El aprendizaje en el siglo XXI resulta inconcebible sin la tecnología. Nuevos métodos, dispositivos y aplicaciones perfilan un modelo de adquisición de conocimientos para el mundo que viene.
En el edificio de infantil del colegio público Santo Domingo, en Algete (Madrid), hay decenas de réplicas del Guernica pegadas a las paredes. Cada una con sus propios colores y alguna con un trazo dubitativo; cada una hecha por un alumno. Hasta ahí, nada muy distinto a lo que se puede encontrar en cualquier colegio de la Comunidad de Madrid. La diferencia es que en el Santo Domingo, cuando un alumno saca su tableta —todos tienen una— y la pasa por delante de una de las pinturas, un código QR —una especie de código de barras— escondido activa un vídeo donde el pequeño autor del cuadro explica qué es el Guernica y el porqué de su versión. La pintura se pone, literalmente, a hablar.
Todo funciona así en el Santo Domingo: pirámides de metacrilato dentro de las cuales se materializan hologramas alrededor de los que se agrupan los alumnos; códigos QR pegados en las primeras páginas de los libros —los ejemplares están desperdigados por muebles en los pasillos y no hace falta avisar de que se toman prestados— que activan un resumen en vídeo de ese tomo o enlazan con la impresión que le ha causado a algún alumno lector; corchos llenos de calendarios donde puede leerse: “Taller de robótica” o “Impresión 3D”; alumnos que ensayan trigonometría haciendo volar drones a los que han programado para aterrizar en un lugar concreto. Desde hace seis años, la tecnología ha transformado la enseñanza en este centro, el único español que se postula para obtener el título de Distinguished School que en el mundo otorga Apple.
Es un mito que los jóvenes, por haber nacido con la tecnología, sepan usarla.
Hay que enseñarles”, dice una experta
“Aquí el profesor es un guía”, señala Óscar Martín, el director del centro. “Lo importante es empoderar a los alumnos. Que formen sus propios mapas mentales de comprensión”. Para ello, uno de los mejores caminos “es que sean los alumnos los que expliquen a los demás, con sus propias palabras, lo que han aprendido”, indica. Algo para lo que las nuevas tecnologías son indispensables, como los códigos QR antes mencionados, el periódico digital que tiene el centro o sus ocho canales de televisión, presentados por alumnos. “Al principio es llamativa, pero al final la capacidad tecnológica se hace invisible: lo que se transforma es la propia forma del trabajo”. Una forma abierta e interactiva, incluso colaborativa. “Necesito ayuda con latín”, se lee en un post-it rosa (hay decenas) pegado a un lado de un pasillo en el edificio de secundaria. “Ayudo con matemáticas de 1º y 2º, y con física de 2º”, se lee, a modo de réplica, en la pared de enfrente, donde en otro centenar de post-its otros alumnos ofrecen ayuda.
La integración tecnológica en el Santo Domingo da sus frutos no solo en lo lectivo —superan con creces las pruebas de nivel del ministerio—, sino también en lo social: el proyecto empezó en 2012, cuando se incorporó el director Martín e introdujo esta nueva metodología. Con 76 alumnos, el colegio estaba a punto de cerrar. Hoy tiene unos 600 y es un referente. El día que visitamos el centro, una madre llora en un despacho: acaba de enterarse de que su hija no tendrá plaza para el curso que viene. No es una imagen inusual: anualmente reciben unas 300 solicitudes para cubrir 45 plazas.
“¿El mayor cambio? Pues que ahora tengo mucho menos peso en la mochila”, dice Álvaro Abollado —“como un coche, abollado”, responde cuando se le pregunta por su apellido—, un joven que acaba 3º de ESO y que llegó nuevo este pasado curso desde el colegio Las Tablas. El chico está encantado con el nuevo centro, con la interacción y con los deberes, “que son siempre proyectos”. Entre risas y algún empujón cómplice de sus amigos, reconoce que la diferencia “ha sido enorme”. El colegio de Algete es la punta de lanza de un cambio educativo imparable que integrará la tecnología con la enseñanza, hasta ahora acotada al centro de estudios.
