Las derechas de regreso en sus laberintos
Mayo 8, 2024
Hay un perceptible deslizamiento de las derechas chilenas hacia un creciente iliberalismo que aparece tanto en el plano ideológico como también en el plano de la actuación política y corre en paralelo con un fenómeno similar a nivel internacional.

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Partamos por el último aspecto, el internacional. ¿En qué consiste? En el surgimiento de grupos y partidos que rebasan a las agrupaciones convencionales de derecha -en toda su variedad a lo largo del continuo liberal-conservador- para situarse en el extremo del espectro, como hacen Vox en España, Partido de la Libertad de Austria (FPO), Interés Flamenco (VB), Agrupación Nacional (Le Pen) de Francia, La Liga (Salvini) y Fratelli d’Italia, Ley y Justicia de Polonia y el partido húngaro Fidesz, liderado por Viktor Orbán. En las Américas suelen clasificarse dentro del mismo continente a la corriente trumpista del GOP, Partido Republicano de Estados Unidos, Libertad Avanza de Milei, Republicanos de Kast en Chile, Cabildo Abierto de Uruguay, el movimiento bolsonarista en Brasil y el Bukeleismo en El Salvador.

¿Qué tienen en común estas fuerzas políticas de tan dispares orígenes nacionales y que actúan en contextos tan diversos, bajo liderazgos también distintos?

Por lo general, una profunda crítica al sistema tradicional de partidos de su respectivo país, acompañada de desconfianza hacia la política y la democracia pluralista y competitiva. Enseguida, la afirmación nacional -territorio y sangre comunes-, usualmente acompañada de un patriotismo de las fronteras, una radical animadversión hacia los migrantes (nuevos “bárbaros”) y un sentido crítico frente a la globalización. Asimismo, una concentración del discurso político en torno a los valores de orden y seguridad, jerarquía y disciplina, y la admiración por líderes fuertes que ostentan mando y se comunican “proféticamente” con sus seguidores, “el pueblo”.

Además, en el caso latinoamericano, según expresa un académico experto internacional en estos asuntos, se observan dos rasgos adicionales. “Por un lado, la defensa de políticas de “mano dura” para enfrentar la criminalidad, lo cual usualmente pasa no sólo por demandar un aumento en las penas legales y facilitar el acceso ciudadano a las armas, sino que también la militarización de las policías. Por otro lado, la adopción de posturas sumamente conservadoras frente a temáticas sexuales, lo cual incluye cuestiones como el aborto, el matrimonio igualitario y los derechos LGTBQ+” (Rovira, 2023).

También es común que estos grupos, sus líderes y voceros, manifiesten en sus actuaciones una especial aversión hacia las izquierdas (de todo tipo y signo), el marxismo (particularmente en su versión gramsciana) y el comunismo; los organismos internacionales e intergubernamentales, especialmente de las Naciones Unidas, dedicadas a los DD.HH. o de carácter penal supranacional; los medios de comunicación considerados, en general, como medios controlados y/o infiltrados por las izquierdas woke, a los que acusan de promover un internacionalismo cosmopolita que corroe el sentimiento nacional y los valores tradicionales; las redes sociales -a pesar de usarlas a veces intensamente para sus propios fines- a las cuales denuncian como fabricantes de fake news y de favorecer todo tipo de operaciones en las sombras. Sintomáticamente, entonces, se trata de una derecha aversivacon una fuerte tendencia a castigar, condenar, sancionar y excluir.

Este ultraderechismo es propenso a explicar la historia y sus complejos procesos como un producto de conspiraciones y fuerzas “siniestras” y a interpretar sus movimientos y efectos en términos de oscuras operaciones de enemigos, comúnmente asociados al choque de civilizaciones, imperios, religiones y grupos étnicos. Tiene pues una mentalidad de “guerra fría”. Sus tópicos preferidos se hallan del lado de la decadencia (de Occidente), la inminencia de la lucha de clases, la guerra cultural, la “amenaza amarilla” (como se decía antes), el peligro soviético (que aún ronda a este imaginario) y a todo tipo de desórdenes sociales que, inevitablemente, se dice, anticipan males mayores.

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En el caso de Chile estamos frente a un fenómeno similar, sólo que en el seno de una sociedad donde las derechas han tenido una fuerte presencia política durante los últimos 50 años. Dicha presencia incluye el golpe cívico-militar contra el gobierno de Allende en 1973, los 17 años de dictadura -paradigma mundial de un régimen autoritario neoliberal- y el período posterior de transición y consolidación de la democracia. Durante este último, el bloque de derechas retuvo su influencia histórica y se impuso electoralmente en dos ocasiones, administrando el gobierno nacional durante 8 años. Hoy tiene expectativas de llegar nuevamente al poder.

