Política de acuerdos y sus múltiples consecuencias
¿Qué hace posible el acuerdo y sus dificultades?
Es notable cómo en tan poco tiempo el ánimo octubrista ha ido desapareciendo de la polis. Incluso el PC ha amortiguado sus posiciones a propósito de alinearlas, a veces incómodamente, con su participación en el gobierno. Por el contrario, ha ido expandiéndose y profundizándose una disposición favorable a los acuerdos -el espíritu del noviembrismo– entre las principales fuerzas políticas del país.
Lo que no ocurrió con ocasión de nuestros dos procesos constitucionales, ambos liderados por lossectores más extremos -de las izquierdas primero, de las derechas después-, está sucediendo ahora con la reforma previsional. Esta vez ambos extremos -de colectivos organizados en el caso de las derechas, de voces individuales dispersas en las izquierdas-han quedado aisladas y en minoría, mientras Chile Vamos y los partidos oficialistas, impulsados por el gobierno, han conducido las negociaciones y construido los acuerdos necesarios para avanzar.
Clave ha sido el papel de las instancias técnicas, comités de expertos y círculos de tecnopols de ambos sectores mayoritarios, los cuales han sido consultados y han incidido en los procesos de acercar posiciones, resolver nudos y generar soluciones, creando un clima de entendimiento. Decisivo ha sido también el papel del Senado y sus comisiones, igual como el de los ministros encargados de las negociaciones.
Un papel relevante jugaron asimismo influyentes economistas públicos de la academia, think tanks, ex autoridades de organismos como el Banco Central, ex ministros de Hacienda y Economía, que generaron una corriente de opinión favorable a los acuerdos y contribuyeron a reducir la resistencia y los temores de la industria afectada y del mundo empresarial.
El ciclo mismo de la reforma, precedido por años de desencuentros e intentos fallidos, si bien aún no concluye y podría fracasar, es razonable suponer que llegará a puerto. Esto a pesar de los esfuerzos convergentes desde ambos extremos -sobre todo de las derechas extremas- por evitar que que ello ocurra. Y de las voces contrarias a cualquier entendimiento registradas a lo ancho del espectro de los medios de comunicación. A veces expresan comprensibles discrepancias técnicas. Pero, más frecuentemente, lo hacen por cálculo político y el deseo de mantener la polarización del cuadro político, buscando evitar a toda costa que el gobierno pueda reclamar para sí un logro importante.
¿Quién pierde si el acuerdo se derrumba?
Lo primero y más evidente es que un fracaso de la reforma sería negativo para todas las generaciones y grupos de edad de la población, particularmente para los de mayor edad y condiciones de existencia más vulnerables. Perdería pues el país y su dirigencia política en especial, acentuándose las brechas de credibilidad, confianza y legitimidad de las instituciones. A las puertas de un año electoral decisivo, un fracaso de la reforma introduciría elementos adicionales de pesimismo, enajenación y cinismo; caldo de cultivo para sentimientos populistas y autoritarios y para salidas extremas.
En cambio, el fracaso sería aplaudido por los extremos, particularmente en sus expresiones de derecha. Verían coronada así su pretensión de golpear simultáneamente al gobierno, imponiéndole una derrota política y social, y a las fuerzas de derecha dialogante agrupadas en Chile Vamos. Los liderazgos de Kaiser y Kast se verían fortalecidos. Y la lucha al interior de las derechas por la hegemonía, de cara a la próxima elección presidencial y parlamentaria, se desataría con inusitada intensidad.
Para el oficialismo la derrota sería transversal y completa, aunque sería apreciada con un sentimiento de Schadenfreude -alegría por la desgracia de los demás- por las voces radicales minoritarias que perciben la reforma actualmente concordada como un traición y abyecta renuncia al programa inicial de izquierdas que apuntaba al fin de las AFP y postulaba su reemplazo por un sistema estatal de seguridad social.
Para el Presidente Boric y su equipo político, en particular, este fracaso significaría una pérdida inmediata de poder y un largo año de gobernabilidad llevada a su mínima expresión. En efecto, el golpe de una reforma abortada sería especialmente desestabilizador para la figura presidencial y su proyección; para los partidos del núcleo del gobierno -FA y PC-, pero también para las fuerzas del Socialismo Democrático (SD), cuya confusión y orfandad programática volvería a quedar al desnudo, justo al momento de iniciarse el debate propuestas programáticas.
