Así empieza lo malo
”No cabe duda, lo que ha ocurrido no tiene como víctima a Sergio Micco, puesto que al tratarlo de la forma en que se lo trató a la que en realidad se maltrató es a la universidad y a sus rutinas, que exigen esa forma de sobriedad y de ascetismo que se llama racionalidad”.
Un profesor de la escuela de Gobierno, Sergio Micco, fue amedrentado e increpado a gritos por un grupo de estudiantes de Derecho, quienes pretendieron expulsarlo de la Facultad en la que a duras penas, en medio de pancartas y de interrupciones a viva voz, había acabado de exponer. El pecado de Micco habría consistido en no diagnosticar como una violación sistemática de derechos humanos las mutilaciones ocurridas en octubre del año 2019.
El incidente da cuenta de un síntoma de algo en extremo peligroso para la universidad.
De todas las instituciones de la sociedad moderna, la universidad es la única que hace del diálogo y la reflexión su quehacer más propio. Si alguien se preguntara qué rasgo es el más propio de la institución universitaria, ese que si faltara la haría desaparecer, eso que la identifica y la distingue de los medios, los partidos, las tribus, las parroquias y las barras, sería justamente ese, el intercambio razonado, y no por vehemente menos razonado, de puntos de vista sin excluir ninguno.
Y eso es lo que por momentos se estropeó al maltratar a Sergio Micco.
Los estudiantes tienen todo el derecho, desde luego, de criticar a Sergio Micco, o a otro profesor o a cualquiera que ejerza una función pública, y de considerar que no estuvo a la altura de sus deberes, y no cabe duda de que tienen, además, el derecho indudable de manifestarlo y hacerlo saber públicamente, dando, desde luego, razones y la oportunidad, a quien haya sido objeto de esa crítica, de defenderse y hacer saber por qué ella puede estar equivocada. Lo que, sin embargo, no puede ocurrir es que los estudiantes piensen que tienen el derecho de expulsar a un profesor de la universidad o a hacerlo callar o amedrentarlo mediante gritos y acusaciones a voz en cuello, o siquiera insinuarle que no podrá salir tranquilo a la calle, o etiquetarlo de cómplice de esto o de aquello, o vociferarle en su cara como si fuera un vil que merece la peor de las repulsas, o cancelarlo considerando que debe ser condenado al ostracismo o al silencio.
Y los estudiantes no tienen derecho a hacer eso porque al hacerlo contradicen su propia condición de miembros de la universidad, la que los obliga a hacer uso de la palabra y del diálogo para hacer valer sus puntos de vista, y porque al negarse a oír los argumentos que Sergio Micco quiso inútilmente exponer desmienten su condición de estudiantes de Derecho, la que les impone un deber incluso adicional al de la simple racionalidad, el de aprender, apenas ingresan a la Facultad, que incluso aquellos que ellos pudieran considerar cómplices o culpables de esto o de lo otro, deben ser oídos para atender y sopesar sus puntos de vista y sus argumentos. Pero estos estudiantes que vociferaban y gritaban a Sergio Micco, y lo instaban en coro a hacer abandono de la Facultad, parecían creer (parecían, porque es de esperar que la reflexión posterior les enseñe que estaban en un error) que basta tener una convicción acerca de la justicia desde el propio punto de vista para que entonces cualquier conducta esté justificada; pero ¿qué sería de la sociedad si bastara creer algo con convicción suficiente para que cualquier conducta, incluida la infame de la funa y la condena a coro, esté justificada? ¿Qué sería de la universidad si sus miembros creyeran que basta el fervor moral acerca de esto o de lo otro para que entonces se pudiese reemplazar la racionalidad por la mera emoción, y sustituir esa forma superior de la civilización que es el diálogo por el grito en patota y por la funa? ¿Qué sería del Derecho si los abogados actuaran como estos estudiantes y si en vez de oír antes de condenar, se apresuraran a hacer callar para así condenar sin problemas y sin objeciones?
No cabe duda, lo que ha ocurrido no tiene como víctima a Sergio Micco, puesto que al tratarlo de la forma en que se lo trató a la que en realidad se maltrató es a la universidad y a sus rutinas, que exigen esa forma de sobriedad y de ascetismo que se llama racionalidad.
La intimidación, sea a través de la coacción o la amenaza o la funa, es simplemente inadmisible en la universidad, y tolerarla o intentar comprenderla o aminorarla, o hacer como si no hubiera ocurrido, significa aceptar que la universidad se envilezca, que sus alumnos abdiquen la individualidad para sustituirla por el comportamiento colectivo que permite emboscarse y eludir la responsabilidad y que sus profesores se vean expuestos a decir y enseñar en la sala de clases, so pena de funas y maltratos —¡pero a qué extremo hemos llegado! ¿cómo se puede aceptar esto sin escándalo?—, lo que los estudiantes quieren oír.
