Sobre las humanidades y la coyuntura académica
Diciembre 29, 2012

Sylvia Eyzaguirre: “Si las humanidades están debilitadas, creo que la ciudadanía se debilita, la política se debilita”
Instituto de Humanidades, U, diciembre 2012
http://www.humanidades.udp.cl/sylvia-eyzaguirre-si-las-humanidades-estan-debilitadas-creo-que-la-ciudadania-se-debilita-la-politica-se-debilita/
La Doctora en Filosofía por la Universidad de Friburgo, Sylvia Eyzaguirre, fue investigadora en el Centro de Estudios Públicos (CEP) y desde comienzos del 2012 es una de las asesoras del Ministro de Educación, Harald Beyer. En esta entrevista toma posición respecto a materias como el lucro y la calidad en la educación superior en Chile y se refiere a la situación de las humanidades y de la filosofía en el país.
¿Cuáles son tus áreas de interés e investigación como filósofa? ¿Han influido en tu enfoque empírico, estando en el ministerio?
A mí siempre me interesó la ontología, la pregunta por el ser, y dentro de la ontología los autores que más me han influido han sido Aristóteles y Heidegger. Precisamente gracias a Heidegger me acerqué a la fenomenología, estudiando especialmente a Husserl. Pero entiendo también la ontología de manera mucho más amplia, donde cabría considerar a pensadores como Kant y Descartes, por ejemplo, que son autores que siempre me han interesado. Mi interés por la ontología no tiene mucha relación con mi interés por la educación; me parece que los motivan cosas distintas, que responden a inquietudes diferentes. Y de hecho, ahora que estoy en educación y también con ello en política me han surgido preguntas más cercanas a la ética y a la filosofía política, y no a la ontología. Sin embargo, mi formación en filosofía ha influido en la forma en que abordo los asuntos relativos a educación. La filosofía te enseña a ir a la raíz de los asuntos, a buscar los supuestos que están a la base de las diferentes políticas públicas por ejemplo, a distinguir entre los fines y los instrumentos para lograrlos. Todo esto parece muy obvio, pero mi impresión es que en el debate público, incluso en el más técnico, estas cosas se confunden.
¿Qué sentido crees que debiera tener el estudio universitario? Heidegger sugiere que el “servicio del saber” no puede ser sólo una preparación para una profesión distinguida, sino una misión espiritual vinculada al destino de una nación; que la profesión está al servicio del saber y no al revés: “sólo un mundo espiritual garantiza al pueblo la grandeza”. ¿Qué piensas?
La educación, creo yo, entendida de forma amplia, es en parte un bien privado, en la medida en que es la condición de posibilidad para el desarrollo individual de cada uno de nosotros; desarrollo que no solamente incluye habilidades cognitivas, sino que también habilidades artísticas, corporales y socio-emocionales, que muchas veces contribuyen a forjar nuestro carácter, y en ese sentido la educación es un bien privado; pero al mismo tiempo ella tiene por fin formar ciudadanos; la escuela no es un lugar donde sólo se forma a los niños y jóvenes, sino también donde se construye sociedad. En ese sentido es un bien público y a saber fundamental, en el cual se funda en parte importante nuestro régimen político, el sustento económico del país y su estructura social. Por tanto tiene una tremenda importancia tanto para la vida privada de cada uno de nosotros como para la vida en comunidad. Y la educación superior es un peldaño o un engranaje dentro del sistema educacional, que contribuye con el fin de la educación en su conjunto, pero tiene su tarea específica, distinta a la de los otros niveles educativos.
