Texto leído en la sesión ordinaria del día 30 de agosto de 2010 de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile.
Reflexiones en torno a la pregunta: ¿Adiós al Proletariado?
José Joaquín Brunner
Ponencia presentada a la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile
Santiago de Chile, 30 agosto 2010.
“Adiós al proletariado”: ¿por qué justo ahora? Justo ahora, que “vivimos en un mundo proletario”, según escribió Charles Tilly en cierta ocasión, agregando a continuación: “Una mayoría, si no una gruesa mayoría de la fuerza laboral mundial, está compuesta por personas que trabajan por un sueldo usando medios de producción sobre los que tienen poco o ningún control. Son por tanto proletarios. En este amplio pero auténtico sentido de la palabra”, concluye él, “casi todos nosotros somos proletarios”.
¿No cabría decir, entonces, con mayor rigor, bienvenidos al proletariado?
Solo se puede responder a esta disyuntiva—adiós o bienvenidos—luego de un somero análisis de la emergencia del moderno concepto de proletariado y del campo discursivo dentro del cual aquel término se inscribe. Mi breve ponencia está dedicada a esta cuestión.
Sabemos que el origen del término proletario se halla en la Roma antigua. Proletarii era la gran masa de individuos que, no disponiendo de un mínimo de fortuna, sólo podía contribuir al estado con sus hijos o con su propia persona. Por mucho tiempo, en los siglos siguientes, la figura del proletario se asoció con los desposeídos, los miserables, los mendigos, los desheredados de la tierra; frecuentemente, un grupo percibido como una amenaza para el orden social y su estabilidad.
En cambio, su aparición moderna forma parte de un nuevo tipo de literatura social que surgió en Europa durante las primeras décadas del siglo XIX, referido a la “condición obrera” y la “cuestión social”. Hubo momentos, por cierto, en que la vieja noción—la amenazante—y la nueva, surgida del análisis de la condición obrera a partir de la revolución industrial, se confunden. Al punto que un conocedor de Marx ha podido sostener que: “La identificación del proletariado con “las clases peligrosas”, con un antagonismo predatorio contra la propiedad privada, era todo menos que universal en la década de 1840”. Pero no nos adelantemos al desarrollo lógico de estas cosas.
Federico Engels es sin duda una de las principales fuentes de información y estudio sobre la condición obrera en el siglo XIX—en su caso, a partir de Manchester donde arribó en 1842, y de las demás ciudades industriales británicas: Londres, Liverpool, Leeds, Glasgow, Edimburgo—que visitó y conoció a fondo como investigador social. Tres años más tarde aparece en alemán su libro: La Situación de la Clase Obrera en Inglaterra , un clásico en su género y de fuerte influencia en las décadas posteriores. Incluso, se ha dicho que el Manifiesto Comunista (1948) sería una suerte de “generalización del modelo de desarrollo del proletariado inglés” estudiado por Engels.
La tesis de Engels es que el proletariado es un producto de la revolución industrial. Nace, dice él, “con la invención de la máquina a vapor y de las máquinas para la elaboración del algodón”. Es decir, es una categoría social ligada a la ciudad, a las fábricas y a un modo de producción basado en el maquinismo donde unos pocos concentran la propiedad de los medios y los trabajadores deben vender su trabajo. “Por todas partes se utilizan máquinas y se destruyen así los últimos vestigios de independencia del obrero”, alega Engels. “Por todas partes la familia es disgregada por el trabajo de la mujer y de los niños, y es puesta al revés cuando el hombre se queda sin trabajo; por todas partes el advenimiento ineluctable del maquinismo pone a la industria y, con ella, al obrero en manos del capitalista. La centralización de la propiedad progresa irresistiblemente, la división de la sociedad en grandes capitalistas y en obreros desposeídos resulta cada día más clara […] (p. 292).
Se ha dicho que La Situación de la Clase Obrera en Inglaterra “es una minuciosa y sugestiva, por obsesiva, presentación del trabajo proletarizado en sus aspectos materiales y morales más crudos”. Entre estos últimos Engels destaca la privación cultural y educacional de los obreros y sus hijas e hijos.
