Columna de opinión publicada en la página de Educación diario El Mercurio, 3 agosto 2008. Texto a continuación.
La disciplina escolar ayuda a crear un clima ordenado y seguro para el aprendizaje
El sistema educacional chileno confunde disciplina con autoritarismo, lo que termina por inhibir el ejercicio legítimo de la autoridad.
JOSÉ JOAQUÍN BRUNNER
Las reiteradas y ambiguas declaraciones de los principales dirigentes del gremio de profesores para justificar conductas agresivas de algunos estudiantes -en sus escuelas, las calles de la ciudad o en encuentros con autoridades educaciones- obligan a reflexionar sobre un tópico que suele incomodar; cual es, el de la disciplina escolar.
Es un hecho, sin embargo, que decenas de cuidadosos estudios sobre escuelas efectivas -es decir, aquellas en que los alumnos aprenden al máximo de sus posibilidades- muestran que uno de los factores explicativos de su efectividad es la existencia de un clima escolar positivo. Esto es, dichas escuelas crean un entorno ordenado y seguro para la convivencia y el desarrollo de las actividades docentes y de aprendizaje. De hecho, según reflejan las encuestas, los padres valoran altamente la disciplina escolar al momento de elegir un colegio para sus hijos. Es normal que así sea. En efecto, un establecimiento donde su director y profesores se ven continuamente sobrepasados por los alumnos, donde las normas de convivencia fallan y prevalece una atmósfera irregular, impredecible, no genera las condiciones para enseñar y aprender.
Al contrario, para cumplir sus cometidos, la sala de clase y la escuela necesitan proveer a los alumnos de una estructura funcional, con una definida división del trabajo y claras líneas de autoridad; rutinas y secuencias bien organizadas; un código de conductas preferidas, permitidas y prohibidas; derechos y deberes formalmente estatuidos y respetados en la práctica; en fin, un orden moral que promueva la autodisciplina y sancione las conductas disruptivas.
Como consecuencia, la escuela debe disponer de un conjunto de reglas y procedimientos -aceptados por todos los miembros de la comunidad escolar como parte de su proyecto educativo- para hacer frente a las conductas contrarias a la convivencia, como la agresión a los profesores, el hurto entre compañeros, el uso de lenguaje obsceno, el acoso verbal o físico, la destrucción de bienes físicos del establecimiento, la inasistencia a clases o su interrupción por comportamientos perturbadores, etc.
Ante esta realidad, suelen manifestarse dos posiciones de signo opuesto, ambas nocivas para la creación de un clima escolar positivo. Por un lado, aquella que identifica el orden moral de la escuela con el ejercicio de una “mano dura” y la imposición de sanciones. Por el otro, aquella que equipara la convivencia reglada y sujeta a una jerarquía de roles con prácticas autoritarias y contrarias a la libertad de los alumnos. La primera conduce a un orden rígido, asfixiante, donde prevalece el conformismo. La segunda, a una ausencia de estructura y normas, donde “todo vale”. En ambas situaciones se crea un entorno escolar adverso para el aprendizaje y la formación de personas autónomas y responsables.
En nuestro sistema educacional, el riesgo mayor proviene hoy de la segunda posición; aquella que al confundir disciplina con autoritarismo, e inhibirse del ejercicio legítimo de la autoridad, renuncia a crear el clima escolar adecuado para el aprendizaje. En estas circunstancias, los profesores socavan su rol profesional y los estudiantes son perjudicados.
© El Mercurio S.A.P
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