El relato del Boric rebelde
Junio 15, 2023

Por un lado, con la militancia dentro de una organización política que se halla comprometida con la consecución de “una sociedad socialista, democrática, libertaria y feminista” y que adscribe a “un horizonte de emancipación de toda forma de explotación y sometimiento de la vida”. Se trata pues de ser rebelde y parte de un partido que busca transformar la sociedad.

Por otro lado, y dado que dicho partido es eje de una alianza que gestiona el gobierno de una sociedad capitalista democrática, la rebeldía debe expresarse gubernamentalmente también. Se trata pues de ser rebelde como parte de la élite política encargada de la administración del Estado.

Precisamente, es en este contexto que Boric declaró: “Sé que nuestra militancia viene de esos lugares (donde la gente está peleando por salir adelante), pero no nos olvidemos, en el momento en que celebramos entre nosotros, que no podemos volvernos hacia nosotros mismos… El momento de ser gobierno lo pone más difícil aún. Es raro que seamos gobierno después de cuatro años de existir como partido. (…) La militancia es importante, por eso estar en los territorios es importante… La rebeldía puede ser parte del gobierno también, parte de la esencia de ser militante de un partido de izquierda, y da lo mismo cómo ese partido se llame”.

Me pregunto cuál es el significado que el Presidente atribuye a ser rebelde y cómo los medios de comunicación y las redes sociales interpretan este término para armar el relato del Boric rebelde.

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El propio Presidente suele emplear la palabra rebelde, primero que todo, para exaltar una virtud juvenil o bien como un arma para remecer la comodidad burguesa. Así, por ejemplo, ante la pregunta de un medio de comunicación sobre “qué da la juventud”, responde: “Arrojo”. Y luego agrega: “La juventud permite mantener una dosis de incomodidad con el poder, nos permite seguir siendo rebeldes” (CNN, 10 de junio 2022).

En otro momento afirma: “De los jóvenes espero siempre rebeldía. Como decía un gran Presidente de Chile de cuya muerte se cumplen ahora 50 años, Salvador Allende, ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica” (El Mostrador, 24 de marzo 2023). En el idioma habitual de ciertos círculos: ser rebeldes estaría en el ADN de la juventud, dicho con un infundado determinismo biológico.

En el mismo sentido, dirigiéndose a las y los estudiantes con ocasión de recibir la medalla de Patrono de la Universidad de Chile en la inauguración del pasado año académico, expresa: “Chile necesita a sus estudiantes organizados, rebeldes, contestatarios” (Diario Uchile, 13 de abril 2022).

También en reiteradas oportunidades Boric ha manifestado su admiración por figuras que él vincula al ser rebelde.  Por ejemplo, en un tuit de la Nochebuena de 2019, escribe: “Mi mamá es católica (yo no), y hoy decidió que hagamos en conjunto un pesebre irreverente por el Chile rebelde. Admiro a mi vieja. Feliz navidad a tod@s, muy especialmente a quienes han luchado porque tengamos un Chile digno. Pa’ allá vamos”.

En otro tuit declaraba: “A propósito de Stella Díaz Varin, mujer rebelde que remeció la poesía chilena, les recomiendo este libro de conversaciones con la tremenda Claudia Donoso. Y de Elvira Hernández, su desgarrador libro a nuestra bandera. Un abrazo!” (1 de junio de 2022).

Y si se quiere completar una trilogía de mujeres icónicas de la rebeldía admirada por el Presidente -por cierto, habría más- puede citarse el mensaje que ya electo dejó inscrito en el Museo de la Memoria, en homenaje a la poetisa Griselda Núñez (La Batucana) en conmemoración del día de la mujer. Allí escribió: “¿Y qué pasa si La Batucana se vuelve canon? ¿Perderá acaso la rebeldía de sus versos urgentes de hambre, de justicia, de dignidad? No, porque la Batucana es rebeldía de esa que no se apaga con el repetir de tantos años de olvido. No, porque la población sigue siendo cierta y la pobreza sigue llorando en Chile”. Y termina con: “No, fundamentalmente, porque las seguimos necesitando rebeldes para el nuevo Chile que estamos tejiendo” (El Dínamo, 8 de marzo 2022). Aquellos eran todavía días de entusiasmo y exaltación con que se tejía el nuevo país.