“Si la burguesía sólo les deja de la vida lo estrictamente necesario”, comenta, “no hay que asombrarse al comprobar que ella les dispensa justamente tanta cultura como lo exige su propio interés. Y esto no es verdaderamente mucho. Comparados con las cifras de población, los medios de instrucción son increíblemente reducidos”, anota. A continuación algunos ejemplos, transcritos directamente de la Situación de la Clase Obrera:
— “Los pocos cursos que se dan semanalmente a disposición de la clase trabajadora, sólo pueden ser tomados por un número extremadamente mínimo de oyentes y por añadidura no valen nada”;
— “En ninguna parte existe la asistencia escolar obligatoria; en las propias fábricas no significa nada […] y cuando en la sesión de 1843 el gobierno quiso poner en vigor esa apariencia de obligación escolar, la burguesía industrial se opuso a ello con todas sus fuerzas”.
— “Por otra parte, un gran número de niños trabaja toda la semana en fábricas o a domicilio y no pueden por tanto asistir a la escuela. Y las escuelas nocturnas, a donde deben ir aquellos que trabajan por el día, apenas tienen alumnos y éstos no se benefician con ellas en absoluto”.
— “Desde luego, se han organizado cursos dominicales, pero faltan maestros y no pueden ser útiles sino a aquellos que ya han concurrido a la escuela diaria”.
— “Según confesión de todas las autoridades—en particular de la Children’s Employment Commission—las escuelas no contribuyen casi nada a la moralidad de la clase trabajadora”.
— “La educación moral […] tampoco le es ofrecida en los demás momentos de su existencia, al menos, no esa educación moral que posee cierto valor a los ojos de la burguesía. En su posición social y su medio, el obrero encuentra las incitaciones más fuertes a la inmoralidad. Es pobre, la vida no tiene atractivos para él, casi todos los placeres le son negados, los castigos previstos por la ley ya no tienen nada de temibles para él, ¿por qué entonces refrenar sus apetencias? ¿Por qué dejar que el rico disfrute de sus bienes en lugar de apropiarse de una parte de ellos? ¿Qué motivos tiene, pues, el proletario para no robar?”
Hasta aquí este cuadro deplorable. Espero más adelante se entienda por qué subrayo los déficit educacionales de los asalariados de comienzos del siglo XIX.
Con todo, nadie duda que la elaboración literariamente más lograda del concepto de proletariado se encuentra en el Manifiesto Comunista. Parte éste por indicar que se trata de “la clase de los trabajadores asalariados modernos que, privados de medios de producción propios, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para poder existir”. Es decir, el aserto que retoma Tilly en el pasaje que cito al comienzo.
La construcción del concepto se realiza mediante tres movimientos convergentes.
Primero, una descripción—estilo Engels—de la condición obrera a partir del régimen de trabajo al cual se encuentran sometidos los trabajadores. Dando un paso adelante respecto de la Situación de la Clase Obrera, El Manifiesto sostiene que el trabajador no sólo debe vender su fuerza de trabajo sino que él mismo se convierte en una mercancía, “como cualquier otro artículo de comercio”. Se transforma en un apéndice de la maquinaria y de él solo se esperan las operaciones “más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje”. Anticipándose al taylorismo, El Manifiesto anticipa que “cuanto más se desenvuelven la maquinaria y la división del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo, bien mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las máquinas, etc.”
Además, el industrialismo llevaría a formas extremas de disciplinamiento de los cuerpos y las masas obreras se verían colocadas “bajo la vigilancia de toda una jerarquía de oficiales y suboficiales”, como si fuesen parte de una organización militar. Todo esto escrito un siglo antes que Foucault empezara siquiera a escribir.
Segundo, la lógica concentradora de los medios de producción sobre la cual crecía el capitalismo provocaba—según Marx y Engels—una progresiva proletarización de los grupos intermedios de la sociedad: pequeños industriales, pequeños comerciantes, rentistas, artesanos y campesinos. Todos ellos, escriben, “caen en las filas del proletariado”, “de tal suerte que [éste] se recluta entre todas las clases”.
Tercero, y he aquí lo más importante, se plantea allí la hipótesis de que “el proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo”, las cuales son descritas, todas, como una trayectoria de lucha (de acuerdo al bien conocido enunciado de que “la historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”).
