Tiempos interesantes
por José Joaquín Brunner – 19/11/2013 – 04:00
SUELE decirse que la democracia resta tensión a la vida política. No hay heroísmo ni aproximaciones al abismo, las pasiones son de menor intensidad, aparecen masas y consumidores, los filósofos son sobrepasados por los opinólogos, el romanticismo cede ante el cálculo económico y las preferencias reveladas en las urnas.
Con todo, la democracia se las arregla periódicamente para hacer circular a las elites y provocar ajustes en el vértice de la sociedad. A diferencia de las guerras sucesorias de antaño, ahora el gobierno se traspasa tranquilamente luego de contar los votos obtenidos por las diferentes elites con su cortejo de partidarios, ideas y programas. Además, cada cuatro años, la democracia promete (condena a vivir, dirán otros) tiempos interesantes, como ocurrió el domingo con el previsible triunfo de Bachelet y la Nueva Mayoría; es decir, tiempos más turbulentos, inestables, preñados de promesas y cargados de expectativas e incertidumbre que los habituales tiempos de la historia. En vez de un poco más de lo mismo, esta vez se ofrece algo radicalmente distinto: un cambio de marea; el inicio de un nuevo ciclo; un horizonte prometedor.
Tal propósito se ve amortiguado, es cierto, por no haberse impuesto la candidata favorita en primera vuelta. De allí que la tarea prioritaria de Bachelet consiste en explicitar detalladamente el camino a recorrer y la carta de navegación para los cuatro años de un próximo gobierno. Tendrá, además, que cultivar a la futura elite gobernante y a su personal de confianza, candidatos al segundo y tercer pisos, embajadores, portavoces, ideólogos, escuderos, intelectuales, operadores y aliados en los partidos que ahora están más fuertes que ayer.
La segunda -y sin duda más difícil tarea- será rearticular las (infladas) expectativas de cambio, dotarlas de viabilidad técnica, consenso político, capacidad de implementación y financiamiento público.
Bachelet necesita no sólo mayorías parlamentarias para sus proyectos, sino aunar voluntades dispersas, compatibilizar intereses contradictorios, combinar ideas propias y ajenas, y concretar acuerdos, tal como hizo durante su anterior presidencia.
Sólo que ahora el desafío será doblemente complejo: la economía crecerá a menor ritmo, los cambios ofrecidos son simultáneos y de mayor magnitud, la movilización social se ha vuelto cotidiana y las expectativas se han disparado y pondrán fuerte presión sobre las normas de convivencia, el pesado aparato del Estado, las capacidades técnicas de la Nueva Mayoría, la disciplina de sus parlamentarios y la coherencia ideológica del gobierno y sus apoyos políticos.
La historia muestra que en democracia los cambios institucionales y estructurales son lentos y costosos. Sólo las revoluciones corren rápido, pero enseguida se perpetúan en el poder y permanecen allí hasta derrumbarse, a veces sin dejar huellas. En democracia únicamente los cambios fracasados avanzan a alta velocidad, sean sectoriales (Transantiago) o nacional-revolucionarios (como los impulsados por la UP).
En democracia, en tanto, el cambio efectivo hace equilibrios sobre la cuerda floja. Y gobiernos exitosos son aquellos que los instalan sin caer al suelo en las encuestas o desordenar la sociedad. Allí reside el liderazgo para los tiempos interesantes que se espera de Bachelet.
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