Balance de un año turbulento
José Joaquín Brunner
“…estamos en un estrecho desfiladero. De un lado, un escarpado momento constitucional; o sea, la idea de refundar el Estado que existe, reescribiéndolo sobre una hoja en blanco. Del otro, una sima donde la economía podría desbarrancarse…”.
A este Estado constructivo, preocupado por ampliar las capacidades de la sociedad ante la cual responde y se somete, atribuyen ellos el secreto del bienestar.
En cambio, ¿qué ocurrió en Chile durante el último año?
Una creciente polarización entre Estado y sociedad que culminó en octubre pasado. Mientras los poderes de la sociedad venían expandiéndose desde hace treinta años —su base de producción, la educación e información, el acceso a bienes, las posibilidades de elegir, la autonomía personal y el deseo colectivo de igualdad y reconocimiento individual—, el Estado quedó rezagado y se volvió disfuncional. Esto generó una brecha explosiva.
De una parte, un aluvión de nuevas demandas: protección social de niños, viejos y sectores vulnerables; mejor calidad y prontitud en la atención de salud; seguridad frente al crimen y el desorden urbano; efectividad de las oportunidades de aprendizaje para todos; empleos e ingresos consonantes con el crecimiento y trato digno en la esfera interpersonal.
De otra parte, una burocracia pública, élites, un establishment político, medios de comunicación, servicios del Estado y una clase ilustrada y opinante que no reaccionaron a tiempo ante esa avalancha. Al contrario, en su vértice el sistema mantuvo el statu quo y la política se tornó confusa e inefectiva.
Acompañada de protestas y violencia, esta situación provocó una crisis de gobernabilidad: aquellas desbordaron a la administración y esta reaccionó rebasando el cerco de los derechos humanos. Explosión de expectativas e incapacidad de satisfacerlas. Las energías creativo-destructivas excedieron la institucionalidad llamada a encauzarlas y la convivencia se crispó. El equilibrio entre sociedad y Estado se quebró.
Este es, en perspectiva sociológica, un breve balance de 2019.
Como resultado, estamos en un estrecho desfiladero. De un lado, un escarpado momento constitucional; o sea, la idea de refundar el Estado que existe, reescribiéndolo sobre una hoja en blanco. Del otro, una sima —cuya profundidad no conocemos— donde la economía podría desbarrancarse, reviviendo el fantasma de Aníbal Pinto: “Chile, un caso de desarrollo frustrado”. Entre ambos bordes, la posibilidad de salir adelante.
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