Hay también usos menos poéticos o heroicos, incluso algunos enfilados a épater le bourgeois –“hacer caer abierto de piernas, por algún hecho o dicho asombroso, al burgués”, según su traducción original al español -donde el ser rebelde se confunde con sublevarse, por ejemplo, ante una convención vestimentaria, como ocurrió en el caso de Boric y sus compañeros, al dejar caer la corbata.

Así, en 2017 decía Boric con indisimulado orgullo: “Creo que nos hemos rebelado a asumir el carácter del Congreso como si fuera entrar a una suerte de club en el cual te van homogeneizando”. Y explica: “Por ejemplo, el tema de la corbata. En el Congreso entrabas y respetabas reglas no escritas. Nosotros veníamos de la movilización social, y estábamos haciendo política desde hace tiempo. Por tanto, es importante desmitificar la idea de que la política es patrimonio exclusivo de los políticos tradicionales” (Qué Pasa, 7 de abril, 2017). Todavía cuatro años más tarde, en plena campaña primaria, el futuro Presidente retoma este mismo tópico en entrevista con un diario argentino: “Y al romper con los códigos del Club de la Unión que tenía el Parlamento, también hubo mucha crítica. El episodio de la corbata es bien ejemplificativo de aquello. Lo tomé como algo muy ridículo, que estuvieran haciendo show por no andar con corbata, y después entendí que todos esos símbolos eran mecanismos de disciplinamiento para homogeneizar a quienes entraban. Por lo tanto, para mí era muy importante mantener la dosis de rebeldía que nos había llevado hasta allá». (La Cuarta, 1 de junio 2021).

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A su turno, los media alimentan -a lo largo de la carrera de Boric hacia el poder- la imagen del joven rebelde, hasta convertirlo en su sello de identidad y en una marca registrada. “Desde su look rebelde hasta sus salidas de protocolo: así es el ‘estilo Boric’ que llegará a La Moneda”, comentaba con entusiasta anticipación Meganoticias (22 de diciembre de 2021). También la prensa internacional se hacía eco de esa retórica. “En la recta final electoral, este joven de ascendencia croata y catalana ha abandonado su estilo de universitario rebelde por una imagen de ‘alumno ordenado’, coherente con el tono moderado y de negociador de esta nueva etapa”.

De esa forma se expresaba Agence France Presse en un reportaje titulado: “Gabriel Boric, un líder millennial para un Chile en transición”, cuyo retrato se dibujaba así: “Gabriel Boric lleva ‘un faro que ilumina en una isla desierta’ tatuado en un brazo y se relaja leyendo, pero su vida real es la de un activista de izquierda que desde muy joven anhela un Chile con bienestar social” (France 24, 18 de noviembre 2021). ¿No es este, acaso, un magistral retrato de nuestro Presidente millennial que entonces se hallaba en vías de consagrarse?

Incluso, empezaba ya entonces a especularse sobre aquellos efectos mediáticos. “La prensa tradicional -manifestaba un medio electrónico- ha apostado por escindir al Presidente electo en dos: el joven moderado concertacionista, y el peligroso rebelde izquierdista, en una narrativa tipo doctor Jeckyll y mister Hyde, que busca ponerle las riendas al nuevo gobierno para que se comporte como pide la derecha, tal como ya hizo con Ricardo Lagos y Michelle Bachelet (Interferencia, 30 de diciembre 2021).

Sin embargo, la verdad era justamente la contraria. Los media más avezados, y el propio Boric y sus comunicadores, buscaban justamente hacer del Presidente una figura a la vez rebelde y moderada, un millennial rupturista e institucional al mismo tiempo, un líder tatuado y sin corbata, pero plenamente integrado a la tradición de las letras y al gusto estético posmoderno, como habremos de ver en un momento.

Como sea, las tensiones a que da lugar esa doble caracterización aparecen mencionadas -ahora cada vez más frecuentemente- por los medios de comunicación. Un diario español, por ejemplo, señalaba en enero pasado: “Desde que salió a la figuración nacional como un líder estudiantil en 2011, Boric interpretó el personaje del joven rebelde e informal al que todo le sale bien. Esa magia se ha extinguido; los chilenos están descubriendo que el Presidente es como la leña húmeda: produce más humo y confusión que fuego y calor” (El Debate, 11 de enero 2023).