Las tensiones internas dentro del oficialismo -en La Moneda y el Congreso- se multiplicarían al calor de las campañas electorales, bajo el signo de unas derechas disputándose los símbolos de la radicalidad y la dureza en la huella de Milei, Bukele, Trump y los movimientos autoritarios e iliberales de Europa y más allá.
¿Quién gana si al fin tenemos una reforma previsional?
Sin duda, por todo lo que llevamos dicho, ganaría el país, aunque los resultados propiamente previsionales tomarán muchos años en manifestarse plenamente. En lo inmediato, el efecto mayor será político, social, ideológico y cultural.
Efectivamente, la opinión pública experimentaría una sensación positiva de logro; de entendimiento, de que es posible, contra viento y marea, que gobierno y oposición se pongan de acuerdo en algo importante como llevar adelante esta reforma. Esta sería percibida -en parte al menos- como un esfuerzo por mejorar las condiciones de postración y desigualdad de una parte importante de la población que siente, desde hace ya un buen tiempo -¿desde el estallido?, ¿o durante las últimas tres administraciones de gobierno?-, encontrarse en la intemperie.
Por cierto, nadie espera realistamente un cambio manifiesto de sus condiciones de vida a propósito de esta reforma, si ella fuese aprobada. Tampoco los mayores y más vulnerables entre ellos, aunque experimenten alguna mejoría parcial en el corto plazo.
Una perspectiva más optimista y estimulante de fondo tendrá que esperar hasta que el crecimiento retome un mayor ritmo y sea percibido en las oportunidades de trabajo y consumo y en las expectativas de vida de la mayoría de la gente. Esto, claro está, es materia de otro debate. Aunque, como han señalado diversas voces representativas del mundo económico, también el clima para el crecimiento a mediano plazo de la economía se vería favorecido por una solución previsional que rompa con la inercia de los fracasos y alienta el ahorro y la colaboración del Estado con los privados.
¿Qué significado tendría la aprobación de la reforma para las izquierdas?
Más allá de las retóricas empleadas por los actores que se reclamen victoriosos -ya hemos visto en las entrevistas del domingo pasado un anticipo de cuáles serían los argumentos de esas retóricas- aquí interesa sobre todo el balance de significados e interpretaciones que harían los actores involucrados en la reforma.
Probablemente el gobierno y sus principales jugadores -los ministros Marcel y Jara, y sus respectivos equipos- sería quien coseche las mayores ventajas simbólicas. Esto, porque en un régimen presidencial, el campo comunicacional en que se juega esta partida tiene un sesgo inherentemente gubernamental. En la hora de las victorias y de las derrotas, el principal ganador o perdedor es, habitualmente, el Poder Ejecutivo.
Como vimos, Boric, la figura presidencial, recibiría por eso un bono, justo en el momento en que su poder comienza a disminuir al acercarse el término de la administración. Podría reclamar para sí, legítimamente, que bajo su administración se logró consensuar una reforma previsional de fondo que, sin ser la imaginada por el programa de su gobierno, sin embargo, es un cambio importante. Crea un sistema mixto, con múltiples pilares, diversos actores y protección tanto de los ahorros individuales como de los aportes de empleadores y del fisco. ¿Qué más puede pedir/exigirse en un asunto tan complicado como esta reforma, con tan obvias restricciones de recursos y en un año electoral que se inicia?
Nada de esto significa, sin embargo, que tal legítima ganancia pueda trasladarse directamente al plano de la carrera presidencial. De seguro, una derrota se convertiría inmediatamente en un daño electoral. ¿Pero un logro como la reforma previsional? En el mejor de los casos serviría para renovar el espíritu dentro de las filas del oficialismo. Consolidaría el papel-eje del ministro Marcel. Y, más importante, comprometería a los partidos de gobierno y sus equipos técnicos -de una manera más próxima y decidida- con el sistema previsional y de seguridad social que emerja de la reforma.
En esta línea de razonamiento, quizá la interrogante más relevante que se abre hacia el futuro sea si acaso -a propósito de esta reforma y, en general, de las políticas responsablemente impulsadas por el gobierno- los líderes, partidos y cuadros de tecnopols y tecnócratas del FA, han arriba efectivamente a una nueva visión de políticas públicas o se trata meramente de un paréntesis y adaptación táctica a las circunstancias de ser un gobierno minoritario y relativamente débil.