En relación a la frase de Heidegger, habría que revisar el contexto en que fue dicha y lo que quería significar, no quiero entrar acá en la polémica de su participación en el partido nacional socialista, pero en principio comparto con Heidegger que la misión de la universidad va más allá de la formación profesional, sin embargo hablar de misión espiritual me parece complicado, a no ser que entendamos la palabra “espíritu” de forma muy amplia. En la universidad se combina la formación profesional, que exige hoy día el país en sus distintas áreas, con una formación ciudadana y humana, que en un sentido muy lato se podría entender como formación espiritual, que varía dependiendo del tipo de institución; puede haber instituciones con un proyecto educativo cristiano, laicas o masonas, por ejemplo. Pero aun cuando al sistema universitario en su conjunto le sea inherente la investigación, el desarrollo del conocimiento, actividades de extensión, etc., no creo que todas las universidades deban ser iguales de complejas o abarcar todas las áreas del conocimiento. No veo nada de malo en la existencia de universidades que tengan un perfil más técnico, otras más artísticas y otras más humanistas, no creo que tengan que impartir necesariamente todas las disciplinas que existen. En Alemania, por ejemplo, hay universidades como la de Stuttgart que son especialistas en diseño y arquitectura, pero no tiene humanidades. En Freiburg, por el contrario, no se ofrece la carrera de arquitectura, ni diseño, ni arte, pero es conocida por su nivel en las humanidades, ciencias sociales, medicina y ciencias exactas. En este sentido, no creo que haya que pedirle todo a una institución, pero sí al sistema en su conjunto, que debiera cobijar la diversidad de puntos de vista, de visiones de mundo y de carreras, profesionales y académicas, que contribuyen a la cultura de un país.
Relacionado con lo anterior, ¿tienen sentido las universidades que no realizan investigación?
En el libro que Juan Manuel Garrido acaba de publicar junto a Hugo Herrera y Manfred Svensson[1] se afirma que no solamente las universidades deben tener investigación sino que también los centros de formación técnica y los institutos profesionales. Yo no estoy de acuerdo. No creo que un instituto que forma peluqueros u orfebres tenga necesariamente que desarrollar investigación para formar bien a sus aprendices, así como tampoco creo indispensable la investigación en estos oficios para desempeñarse en ellos de forma adecuada. En Alemania los oficios como panadero, carnicero u orfebre, por ejemplo, se estudian con un maestro en su taller. Dicho maestro ha obtenido una certificación que lo acredita como maestro para formar nuevos profesionales. Las posibilidades de investigación, a que hacen referencia los autores antes mencionados, son prácticamente imposibles en este tipo de formación y sin embargo yo no me atrevería a decir que dicha formación es deficiente. Aristóteles en la Metafísica reconoce distintos tipos de saberes y la techné, que se podría traducir por arte o saber productivo, no exige saber las causas de la obra, sino que le es mucho más útil la experiencia. En definitiva, no comparto que los centros de formación técnica y los institutos profesionales deban necesariamente tener investigación para formar buenos profesionales, es interesante observar que en el resto del mundo tampoco la investigación es fuerte en este tipo de formación.
En relación a la universidad, me parece que como sistema le es inherente la investigación, pero ello no implica necesariamente que todas las universidades deban tener investigación. Perfectamente pueden existir universidades docentes, que son por definición menos complejas, cuyo proyecto se concentra en la formación profesional, que probablemente no van a abarcar todas las áreas del saber y que no enfatizan la investigación. Estas universidades responden a ciertas necesidades que tienen los países en las diversas áreas. En todos los países se observan distintos tipos de universidades con distinto grado de “calidad”, y ello no responde únicamente a la dificultad de tener universidades de excelencia, sino a la distribución de los talentos en la sociedad y a las necesidades del país. Un país no sólo necesita excelentísimos médicos, ingenieros, físicos y abogados, capaces de resolver problemas difíciles y desarrollar conocimiento nuevo, sino que también requiere de profesionales que sean capaces de resolver problemas de mediana dificultad. No sólo requerimos de médicos investigando la cura del cáncer o del SIDA, sino también doctores que puedan curar resfríos o realizar operaciones sencillas. La educación superior, entonces, debería satisfacer las distintas demandas del país así como las individuales, y lo ideal es que sea un sistema meritocrático, donde el origen socioeconómico pese lo menos posible. Con todo, creo que la investigación es inherente al sistema universitario y resulta fundamental que existan universidades en el país que desarrollen investigaciones y cultiven de forma viva el saber.
¿Qué es para ti educación de calidad? ¿Por qué crees que no hay universidades chilenas entre los 50 primeros lugares de los rankings internacionales?