Al comienzo la lucha se establecería por obreros aislados, después por los obreros de una fábrica, más tarde por los obreros de un mismo oficio. Y esta lucha, articulada en esferas cada vez más amplias, no se dirige solo contra las “relaciones burguesas de producción”, acotan Marx y Engels, sino en ocasiones también contra los mismos instrumentos de producción.
A medida que el desarrollo de la industria acrecienta y concentra el número de proletarios, “su fuerza aumenta y [ellos] adquieren mayor conciencia de la misma”. En esta fase, los obreros forman diversos tipos de asociaciones para defender sus derechos y confrontar a los patrones. También los medios de comunicación ayudan a extender la conciencia obrera de su fuerza y a forjar relaciones que elevan la lucha desde la esfera local a la nacional, momento en que se transforma en lucha de clases; es decir, una lucha propiamente política. El proletariado organizado en clase, por tanto, se expresa finalmente como partido político y puede, en esta condición, reclamar el poder del estado para sí.
En esta última fase, se ven fortalecidos por “capas enteras de la clase dominante” que el desarrollo de la industria precipita hacia sus filas, las cuales “aportan al proletariado numerosos elementos de educación”. Luego, cuando la lucha “se acerca a su desenlace” y se profundiza “el proceso de desintegración de la clase dominante”, incluso “un sector de la burguesía se pasa al proletariado”, señala el Manifiesto, “particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado hasta la comprensión teórica del conjunto del movimiento histórico”. Naturalmente, sin decirlo, Marx y Engels se refieren aquí a ellos mismos y a su rol histórico—junto a otros intelectuales orgánicos de origen burgués—en la lucha revolucionaria del proletariado.
En suma, el proletariado aparece como una categoría conceptual que forma parte de un campo discursivo densamente poblado de supuestos teóricos, de hipótesis y anticipaciones, y de análisis críticos del capitalismo europeo. Tiene como referente histórico las ciudades de la revolución industrial inglesa de la primera mitad del siglo XIX y las condiciones de vida—material, física, cultural y moral—de los obreros de la época. Caracteriza a masas humanas compuestas por adultos, viejos y niños, mujeres y hombres, que, por razones del régimen de trabajo al que se hallan sujetos los obreros, viven en condiciones de miseria, hacinamiento, mala salud, falta de instrucción y deterioro de sus condiciones generales de existencia. Carecen de propiedad, sus relaciones familiares nada tienen en común con las relaciones familiares burguesas, no poseen arraigo local y el “yugo del capital”—como lo llama el Manifiesto—que es el mismo en todas partes de Europa, despojaría al proletariado también de cualquier carácter nacional. Incluso las leyes, la moral, la religión serían para él “meros prejuicios burgueses, detrás de los cuales se ocultan otros tantos intereses de la burguesía” según proclaman Marx y Engels en uno de los giros retóricos más citados del Manifiesto.
A la luz de todo esto, ¿qué podría significa un “adiós al proletariado”?
Por cierto, no la desaparición o superación de una situación social—de trabajadores y pobres, de masas marginales y proletarizadas, de espacios de descomposición social y lumpenproletariado, como llama Marx a los “grupos peligrosos” de su época—pues millones de personas alrededor del mundo viven hoy en esta situación. Mil doscientos millones de personas en pobreza absoluta; mil millones que cada noche se duermen con hambre; cien millones de niños en las calles; 11 millones que mueren anualmente por razones de pobreza antes de cumplir 5 años… Sin lugar a duda, los proletarii—los sin propiedad; aquellos que, con suerte, no tienen más que su prole para servir al estado—siguen en medio de nosotros.
¿Significa esto, como sugiere Tilly, que todos quienes no disponemos de medios de producción y dependemos por ende de un salario, deberíamos ser bienvenidos a las filas del proletariado? ¿O que estamos en vías de proletarización?