“No se puede hablar de nuevas tecnologías porque ya no son nuevas. Es impensable la educación del siglo XXI sin tecnología”, opina Mar Camacho, doctora y experta en tecnología educativa, recién nombrada directora general educativa de infantil y primaria de Cataluña. “La Unesco, la Unión Europea, todas abogan por la adquisición de competencias para el siglo XXI, y una de ellas es la digital. En las escuelas tenemos la obligación de impartirlas para el futuro profesional y personal de los estudiantes”, señala. Advierte que “es un falso mito que los jóvenes, por haber nacido con tecnología, sean competentes en su uso. Hay que enseñarles”. Camacho dirige un estudio de Samsung Smart School que lleva cuatro años midiendo el impacto educativo que tiene la introducción de tabletas —que también fabrica la marca que promueve la investigación— en el rendimiento académico. Ha medido el de unos 4.000 alumnos y de 600 profesores en 108 aulas de 5º y 6º. Las conclusiones del trabajo, que se publicarán este mes, demuestran que las tabletas mejoran el rendimiento de los alumnos en competencia lingüística, digital y para aprender a aprender, las tres tipificadas por la Unesco como competencias clave para este siglo. El estudio no se ha hecho en centros concertados o privados, sino en centros poco favorecidos o periféricos. “Lo que también demuestra cómo la tecnología contribuye a subsanar la brecha digital”, señala.
“Otro de los peligros que entraña el uso de dispositivos móviles es su posible efecto adictivo”, apostilla Carballo. Nuestro cerebro dispone de un circuito que codifica el placer y la recompensa: evolutivamente hablando, este circuito está diseñado para que responda a los reforzadores primarios que permiten nuestra supervivencia, como la comida, la bebida, la interacción social… “Pero es un circuito que también responde a reforzadores secundarios o artificiales, como las drogas o las pantallas, que, actuando sobre el circuito del placer y modificándolo, pueden acabar llevando a problemas de adicción”. Carballo alerta de que actualmente empezamos a tener los primeros estudios de neuroimagen de adolescentes adictos a Internet. “Se dan una serie de alteraciones neurológicas que pueden acompañar trastornos de conducta y de agresividad que claramente van a estar dificultando el óptimo desarrollo y la capacidad adaptativa de estos niños”. Estos efectos negativos correlacionan de forma clara la edad de inicio de exposición a las pantallas —se recomienda no empezar nunca antes de los dos o tres años— y la cantidad de horas de exposición.
“Lo importante es regular desde el mundo adulto el uso de las pantallas. Para evitar los posibles problemas de adicción, pero también por el resto de experiencias y vivencias que se pierden cuando están delante de una pantalla”, cierra Carballo. “Soy optimista, pero está claro que el personal docente necesita formación y asesoramiento de calidad y continuado para hacer un buen uso de estas tecnologías en el diseño de su práctica de aula”.
De vuelta en el Santo Domingo el último día antes de las vacaciones de verano, una clase atestada de chicos observa la presentación del proyecto de fin de curso de los alumnos de primaria. Una alumna de 6° habla de los katakunyandigea, una civilización inventada por los propios estudiantes. “Usaban madera cubierta de cera para impermeabilizarla”, se lee en la pantalla proyectada sobre la pizarra. “Comían tres veces al día, en horas marcadas por la religión”, añade la chica. Este trabajo es fruto de la unión de todas las disciplinas: desde la redacción de los textos a la impresión 3D de utensilios.
“Lo más interesante de este modelo educativo es la facilidad que da a los alumnos de encontrar su vocación”, dice, en el aula contigua, María Luisa Porto, profesora de tecnología, que comenta cómo un grupo de alumnos mayores se ofrece a ayudar a los estudiantes de primaria que tienen más problemas con la programación básica. “Ese grupo tiene claro que se va a dedicar a la informática o la ingeniería. Han encontrado su pasión”. Porto señala también los cambios operados en el propio trabajo del profesor: “El ambiente aquí es transversal, entre cursos y entre materias. Eso también se contagia al profesorado, creando un ambiente de trabajo más cooperativo”. Cambios en la educación de base que se acaban reflejando en los docentes, que deben hacer también sus propios cursos. “Desde formación para el uso de la impresora 3D —explica Porto dando unos golpecitos a la impresora del centro— hasta programación en código swift”.
Javier Arroyo es cofundador de Smartick, una aplicación creada en España en 2011 que desarrolla un plan de estudios para cada niño a través de la inteligencia artificial. Basta con usarla 15 minutos al día. “Se hace una prueba que identifica el nivel de cada alumno, y el plan se va adaptando en tiempo real. Se encuentra la carencia del alumno y, cuando hace un ejercicio, se identifican entre 20 y 50 aspectos en cada respuesta: velocidad, resultado… Esta medición es la que genera el siguiente ejercicio que le aparece al usuario. Así se ajusta a su nivel”, resume Arroyo. El método ha dado buenos resultados a sus fundadores: Arroyo responde tras aterrizar desde Estados Unidos, donde ha pasado dos meses de gira tras ser nombrado Eisenhower fellow —distinción que la Fundación Eisenhower otorga a entre 20 y 25 líderes innovadores comprometidos con la creación de un mundo más pacífico— por su labor en Smartick. Una visita al azar a la web de la aplicación informa: “En las últimas 24 horas, 5.846 alumnos de 85 países han resuelto 344.567 ejercicios”.
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