El cuadro político y la dinámica de las ideas y los partidos
Abril 17, 2024

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Hace ya un buen rato que el panorama ideológico-político chileno gira en torno a dos bloques -de derechas e izquierdas- con una zona intermedia de pequeños núcleos. Esta era ocupada antiguamente por un poderoso tercio situado al centro; ahora, en cambio, es reducida y bascula entre ambos polos. Las recientes elecciones de las mesas de ambas cámaras del Congreso reflejan ese clivaje centrífugo, inestable, donde los núcleos situados entre medio, por pequeños que sean, juegan un papel decisivo a la hora de dirimir entre las fuerzas principales.

Esta composición del cuadro político con dos bloques fuertes contrapuestos y un centro lábil, da lugar a una serie de fenómenos que en la jerga periodística se identifican como polarización, discolaje, pirquineo de votos, parlamentarismo transaccional, debilidad del centro, etc.

Todo esto se halla envuelto en un clima discursivo altamente confrontacional, de constante hostigamiento mutuo, entre oficialismo y oposición, y de gran confusión.

De hecho, ambos bloques principales dialogan escasamente entre sí en cuestiones de fondo y, más bien, aparecen envueltos en inútiles guerrillas verbales de Narbonas contra Craigs, competencia por quienes se muestran más duros ante el crimen organizado, quienes tratan mejor o peor a empresarios o trabajadores, quienes descalifican más hábilmente a los contrarios, y cómo abordar adversariamente cualquier asunto que se haga presente en la agenda pública.

Los ejemplos abundan. En los últimos días hay verdaderas guerras retóricas sobre: el trato que se debe dar al gobierno venezolano y a los inmigrantes ilegales de dicho país; el papel de la movilización social en el proceso político-legislativo; los juicios cruzados entre empresarios y autoridades de gobierno sobre el estado de la economía y las posibilidades del crecimiento; las sucesivas pugnas dialécticas en torno al Mineduc (educación no-sexista, los SLEP y su crisis, el derecho a crear colegios, la plataforma “anótate en la lista”, el funcionamiento del sistema de admisión centralizado a través de la web). Y así por delante.

En cada una de dichas batallas las partes intervinientes de ambos bloques compiten por elevar los decibeles de la discusión, descalifican a los oponentes, acuden a prejuicios, distorsionan la evidencia y, en general, parecen más preocupados de remarcar y remachar las diferencias con los adversarios antes que en encontrar un terreno común de posibilidades y construir acuerdos.

Estas dinámicas perversas se ven aumentadas y vuelven aún más difícil la convergencia constructiva de opiniones y soluciones por el hecho que, en realidad, cada uno de los dos grandes bloques son -a esta altura- una amalgama de fuerzas que conviven incómodamente en nuestro complicado sistema político y su esfera de partidos.

2

El bloque de derechas, opositor, tiene dos ejes al menos: el Partido Republicano y la coalición Chile Vamos.

El primero, Partido Republicano, culturalmente más conservador y crecientemente autoritario en lo político y neoliberal-católico en lo económico, con un fuerte énfasis en temas de seguridad nacional al estilo Bukele, como lo he descrito aquí y aquí.

El segundo, a su vez, compuesto por tres corrientes de disímil trayectoria: (i) UDI, partido heredero de los tiempos de la dictadura, conservador-gremialista, con una combinación propia de neoliberalismo y catolicismo-social subsidiario y una noción de democracia protegida, que lo acerca naturalmente a Republicanos; (ii) RN, una alianza de personalidades, con implantación en regiones y una mezcla de pensamiento tradicional, socialcristiano y liberal (piñerismo); y (iii) Evópoli, un grupo nacido con intención renovadora, de un liberalismo social abierto a innovaciones y crítico del republicanismo restaurador.

Las dinámicas internas del bloque en pleno desarrollo oscilan entre la competencia de Chile Vamos y Republicanos, o la colaboración para hacer frente al desafío de las izquierdas en las próximas elecciones.

Como ha dicho Stéphanie Alenda, una estudiosa del tema, “el hecho de que las derechas radicales en el mundo estén cada vez más decididas a jugar en el terreno de la democracia vuelve más probables y legítimas las alianzas con la derecha convencional. En ese juego, la alianza Chile Vamos está, sin embargo, enfrentada a dos desafíos mayúsculos: por un lado, mantener la cohesión interna que la ha caracterizado; por el otro, evitar que el mimetismo la lleve a ser fagocitada por el Partido Republicano si ambos terminan acercando sus posiciones”.

Puede anticiparse pues un cúmulo de tensiones y contradicciones que surgirán en los próximos meses y hasta el final de la carrera presidencial en 2025. Es probable que allí se juegue la hegemonía interna en este sector y la suerte de la derecha radicalizada de Kast y Republicanos.