En vena similar, un analista local percibe un verdadero cambio de marea desde las muchedumbres que ungieron a Boric “sus discursos, su poesía, su ética y su estética de joven de clase media alta rebelde” hacia las muchedumbres que ahora lo ‘apalean’ en las urnas (C. Valdivieso, ExAnte, 12 de mayo 2023).

Al final, entonces, sólo quedaba la poesía de los rebeldes que el propio Boric suele invocar como refugio: “Enrique Lihn y Gabriela Mistral son mis autores de cabecera. Gabriela Mistral tiene una cantidad de cosas desconocidas… Hay un poema que dice ‘Ay Lucila, por qué te engabrielaron’… tiene una prosa poética que va mucho más allá de las rondas infantiles, tiene un lenguaje como si en los tiempos de Cristo hubiese llegado al Valle del Elqui. Y Enrique Lihn es el personaje más rebelde que conozco y lúcido de la literatura chilena (La Cuarta, 1 de junio 2021) .

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Efectivamente, la caracterización de personaje rebelde que ha acompañado a Boric durante su carrera y que él mismo cultiva con constantes alusiones y admiraciones, se halla entretejida con el relato constituido por los media. A su turno, dicho relato tiene mucho que ver con estilos, modos, maneras, formas de comportamiento, usos, prácticas, costumbres y modas del campo de la apreciación cultural y de los signos en rotación. Cubre una vasta superficie de significados, desde la poesía hasta la moda, desde la música hasta la política, desde el lookhasta el consumo de símbolos. Como todo relato de esta naturaleza, es el resultado de un trabajo de construcción colectiva. En vez de una estatua, levanta un mito. A él concurren múltiples voces: de los literati(gentes de letra, intelectuales) en primer lugar, pues sin su mediación la figura del rebelde no tendría legitimidad cultural, y de la prensa enseguida, la que contribuye a crear y reproducir esa figura como fenómeno cultural.

A continuación mostramos dos instancias de esa construcción, seleccionadas entre medios disponibles en la red, con el propósito de ilustrar el argumento nada más que citando pasajes representativos del discurso.

La primera instancia se titula “Gabriel Boric: Tejiendo el tallo y la hoja hacia el brillo. Perfil musical de un Presidente joven”, texto aparecido originalmente en Rockaxis, en enero de 2022. De entrada muestra su propósito: “Gabriel Boric, dice, es el Presidente más joven de la era moderna chilena. Devenido en ícono pop para el internet y referente político del mundo post pandémico, su historia es también la de una juventud que decidió tomar el control de la nación. Analizamos su mundo musical, el rol que la música tuvo en su campaña y cómo esto jugó a favor en su triunfo electoral”.

Pero antes de entrar en materia, muestra a Boric como mito en gestación. “El perfil cultural de Gabriel Boric es materia de estudio y concluirá en muchas tesis de historiadores del futuro. En época de globalización y mediatización de la cultura audiovisual, el estallido social demostró que el factor creativo es una dimensión política inserta en el debate con toda propiedad. En esta materia, donde lo simbólico toma la importancia que antes fue exclusiva de lo técnico, nuestro nuevo Presidente electo es generoso. Un espejo cultural de su generación”. ¡Qué tal!

Pues bien: “¿Cómo es el perfil musical del Presidente electo? ¿Qué rol jugó la música en su campaña? ¿Qué similitudes existen entre su imagen y, por ejemplo, arquetipos de rebeldía como Jim Morrison y Miguel Henríquez? ¿Es algo realmente significativo o sólo configura un rasgo superficial en su carrera?”.

Prosigue así la operación de mitologización, donde la rebeldía se funde con la historia global de la rebeldía juvenil, la política de las izquierdas posmodernas, la música rockera y los jockeys y vestimentas de alta gama. Pero dejemos hablar a los entendidos: “Boric es rockero. Esto es así y habrá pocos que se atrevan a refutarlo. Pero ojo, que esta condición no es un techo, sino un desde. Existe un Gabriel Boric militante de Izquierda Autónoma que en diciembre de 2011 ganó la elección a la presidencia de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (a Camila Vallejo) con 25 años de edad, un look a medio andar entre el Gue Guevara y Daniel Cohn-Bendit y que registraba en Twitter su gusto por Radiohead y el grunge. Luego, existe un Boric diputado, líder del Frente Amplio, miembro del Movimiento Autonomista y que obtuvo el segundo porcentaje más alto de votos en las parlamentarias de 2017. Famoso, entre otras cosas, por desfilar por los pasillos del Congreso y sets de televisión con jockeys de Nine Inch Nails, Deftones, Gatillazo, Pearl Jam, Rammstein, Pantera y Misfits, usar mohicano y chaqueta de cuero y ser el primer político en la historia de Chile en protagonizar la portada de una revista de rock”. Me recuerda el titular de una noticia que decía: “Medio inglés afirma que Gabriel Boric será el Presidente con el mejor gusto musical en la historia”. Y agregaba a continuación: “El gusto musical de Gabriel Boric ha sido destacado en el mundo. Radiohead, Nine Inch Nails, Deftones y hasta Taylor Swift forman parte de su catálogo” (Concierto.cl, 21 de diciembre de 2021).

