Opiniones dadas para el reportaje del diario El Mercurio Enseñanza de calidad mundial: Excelentes profesores y apoyo constante para los alumnos más lentos son la clave, domingo 28 octubre 2007.
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Domingo 28 de octubre de 2007
Enseñanza de calidad mundial:
Excelentes profesores y apoyo constante para los alumnos más lentos son la clave
La revista “The Economist” analiza un estudio de la consultora McKinsey & Co. que utiliza los puntajes de las pruebas PISA para determinar cuáles son los mejores sistemas de educación en el mundo. Una de sus conclusiones: el mayor gasto no asegura excelencia.
Cómo ser los primeros
Qué funciona en educación: las lecciones de acuerdo a McKinsey.
El gobierno británico, señala Sir Michael Barber, una vez asesor del ex Primer Ministro Tony Blair, ha cambiado bastante la política educacional en Inglaterra y Gales, a menudo más de una vez.
Lo único que no ha cambiado ha sido el resultado. De acuerdo a la Fundación Nacional para el Estudio de la Educación, no había habido (hasta hace poco) en las escuelas de básica ningún mejoramiento medible en los estándares de alfabetismo y conocimiento básico de matemáticas durante 50 años.
Inglaterra y Gales no son los únicos. Australia casi ha triplicado el gasto en educación por alumno desde 1970. Ninguna mejoría. El gasto en Estados Unidos casi se ha duplicado desde 1980 y el número de alumnos por clase es el más bajo jamás visto. Nuevamente, nada.
Siempre los mismos
Al parecer, nada importa. Sin embargo, algo tiene que importar. Existen grandes variaciones de los niveles educacionales entre los países. El Programa para la Evaluación Estudiantil Internacional (PISA) de la OECD los ha medido una y otra vez y estableció, primero, que los países con mejor rendimiento lo hacen mucho mejor que los peores y, segundo, que los mismos países encabezan la tabla una y otra vez: Canadá, Finlandia, Japón, Singapur, Corea del Sur.
¿Qué tiene en común este grupo de éxito? No es más dinero. Singapur gasta menos por alumno que la mayoría. Tampoco más horas de estudio. Los alumnos finlandeses comienzan el colegio a más edad y estudian menos horas que en otros países ricos.
Ahora, una organización ajena al ámbito de la enseñanza -McKinsey, una consultora que asesora a empresas y gobiernos- osadamente se adentró donde la mayoría de los expertos en educación jamás lo han hecho: en recomendaciones de políticas basadas en los descubrimientos de PISA.
Las escuelas, señala*, tienen que hacer tres cosas: conseguir a los mejores profesores, sacar lo mejor de ellos e intervenir cuando los alumnos empiecen a rezagarse. Eso tal vez no suene exactamente como “la novedad del año” (así describe Andreas Schleicher, jefe de investigación educacional de la OECD, el enfoque de McKinsey): ¿seguramente las escuelas ya hacen todo esto? En realidad, no. Si estas ideas se tomaran en serio, cambiarían radicalmente la educación.
Empecemos con contratar a los mejores. No hay duda de que, como lo dijo un personero surcoreano, “la calidad de un sistema educacional no puede exceder la calidad de sus profesores”. Estudios realizados en Tennessee y Dallas han mostrado que, si se toma a alumnos de capacidad promedio y se los entrega a profesores del primer quintil de la profesión, ellos terminan en el 10% superior del desempeño estudiantil; si se los entrega a profesores del quintil inferior, terminan en el nivel más bajo. La calidad de los profesores afecta el desempeño estudiantil más que cualquier otra cosa.
Sin embargo, la mayoría de los sistemas escolares no se esfuerza al máximo para conseguir a los mejores. Se produce un prejuicio contra la excelencia en parte debido a la falta de dinero (los gobiernos temen no poder financiarlos), y en parte surgen otros objetivos en el camino. En el último tiempo, casi todos los países ricos han tratado de reducir el número de alumnos por clase.
Sin embargo, ya que todo lo demás sigue igual, los cursos más pequeños significan más profesores por la misma cantidad de dinero, lo que genera sueldos más bajos y un menor estatus profesional. Eso tal vez explique la paradoja de que, después de la básica, pareciera haber poca o ninguna relación entre el tamaño del curso y el logro educacional.McKinsey sostiene que los sistemas educacionales con mejor rendimiento logran, no obstante, atraer a los mejores. En Finlandia todos los nuevos profesores deben tener un máster. Corea del Sur recluta a docentes de enseñanza básica del 5% superior de los titulados; Singapur y Hong Kong, del 30% superior.
