, debe “bajar”, escalón por escalón, hasta llegar a cada aula, a cada docente. En este proceso, necesariamente se pierde información y otro tanto se modifica hasta, en algunos casos, quedar irreconocible al alcanzar el otro lado. Así las cosas, es difícil garantizar que los contenidos de los nuevos programas de lenguaje y matemática, que supuestamente deberían enseñarse en las nuevas horas disponibles, lleguen a las aulas fortalecidos y útiles como los supone hoy el nivel central. En otras palabras, es posible que con más tiempo, se pierda más el tiempo.
El punto entonces, me parece, no es si las horas son muchas o pocas sino qué va a hacer el gobierno para asegurarse de que las asignaturas de lenguaje y matemática efectivamente mejoren, y para velar porque en historia se aproveche bien el tiempo disponible, cualquiera este sea.
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