El Mercurio informó ayer 7 de enero que las universidades del norte del país se quedaron sin postulantes, en un reportaje titulado: Centros de estudio desde Arica a Copiapó: Un tercio de las carreras no llena sus vacantes en las universidades tradicionales del del Norte. Hay ingenierías donde no hubo postulantes este año, o pedagogías con apenas dos inscritos. “Es preocupante”, dice el Demre.
Invitado por un medio de prensa a opinar sobre este asunto, he aquí mi breve reflexión personal.
Cuidado: Este fenómeno no afecta a las universidades tradicionales sino, más bien, a algunas universidades públicas regionales y a algunas universidades privadas; habitualmente universidades que reclutan sus alumnos en la parte menos selectiva de los respectivos mercados de enseñanza de pregrado.
¿A qué se debe este fenómeno? Pienso que se debe, ante todo, a fallas en los procesos de planificación de su crecimiento de estas universidades. Aquí se combinan varios factores:
• Débil conocimiento de las dinámicas de demanda, especialmente en el caso de carreras nuevas y/o de carreras con un reclutamiento no-selectivo;
• Escaso conocimiento y comprensión de las estrategias que siguen los competidores en un mismo mercado;
• Mala adecuación entre la oferta de vacantes en muchas carreras y su uso efectivo por parte de los postulantes;
• Descoordinación interna en las universidades que se ven afectada por este fenómeno, pues al final tienden a primar las ofertas de las escuelas y carreras y no una visión de conjunto respecto a las posibilidades de expansión de las vacantes.
La no-acreditación de algunas instituciones podría estar influyendo, en la medida que reduce el atractivo por estudiar en esas instituciones. Pero no hay evidencia empírica de que esto esté ocurriendo. Mi opinión es que, en cualquier caso, la influencia de dicho factor sería, por el momento, más bien marginal.
Por cierto que la intensidad de la competencia, ahora más aguda por el hecho de que varias instituciones privadas que se han ido consolidando y volviéndose más atractivas para muchos estudiantes, influye en los fenómenos de no-ocupación de las vacantes en el caso de algunas universidades. Pero, reitero, esta situación podría ser perfectamente anticipada por los competidores, si acaso ellos dispusieran de un conocimiento más fino de las dinámicas de su mercado.
En el caso de las universidades estatales regionales, algunas de ellas se ven forzadas a compensar estas falencias de sus procesos de planificación, ajustando “a la baja” sus puntajes de ingreso, con el fin de disminuir el número de vacantes no utilizadas. Pero es una mala solución. Pues les crea luego un problema con los estudiantes admitidos por debajo de los puntajes requeridos para postular al crédito solidario y/o a becas. En estas condiciones, la “solución” adoptada genera después problemas a las finanzas de las universidades que, frecuentemente, buscarán endosar al fisco.
Lo preocupante de esta situación, me parece a mí, es que pone al descubierto que hay universidades cuyos procesos institucionales de planificación y cuyas estrategias de crecimiento no aparecen respaldados por la demanda estudiantil. Son instituciones que no poseen una sintonía fina con el mercado en que se mueven. Esto es doblemente preocupante si se considera que, en adelante, lo más probable es que dicha demanda no aumentará al nivel ni al ritmo que ocurría durante los años ’90. Esto obligará a las universidades, crecientemente, a competir por calidad de las ofertas y solidez institucional. Pues llegará el momento en que el “crecimiento fácil” se agote. Y las universidades que no estén preparadas para enfrentar ese momento, se verán ante serias dificultades y tendrán que reducirse bajo presión.
Recursos asociados
Carreras universitarias rechazadas , opinión editorial, El Mercurio, 8 enero 2007 [ver texto más abajo]
Senadores Núñez y Cantero expresan su preocupación por el financiamiento de las universidades estatales, La Segunda, 7 enero 207
Carreras universitarias rechazadas
El Mercurio, 8 enero 2007
Antes de concluir el proceso de admisión de este año, ya se ha detectado en algunas universidades la falta de interés de los estudiantes por ingresar a ciertas carreras. En los planteles del norte se ha podido establecer que cerca de un tercio de las carreras ofrecidas por universidades públicas o tradicionales queda con vacantes sin llenar.
En algunos casos extremos, como Ingeniería en Ejecución Pesquera de la Universidad Arturo Prat, no han logrado atraer ni siquiera a un solo postulante, en tanto en otras los interesados son un grupo minúsculo de dos o tres estudiantes. En otras carreras, estas mismas universidades han llenado sus vacantes con alumnos de puntajes muy bajos, inferiores a los 450 puntos, lo que indicaría que existen altas probabilidades de que esos jóvenes no completen satisfactoriamente sus estudios.
Hasta ahora, muchas universidades tradicionales han actuado guiadas por una experiencia que ya está sobrepasada y que suponía una demanda tan alta para los estudios superiores, que casi cualquier oferta tenía cierta aceptación. No faltaban los alumnos que no podían ingresar a las carreras de su predilección y con tal de entrar a la universidad estaban dispuestos a buscar opciones muy poco atractivas. Pero esos tiempos ya han pasado. Las ofertas de estudios de gran interés para los alumnos son hoy mucho mayores y no están bajo el control de las universidades tradicionales.
Pero también se observan en Chile y en todo el mundo cambios en las preferencias de los jóvenes y a éstos deben responder las universidades. Según algunos críticos del sistema de educación superior chileno, ni los estudiantes ni sus padres están en condiciones de evaluar las ofertas universitarias y, por ello, podrían ser fácilmente engañados por establecimientos poco serios. Por ese motivo, arguyen, debiera intervenir el Estado y regular la oferta de carreras profesionales según el criterio de las posibilidades de empleo futuro. No obstante, el proceso de admisión actual demuestra en los hechos que los jóvenes no sólo evalúan las carreras ofrecidas, sino que, además, en algunos casos las rechazan por completo.
Las universidades tendrán que responder adecuando sus planes a las necesidades de los alumnos, a sus propias capacidades institucionales y a las ofertas de otros planteles. Resolver internamente entre sus directivos sin considerar las opiniones de los jóvenes, o, lo que sería igualmente miope, resolver según la opinión de algún supuesto experto en el Ministerio de Educación, no soluciona el problema, puesto que los estudiantes simplemente no postulan a las carreras que no estiman atractivas.
En los tiempos actuales, la preparación en ciertas técnicas, cuya duración será limitada por los continuos progresos de la ciencia y la tecnología, no puede ser atractiva para nadie. Se trata simplemente de propuestas inapropiadas al mundo de hoy, y los estudiantes tienen plena conciencia de que ellos vivirán tiempos de cambios tecnológicos constantes.
Las universidades deberán prepararse, además, para una baja de los postulantes en los próximos años, causada por la disminución de la natalidad registrada en los últimos decenios. En sólo cinco años más, el número de jóvenes que egresen de la enseñanza media estará ya en declinación.
Cada universidad debe tener plena autonomía para resolver sobre estos asuntos, pero al hacerlo debe tomar en cuenta ciertos datos elementales que hasta ahora parecen haber ignorado. Y el Estado debería revisar su política de subsidios, que es la que hace posible que las universidades públicas ofrezcan carreras que son despreciadas por los estudiantes.
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