La calidad es algo sumamente complejo de definir, probablemente indefinible en cuanto que múltiples factores inciden, sobre todo cuando se trata de educación. Pero no por esta dificultad debemos abandonar la tarea de buscar instrumentos que nos permitan estimarla o determinarla, pues resulta fundamental para el mejoramiento continuo y para el desarrollo de políticas públicas que buscan con recursos escasos ser lo más efectivas posibles. En primer lugar, me parece muy ingenuo pensar que Chile tiene que tener una universidad dentro de las 50 mejores del mundo, con el PIB y con el número de habitantes que tiene este país. El presupuesto de la universidad de Harvard, por ejemplo, es similar al presupuesto de toda la educación de Chile. Entonces, si vamos a hacer rankings, hagámoslo considerando nuestro producto bruto y el tamaño del país, y ahí no estamos tan mal. Estamos en un país de aproximadamente 16 millones de habitantes con un PIB cercano a los 300.000 millones de dólares, por lo que hay que ser realistas y compararnos con quienes nos tenemos que comparar. Las universidades chilenas están dentro de las mejores de la región de Latinoamérica, mejor que las universidades de Colombia, Argentina y Perú, países con más habitantes y mayor PIB que el nuestro. Por supuesto que esto no debe ser una excusa para no mejorar, pero me parece que el desafío actual no es posicionar una de nuestras universidades dentro de las 50 mejores del mundo, sino más bien mejorar el nivel del sistema de educación superior en su conjunto. Hoy contamos con universidades de relativo prestigio dentro de la región; sin embargo, existen universidades de muy baja calidad, y eso es preocupante. Creo que éstas últimas deberían ser nuestra prioridad hoy, sin por supuesto descuidar a las instituciones que lo hacen bien.
Y en cuanto a calidad, creo que los parámetros son muy distintos para la educación parvularia, para la educación escolar y para la educación superior, pues cada uno de estos tiene tareas distintas. La educación parvularia busca por medio del juego desarrollar habilidades cognitivas y no cognitivas en los niños. Dado que en este nivel los niños son excepcionalmente delicados por su corta edad, resulta fundamental, por ejemplo, preocuparse de temas de infraestructura y coeficiente técnico, necesarios para resguardar la seguridad de los niños; estamos hablando de niños menores de 6 años. En la educación escolar los niños son más grandes y más independientes, lo que por supuesto no significa que no se tomen en cuenta aspectos de infraestructura, pero el foco es distinto. En la educación escolar la formación académica toma un rol más protagónico y por ende la formación académica de los profesores es también distinta. Dentro de los factores de calidad que también son importantes en este nivel de desarrollo está la formación de hábitos saludables como los relativos a la alimentación y el deporte, el ambiente escolar, el desarrollo de las distintas áreas del conocimiento, el desarrollo de habilidades socioemocionales fundamentales para la vida en comunidad, etc. En educación superior nuevamente los factores que inciden en calidad son diferentes, pues persigue un fin distinto que la educación escolar. La educación superior no tiene por fin formar a los jóvenes en sus hábitos alimenticios o deportivos, por ejemplo, aun cuando los promueva, sino que el foco está puesto en lo académico. Lo que uno espera de las instituciones de educación superior, independiente del proyecto educativo que tengan, es que entreguen a sus estudiantes los conocimientos y competencias que requiere la profesión que están estudiando. En educación superior es fundamental que los estudiantes adquieran las competencias y conocimientos de su carrera. Eso para mí es lo básico y es lo común a todas las instituciones en este nivel educativo. Es decir, no puede haber una persona que después de cuatro años salga sin los conocimientos mínimos y las competencias básicas para poder ejercer su profesión. Eso es fundamental y es independiente de si la universidad tiene investigación o no tiene investigación. Por supuesto que una vez satisfecho este aspecto a uno le interesa, como Estado y como país, que existan universidades que además de formar profesionales en forma adecuada fomenten la libertad de pensamiento, la reflexión crítica, que desarrollen investigación y con ello colaboren en la producción de conocimiento, que participen del debate público y colaboren en la construcción de sociedad por medio de actividades de extensión, etc., todo eso es para mí está vinculado con calidad. Pero incluso en un proyecto restringido, que simplemente pretende formar buenos profesionales, es fundamental que entregue los conocimientos y competencias básicas.
