Columna de opinión publicada en la sección Educación del diario El Mercurio, 26 agosto 2007.
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Una propuesta para el Bicentenario
José Joaquín Brunner
Aumentar al doble el monto actual de la subvención escolar es el más alto compromiso ético-político que Chile puede pactar.
Si hay una “buena nueva” que todos acogen con entusiasmo es la idea de que Chile derrotará la desigualdad por medio de la educación. En efecto, un ‘ingreso ético’ del hogar es aquel que ganan en promedio las personas con educación secundaria completa y que han adquirido competencias valoradas por el mercado laboral.
Llegó la hora, pues, de pasar a los hechos. ¿Y qué indican éstos?
Primero, que todavía un porcentaje significativo de los jóvenes no completa su educación media.
Segundo, que la mayoría de quienes egresan de este nivel carecen de las competencias necesarias para desempeñarse productivamente o para continuar estudios superiores.
Tercero, que este doble déficit viene de una escolarización inicial completamente subfinanciada, al punto de estimarse que el 93% de nuestros niños y jóvenes son educados con menos de la mitad de lo que sería necesario para alcanzar un estándar más exigente de calidad.
Cuarto, que en estas condiciones, la gran mayoría de las escuelas se limita a reproducir las diferencias de origen social de sus alumnos, sin compensación alguna de las desigualdades heredadas a través del hogar.
En suma, la educación sigue a la cuna en vez de generar oportunidades iguales para todos. Por ahora, por tanto, la “buena nueva” no pasa de ser un frágil puente de palabras tendido sobre las brechas de la sociedad.
¿Cómo concretar esta aspiración?
Por lo pronto, hay que aumentar al doble el monto actual de la subvención escolar. El Gobierno ha dado el paso inicial, al proponer elevarlo en un 15%. ¿Por qué no corregir desde ya esta meta a un 25%, con el acuerdo de la sociedad de alcanzar el objetivo de un 100% de incremento al año siguiente del Bicentenario? Es el más alto compromiso ético-político que Chile puede pactar en favor de la igualdad de oportunidades para las futuras generaciones.
En seguida, hay que reforzar esta ambiciosa meta aumentando de manera especial el valor de la subvención para los alumnos que viven en condiciones de pobreza. Sin esto, la educación no podrá nunca derrotar la desigualdad en su extremo más duro y áspero.
Por último, el compromiso incluiría un radical rediseño del sistema escolar: transformar a todas las escuelas en centros autónomamente gestionados; gratuitos, una vez que se alcance la meta de la subvención del Bicentenario, y regidos por un estatuto especial de derechos y deberes que garantice su administración profesional, el reclutamiento y la evaluación por méritos de los profesores, la obligación de cada centro de alcanzar los estándares de calidad dispuestos por la autoridad y su responsabilización por los resultados que obtienen y por el uso transparente y eficiente de los recursos públicos que reciben.
Chile está en condiciones de suscribir este compromiso. De no hacerlo, continuaremos atrapados -mientras resista el ya tensionado tejido social- dentro de las brechas educacionales que dividen a los hogares chilenos, sus oportunidades e ingresos.
La educación sigue a la cuna en vez de generar oportunidades iguales para todos.
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