“No es un lado fuerte del jefe de gobierno, mas es el liderazgo que de él se requiere”.
El Gobierno ingresa al nuevo año en condiciones políticas de máximo estrés, situación agobiante que origina reacciones de gran tensión. Una apreciación realista indica que se halla sin liderazgo, sin programa y sin apoyo de la opinión pública encuestada.
Al frente tiene una población malhumorada, manifestaciones de protesta, una sociedad inquieta y exasperada, una grieta generacional, una oposición obstruccionista, una economía estancada y una acumulación creciente de demandas materiales y simbólicas.
A lo anterior se agregan tres factores de preocupación. Primero, una violencia urbana latente que ahora sabemos irrumpe en cualquier momento. Segundo, una institucionalidad constitucional en suspenso. Tercero, un contexto cultural de inestabilidad geopolítica y espiritual, con interrogantes sobre el futuro del capitalismo, la democracia, la globalización, la cultura humanista y el antropoceno (la época del impacto humano sobre los ecosistemas terrestres).
No cabe duda: nuestra sociedad navega hacia una tormenta perfecta. Es imprescindible guiar con destreza el timón de la nave; es decir, gobernar, que en latín significa precisamente conducir la nave, acción que corresponde al timonel.
Usualmente se dice que los instrumentos de gobierno son del tipo garrote (leyes, coacciones, impuestos, regulaciones, evaluaciones); del tipo zanahoria (incentivos, subsidios, exenciones, licencias) y del tipo sermón (orientaciones, relatos, planes, comunicados, explicaciones, señales).
Sobre todo, Chile necesita hoy gobierno por medio de la palabra. Gobernantes que hagan comprender las cosas en juego; den a conocer el real estado de la nación; expliquen los problemas y riesgos; construyan sentido y ofrezcan una visión del camino a seguir.
Hasta aquí el Gobierno ha fallado en esto, pensando que basta con zanahorias y garrotes. ¡No es así! En circunstancias amenazantes, de encrucijadas y perspectivas inciertas, hacen falta orientaciones y puntos de llegada. Un principio de esperanza.
Tampoco es un lado fuerte del jefe de gobierno. Mas este es el liderazgo que de él se requiere: nombrar los problemas, explicarlos, ponerlos en perspectiva, señalar soluciones y sus límites, compartir significados y recuperar la confianza. En vez de que hable la fuerza, razonar y deliberar en público.
No se trata de demagogia, falsas promesas, astucias verbales o letra chica, recursos que el poder suele emplear para salir del paso. Al contrario, gobernar por la palabra debe servir para distinguir lo conveniente y lo perjudicial, lo justo y lo injusto, lo factible y lo irreal. Pues, como nos recuerda Shakespeare, al final “el mundo es solo una palabra” (Timon of Athens, II, 2).
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