¿Crees que esos estándares básicos, para entregar los conocimientos y competencias que requiere cada profesión, se da en todos los casos en la educación superior chilena?
Creo que no se da en todos los casos. Pero el problema incluso trasciende a las instituciones, no se trata sólo de algunas instituciones, sino que incluso al interior de universidades prestigiosas se gradúan estudiantes sin los conocimientos y competencias necesarias. Por supuesto en estas últimas el porcentaje de estos estudiantes es menor que en las universidades menos selectivas, pero tal vez la responsabilidad de la universidad es mayor, pues precisamente está descuidando el prestigio del cual goza. Me ha tocado ver como académica que en algunas universidades docentes los profesores se preocupan más de sus alumnos que en universidades prestigiosas, donde a veces los profesores están más preocupados de sus investigaciones. Me carga generalizar y poner a todas las universidades en un mismo saco, la realidad al interior de una universidad cambia según la facultad o incluso dependiendo de la carrera.
Es difícil saber con certeza cuál es la causa de este problema, pero no cabe duda que nuestro marco regulatorio no colabora en asegurar calidad, pues es tremendamente deficiente, y, en ese sentido, pienso que como país es imperante que cambiemos el marco legal por uno mucho más exigente. Además, requerimos de un sistema de aseguramiento de la calidad que responda a las necesidades que tiene hoy día el país y dé solución a las falencias que ha demostrado tener el actual sistema. Debemos producir estos cambios y para eso se requieren consensos importantes, pero por sobre todo que primen los intereses del país y no los intereses de partidos políticos o de ciertos sectores. Pero también es importante generar conciencia en las casas de estudio sobre la responsabilidad que les compete en la formación de nuestros jóvenes, al igual que a los académicos. Cuando era alumna vi la diferencia que existía entre los distintos profesores en su compromiso con la docencia, y después como académica he vuelto a ver el poco involucramiento de las instituciones con la calidad de la educación que están entregando, y no me refiero únicamente a las instituciones menos selectivas.
En vista de los recientes escándalos en torno al lucro en educación superior, ¿cuál es tu posición? ¿transparentarlo y permitirlo? ¿prohibirlo en todos los casos?
Hay que aclarar algo: el lucro en la educación superior no está prohibido, está prohibido sólo en las universidades. Pero por otra parte, la misma ley, que prohíbe el lucro en las universidades, permite transacciones con empresas relacionadas. Por lo tanto, es complejo verificar si se han cometido actos ilegales, pues en principio la ley permite el tipo de transacciones que podrían permitir a los dueños de una universidad lucrar. Lo que quiero decir es que tenemos una ley absolutamente ambigua y si queremos respetar el espíritu de la ley, entonces tenemos que modificar la ley y terminar con las ambigüedades. Esto se puede llevar a cabo regulando las transacciones con empresas relacionadas, como lo establece el actual proyecto de ley de Superintendencia, o simplemente prohibiendo ciertas transacciones con empresas relacionadas. Ambas soluciones tienen ventajas y desventajas, que deben ser consideradas, pero personalmente me inclino más por la segunda opción, si mantenemos prohibir el lucro. A mí me parece, más allá de prohibir el lucro o permitirlo, que tiene que haber una coherencia entre la ley y la norma que resguarda esa ley. Eso me parece crucial. Si vamos a permitir el lucro en las universidades, tengamos una ley que exija transparencia en relación a los excedentes, que esas universidades no puedan recibir recursos del Estado, que paguen los impuestos correspondientes, que no puedan ser beneficiadas con la ley de donaciones, etc. Y si no vamos a permitir el lucro, entonces tenemos que tener un marco regulatorio que resguarde el cumplimiento de la ley. Más allá de la experiencia nacional, existen modelos donde existe el lucro y no son malos, Brasil es un buen ejemplo, y existen modelos donde éste está prohibido y son pésimos, y viceversa. Personalmente no tengo ninguna preferencia sobre prohibir o no el lucro en la universidad, más bien me preocupa la calidad y equidad de la educación, creo que ahí deberíamos concentrar nuestros esfuerzos. También me preocupa el respeto de la ley, que el marco regulatorio que tengamos sea coherente con el fin que estamos buscando. Es grave para el país cuando se deja pasar a llevar la ley, pues ello debilita la confianza de las personas en sus instituciones y en sus políticos.