Lo notable aquí, me parece a mí, es la fusión del liderazgo político con la militancia de izquierdas, la música rock, el look atractivo y los símbolos internacionales de la rebeldía, su iconografía: el Che y Cohn-Bendit, con sus propias melodías inmemoriales. Estamos, sin duda, frente a unas izquierdas postsoviéticas, de intereses postmaterialistas y de refinadas estéticas de ‘alta’ y ‘baja’ cultura entremezcladas, ya lo veremos a continuación, donde la circulación y el consumo, ¡no la producción (extractivista)! son el desiderátum de una buena vida.

La segunda instancia a la que recurriremos es el texto “Claves literarias para entender al Presidente Boric”, del escritor chileno Ariel Dorfman, amigo de muchas jornadas, a quien invoco aquí como testigo de primera mano del proceso de fabricación del mito literario-político del Presidente rebelde. En su ensayo que aquí cito, él se pregunta: “¿Son irreconciliables las dos pasiones de la vida de Boric: el fervor por una literatura recalcitrante y sacrílega y la dedicación a una forma flexible y pragmática de servicio apasionado a su pueblo? ¿Puede ser fiel a ambos amores?”. Por mi parte, leo esta pregunta como un eco avant la lettre de aquella otra que se plantea Boric al comienzo de este artículo, cuál es, si el militante de una organización que administra el poder supremo de la nación puede ser un rebelde a la vez. La respuesta de Dorfman es que sí es posible, precisamente por el papel que la literatura juega en la vida de Boric (y, agrego yo, en la reconstrucción de esa vida como relato mitológico).

Por el lado del amor a la literatura, en el caso de Boric no se trataría de un asunto accesorio y fugaz, sino que ese amor sería medular. En efecto, cuenta Dorfman, “de niño, el pequeño Gabriel recitaba extensos versos que su abuelo le había leído y, en la adolescencia, participó asiduamente en un taller de jóvenes escritores, componiendo coplas incandescentes y editando una revista literaria. La viabilidad de una carrera literaria tiene que haber sido reforzada por el hecho de que tantos poetas chilenos destacados nacieran en provincias alejadas: Pablo Neruda en Temuco, Gabriela Mistral en el Valle del Elqui, Nicanor Parra en Chillán, Pablo de Rokha en Licantén y Gonzalo Rojas en Concepción, por nombrar sólo algunos que viajaron a Santiago para afianzar sus ambiciones literarias. Muchas décadas después, Boric hizo una similar peregrinación”. Pero con otra ambición; la política como vocación.

Además, y esto es clave para nuestra discusión aquí, sus lecturas y simpatías formarían parte de su socialización rebelde. Efectivamente, señala Dorfman, “el disidente que ingresó al Palacio Presidencial en marzo del 2022 estaba decidido a llevar a cabo un programa político utópico e iconoclasta, impulsado por las recientes insurgencias ecológicas, feministas y LGBTI, así como por las luchas históricas de los trabajadores y los pueblos originarios. Pero también fue influenciado por una literatura polémica y profética creada por poetas y narradores nuestros, marginales y subversivos (Pedro Lemebel, Germán Carrasco, Diamela Eltit, Elicura Chihuailaf, Griselda Núñez, Roberto Bolaño, Alejandro Zambra), para quienes el verso de Enrique Lihn de que “sobre Chile pesa una lápida” (y que Boric declamó en las aulas del Congreso) personifica al país represor y atávico contra el que se rebelan”.

