Columna de opinión publicada en Artes y Letras de El Mercurio, domingo 11 marzo 2007.
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Ídolos estructurales
José Joaquín Brunner
Un grupo de investigadores de la Univfersidad Adolfo Ibáñez publicamos el libro “Calidad de la educación: Claves para el debate”. En él analizamos el sistema escolar chileno en un contexto de comparaciones internacionales. A la luz de dicha información, muchas de las discusiones sobre la educación chilena aparecen presididas por los ídolos a que hace referencia Francis Bacon en su “Novum Organum”. Particularmente los ídolos que Bacon llama del foro; esos que vienen de “la falsa e impropia imposición de las palabras” y que destruyen “de mil maneras el entendimiento humano […] lo perturban todo, y llevan a los hombres a mil controversias y fantasías sin contenido”.
Por ejemplo, se sostiene en nuestras discusiones que sólo existiría una forma adecuada de organizar la provisión de la enseñanza obligatoria (K-12); ya bien que ella sea provista centralmente por el Estado o, en el extremo opuesto, que ella sea suministrada por agentes privados en un ambiente de libre elección y competencia entre los proveedores. Sin embargo, como muestra la información internacional comparada, los sistemas escolares más exitosos -aquellos que producen la mejor calidad y reúnen las características de mayor equidad y eficiencia- se organizan combinando las ventajas de una provisión descentralizada con un fuerte respaldo del Estado, tanto en términos del gasto por alumno como de la producción de reglas, regulaciones y políticas para el sistema. Es decir, ellos reconocen un amplio campo de autonomía a los colegios, incluyendo la gestión de sus recursos humanos, junto con fijarles metas exigentes y supervisar continuamente su desempeño, con independencia de si los sostenedores de establecimientos son entidades públicas o agentes privados.
En ninguna parte del mundo, en cambio, existe un sistema escolar que se organice bajo la forma de un mercado así como tampoco existe, en ninguna democracia, un sistema de provisión íntegramente comandado desde el centro por el Estado. Los alumnos y sus familias se hallan situados en el centro; no las entelequias de coordinación del servicio educacional, trátese de los dispositivos administrativos del gobierno o de las fuerzas de la oferta y la demanda.
Chile, por su parte, tiene una mala combinación de estos principios: escasa autonomía de los establecimientos municipales, regulaciones públicas deficientes y débiles, subinversión generalizada en el gasto por alumno, excesivos controles burocráticos pero escasa “accountability”, metas y estándares borrosos o inexistentes. En fin, desconfianza hacia los agentes privados conjugada con un descuido de los sostenedores municipales. Descentralización sin real autonomía para las escuelas. Vagos deseos de mejorar la educación sin invertir en ella.
En estas condiciones, no resulta extraño que el sistema tenga dificultades para superarse y mejorar.
Los ídolos del foro llaman “estructurales” a estos problemas, sin reparar que, contrastados empíricamente, ellos son problemas de política y gestión. Y así deberían ser abordados este año, que será de intenso debate sobre el diseño y desempeño de nuestro sistema escolar. Es de esperar que no quedemos atrapados en nuestras falsas nociones.
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