La chilena del Bicentenario: Relaciones de género
Enero 5, 2010

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Columna publicada en Revista Ya, El Mercurio, el día 29 diciembre 2009.
La chilena del Bicentenario: Relaciones de género
José Joaquín Brunner
Revista Ya, Martes 29 de Diciembre de 2009
Sin duda, las mujeres participan ahora de manera más numerosa y decisiva en diversos ámbitos de la sociedad: el Gobierno, la educación superior, la mayoría de las profesiones, la administración institucional, las Fuerzas Armadas, el deporte, el comercio y los medios de comunicación. Esta creciente participación expresa la revolución de género -quizá la más profunda y de mayores proyecciones- que comenzó en la segunda mitad del siglo pasado y, en Chile, hace un par de décadas. En virtud de ella, la escena social está cambiando dramáticamente de composición y estilo.
El hecho de que nos gobierne una Presidenta es seguramente la manifestación más significativa de tal fenómeno. Mas no la única. A su lado están las mujeres ejecutivas de empresas, trabajadoras temporeras, jefas de hogar, investigadoras y científicas, pilotos de aviones civiles y militares, líderes comunitarias, artistas y diseñadoras, embajadoras y gestoras culturales, doctoras que reciben a sus pacientes hombres y los invitan -para su apenas velado desconcierto- a desnudarse. Dicho en breve: una cantidad de roles sociales se han femenizado por ocupación y ejercicio y, con ello, nuestra sociedad ha ganado en diversidad, talento y, también, en asombro conservador, al constatar que el “sexo débil” ha escapado finalmente del enclaustramiento doméstico y se ha convertido en una semejante, un par.
Incluso más: los principales procesos de transformación de la sociedad chilena se hallan imbricados de muchas formas con este masivo cambio de roles. Así ocurre, por ejemplo, con la disolución de la familia tradicional, el retroceso del matrimonio, la creciente secularización de la vida pública y privada, el desencantamiento del vínculo romántico, la liberalización de los valores y las pautas de conducta, el abandono de los modelos tradicionales de socialización de niños y niñas; el hacerse cargo de la propia sexualidad, como parte de la autonomía de las y los individuos, etc. Ni Marx ni Freud (en cualquier caso menos el primero que el segundo) podían haber anticipado esta evolución.
De lo dicho no cabe sino concluir que se ha alcanzado un grado mínimamente satisfactorio de igualdad de derechos y oportunidades entre mujeres y hombres. En efecto, en áreas claves -de poder, riqueza e influencia- subsiste un evidente predominio de las posiciones masculinas. Nuestras elites políticas, económicas, sociales y culturales están compuestas, todavía, por una desproporcionada mayoría de hombres. Y, como revela la iconografía de la “vida social” en la prensa, al lado del poder que emana de las figuras masculinas, la fotografía expone aún a la mujer burguesa como decoración, elegancia y signo (adicional) de distinción. Prima allí, como en general en las instancias de decisión, un decidido tono masculino; testimonio de tiempos pasados, donde se generó -a lo largo de siglos- la disimulada equivalencia entre hombres/inteligencia/acción frente a la mujer/emoción/pasividad. El descanso del guerrero; hoy, en un tiempo ya no heroico, del vendedor o del ejecutivo.
Por su lado, la participación de la mujer en la fuerza de trabajo, condición de autonomía personal en las sociedades capitalistas, es en Chile una de las más bajas de Sudamérica, al mismo tiempo que la diferencia de sus ingresos con aquellos percibidos por sus pares hombres en un mismo cargo es una de las mayores. Asimismo, persisten zonas de exclusión de las mujeres, de abuso comercial -simbólico y material- de su figura y, lo más grave, de violencia física en el seno del hogar.
En cualquier caso, la emergencia de la mujer en nuevos roles sociales entraña no sólo una profunda transformación de la sociedad, sino, además, un cambio de las identidades y relaciones de género. Mientras la mujer aparece cada vez más en posesión de sí misma -su cuerpo y sexualidad, sus conocimientos y sensibilidad, su inteligencia y capacidad de agencia- los hombres, al contrario, experimentan un progresivo retraimiento, un deterioro de su antigua posición dominante y una sensación inquietante de amenaza frente a tan inesperada alteración del curso de la historia.

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