¿Una educación mejor, más igualitaria y democrática?
“El estancamiento en los resultados de la prueba PISA no sorprende. El sistema escolar estuvo conmovido durante el período de medición por las tensiones propias de una reforma educacional enfocada en el entorno institucional del sistema y no en la sala de clases”.
Se postuló que la reforma disminuiría la desigualdad educativa y la inequidad de resultados del aprendizaje. Pues bien: la prueba PISA revela que esto no ocurrió; las brechas se mantienen inalteradas y así seguirá sucediendo mientras no abordemos el problema de raíz.
¿Qué significa esto? Dos cosas, esencialmente.
Primero, mejorar resueltamente las oportunidades de aprendizaje que el sistema proporciona a los NNA. En efecto, un tercio de los estudiantes, a los 15 años, no logra siquiera identificar la idea principal en un texto de longitud moderada ni ha adquirido tampoco las competencias científicas mínimas. Una mitad no domina las destrezas matemáticas elementales.
A esas oportunidades deficitarias acceden principalmente NNA desfavorecidos; o sea, provenientes de hogares con menor volumen relativo de capital económico, social y cultural. De este modo la educación, en vez de compensar las desigualdades de origen, las reproduce a través de colegios de mala calidad e inefectivos.
Segundo, crear una potente red de centros de educación temprana y cuidado infantil (salas cuna y jardines) que durante los primeros años de vida contribuyan al desarrollo de habilidades cognitivas y sociales, tales como la autodisciplina, motivación, adaptación social, tenacidad, dominio de sí mismo, persistencia, etc., esenciales para el posterior aprendizaje escolar y para la vida. Heckman, premio Nobel de Economía, y sus colegas han mostrado que la primera infancia juega un rol determinante para los aprendizajes posteriores. Es inaudito que en posesión de este conocimiento no hayamos actuado con mayor decisión.
Abordar estos dos desafíos requiere una política centrada en los NNA y, en particular, en la educación de los menos aventajados desde el día en que nacen. Supone, en seguida, dar vuelta y recuperar o recrear centenares de colegios públicos —cualquiera sea su dependencia administrativa— que, en la actualidad, meramente reproducen desigualdades de origen sociofamiliar y preservan las desventajas de la cuna. Esta política debería hacerse cargo, además, de alrededor de 220 mil NNA que se encuentran fuera del sistema escolar y de cerca de 530 mil jóvenes que no estudian ni trabajan.
Mejorar masivamente oportunidades educacionales, y hacerlo en serio, nos obliga a preocuparnos por la formación de parvularias y maestros de enseñanza básica y media; del deteriorado clima escolar que desde hace varios años entrega alarmantes señales de violencia e indisciplina; del rol de los directivos de los establecimientos, especialmente aquellos que necesitan renovarse íntegramente; de la gestión y evaluación pedagógica y de aumentar aun más el financiamiento de salas cuna, jardines infantiles y colegios.
Supone abandonar la retórica de bajas exigencias; la insistencia en reducir la responsabilidad y evaluación de los colegios; la absurda idea que iguala educación pública con administración estatal, excluyendo a más de la mitad de los estudiantes del espacio público; la confusión entre autoridad docente y de los centros educativos con autoritarismo o tradicionalismo; y también la filosofía del “todo va” que transforma la educación en un juego sin límites, sin clasificaciones, sin jerarquías, sin autocontrol ni un orden que haga posible formar el espíritu crítico y convivir en una comunidad democrática pluralista.
En breve, entonces, no educamos bien ni disminuyen las brechas sociales del aprendizaje. Más grave aún, tampoco formamos a las nuevas generaciones en la comprensión de, y compromiso con, la cultura democrática. No hay formación ciudadana, reflexión ética, inclusión en la diferencia, manejo de conflictos. Un grupo significativo de adolescentes y jóvenes acepta o tolera el uso de la violencia. Solo un porcentaje minoritario distingue opiniones de hechos. Los circuitos de información vía redes sociales son sesgados cuando no directamente sectarios. En vez de cultivar un juicio razonado de fenómenos complejos se impone una polarización emocional que conduce a un esquematismo dogmático y frecuentemente superficial.
En suma, la crisis que atravesamos —y amenaza con desintegrarnos— nos obliga a atender los desafíos de la educación. Prometer que de esta depende nuestro futuro como nación es una exageración y absurda pretensión. Proclamar que debe ser inclusiva, humana, solidaria y digna no pasa de ser un buen deseo si acaso no va acompañado de políticas eficaces, planes bien diseñados e instrumentos eficientes. En cambio, si seguimos estancados, no llegaremos lejos.
0 Comments