Se trata de un bloque articulado internamente que a lo largo del último medio siglo ha producido sucesivos arreglos entre partidos, facciones, intereses e ideologías que se combinan para darle conducción. Sus intereses de clase social son dominantes, así como su influencia ideológico-cultural es amplia y su peso es decisivo en la economía. No se necesita haber leído a Marx para entender esto.

Actualmente concurren a este bloque dos componentes.

En primer lugar, la alianza (Chile Vamos) de los tres partidos de la derecha convencional. Uno (UDI) más conservador, de cuadros y heredero directo del programa “pinochetista”. Otro (RN) híbrido con elementos de nacionalismo, socialcristianismo, faccionalismos regionalistas y de tecno-política del emprendimiento (“piñerismo” y su momento “pendrive”). Y un tercer partido (Evópoli) de creación más reciente, que se proclama moderadamente liberal y con vocación de modernización social.

Los tres adhieren en lo básico a un proyecto de políticas económicas neoliberales y ninguno de ellos es plenamente liberal-pluralista en el sentido de I. Berlin (aunque hay personeros individuales que sí lo son y que tampoco comparten el ideario neoliberal).

Más bien, predominan al interior de esta alianza ideas y sentimientos conservador-corporativo-gerenciales, de afirmación de valores de orden, de corte occidentalista europeo (antes que norteamericano), de catolicismo gremialista, sensibilidad técnico-empresarial y de una fuerte creencia en su propia (aunque no necesariamente ostentosa) superioridad moral y corrección de propósitos históricos.

El “piñerismo” llegó a ser la expresión ideológico-política más exitosa de esa derecha. ¿Cómo así? Precisamente porque el ex Presidente Piñera ensambló y amalgamó el conjunto de esos elementos tras una suerte de ethos y “empresa política” que valoraba el capitalismo, la competencia, la técnica, el mérito y una vocación de servicio público con base en principios privados de gestión (de tipo New Public Management). Esta ideología sirvió para modernizar el discurso de la derecha, la arrancó de su complicidad (protagónica y pasiva) con el modelo pinochetista (autoritario-neoliberal) y le dio un aire suavemente liberal, de preocupación social y un sentido de gestión eficaz.

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Al lado de aquel bloque de derechas formado por tres partidos emergió a finales de la década pasada el Partido Republicano. Nacido como un desprendimiento del filón más conservador de la UDI, en su momento expresó un rechazo a la deriva política que experimentaba dicho partido, a la que acusaba de llevar a un pragmatismo oportunista, a una excesiva dependencia del empresariado financiero y, sobre todo, de abandonar la pureza doctrinaria inicial, crítica de la democracia liberal.

Este nuevo componente de la derecha nace pues en tensión con la alianza convencional del sector, repudia la amalgama creada por el “piñerismo” y emprende un proyecto que intentará disputar y reemplazar su hegemonía. Desde el comienzo, su impronta ideológico-política se aparta de aquel molde de elementos heteróclitos, levantando un diseño más compacto de renovación de las derechas, en línea con el fenómeno internacional de democracia iliberal.

En efecto, el núcleo ideológico central del nuevo proyecto recicla ideas del programa “pinochetista” en un claro contraste con el “piñerismo”: aspira a una democracia protegida en condiciones de garantizar la seguridad nacional (interna, ante todo, pero también externa), conjugando los valores supremos de autoridad, orden y jerarquía que el Estado debe imponer hobbesianamente a la sociedad.

Situada pues en las antípodas de un Estado liberal-pluralista, la doctrina republicana se alinea con una visión de mundo iliberal, tal como florece entre las derechas europeas y americanas (norte y sur) según vimos más arriba. En común con aquellas comparte la crítica del (des)orden liberal-democrático, el cual sería insuficiente ya para garantizar la cohesión de las sociedades, la seguridad externa de las fronteras frente a la invasión de “los bárbaros”, y la seguridad interna frente a poblaciones inmigrantes no asimiladas, minorías étnicas y religiosas en rebeldía, grupos juveniles insuficientemente socializados, tensiones autonomistas y excesos  o desbordes de demandas que los Estados no estarían en condiciones de procesar.

Nada resulta más simbólico del espíritu y la mentalidad que impregnan a esta nueva derecha aversiva que el peregrinaje realizado por su líder a dos lugares considerados verdaderos emblemas por esta floreciente ideología: la macro cárcel erigida por Bukele en El Salvador y el cierre perimetral levantado por Orban en la frontera de Hungría.

Ambos dispositivos son admirados y celebrados como símbolos de autoridad fuerte, mano dura, ejercicio de la fuerza y la razón de Estado, superación de las debilidades y vacilaciones de las democracias liberales, prioridad del orden sobre cualquiera otra consideración, y de defensa del derecho colectivo y la seguridad nacional antes que de principios abstractos y universales de DD.HH. que no servirían para enfrentar a los múltiples enemigos que acechan a las sociedades.

