SEÑOR DIRECTOR
La proliferación de precandidaturas presidenciales es una interesante señal de vitalidad del campo político. Muestra que se halla en estado líquido, sin liderazgos consolidados, con partidos donde se agitan sus corrientes internas, alianzas que mudan y ausencia, todavía, de propuestas ordenadoras del debate.
En realidad, no cabía esperar otra cosa. El país ha experimentado dos terremotos socio-políticos, económicos y culturales de gran magnitud en menos de 18 meses-del estallido a la pandemia-y las réplicas continúan intensamente: crisis de empleo e ingresos de enorme magnitud, alteración generalizada de la vida cotidiana, prolongada emergencia sanitaria, y un ciclo electoral, hasta final del año, donde estará en juego la estructura completa del poder político constituyente, presidencial, regional y local.
De modo que el piso se mueve bajo nuestros pies y no sabemos qué viene por delante. Pocas veces hemos estado en una situación tan expectante. Por lo mismo, sería extraño que el campo político no refleje esta situación.
De allí la importancia crucial de la competencia presidencial y, a su lado, del proceso constituyente. Ambos pueden convertirse en vectores de renovación del orden político o, al contrario, sumirnos en un mayor desorden.
Para avanzar, los precandidatos deben construir mayorías primero en sus partidos, luego en sus alianzas y al final en el país. Y, durante ese proceso, dar muestras de que poseen aquello que más falta hoy: visión, ideas orientadoras, habilidades de comunicación masiva, núcleos técnico-políticos diestros, capacidad de articular diversidades, gestión de acuerdos y creación de consensos.
Todo eso, además, con sensibilidad y comprensión del grave momento que vivimos y sus riesgos. ¿Quién será esa mujer u hombre en que la sociedad pueda confiar? ¿Y seremos capaces nosotros de reconocerla y otorgarle nuestro apoyo?
José Joaquín Brunner
Académico UDP, exministro
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