El colapso de la mente académica
Marzo 19, 2016

El colapso de la mente académica

La confrontación de ideas empiezan a verse limitadas en el mundo universitario

 

Apostaría que he sido rector de más universidades que cualquier otra persona viva en la actualidad. Eso se debe en parte a que, cuando fui gobernador de Hong Kong, me nombraron rector de todas las universidades en la ciudad. Protesté y dije que seguramente sería mejor para esas instituciones elegir a sus propios jefes, pero no me permitieron renunciar elegantemente. Así que durante cinco años disfruté la experiencia de entregar títulos a decenas de miles de alumnos y observar lo que este rito iniciático significa para ellos y sus familias.

Cuando volví a Reino Unido, en 1997, me pidieron que me convirtiera en rector de la Universidad de Newcastle. Luego, en 2003, fui elegido para el mismo cargo por los graduados de la Universidad de Oxford, una de las mayores instituciones de aprendizaje del mundo. No debe sorprender entonces que tenga firmes opiniones sobre lo que una universidad es y lo que significa enseñar, investigar o estudiar en ella.

Estas instituciones deben ser bastiones de libertad en cualquier sociedad. Deben quedar al margen de la interferencia gubernamental en cuanto a sus propósitos principales de investigación y docencia; y deben controlar su propio gobierno académico. No creo que sea posible que una universidad se convierta en una institución de renombre mundial, o continúe siéndolo, en ausencia de esas condiciones.

El papel de la universidad es promover la confrontación de ideas, evaluar los resultados de la investigación con otros académicos e impartir nuevos conocimientos a los alumnos. La libertad de expresión resulta entonces fundamental, ya que permite conservar un sentido de humanidad común y mantener la tolerancia mutua y la comprensión que apuntalan cualquier sociedad libre. Eso, por supuesto, lleva a que las universidades sean peligrosas para los Gobiernos autoritarios, que buscan contener su capacidad de proponer preguntas difíciles e intentar responderlas.

Lo irónico actualmente es que, a pesar de que negar la libertad académica constituye un golpe contra el sentido de la universidad, algunos de los ataques más preocupantes a esos valores provienen del interior mismo de los centros.

En Estados Unidos y Reino Unido, algunos alumnos y docentes están intentando limitar las discusiones y el debate. Sostienen que no se debe exponer a la gente a ideas con las que está en fuerte desacuerdo. Además, afirman que se debe reescribir la historia para eliminar los nombres (aunque no el legado) de quienes no cumplen las reglas de la corrección política. Thomas Jefferson y Cecil Rhodes, entre otros, han sido puestos en la mira. ¿Cómo le iría a Churchill y Washington si se les aplicaran las mismas evaluaciones?

También se le está negando la posibilidad de expresarse a cierta gente. Se piden espacios seguros, donde se pretende proteger a los alumnos de todo lo que pueda agredir su sentido de lo moral y adecuado. Esto refleja, e inevitablemente alimenta, una política de victimización que resulta perjudicial: la definición de la propia identidad (y, con ella, de los propios intereses) por oposición a los demás.

Cuando era estudiante, hace 50 años, mi principal profesor fue un destacado historiador marxista, exmiembro del Partido Comunista. Estaba en el punto de mira de los servicios de seguridad británicos. Era un excelente historiador y docente, aunque hoy se podría decir que fue una amenaza para mi espacio seguro. Pero me hizo estar mucho mejor informado, estar más abierto a discutir ideas que desafiaban las mías, a ser más capaz de distinguir entre un argumento y una pelea, y a estar más preparado para pensar por mí mismo.

Por supuesto, algunas ideas —la incitación al odio racial, la hostilidad de género o la violencia política— son repugnantes en todas las sociedades libres. La libertad exige algunos límites (elegidos libremente en una discusión democrática bajo el imperio de la ley) para poder existir y se debe confiar en las universidades para que ejerzan ese grado de control por sí mismas.

Pero la intolerancia hacia el debate, la discusión y ciertas ramas específicas de erudición nunca debe ser aceptada. Como nos enseñó el gran filósofo político Karl Popper, con lo único que debemos ser intolerantes es con la propia intolerancia. Esto es especialmente necesario en las universidades.

Sin embargo, algunos académicos y alumnos estadounidenses y británicos están socavando ellos mismos esa libertad; paradójicamente, son libres para hacerlo. Mientras tanto, las universidades en China y Hong Kong se enfrentan a una serie de amenazas que ponen en duda su autonomía y libertad, no desde dentro, sino por parte de un Gobierno autoritario.

En Hong Kong, la autonomía de las universidades y la libertad de expresión misma, garantizadas en la Ley Básica de la ciudad y en el tratado de los 50 años entre Reino Unido y China sobre la situación de la ciudad, están siendo amenazadas. La lógica parece basarse en que los alumnos apoyaron fuertemente las protestas prodemocráticas en 2014 y, por ello, las universidades donde estudian deben ser puestas en vereda. El Gobierno de la ciudad, claramente bajo las órdenes de Pekín, se equivoca.

Recientemente, las autoridades chinas mostraron en público lo que opinan de las obligaciones derivadas del tratado y de la era dorada de las relaciones chino-británicas: raptaron a un ciudadano británico (y a otros cuatro residentes de Hong Kong) en las calles de la ciudad. Los cinco estaban publicando libros que exponían algunos de los secretos sucios de los líderes chinos.

En la China continental, el Partido Comunista ha lanzado la mayor ofensiva contra las universidades desde la matanza en la plaza de Tiananmen en 1989. No es posible el debate en torno a los valores occidentales; en las clases solo se puede enseñar marxismo. ¿Nadie informó al presidente Xi Jinping y a sus colegas del Politburó de dónde viene Karl Marx? El problema actual es precisamente que saben poco sobre Marx, pero mucho sobre Lenin.

Los occidentales deben interesarse más por lo que está ocurriendo en las universidades chinas y lo que eso nos dice sobre los valores reales que sostienen la erudición, la enseñanza y la academia. Comparen y contrasten, como deben hacerlo los estudiantes.

¿Quieren universidades donde el Gobierno decida qué es supuestamente seguro para que ustedes aprendan y discutan? ¿O quieren universidades que consideren la idea de un espacio seguro —en términos de limitar el debate si llega a ofender a alguien— como un oxímoron en un entorno académico? Los alumnos occidentales deben pensar ocasionalmente en sus contrapartes en Hong Kong y China, quienes deben luchar por libertades que ellos consideran dadas y de las que a menudo abusan.

Chris Patten es un político británico, fue el último gobernador de Hong Kong y en la actualidad es el rector de la Universidad de Oxford. © Project Syndicate, 2016. www.project-syndicate.org.

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