C. Peña: “Creo que hay pocas edades en la vida más proclives a las preguntas de la filosofía que la adolescencia”
Mayo 11, 2021

Carlos Peña, Rector de la UDP y columnista “Creo que hay pocas edades en la vida más proclives a las preguntas de la filosofía que la adolescencia”

El abogado y doctor en Filosofía asegura que es imprescindible retomar algunas de las preguntas que la condición humana se hace respecto de sí misma, más que hacer historia de la disciplina.

Por: Verónica Tagle
Carlos Peña, Rector de la UDP y columnista “Creo que hay pocas edades en la vida más proclives a las preguntas de la filosofía que la adolescencia”

El rector de la Universidad Diego Portales es abogado con estudios de posgrado en sociología y doctor en Filosofía. Una influyente pluma que analiza el acontecer del país a través de su columna dominical en El Mercurio y en múltiples publicaciones, entre la que se encuentra el libro “¿Por qué importa la filosofía?” (Taurus, 2018). Hablamos del profundo valor de esta disciplina en la sociedad y en la sala de clases. 

—¿Qué rol está llamada a cumplir la filosofía en esta era donde se dice que predomina lo técnico, lo útil?

—Para comprender el papel de la filosofía hay que partir por constatar el hecho de que el ser humano vive atado a un mundo, a una situación. Ese mundo o situación nos lo encontramos: tropezamos al nacer con un lenguaje, recibimos con él una cierta forma de comprender las cosas en derredor y nuestra propia realidad en medio de ellas. La filosofía sería el esfuerzo por comprender cómo es que ese mundo se constituye originariamente. La filosofía camina al revés, retrocede, da permanente marcha atrás en un esfuerzo por comprender esa constitución originaria, y en esa misma medida lo que ella hace, dice o piensa parece carecer de cualquier utilidad en el mundo cuya constitución trata de develar. La filosofía es así constitutivamente crítica y está llamada a hacer el papel del aguafiestas de los prejuicios y las creencias con que configuramos nuestra vida.

—En la educación secundaria, ¿cuál cree usted que es la manera correcta de abordar la filosofía? ¿Cómo fomentar el pensamiento y rigor filosófico en los propios estudiantes?

—Creo que hay pocas edades en la vida más proclives a las preguntas de la filosofía que la adolescencia. Para ello, sin embargo, es imprescindible retomar algunas de las preguntas que han ocupado al quehacer filosófico más que hacer historia de la filosofía. La filosofía no es un tema “cultural” o “enciclopédico” –un conjunto de nombres y de fechas–, sino que es relativo a las preguntas que la condición humana se hace respecto de sí misma. Y dentro de esas preguntas creo que las relativas a la cuestión moral siguen siendo las más relevantes. Y no porque la filosofía vaya a enseñar a los jóvenes cómo vivir o qué decidir, sino porque les ayudará a ejercer su libertad de manera reflexiva, como sujetos y no como simples objetos del acontecer o de sus impulsos. Bastaría, por ejemplo, leer y analizar el Critón, para iniciar a los estudiantes en la reflexión moral, en la vieja pregunta de si basta querer algo para que entonces sea correcto hacerlo. Es verdad que ¿puedo, luego debo? En suma, creo que mostrar las preguntas de la filosofía, especialmente aquellas relativas a la razón o al quehacer práctico, puede ser el mejor camino para despertar en los jóvenes la inquietud filosófica.

“Lo que enseñan, las humanidades, es que la vida humana está siempre acompañada del dolor y de la incertidumbre. Una vida despojada de ello, sería una vida más segura, sin duda, pero tendría algo de inhumano y en ella ni la literatura ni las artes tendrían un lugar”.

—Desde el punto de vista de su utilidad, ¿qué habilidades desarrollan los jóvenes al estudiar filosofía y humanidades en general?

—La filosofía y las humanidades, en la medida en que desarrollan las preguntas que acompañan a la condición humana, ayudan a desarrollar la capacidad reflexiva que es, ante todo, una capacidad autorreflexiva: la capacidad de ser un testigo insobornable del propio quehacer. Y en la medida en que desarrolla esa capacidad reflexiva, puede ser un buen antídoto contra el dogmatismo y la intolerancia. Después de todo, quien se asoma a las preguntas de la filosofía aprende que no hay respuestas canónicas, respuestas que, formuladas una vez, cancelen para siempre las dudas y las preguntas. Así entonces el desarrollo de la capacidad reflexiva y la disposición al diálogo son algunos de los frutos más relevantes de la enseñanza de la filosofía en la escuela.

—Se ha discutido mucho en los últimos años sobre el currículum escolar. ¿Qué rol deberían tener las humanidades y las ciencias sociales en él?

—Para comprender el rol insustituible de las humanidades y las ciencias sociales, basta imaginar por un momento un mundo donde ellas no existieran y donde, en cambio, hubiera nada más que ciencia natural y técnica. En un mundo así, el ser humano viviría ignorante de sí mismo, de su condición más propia que es, como vimos, tejer interpretaciones incluida la interpretación de sí mismo, y no podría evitar más temprano que tarde convertirse él o convertir a sus semejantes en simples insumos para la eficiencia de la técnica. Desde el punto de vista de la ciencia natural, el ser humano no es más que un eslabón en la amplia cadena de la naturaleza, una porción equivalente a cualquier otra. 

La ciencia natural no es capaz de revelar cuestiones tan importantes de la condición humana como la idea de dignidad o explorar el sentido del sufrimiento si es que alguno tiene. Todos estos aspectos de la condición humana –la libertad, la individualidad, la capacidad de improvisar en el curso del tiempo– no están al alcance de la ciencia natural y son revelados, en cambio, por las humanidades. 

—Con la pandemia ha vuelto a estar en el centro la pregunta antropológica por el sentido de nuestra existencia. ¿De qué manera contribuyen la literatura, la filosofía, las artes, al momento de intentar responder esta pregunta?

—Lo que enseñan, creo, es que la vida humana está siempre acompañada del dolor y de la incertidumbre. Una vida despojada de la amenaza del dolor o una vida sin incertidumbre, una vida donde supiéramos que no ocurrirá nada que nos dañe y donde cada día fuera previsible, sería una vida más segura, sin duda, pero tendría algo de inhumano y en ella ni la literatura ni las artes tendrían un lugar. Después de todo, el mayor factor de incertidumbre que tenemos es la propia libertad y el dolor o el sufrimiento es la fuente de la mayor de las preguntas, cuya búsqueda de respuesta es la que nos hace más humanos: ¿cuál es el sentido de todo esto? Esa pregunta nos ronda permanentemente y la literatura y el arte no se explican sin ella. 

George Steiner sugiere por eso que el mismo lenguaje carecería de todo sentido si no estuviera animado por el esfuerzo de develar un misterio: ¿cuál es el sentido de todo esto que a veces nos aqueja y a veces nos consuela, de esto que a veces es dolor, y otras, alegría profunda? La novela es una exploración acerca de la condición humana, en ella se exploran múltiples formas de la vida, la felicidad o el dolor, y el arte es un esfuerzo por comprender lo que está más allá incluso de lo que podemos expresar. Creo que Juan Benet es quien sugiere que escribir o pintar es como encender un fósforo en una pieza oscura: al menos nos permite asomarnos a la oscuridad que nos rodea. No encuentro una mejor manera de explicar la tarea que ejecutan la literatura y las artes. 

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