Ya es suficientemente grave que muchos estudiantes de liceos y de escuelas hayan abandonado cualquier sentido de autoridad y que en muchas escuelas la función de profesores haya sido reducida a la de un animador de esto o de aquello,a un incitador de conversaciones o a un contenedor de rebeldías; pero que estudiantes universitarios se crean con derecho a funar a un profesor por lo que dice, o a cancelarlo, o a imprecarlo a coro, o a vociferarle en su cara esto o aquello, abandonando así todo lo que hace digna a la universidad y a su propia posición en ella, es simplemente inadmisible.
Bello no está completamente muerto
”No olvidemos que el octubrismo pudo difundirse en Chile porque hubo muchas claudicaciones, particularmente en los claustros universitarios. Un gran número de profesores se acobardó, y fueron incapaces de llevar a sus alumnos al terreno de la razón, del análisis, del diálogo”.
Sin embargo, el episodio también nos muestra cosas muy ilustrativas. Comencemos por las reacciones de rechazo a esas agresiones verbales. Una parte significativa de nuestra izquierda las condenó, pero casi siempre con una cláusula previa: “Aunque yo no estoy de acuerdo con él…”. ¿Desde cuándo hay que decir algo semejante para evitar que la gente piense que uno coincide en todo con la víctima de la injusticia que se rechaza? Si al vecino le roban la bicicleta, ¿van a aclarar: “Aunque yo no estoy de acuerdo con él, estos robos me parecen inaceptables”?
Esas figuras políticas actúan como si sus “credenciales democráticas” se basaran en el hecho de estar en contra de las ideas de Micco antes que en contra de la funa. Me temo que, con todas esas prevenciones, muestran que la izquierda radical ha logrado imponer un determinado clima cultural, con sus santos y demonios, del que no logran sustraerse.
También resulta sorprendente la reacción del decano de esa facultad. Nos dice que “el profesor Micco no fue censurado ni se le impidió su ingreso a la Facultad de Derecho”, y que “pudo realizar su conferencia” (ya los letreros en la sala anunciaban lo que venía: “Sergio Micco, los ojos del pueblo te condenan”).
Con esta declaración del decano, podemos saber que lo importante es lo que sucede en el aula. Que un académico sea injuriado en otros recintos de la más antigua facultad de derecho del país no parece tener mucha relevancia, porque nos ha dejado muy claro que allí se “fomenta la reflexión académica y el espíritu crítico de todas las ideas, y ayer (por el miércoles) no fue una excepción”.
En todo caso, lo rescatable de esta historia es la actitud del propio Micco. En ningún momento se amilanó. Por el contrario, les recordó a esos estudiantes que estaban en la Casa de Bello, que allí no procedía la censura, y que si llegaran a lograr su propósito de excluirlo, la única perjudicada sería la Universidad de Chile.
La réplica de los funestos funadores fue inequívoca: “–Por supuesto que lo vamos a censurar, aquí no tiene que haber cabida a discursos de odio como el que usted implantó en esa época (el tiempo posterior al 18 de octubre). Usted tiene que irse, así de sencillo”.
Con todo, el profesor no se desanimó. En un acto de confianza en la racionalidad que pudieran tener esas personas que exudaban odio, les dijo: “–Jóvenes, ¿quieren hablar o no?”. Sin embargo, la muchachada no estaba dispuesta a ejercitar sus neuronas o quizá no quiso correr el riesgo de enfrentar las razones de Micco, porque la respuesta de esos alumnos que estudian allí donde fueron alumnos Aníbal Pinto, Arturo Alessandri, Pedro Aguirre Cerda, Gabriel González Videla y Patricio Aylwin fue: “–No, que se vaya, que se vaya”. Esos gritos no mostraban simplemente furia, sino una asombrosa carencia de horas en la biblioteca y un miedo profundo al ejercicio de la razón.
No vamos a culpar a la Facultad de Derecho de esas carencias, que vienen de mucho antes, pero sí hay que reconocer que el paso por sus aulas no ha dejado en ellos una huella perceptible. ¿Se imaginan un país gobernado por esas personas? Micco es incancelable y miles van a ver su conferencia en YouTube, pero que se promueve la autocensura entre los estudiantes que no se alinean con los funadores.
Como el no-diálogo había terminado y ya había dictado su conferencia, Micco se fue. No salió arrancando, simplemente se marchó. Podría, como los antiguos judíos, haber sacudido el polvo de sus pies, en protesta, pero los espectadores no habrían entendido un gesto propio de una tradición cultural que desconocen. Como otras veces, se limitaron a repetir, como un mantra, “¡esto es discurso de odio!”, sin matiz alguno. La actitud de Micco nos muestra que las alternativas frente a la cultura de la cancelación no son solo la provocación desenfadada de la que algunos se ufanan o el débil apocamiento. Ella indica que hay una tercera posibilidad, representada por la figura de Andrés Bello, que apela a la razón, aunque del otro lado parezca ausente. Se me dirá que su intento fracasó, pero no estoy de acuerdo, porque muestra que Bello, aunque maltrecho, está vivo: uno puede ser moderado, pero eso no significa que vaya a acobardarse.