3

El bloque de izquierdas, por su parte, está en plena ebullición interna, dentro y entre sus tres componentes mayores: el PC, el FA (ahora un único partido) y el SD, que agrupa al PS, PPD, PR y PL.

El PC, la parte más tradicional del bloque, sigue aún apegado al pensamiento revolucionario del siglo 20, a Marx, al leninismo organizacional, a un estatismo centralista, y a la idea de una combinación -desde dentro de la democracia- entre caminar con un pie por el camino institucional y, con el otro, correr rápido cuando se provocan oportunidades de crisis insurreccionales.

Al momento, el PC ha tenido que domesticar sus propios “animal spirits” para asumir los desafíos de la gobernabilidad. Soñó con la posibilidad de una “ruptura democrática” durante el octubre chileno (2019) y mantuvo ese sueño mientras el octubrismo se prolongó al alero de la Convención Constitucional.

Tras la derrota de este rumbo en el plebiscito de septiembre de 2022, el PC entró en fase regresiva, tácticamente desarmado y estratégicamente sin un horizonte claro. Así queda retratado en el Informe presentado al iniciarse el XXVII Congreso del Partido, que analizaremos más extensamente en una próxima oportunidad.

Baste decir aquí que el PC se encuentra en una posición de fondo insostenible. Su historia y conciencia política, forjadas a lo largo del tiempo de las grandes revoluciones del siglo XX, en particular la revolución soviética, y su utopía comunista no revisada tras el desmoronamiento de la URSS, lo mantienen en continua tensión entre la necesidad de impugnar radicalmente el capitalismo y su superestructura democrática y la imposibilidad de provocar un cambio de esa magnitud y naturaleza dentro del propio juego político democrático. Así también oscilan, sin brújula ni norte, sus visiones internacionales: fascinación con Putin, nuevo zar ruso; secreta aspiración hacia el modelo chino de Xi, de centralización tecnológicamente guiada bajo un régimen autoritario; nostalgia y lealtad hacia el socialismo artesanal y el autoritarismo caribeño de Cuba; admiración, no demasiado oculta, por los exponentes del socialismo bolivariano, con la figura liminar de Chávez presidiendo sobre la desintegración nacional venezolana.

En medio de la fraseología celebratoria del Informe al XXVII Congreso, queda claro sin embargo que el PC reconoce los límites de su actual posición, aunque no cede en la meta final. Según se lee allí: “Nuestra tarea no termina con un periodo electoral. Debemos continuar trabajando día a día para acumular fuerzas, convencer y movilizar al pueblo a través de la organización social y el trabajo de masas como elementos centrales que coadyuvan a una adhesión mayoritaria a nuestro proyecto de sociedad”.

Tal proyecto, sin embargo, no despunta por encima de la fraseología respecto al neoliberalismo y el capitalismo salvaje que serían los grandes obstáculos a superar. “Está plenamente vigente la contradicción democracia-neoliberalismo, y la exigencia de llevar adelante una verdadera revolución democrática, en nuestro caso no renunciaremos a la perspectiva socialista”. Mas el significado de esta “perspectiva socialista” no aparece por ningún lado, igual como también la fórmula de “una verdadera revolución democrática” queda sumida en una bruma conceptual.

4

En cuanto al FA, convertido ahora en un único partido sobre la base de la fusión entre RD, CS, Comunes y Plataforma Socialista, si bien es la expresión orgánica más reciente de las izquierdas chilenas, y su cara generacional supuestamente más renovada, la verdad es que su proyección futura es incierta.

Y lo es no tanto por la suerte que corra eventualmente el gobierno del Presidente Boric sino, ante todo, por su confuso perfil ideológico. Más que haber desarrollado una visión cultural de su proyecto, el FA continúa apareciendo como un collage posmoderno de ideologías críticas. Así, el nuevo partido se define como democrático, socialista, feminista, ecologista, patriótico, latinoamericanista e internacionalista; proclama la libertad, es popular, descentralizado y diverso; aboga por la paz, probidad y transparencia; es plural y está fundado en la esperanza”.

El socialismo ahí invocado es, por sí, impreciso pero generosa y conciliador: “El Frente Amplio se define socialista en tanto lucha por una sociedad inclusiva e igualitaria fundada en los valores de la libertad, la igualdad, la solidaridad y el compromiso irrestricto con la garantía, respeto y promoción de los derechos humanos. Aspiramos a un horizonte de emancipación de toda forma de explotación, opresión y sometimiento de la vida para construir una sociedad que permita el ejercicio pleno de la autonomía, el vínculo solidario, fraterno y enriquecedor para lograr el buen vivir entre todos los miembros de nuestra sociedad”.

Habrá que esperar para ver cómo durante los próximos meses se llenan de contenido estas declaraciones que, por ahora, vuelan con la levedad de las retóricas bien intencionadas.