Enseñar a enseñar
Se podría pensar que las escuelas deberían ofrecer el mayor sueldo posible, tratar de que un gran número de postulantes entre a estudiar pedagogía y luego elegir a los mejores. No es así, asegura McKinsey. Si el dinero fuera tan importante, los países que pagan los más altos sueldos a los profesores -Alemania, España y Suiza- deberían estar entre los mejores. No lo están. En la práctica, los mejores no pagan más que el sueldo promedio. Ni tampoco tratan de estimular a que un gran número ingrese y seleccionan luego a los más exitosos. Singapur selecciona candidatos con gran rigurosidad antes de que entren a estudiar pedagogía y acepta sólo la cantidad necesaria para el número de puestos.
Una vez adentro, los candidatos son empleados por el Ministerio de Educación y tienen más o menos garantizado un empleo. Finlandia también limita la cantidad de escuelas de pedagogía a la demanda. En ambos países, la enseñanza es una profesión de alto estatus (porque es fieramente competitiva) y hay fondos generosos para cada profesor (porque hay pocos).
Corea del Sur muestra cómo los dos sistemas producen resultados diferentes. Los profesores de básica tienen que obtener su título, tras cuatro años, de sólo una docena de universidades. Entrar ahí exige notas altas; los cupos se racionan según las vacantes. Los profesores de enseñanza media, en cambio, pueden obtener un diploma de cualquiera de 350 universidades, con criterios de selección más relajados. Esto ha producido una enorme cantidad de profesores secundarios recién calificados; 11 por cada empleo según recientes informes. Como resultado, la enseñanza media es el empleo de más bajo estatus en Corea del Sur; todo el mundo quiere ser profesor de básica.
Al tener personas preparadas, existe la tentación de ponerlas en las salas de clases y dejarlas que se las arreglen. Por razones entendibles, los profesores rara vez consiguen mucho entrenamiento en sus salas de clases. Pero, aun así, los países exitosos pueden hacer mucho por superar la dificultad.
Singapur entrega a los profesores cien horas de entrenamiento anuales y designa a destacados educadores para supervisar el desarrollo profesional en cada escuela. En Japón y Finlandia, grupos de maestros visitan las salas de otros colegas y planean clases en conjunto. En Finlandia tienen una tarde libre semanal para eso.
En Boston, que tiene uno de los mejores sistemas de escuelas públicas de EE.UU., los horarios se establecen de tal forma que los que imparten el mismo ramo tengan horas libres para una planificación común. Esto ayuda a la difusión de las buenas ideas.
Durante los últimos años, casi todos los países han empezado a centrar su atención en los exámenes, la forma más común de chequear si los estándares están bajando. La investigación de McKinsey es neutral en cuanto a su utilidad, señalando que si bien Boston examina todos los años a sus alumnos, Finlandia ha prescindido en gran medida de los exámenes nacionales. Los colegios en Nueva Zelandia e Inglaterra y Gales son examinados cada 3 o 4 años y sus resultados se publican, mientras que el primero de la clase, Finlandia, no realiza ninguna revisión formal y los resultados de las evaluaciones informales son confidenciales.
Sin embargo, hay un patrón en cuanto a qué hacen los países cuando alumnos y escuelas empiezan a fallar. Los mejores intervienen en forma temprana y frecuente. Finlandia tiene más profesores de educación especial dedicados a los rezagados que cualquiera; en algunas escuelas, 1 por cada 7. En un año determinado, un tercio de los alumnos recibe clases de nivelación personalizadas.
José Joaquín Brunner, experto UDP:
El gasto sí hace la diferencia en Chile
“No podemos trasladar mecánicamente las conclusiones de este artículo a Chile”, advierte el investigador de la U. Diego Portales, José Joaquín Brunner.
Explica que aumentar el gasto puede no tener mucho sentido en los países desarrollados, que invierten cuatro veces más que Chile por alumno. “Pero acá estamos subgastando con la subvención actual de 30 a 35 mil pesos. Eso es tan evidente, que una familia que envía a su hijo a un colegio particular paga en promedio unos 150 mil pesos al mes por una educación que, para el criterio internacional, ni siquiera es de excelencia”.
Lo mismo pasa con el número de alumnos por sala: “Los países ricos de Occidente no tienen más de 18 o 19 niños por docente. Claro, bajar de ahí no genera cambios relevantes, pero Chile aún está lejos de esos rangos”.