De igual modo, sería la literatura -ensayo, prosa y poesía- la que alimentaría “su capacidad, por ejemplo, para cuestionar sus propias ideas preconcebidas [la que] está vaticinada por una frase de Albert Camus, su autor extranjero favorito: ‘La duda debe seguir a la convicción como una sombra’. Y su voluntad de acoger contribuciones de generaciones anteriores más experimentadas, incorporando a su coalición a las mismas figuras veteranas de centro izquierda que había descalificado tan virulentamente, no es tan sorprendente, dada su estima por escritores (Jorge Teillier, Stella Varín Díaz, Armando Uribe, Jorge Edwards y el propio Lihn) que publicaron su obra más sustancial muchos años antes del nacimiento del joven Presidente”.

El papel de la literatura en la formación de una vocación política a la vez rebelde y flexible, profética al mismo tiempo que gubernativa, simultáneamente iconoclasta y respetuosa de las generaciones pasadas, más cercana -en las letras de izquierda- a la duda metódica de Camus que a los compromisos dogmáticos de Sartre, sería por consiguiente tan decisiva, o algo más, que la influencia de la música rockera y los jockeys. Combinadamente por esas corrientes culturales navegaba hasta hace poco Boric hacia su consagración entre las 100 personas más influyentes del mundo según la revista Time, en 2022. En esa oportunidad, Jospeh Stiglitz, Premio Nobel de Economía, escribió entusiasmado: “He is making Chile the social, economic, and political laboratory of the world once again”

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Con todo, como vimos antes, ni la literatura ni la música pudieron salvar al Presidente Boric del giro electoral de las masas hacia las derechas, según expresa literariamente Ariel Dorfman: “Muy pronto, empero, la despiadada realidad de ese Chile conservador y tradicional comenzó a pesar justamente como una lápida sobre este agitador político deslumbrado por poetas que se burlan impertinentemente del status quo”. Está por verse si se trata del peso de la noche, el fantasma portaliano de Karmy Bolton, o de un fenómeno sociológicamente más complejo, culturalmente más intrigante y políticamente más ominoso.

Abierta permanece mientras tanto la pregunta de si se puede ser rebelde y gobernante, jefe de Estado y soñador, militante de la “emancipación de toda forma de explotación y sometimiento de la vida” -como proclama el partido de Boric- a la vez que encargado responsable del orden y la seguridad del Estado, lejos de la poesía y las bellas artes. Nada, en realidad, más distante de la república del poder que la república de las letras.

El rebelde, propiamente, no puede ser fiel a ambos amores; la conservación del orden y su disrupción. ¿Por qué? Porque en la definición usual (y clásica) el rebelde está llamado a “excitar indignación y promover sentimientos de protesta”. Boric y su partido (en sentido lato) llevaron a efecto esta tarea, con relativo éxito, primero en la esfera estudiantil y luego desde el Parlamento sin corbata.

Pero, ¿podía Boric continuar avanzando con esa trayectoria -cuyo cénit llegó el 18-O de 2019- y luego se expresó como manifiesto refundacional en la propuesta de la Convención Constitucional?  Y ahora, desde el gobierno, ¿puede él, o pueden los militantes de su partido, cultivar la ética del rebelde, es decir, excitar la indignación contra la base material (capitalismo) y la superestructura política (democracia) de la sociedad que ellos gobiernan y agitar en su contra el sentimiento de protesta?

La respuesta parece de suyo evidente: no, no se puede. 

En los hechos, Boric y su equipo han llegado gradualmente a la misma conclusión. Han transformado su lenguaje desde la poesía revolucionaria a la prosa del realismo, idioma oficial de la república del poder. Quizá sientan nostalgia de su ser rebelde que va desvaneciéndose. Incluso puede ser que por un instante, como ocurrió a Boric en aquel encuentro con los militantes de su partido donde comenzamos esta indagación, recupere la memoria de su ser rebelde y se ilusione con la posibilidad de poder revivirlo, ahora desde el seno del gobierno. Pero el Presidente sabe que ya no es posible. Como escribe Camus, su ídolo (supuestamente), “gobierno y revolución son incompatibles en sentido directo. ‘Implica contradicción -dice Proudhon- que el gobierno pueda ser alguna vez revolucionario, y ello por la sencilla razón de que es gobierno’”. Gobernar es un asunto de responsabilidad y eficacia, de gestión y eficiencia; no de indignación y sentimiento de protesta. 

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