Esta es una pregunta clave para el futuro de las izquierdas en Chile, para la renovación de una fuerza política y de ideas social democráticas y para las alianzas que en el próximo futuro surjan al interior del actual oficialismo, donde cabe imaginar el FA y el SD jugarán papeles protagónicos.
Distinto es el caso del PC que recibirá la aprobación de esta reforma con menos entusiasmo, con voces aisladas pero potentes de descontento al interior del partido y, evidentemente, sin haber hecho una ruptura intelectual, ideológica y emocional con el programa original de No+AFP y de transformación de esta industria en un servicio estatal de seguridad social.
En breve, un punto álgido de futuro respecto de esta reforma previsional, en caso de ser aprobada en función del acuerdo político-técnico trabajosamente alcanzado, es si acaso para las izquierdas social democráticas, y el FA en particular, representará una nueva frontera ideológica, que compromete su propia visión e idea de la seguridad social con base en un esquema mixto. Hay señales en el ambiente del FA que tal sería la visión postulada por el Presidente Boric, compartida no-oportunistamente también por algunos dirigentes y técnicos frente amplistas. Respaldada incluso por algunos de sus ideólogos, como el caso de Fernando Atria, quien en días pasados ha enunciado una concepción del proyecto transformadora del FA y de su materialización en condiciones democráticas que parece alejarse de la consigna de una ruptura democrática, todavía vigente en tiempos de la Convención Constitucional. Por el contrario, el PC ha vuelto a levantar como eje estratégico, a la salida de su reciente Congreso, “una revolución democrática para terminar con el Estado neoliberal”, fórmula cercana a las del socialismo latinoamericano del siglo XXI.
¿Qué significa la aprobación de la reforma para las derechas?
Para las derechas expresadas en Chile Vamos, el haber concurrido a construir y viabilizado los acuerdos que dan pie a la reforma previsional, una vez que termine por aprobarse, significa un triunfo político neto en varios sentidos.
En primer lugar, los partidos de Chile Vamos, con RN a la cabeza, y un buen entendimiento de sus socios de la UDI y Evópoli, han logrado salir de la zona de retaguardia del sector en que se mantenían ocupados de no ser sobrepasados por la diestra extrema. Los positivos resultados obtenidos en las elecciones regionales y comunales de octubre pasado trajeron un cambio de marea en este sentido. Lo cual se veía reforzado, además, por el hecho de tener Chile Vamos la primera opción de triunfar con su candidata presidencial en la próxima elección presidencial. En suma, extraída del círculo vicioso de la competencia con la extrema derecha, la alianza de partidos de Chile Vamos ha asumido con esta reforma la conducción de la oposición en sus propios términos, aumentando así su incidencia en el Congreso y en la opinión pública.
Segundo, Chile Vamos ha mostrado, con esto, una capacidad de entendimiento hacia el interior, entre sus partidos y capas dirigentes, a la vez que ha abierto para sí una perspectiva favorable como alternativa de gobierno y de gobernabilidad. De paso, ratifica además a su candidata en la pole position para la próxima carrera presidencial, contando desde ya con el respaldo explícito de cada uno de los partidos. Se encuentra pues en una posición que no era imaginable al comenzar el gobierno Boric, ni siquiera a la altura de la elección de los miembros del Consejo Constitucional, momento cúlmine de influencia de Republicanos y las tesis radicales dentro del sector y en la opinión pública.
Tercero, Chile Vamos ha exhibido asimismo capacidad técnica y flexibilidad política, tanto en el plano sustantivo de la reforma como en la dimensión procedimental de la negociación política. Junto con esto, logró poner en la escena de los acuerdos a varias figuras resaltantes: los senadores Coloma, Galilea y Kast y el presidente del Senado García Ruminot, quienes han ganado en peso político e importancia negociadora. Al mismo tiempo, Chile Vamos desplegó una interesante capacidad de movilización de cuadros técnicos y académicos, contrapesando así la influencia del segmento de economistas más ortodoxamente neoliberales que quedaron en una misma esquina con la diestra extrema. Adicionalmente, los partidos de Chile Vamos han logrado hasta aquí mantener un grado razonable de cohesión interna, a pesar del voto disidente de algunos senadores
Cuarto, la oposición constructiva de derechas logra llevar adelante una primera y hasta aquí exitosa operación política de relativa complejidad tras la muerte de su líder natural, Sebastián Piñera. Recupera así el filón de derechas más propenso a los acuerdos, algo que no se veía desde la etapa inicial de la transición y, posteriormente, durante el segundo gobierno Piñera con la construcción de los acuerdos de noviembre de 2019 que hicieron posible salir de la vorágine desencadenada por el estallido social.