En lo que sí está plenamente de acuerdo es en el valor que se le atribuye a mejorar las condiciones de la carrera profesional docente. Chile, asegura, debe aprender la lección de los países desarrollados y ofrecer estímulos atractivos para los profesores que tienen un desempeño óptimo, lo que permitiría atraer a los mejores alumnos a seguir pedagogía.
“Pero no basta con eso, sino que hay que mejorar la calidad de la formación inicial”, subraya. En esa línea, valora el paso que dio la Usach al reestructurar su departamento de educación. “Las universidades están empezando a tomar en serio el tema, en buena parte motivadas por el hecho de que deberán acreditar obligatoriamente sus pedagogías en los próximos dos años”, concluye.
Carlos Beca, director del CPEIP:
Las pedagogías deben ser más exigentes
Para Carlos Eugenio Beca, leer el artículo del semanario británico fue “de tremendo interés”. El director del CPEIP (entidad a cargo de la evaluación docente) cree que la gran lección es la necesidad de mejorar la formación inicial de los profesores.
“Eso no pasa sólo por mejorar las mallas, sino por atraer a los mejores estudiantes. No puede ser que tengamos universidades privadas en que los alumnos estudien pedagogía sin rendir la PSU o con menos de 400 puntos”, indica.
Por lo mismo, plantea que es necesario que la Comisión Nacional de Acreditación incorpore en sus criterios el que las pedagogías -carreras que deben certificarse en forma obligatoria- tengan requisitos de ingreso más altos.
Pese a que coincide con las ideas que expone “The Economist”, advierte que no todas tienen validez para la realidad local. En ese sentido, asegura que el gasto sí juega un rol muy importante: “Si tenemos una subvención muy baja, como en Chile, los docentes ganan poco, deben trabajar muchas horas y los colegios requieren cursos numerosos para financiarse”.
De todos modos, Beca es enfático al decir que el artículo “confirma que en educación el dinero es necesario, pero no suficiente. La clave de la calidad está en tener buenos profesores”.
José Weinstein, de Fundación Chile:
No basta con gastar, hay que hacerlo bien
Para José Weinstein, director del área de educación de Fundación Chile, el hecho de que el mayor gasto educativo no se traduzca en mejoras de resultados tiene una interpretación clara: las escuelas no saben cómo usar bien los recursos.
“Muchas veces los directores usan la plata para incentivar una serie de ideas dispersas que no suman mucho. No es porque no quieran que la educación mejore, el problema es que no saben cómo hacerlo”, explica.
Una institucionalidad preocupada de exigirles a los colegios cumplir ciertos estándares de calidad -tipo superintendencia- sería un estímulo fuerte para que esto empiece a cambiar, asevera Weinstein.
El experto recalca que el dinero no tendrá efectos positivos si no se apoya el trabajo del “factor humano” que interviene en el proceso de aprender. Eso implica una solución más global: buena formación inicial, permanente capacitación y supervisión de la labor docente en el aula. “Son cosas que suponen una inversión, pero que van mucho más allá. Es un diagnóstico que hizo la OECD en Chile en 2003 y en lo que aún no hemos avanzado mucho”, comenta.
Una lección que destaca del artículo es el mostrar la importancia del trabajo de equipo entre los maestros: “Podemos tener un profesor espectacular en 1º básico, pero si el de 2º no hace bien su trabajo, entonces no avanzamos nada”.
Finalmente, sostiene que hay que seguir el ejemplo de los países exitosos y crear estímulos para que los mejores profesores se hagan cargo de los cursos claves: los más chicos.
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Conclusiones de McKinsey: conseguir buenos profesores depende de cómo se los selecciona y prepara, la enseñanza puede llegar a ser una alternativa profesional para los mejores titulados sin pagar una fortuna; y con las políticas correctas, colegios y alumnos no están predestinados a quedar atrás.
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“La mayoría de las grandes reformas demoran 8 o 10 años. Se puede provocar un impacto en 3 a 4, como lo hicimos, pero para transformar un sistema tomará de 8 a 10 años”. Sir Michael Barber, líder de la reforma educacional del ex Premier inglés Tony Blair.
Existe la idea, sobre todo entre profesores y directores, de que el éxito de los sistemas educacionales asiáticos se debería a factores que tienen que ver más con características culturales de su población que con políticas específicas. El informe McKinsey va contra esa percepción.
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