¿Qué opinas de la fórmula que proponen Carlos Peña y José Joaquín Brunner, de crear el estatuto de “fundaciones universitarias” para mejorar la autonomía de gestión, en el caso de las estatales, y la fiscalización en el caso de las privadas[2]?
No conozco en particular esa propuesta, yo trabajo principalmente asuntos de educación parvularia y escolar, pero escuché a Carlos Peña decir que prohibiría toda transacción con empresas relacionadas, supongo que escuché bien y no lo estoy mal interpretando. De todas formas, yo no estoy de acuerdo con esa postura. El 90 por ciento de las universidades de Chile tiene transacciones con empresas relacionadas. La que tiene más, tiene 60 transacciones con empresas relacionadas y tengo entendido que es una universidad del CRUCh. La gran mayoría de las universidades estatales, que no tienen lucro, tiene transacciones con empresas relacionadas. Estas transacciones buscan justamente una relación con el mundo privado, la universidad puede generar recursos al vender servicios a privados, que sólo ella genera o que tiene una ventaja comparativa en hacerlo, y esto ocurre en todas las universidades del mundo, y en las mejores también. Me parece que estas actividades son muchas veces un aporte importante, y es fundamental resguardar eso.
Quizá Carlos Peña se refería a prohibir transacciones con empresas relacionadas cuyos dueños dirigen las universidades con las que se relacionan[3].
Me pareció entender que incluso las prohibiría en las universidades estatales, pero puedo estar equivocada. Y tiene una lógica, a saber resguardar el quehacer universitario de los intereses económicos del mercado. Entiendo esta preocupación, pero también veo el lado positivo que tiene. Me parece que las grandes universidades se han potenciado con esta relación con el mundo privado, creo que es bueno que exista, pero eso no significa que no podamos prohibir otro tipo de relaciones con empresas relacionadas que van en detrimento de los intereses de la universidad; creo que eso hay que separarlo. Respecto de fiscalizar más a las universidades privadas yo estoy de acuerdo, creo que tenemos que fiscalizar más, pero para eso hay que cambiar el marco regulatorio, porque hoy día el Ministerio de Educación no tiene las atribuciones suficientes, se nos pide algo que la ley no nos permite. Estoy completamente de acuerdo con que hay que fiscalizar más a las universidades privadas, pero también hay que fiscalizar más a las estatales y en general a las tradicionales. Las universidades del CRUCh suelen tener un arancel más alto que las universidades privadas no tradicionales y en los últimos años ha sido el arancel de las universidades del CRUCh el que más ha crecido. La gestión de las universidades estatales en algunos casos es bastante deplorable y existen universidades estatales con una calidad muy dudosa. Que no se entienda que estoy en contra de las universidades estatales, yo estudié en la Universidad de Chile y le tengo un cariño enorme, pero me molestan las etiquetas puestas a tontas y a locas, donde lo estatal por ser estatal es bueno y lo privado por definición es malo; este tipo de juicios sólo dañan nuestro sistema educacional. Creo que acá, si vamos a hablar en nombre del interés de los estudiantes, y es más, en nombre de los intereses del país, hay que fiscalizar de manera mucho más exigente a todas las universidades, independiente de su dependencia, y entregar autonomía a todas las universidades también por igual. Aunque las universidades del Consejo de Rectores y las estatales en particular tienen bastante autonomía…
Pero no pueden pedir préstamos, por ejemplo, a diferencia de las privadas.
Eso es un problema y creo que hay que flexibilizarlo, pero tienen autonomía para fijar aranceles, la extensión y el número de las carreras, para contratar profesores, etc. El Estado tiene poca o nula injerencia en las decisiones de las universidades estatales. Y creo que a muchos no les gustaría que el Estado tenga más injerencia en la determinación de los aranceles, pero creo importante una mayor intervención del Estado en estas materias, sobre todo cuando se hace parte del financiamiento de las mismas, aun cuando precisamente en esta área hay todavía mucho por hacer. El actual financiamiento de la educación superior también requiere de una revisión profunda.