El octubrismo pudo difundirse en Chile porque hubo muchas claudicaciones, particularmente en los claustros universitarios. Un gran número de profesores se acobardó, y fueron incapaces de llevar a sus alumnos al terreno de la razón, del análisis, del diálogo. En cambio, se plegaron dócilmente a los dictados de los estudiantes, como si de ellos emanara un poder salvífico capaz de liberar a la República de todos sus males.
Siempre va a haber radicales, en todos los sectores. Lo relevante no es eso, sino si en el país existe un número suficiente de personas que sean capaces de cumplir con su deber, de hablar cuando hay que hablar, de no dejarse arrastrar por la ira y de defender la herencia de Andrés Bello, ese venezolano que, desde el punto de vista institucional, es el más grande de los chilenos.
Condenan funa a Sergio Micco en la U. de Chile: “No solo es inaceptable; es fascista e impropio para cualquier universidad”
De “no fue censurado” a “grave y preocupante”: las distintas posiciones que adoptaron facultades de la U. de Chile por funa a Micco
El exdirector del Instituto de Derechos Humanos (INDH) fue duramente increpado el miércoles por estudiantes militantes de las Juventudes Comunistas (JJ.CC.) y Convergencia Social (CS) en la Facultad de Derecho de esa casa de estudios.
“El pensamiento crítico no es compatible con las agresiones verbales y/o las amenazas encubiertas”.
Esa es una de las frases de la declaración que difundió la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile, firmada por su decano Leonardo Letelier, para condenar y calificar como “grave y preocupante” la funa de la que fue objeto el miércoles el exdirector del Instituto de Derechos Humanos (INDH), Sergio Micco.
Ese día Micco participó como expositor en el Congreso de Ciencias del Derecho y Filosofía Jurídica-Política, organizado por estudiantes de la facultad de Derecho.
En medio de la conferencia, alumnos y militantes de las Juventudes Comunistas (JJ.CC.) y Convergencia Social (CS) -quienes se arrogaron la arremetida- interrumpieron el acto para increpar al abogado y militante de Amarillos por su rol a cargo del INDH durante el estallido social.
La funa continuó en el frontis del edificio ubicado en Pío Nono, Providencia. En un video viralizado en redes sociales se ve a los estudiantes gritar consignas como: “cómplice” y “aquí no tiene que haber cabida para discursos de odio como el que usted implantó en esta época”.
En el texto -difundido ayer jueves-, la facultad agrega: “el Profesor Micco es profesor asociado de la universidad y un distinguido integrante de la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile, cuyo aporte a la universidad se expresa en múltiples publicaciones, una intensa y reconocida actividad docente, y una entrega sincera y destacada a la formación de nuestros estudiantes”.
En esa línea, la declaración firmada por el decano Letelier califica los hechos como “una luz de alerta para el crecimiento de la universidad, y su compromiso con la ciencia y el libre desarrollo del espíritu”, agregando que “son lamentables, y merecen ser rechazados en forma categórica”.
La declaración contrasta con la emitida ese mismo día por la Facultad de Derecho de la misma casa de estudios. A través de un comunicado firmado por el decano Pablo Ruiz-Tagle, esa división académica aseguró que el militante de Amarillos “no fue censurado ni se le impidió el ingreso”.
Por esa misma vía el decano defendió que “la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile fomenta la reflexión académica y el espíritu crítico de todas las ideas, y ayer (miércoles) no fue la excepción” y planteó que “en nuestra comunidad se respeta el disenso y el diálogo racional, por lo que ningún integrante o grupo puede arrogarse la atribución de censurar el debate universitario ni determinar quiénes pueden visitar nuestras aulas”.
De la mano de la declaración de la Facultad de Gobierno, su Departamento de Estudios Públicos también difundió un comunicado en el que manifiestan su “solidaridad” con Micco y “su derecho a ejercer libremente sus funciones de académico en la universidad. Creemos que el derecho a la libertad de expresión que asiste a las y los estudiantes no puede, por una parte, coartar la libertad de expresión del profesor Micco, ni su derecho al trabajo académico y docente. Por la otra, no puede albergar acusaciones infundadas como las de que el profesor Micco mantiene información oculta sobre violaciones a los derechos humanos”.
“La convivencia universitaria exige un ambiente de respeto, pluralismo y tolerancia, en donde las diferencias se abordan con diálogo y debate de ideas. Expresamos de manera inequívoca nuestra solidaridad con Sergio Micco, profesor de nuestro Departamento, frente a la manifestación que debió enfrentar”, agregaron.
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