No parece razonable, pues al proceder así, y con la sola excepción de la “minoría en el poder”, todos apareceríamos (sin fundamento plausible) como similarmente explotados-alienados por el sistema. Neo-proletarios pues que, como predica una página en la Red, engloban indistintamente “a técnicos, oficinistas, capataces, cronometradores, profesionales liberales, intelectuales, artistas, maestros, etc. en tanto que asalariados en sentido amplio[…]; también a quienes trabajan por cuenta propia como artesanos, con parcela o taller propio, etc. en tanto que explotados por el sistema; también a todo el pueblo en general [… que] está en cierta manera alienado por el sistema, por la sociedad de consumo de masas, la publicidad, la televisión, etc. [incluyendo a] un amplio sector de la pequeña y media burguesía [que], en este sentido, [es] explotada y forma parte de todo un pueblo explotado-alienado”.
Esta imprecisión terminológica—entre asalariado, explotado, alienado—donde se entremezclan grupos, estratos y clases, no permite hacer análisis alguno y torna inútil, por ingeniosa que sea, la fórmula de Tilly.
Más bien, cabe constatar que el proletariado como categoría político-conceptual—nacida de, y sostenida por, un específico campo discursivo: el del marxismo del siglo XIX—se ha desvanecido sin recuperación posible, pues ni el concepto ni el campo discursivo que lo soportaba permanecen de pie.
Lo cual no significa, como se piensa a veces ingenuamente, que con esto ha terminado la historia, o desaparecido la lucha de clases, o terminado la explotación del hombre por el hombre y sus múltiples alienaciones. Las formas, modos, e intensidades que adopta la “cuestión social” han cambiado sin duda; las estructuras sociales del capitalismo se han vuelto, en ocasiones, menos polarizadas; las condiciones materiales de los trabajadores han mejorado en muchas partes; el capitalismo ha evolucionado, ha dado lugar al estado de bienestar, a las redes de protección, al reconocimiento de derechos económicos y sociales. Sobre todo se ha extendido la alfabetización; la educación primaria se ha universalizado; incluso, en algunos países casi todos los jóvenes se gradúan de la enseñanza secundaria y una proporción mayoritaria continua estudios superiores. Así pues como en tiempos de Engels el trabajo abandonó el campo por las manufacturas, y luego emigró de éstas para desplazarse masivamente a los servicios, ahora se mueve en dirección de la información y el conocimiento. Nada de esto pudo prever Engels en Manchester. Y Marx, que adelantó certeramente algunos de los principales rasgos del capitalismo contemporáneo (en otros se equivocó sin apelación), tampoco anticipó la revolución informática y del conocimiento. El hecho es que el trabajo se transformó por completo; en especial, su vínculo con la educación, las destrezas y el conocimiento.
Mas también es cierto que en medio de todos estos cambios, y a pesar de ellos, ahora que ya nos hemos adentrado una década en el siglo XXI, resulta evidente que la cuestión de los proletarii—en sentido romano, no en el marxista—sigue plenamente vigente. Mal haríamos, en consecuencia, con celebrar su despedida.
Notas
Charles Tilly, Demographic origins of the European proletariat. Center for Research on Social Orgarization, University of Michigan CRSO Working Paper 286, 1983.
Gareth Stedman Jones, El Manifiesto Comunista de Marx y Engels. Introducción y Notas de Gareth Stedman Jones. Fondo de Cultura Económica y Turner Publicaciones, México, 2007, p.27.
Federico Engels, La Situación de la Clase Obrera en Inglaterra según las observaciones del
autor y fuentes autorizadas, 1845. Traducción al español disponible en: http://www.facmed.unam.mx/deptos/salud/censenanza/spivst/spiv/situacion.pdf. En adelante, las citas a este texto provienen de esta fuente.
Ibid., p. 3.
Fernando Díez, El Trabajo Transfigurado. Los discursos del trabajo en la primera mitad del siglo XIX. Universitat de Valencis, 2006, p. 144.
Karl Marx y Federico Engels, El Manifiesto Comunista. Traducción de Jesús Izquierdo Martín. En Gareth Stedman Jones, op.cit., 2005, pp. 137-188.
Nota de F. Engels a la edición inglesa del Manifiesto 1888. Citado de Gareth Stedman Jones, op.cit., 2007, p. 3
Mil-Gac, El concepto de “Proletariado”, Sábado 21 de agosto de 2010. Disponible en:
http://www.hommodolars.org/web/spip.php?article3383.
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