¿Qué opinas sobre la posibilidad de que Concyt se traslade al Ministerio de Economía, y en general, del financiamiento de la investigación en humanidades?
Yo no estoy de acuerdo con que Conicyt se vaya a Economía. Es verdad que esto responde a una falencia que tiene hoy día la institucionalidad de las investigaciones en el país. Pero no creo que la solución sea llevárselo al Ministerio de Economía. Qué pasa: hoy día tenemos a Conicyt, con sus programas de investigación, y tenemos también dentro del Ministerio de Economía a Corfo, con Innova Corfo, que replica en cierta medida algunos programas que existen en Conicyt. Tenemos Milenio, que también replica algunos programas de Conicyt, de manera que tenemos duplicados ciertos programas y, además, el hecho de tener separados los programas de innovación con los de las ciencias obstaculizan una sinergia natural que debiese ocurrir entre ambos. Me parece que hay que cambiar la institucionalidad por una mucho más robusta, que no debería depender del Ministerio de Economía ni tampoco del Ministerio de Educación. Me gusta el modelo de Estados Unidos, donde existe un Consejo de las Ciencias, que cobija en su interior las investigaciones en ciencias aplicadas (ingenierías), las investigaciones en tecnología e innovación y las investigaciones en ciencias naturales y matemáticas. Que haya una sinergia entre ellas, que tengan autonomía de los poderes políticos, y que dependan directamente del Presidente de la República. Y creo que para proteger a las humanidades respecto de las relaciones de poder con las ciencias naturales debería existir un fondo independiente para ellas y las ciencias sociales, y que cada fondo tenga su institucionalidad propia, así se resguardarían a estas áreas del saber de los conflictos de poder, que ocurren en todas partes del mundo. Por eso en Inglaterra, en Australia y en Estados Unidos están separados los fondos de las ciencias con los de humanidades. Además, es importante que esos fondos tengan distintos criterios para juzgar sus investigaciones. Hoy día los criterios de las ciencias exactas están siendo implementados en las humanidades, siendo disciplinas tan distintas.
Respecto del financiamiento de las humanidades, me parece que es relativamente bajo. Por eso las humanidades en general en el país están debilitadas, es muy pobre la enseñanza de las humanidades en los establecimientos escolares, y en las universidades también. Creo que tenemos que potenciar las humanidades, entregándoles más recursos y financiando una diversidad de proyectos propia de esta área del conocimiento. Las humanidades son fundamentales para el país. La historia es la que va de alguna manera construyendo nuestra identidad y resulta un ejercicio hermenéutico esencial para la comprensión de nuestra época y de lo que somos, en la literatura encontramos el reflejo vivo de nuestra idiosincrasia, de nuestra cultura, y también nos pone en relación con nuestra lengua, nuestra sociedad, nuestros problemas, de forma vital y estética, y la filosofía es la disciplina que estudia las bases y principios de nuestro conocimiento, de la constitución de nosotros y de nuestro entorno, de nuestra ética, de nuestro sistema político. También se hace cargo del arte y la pregunta por la belleza, en fin todas ellas cumplen roles fundamentales. Y si las humanidades están debilitadas, creo que la ciudadanía se debilita, la política se debilita, y eso hoy se nota. Es increíble como en el debate sobre educación, me refiero a quienes participan de la opinión pública, no se ha considerado la historia de nuestro sistema educativo, el contexto en que surgen ciertas medidas, que pueden explicar su razón de ser. Es lamentable ver el nivel en general del debate público, llenos de slogan y clichés, que denotan poca reflexión y mucho dogmatismo; por supuesto hay excepciones, pero son pocas. En este sentido no puedo dejar de mencionar los dos tomos recién publicados de Sol Serrano y un conjunto de académicos sobre la historia de la educación de nuestro país, un verdadero aporte.
Un grupo de académicos entregó hace poco una propuesta al Ministro de Educación para que haya más enseñanza de filosofía en los colegios, ¿qué nos puedes contar sobre eso?
