Oportunidad desperdiciada
Mayo 14, 2022

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“La Constitución del día siguiente —la actualmente vigente o una nueva— continuará separando a la población”.

José Joaquín Brunner, Viernes 13 de mayo de 2022

La principal falla de la Convención Constitucional (CC) fue transformar el espíritu del octubrismo en inspiración del texto que se propondrá como Carta Fundamental. Esto frustró de raíz el sueño de una casa común; al despertar, recibimos una casa dividida contra sí misma que, se sabe, no puede permanecer.

Desde el comienzo, el octubrismo impuso el espíritu refundacional y vindicativo que lo anima. Creyó poder construir con palabras fervorosas una utopía arcaica; un país imaginario: colectivista, ancestral, fusionado con la naturaleza y habitado por particularismos de todo tipo. Que rechaza la modernidad, la industria, los contratos y los valores individuales. Su proyecto no aspira a la universalidad, sino a estructuras cerradas, comunidades identitarias y solidaridades morales.

En vez de aspirar a normas comunes fundadas en la deliberación racional, el octubrismo reivindica su propia historia como base del nuevo orden que desea imponer. Lo que hace valer como fuente de legitimidad es su rabia y deseos de reparación, sin atender a la pluralidad de ideas, intereses y experiencias que constituyen a las sociedades contemporáneas.

A esta altura resulta evidente que el texto producido —al que solo le falta un preámbulo, armonización estilística y reglas para su puesta en práctica— no genera un sentimiento ampliamente compartido de patriotismo constitucional. Al contrario, levanta sospechas, cultiva resentimientos y provoca exclusiones. Por lo mismo, produce frustración y vuelve a alumbrar el fantasma de la ingobernabilidad.

Así las cosas, la CC enajenó a una parte importante de la ciudadanía que votó por el cambio de la Constitución en el plebiscito del 25-O de 2020. Pensó que esa votación era una suerte de nuevo estallido social, esta vez en las urnas, el cual anunciaba el triunfo del octubrismo. Craso error de quienes estaban embebidos en ese espíritu. La nueva y la vieja izquierda de la CC se dejaron arrastrar tras ese espejismo y se embelesaron con el uso de la palabra. Resultado: desde la última semana de marzo pasado la opinión pública encuestada volvió la espalda a la CC y se abrió a la posibilidad de rechazar su propuesta.

Por delante solo queda un juego de suma negativa. Pues cualquiera sea el resultado del plebiscito de salida, probablemente estrecho, no traerá consigo una perspectiva compartida. La Constitución del día siguiente —la actualmente vigente o una nueva—continuará separando a la población entre partidarios y adversarios del texto constitucional.

Resucitará la querella en torno a la legitimidad de la Carta Fundamental. Lejos de ganar en gobernabilidad de los cambios que necesitamos hacer, deberemos seguir bregando con nuestra debilitada institucionalidad. Habrá una generalizada sensación de oportunidad desperdiciada.

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