5

Finalmente, el SD, tercer componente del bloque de izquierdas, se mueve también en dirección hacia una puesta al día de su pensamiento, más allá de ser el sostén político-técnico del gobierno Boric.

Así lo muestra el Manifiesto del Socialismo Democrático, dado a conocer últimamente por este sector. El texto se mueve entre coordenadas doctrinarias socialdemócratas, coordenadas de interrogación global sobre el carácter del cambio de época o civilizatorio en curso, y coordenadas nacionales relativas a la incertidumbre socioeconómica y político cultural.

Reconoce que la centroizquierda chilena está frente a desafíos de gran alcance. En efecto, “las grandes transformaciones globales preludian el término del actual orden internacional y el comienzo de uno nuevo. Se han desdibujado los conceptos de capitalismo y socialismo tradicionales, conformados en el siglo XX. El socialismo real fracasó, también el capitalismo neoliberal, aunque convengamos que su capacidad de resiliencia y adaptación a nuevos estados del mundo es sorprendente. El fracaso del llamado socialismo real a fines del siglo XX, la acelerada globalización en el siglo XXI, el desplazamiento del poder hacia el Oriente, la enorme expansión de las empresas digitales, el progreso tecnológico, en particular la inteligencia artificial y la biogenética, el cambio climático, los actores no estatales, y la reemergencia de la geopolítica son expresiones de un cambio mayor en curso. Es en este espacio dinámico e incierto que debemos situar nuestra acción política futura”.

¿En qué dirección debería desplegarse dicha acción futura?

En este punto la respuesta del Manifiesto recupera la tradición europea y proclama una perspectiva más bien convencional: un Estado de bienestar capaz de organizar una sociedad a la altura de las necesidades y derechos de las personas. La tarea por delante sería larga y difícil.

Pues, como afirma el Manifiesto, “entre la salida del neoliberalismo y la edificación de una sociedad organizada por un Estado de bienestar, hay todo un trecho por el cual transitar. Ese trecho está plagado de obstáculos, y es lo que explica que necesitemos distinguir entre el tiempo corto y el tiempo largo de la historia. Qué duda cabe: no es lo mismo salir del neoliberalismo que ingresar a una sociedad en la que cumple un rol protagónico un Estado de bienestar. Demás está decir que este movimiento que proponemos no es un movimiento automático hacia el socialismo, sino más bien una orientación hacia una sociedad en la que se incorporan principios socialistas en el propio funcionamiento del capitalismo (en este caso no neoliberal)”.

Por tanto, el horizonte sigue siendo el socialismo, sin que su significado sea para nada claro. Como sea, más allá de la nostalgia por un Estado (de bienestar) rector de la sociedad, el documento del SD da un paso -todavía tímido- y postula la necesidad, para enfrentar los retos del capitalismo global, de “nuevas formas de articulación público-privada para el desarrollo productivo y tecnológico y el progreso social en todo el territorio nacional”.

Ahí se insinúa una incipiente perspectiva de renovación ideológica que no está presente, por el contrario, en otros sectores de la variegada izquierda chilena. Y que, por cierto, avanza apenas en el bloque de las derechas, donde más se respiran aires de restauración conservadora.

En suma, el bloque de izquierdas tiene en su interior una batalla ideológica-cultural por la hegemonía del sector, como reconoce el PC en su Informe, y como se vuelve evidente al leer las visiones y propuestas de futuro que persiguen sus fuerzas principales.

6

La única conclusión a la que podemos arribar momentáneamente en relación con el panorama ideológico-político chileno es que, por ahora, los bloques principales opuestos, y los núcleos situados entre ambos, aparecen más interesados en combatir a sus adversarios y bloquear sus iniciativas, que en renovar sus propias posturas de mediano y largo plazo. Están más preocupados por sobrevivir tácticamente que en forjar una perspectiva estratégica para el país que aspiran a gobernar.

En ambos bloques hay, además, corrientes renovadoras o, a lo menos, que intentan plantear preguntas al futuro y responderlas a partir de sus propias tradiciones y trayectorias intelectual-culturales. En ambos bloques, también, dichos procesos de apertura y renovación generan dinámicas de cambio y conservación; en ambos bloques surgen partidos con un potencial más radical -como Republicanos y Comunistas, a uno y el otro lado- y, asimismo, partidos más propensos a elaborar propuestas reformistas, como ocurre con Chile Vamos entre las derechas y con SD y el FA entre las izquierdas.

Los meses que viene y el ciclo electoral completo al que asistiremos durante los próximos 20 meses (apenas), mostrarán cómo evoluciona este cuadro político de fondo y qué relaciones de fuerza ideológica imperarán cuando se inicie la próxima administración en marzo de 2026.

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