Hay un grupo de académicos de filosofía que se juntó para trabajar en una propuesta de cambio curricular. Nos parece importante la formación de nuestros jóvenes en el colegio, que es obligatoria, y la filosofía cumple un rol fundamental, sobre todo en la formación ciudadana. Y este grupo de académicos hizo una propuesta de reforma curricular que implica, por una parte, introducir filosofía en el primer ciclo de enseñanza media, es decir en primero y segundo medio, y extenderla a tercero y cuarto medio de manera voluntaria. Al introducir la filosofía en primero y segundo medio, la haces obligatoria para todos los estudiantes de Chile, dado que en tercero y cuarto medio sólo es obligatoria para los colegios científico-humanistas. La idea es formar a nuestros jóvenes de manera más sólida, creo yo, como ciudadanos. También se plantea en qué áreas de la filosofía debería hacerse hincapié. En concreto, se propone que la filosofía debe desarrollar en nuestros alumnos habilidades lógicas, argumentativas y capacidad crítica, así como también enfrentarlos ante problemas fundamentales de epistemología, ética y filosofía política. Esta propuesta fue firmada por 79 académicos, de distintas universidades del país, privadas, estatales, y además la firmó la Asociación Chilena de Filosofía.
¿Por qué crees que es tan débil la presencia de la filosofía en la enseñanza escolar?
Si te das cuenta, en la sociedad misma la filosofía ha perdido su voz y yo creo que ahí hay una responsabilidad de los mismos filósofos y académicos, que de alguna manera han abandonado el espacio público para concentrarse en discusiones específicas, técnicas, muy herméticas para el resto de la sociedad. Con ello no estoy criticando la especificidad a que te lleva la filosofía y que en ese nivel del pensamiento pocos pueden participar; en absoluto. Pero me parece que ese cultivo de la filosofía en su nivel más alto no impide a quienes la ejercen a participar del debate público y de la toma de decisiones que implican el futuro del país. Por el contrario, creo que a los filósofos, por los temas de los cuales se ocupan y por el nivel de rigurosidad que exige esta disciplina, les atañe un rol destacado en la toma de decisiones políticas, que hoy no están ejerciendo. Muchas veces se escucha la queja de que los economistas se han tomado el poder y hoy dominan en el ámbito de las políticas públicas, pero creo que no podemos echarle la culpa a ellos; creo más bien que es un problema de los filósofos, que han abandonado este espacio, que no han sabido luchar por este espacio, que no han tenido una voz en este espacio, y me parece necesario retomarlo. Debemos aportar al debate público con reflexiones que se hagan cargo de los problemas actuales, con un lenguaje comprensible para la gente de la calle, como lo hizo en su época Gianinni, por ejemplo. Ello no significa que la filosofía deba abordar los temas de forma empírica o ajena a su naturaleza, sino aportar a su manera, como por ejemplo mostrando los supuestos de las distintas posiciones o sus inconsistencias, promover la reflexión crítica a través del cuestionamiento de los slogans hoy tan populares, que por definición sólo dañan al debate público. Al final, las decisiones políticas y las políticas públicas descansan sobre principios éticos y una visión de mundo determinada, una comprensión del ser humano determinada, y estos son asuntos propios de la filosofía. En ese sentido esta propuesta de modificar el currículum y extender su enseñanza al primer ciclo es una respuesta a la situación actual, un llamado de alerta, y una invitación a poner de nuevo la voz allá afuera.
Entrevista: Andrés Florit C.
Fotos: Gentileza S.E.
[1] Garrido, Juan Manuel, Hugo Herrera y Manfred Svensson. La excepción universitaria. Reflexiones sobre la educación superior chilena. Santiago: Ediciones UDP, 2012.
[2] Ver José Joaquín Brunner y Carlos Peña (editores), El conflicto de las universidades: entre lo público y lo privado. Santiago: Ediciones UDP, 2011.
[3] Las opiniones de Carlos Peña sobre el tema de contratos con empresas relacionadas se encuentran en el texto “La Universidad y el Lucro: Cómo impedirlo y por qué”, publicado en el n° 347 de la revista Puntos de referencia, editada por el CEP y disponible aquí.

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