Imaginarios en pugna
José Joaquín Brunner, 11 de junio de 2021
Chile está escindido entre imaginarios contrapuestos; mundos deseados, cada uno con su propio horizonte de significados y clima socio emocional. En el plano político-ideológico, la principal brecha separa a dos universos que están en curso de colisión. Por un lado, aquel de quienes actúan desde ya como si hubiese existido un quiebre institucional y comandaran el poder para fundar un nuevo orden. Por el otro, el de quienes buscan reformar el marco institucional conforme a las reglas y los procedimientos establecidos para asegurar la continuidad democrática. Del imaginario conservador no hablaremos esta vez.
El primero de esos imaginarios aspira a imponer su propia voluntad en nombre de una legitimidad extra institucional; el estallido del 18-O y la soberanía de la calle. Es la revuelta o la rebelión la que habría terminado con el viejo andamiaje político-constitucional y constituido un nuevo poder. A su turno, el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución del 15-N habría sido nada más que un artilugio interelitario, sin valor vinculante para las masas. Asimismo, el plebiscito de octubre pasado, y los resultados de la elección de constituyentes, vendrían a ratificar que el poder pasó desde el sistema de partidos a las fuerzas de la revuelta, que algunos llaman ‘partido octubrista’.
La “vocería de los pueblos de la revuelta popular” recién estrenada es una nueva expresión de este imaginario. Conformada inicialmente por 34 constituyentes, se declara un poder autónomo, no subordinado “a un Acuerdo por la Paz que nunca suscribieron los pueblos”. Según uno de sus integrantes, “el proceso constituyente debe ser acompañado con movilización, con manifestación y con el desborde del proceso constitucional”. Mismo llamado hecho hace algunos meses por el líder del PC, quien en su informe al 26° Congreso del PC, subrayaba la “necesidad de rodear con la movilización de masas el desarrollo de la Convención Constitucional”.
En fin, ahí donde el imaginario octubrista ve, siente, celebra y promueve estratégicamente un momento revolucionario, cosa que viene haciendo desde el 18-O, el imaginario contrapuesto, reformista, permanece disperso, sin convicciones, defensivo, temeroso.
Desde el comienzo fue ambiguo frente a la revuelta y sus oscilantes manifestaciones de violencia. No defendió con vigor ni al Estado de derecho ni a las instituciones democráticas. Creyó compartir vagamente ciertas ideas e ideales de cambio con el imaginario revolucionario. Y buscó compartir con él un mismo bloque, frente común, alianza programática o electoral, o carta de mínimos básicos. Recibió repetidos portazos.
Todavía hoy se resiste a reconocer que el horizonte del cambio está—una vez más, como ha ocurrido tantas veces antes en la historia—escindido entre reformistas y revolucionarios. Y que ambas visiones, mundos, imaginarios, son irreconciliables. Quizá cuando se disponga a admitirlo, sea demasiado tarde.
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