En otras partes (aquíaquí y aquí) hemos mostrado cómo se fue desarrollando y evolucionó esta ideología en Chile; sus fuentes gremialistas, concepción constitucional de democracia protegida y pluralismo limitado, ideología autoritaria, filones católico-neoconservadores, nacionalismo de comunidad rememorada (en vez de imaginada) y preferencia por un modelo de capitalismo neoliberal (al estilo del “Navarra School of Catholic Neoliberalism” como lo llama Moretón, 2023). Sin embargo, este último elemento, según muestra la experiencia chilena e hispánica, introduce una fuerte tensión entre un pensamiento económico de continua transformación destructivo-creativa de las estructuras productivas de la sociedad y aquel pensamiento moral de conservación tradicional que aspira a imponerse en la superestructura estatal y cultural de la sociedad. En otro momento habremos de reflexionar sobre este tópico, que suele designarse como de las contradicciones culturales del capitalismo.

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Hasta el momento, este extremo ideológico de la derecha chilena encarnado en el Partido Republicano aparece como el polo más gravitante dentro de la constelación de las derechas, donde ha logrado ir imponiendo -contra todas las previsiones- tres rasgos esenciales.

Primerouna estrategia identitaria inalterable. Al anclar las expectativas del electorado de derechas no al centro de estas fuerzas sino en un extremo, aún al costo de perder, por ejemplo, la oportunidad de sacar adelante una nueva Constitución consensuada bajo su propia mayoría, el Partido Republicano cambió la lógica del juego en su sector.

En efecto, prefirió jugar la carta de la hegemonía de sus valores, ideas y símbolos y renunciar a esa oportunidad, arrastrando de paso al conglomerado en su conjunto, incluidos los tres partidos de Chile Vamos. La política republicana ha hecho de esta conducta su virtud, introduciendo una visión de mediano plazo en el cálculo político inmediato. Sabe que las condiciones de contexto -mundial y local- favorecen “epocalmente” a las emergentes derechas extremas, con su ideario iliberal, su crítica a la democracia y las respuestas autoritarias contra cualquier desorden.

Segundouna relación definida en sus propios términos con el resto (se supone mayoritario) de las derechas. De hecho, y desde el comienzo, el PR de Kast, y su liderazgo dentro del partido, ha establecido una relación simbólica “entre iguales” con las fuerzas convencionales de la derecha. Fue de esa manera que se impuso en la primera vuelta de la pasada elección presidencial, forzando al resto de la derecha a ordenarse tras de sí. De esa misma manera enfrenta el actual ciclo electoral.

Parapetado en su bastión ideológico extremo, el PR se convierte en la vanguardia de su sector y obliga a los demás componentes (Chile Vamos) a moverse más y más a la derecha, hacia el bastión republicano. Por lo pronto, su voluntad de ordenar todo el discurso y la política en torno al eje de la seguridad nacional expandida (externa e interna), convirtiéndolo en “tema único”, terminó imponiéndose en las esferas política y comunicacional. Sin duda, a ello contribuyó también la intensificación del crimen organizado, la inmigración ilegal y la interacción entre ambos factores, así como la orfandad discursiva de las izquierdas gobernantes frente a estos asuntos. Todavía resuena en su cabeza la vieja ilusión de que la violencia es la partera de los cambios emancipatorios de la sociedad.

Tercerola imposición, en lo inmediato, de un ejercicio opositor llevado al extremo, donde la regla obvia es negar al gobierno la sal y el agua, asfixiarlo e impedir que pueda tomar la iniciativa. Los resultados están a la vista: el gobierno Boric vive constantemente entre Escila y Caribdis, esto es, la situación de quien no puede evitar un peligro sin caer en otro, según la inmejorable definición de la RAE. Así, la agenda gubernamental está íntegramente dominada por el tópico de la seguridad, el gran tema de la oposición, pero esta amenaza, igualmente, con volverse más oneroso cada día, por ejemplo, retrotrayendo la justicia militar al foro civil o reclamando niveles continuamente más altos de protección de la democracia.

En general, las soluciones autoritarias e iliberales para conjurar tal o cual peligro se multiplican por doquier; sin embargo, una vez puestas en discusión, en vez de morigerarse y pulirse a través del debate legislativo, se radicalizan y vuelven contra el propio gobierno y el Presidente. De esta manera gana espacios la lógica de la polarizaciónbeneficiando al grupo más extremo y obligando al resto de las derechas a subordinarse. A su vez mantiene en vilo al oficialismo que carga, además, con sus propias debilidades, confusiones y contradicciones.

La sociedad en su conjunto pierde en medio de estas tensiones; el aire de la política se vuelve irrespirable, los medios de comunicación aceleran la confrontación, no hay más que malas noticias y catástrofes inminentes, la deliberación pública retrocede, la reflexión se paraliza, se dinamitan los puentes y los iliberalismos ganan posiciones.

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