Desde este punto de vista, puede decirse que la reforma previsional, al ser aprobada por la derecha, cerrará un largo ciclo de hegemonía piñersistadentro de dicho sector, a la vez que será un tributo a su acción como gobernante, dirigente político y figura de la post dictadura. Por lo mismo, sería un error no reconocer su figura, pretender restarle estatura moral o negar su positivo papel en la transición y consolidación de la democracia. Desde un punto de vista más general, destacar su relevancia como figura de las derechas es algo que, en las actuales disputas por el alma de ese sector, no debiera ser indiferente tampoco para las fuerzas democráticas de izquierda.
Quinto, sin lugar a dudas, Chile Vamos ha llevado adelante esta compleja operación política ante la resistencia y el fuego cruzado de su diestra extrema, pero sin dejarse llevar por el usual chantaje y los prejuicios de esos grupos. Más bien, los dejó atrás, divididos entre Republicanos de J.A. Kast y Nacional Libertarios de Johanes Kaiser.
Lo anterior representa un giro en la conducción de las derechas. En efecto, Chile Vamos, en vez de plegarse sobre sí misma bajo las acusaciones de traicionar sus principios y ser una derecha cobarde, decidió seguir adelante y negociar con el gobierno y el oficialismo, con visión de gobernabilidad de media plazo.
Al contrario, la derecha extrema ha quedado confundida en un rincón ideológico, enredada en una disputa intestina entre sus dos principales fracciones sobre matices de dureza, grados de rigidez doctrinaria y niveles relativos de moralidad superior autoproclamada. De modo que Chile Vamos queda en una posición privilegiada, mientras las fuerzas radicales competidoras experimentan un fuerte revés, el segundo después de su anterior fracaso al buscar imponer al conjunto de la derecha y al país una Constitución conservadora y de democracia protegida.
¿Qué representa este giro en el cuadro político de las derechas para el próximo futuro?
Dos cosas básicamente, ambas de devenir incierto.
Por un lado, la posibilidad, aunque tenue todavía, de que si la derecha conducida por Chile Vamos llegase al gobierno que se inaugura en marzo de 2026, pudiese poner su propia marca a una suerte de nuevo pacto político que sirva al país para recuperar el crecimiento, modernizar el Estado e inyectar recursos y eficiencia en la gestión de los principales servicios como salud, educación, previsión y vivienda.
En todos ellos se ha venido avanzado hacia esquemas mixtos de provisión y financiamiento, mal que les pese a estatistas y libertarios neoconservadores. Esto podría permitir en el futuro avanzar hacia modelos de mayor productividad y mayor efectividad de la gestión y calidad de esos vitales servicios. Para la derecha aperturista significa no caer en la tentación de contrarreformas restauradoras, de corte puramente ideológico y de inevitable polarización política. En vez, supone abordar los problemas de esos servicios uno a uno mediante el tipo de aproximación negociadora, flexible y realista que viene aplicándose en el caso de la reforma previsional.
Por otro lado, representa la posibilidad, todavía emergente e incierta, de mantener en Chile la hegemonía de una derecha liberal (piñerista) y conservadora social cristiana, alejada de la deriva nacional-populista-autoritaria que parece estar imponiéndose -a través de una diversidad de modelos iliberales y rupturistas- en diversas partes del mundo.
El triunfo del trumpismo-MAGA en los Estados Unidos y sus amenazantes proyecciones para el orden internacional y para América Latina, vuelven mas difícil el desenvolvimiento y mantención de un proyecto de derecha como el recientemente insinuado por Chile Vamos. Por el momento, la marea global aparece apuntar en dirección contraria, la de las derechas radicales, extremas, duras e iliberales. Lo que vuelve todavía más interesante y digna de atención la conducción de esta derecha de acá, revitalizada por su apertura a la negociación política y la construcción de acuerdos reformistas.
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