“Cuando los países empeoran en la prueba PISA, presionan a los centros escolares”
La asesora en innovación educativa de la OCDE Valerie Hannon cree que el sistema de evaluación de PISA es “limitado” porque mide competencias demasiado académicas
Valerie Hannon, asesora de programas de aprendizaje innovadores de la OCDE, cree que las pruebas PISA (que miden el nivel de competencia de los alumnos de 15 años en ciencias, matemáticas y comprensión lectora en más de 70 países y que se publicarán el próximo martes) son “limitadas” porque no miden las aptitudes que necesitan los alumnos para este siglo. Hannon, que también asesora al Gobierno de Reino Unido sobre nuevos modelos de aprendizaje, critica que estos test –que se realizan cada tres años– obsesionan a los gobiernos, que a su vez fuerzan a las escuelas a dedicar demasiado tiempo a mejorar en tres destrezas, descuidando otras más relacionadas con la creatividad o el aprendizaje autónomo.
Hannon es, además, una de las consultoras de la OCDE en su nuevo proyecto Global Competences, una nueva prueba que medirá las habilidades sociales de los estudiantes y su capacidad para encontrar soluciones a problemas de convivencia, inmigración o cambio climático, cuyos resultados verán la luz a finales de 2020. En su opinión, los sistemas educativos están fallando porque siguen un modelo demasiado académico que persigue que todos los alumnos accedan a la Universidad, una circunstancia “muy alejada” de los datos actuales (en Reino Unido los estudiantes entre 20 y 24 años que están matriculados en la Universidad son el 24%, un 30% en Italia, 33% en Francia y 38% en España). Hannon, que participó hace dos semanas en el foro de educación Wise, organizado por la Fundación Qatar en Doha, contestó a las preguntas de este periódico.
Pregunta. Desde que se lanzó la prueba PISA en el año 2000, los países están estancados en una puntuación media de 500 puntos. ¿Tiene sentido ese ranking?
Respuesta. La OCDE ya reconoció hace tiempo que esa competición no es sana. Esa fórmula, en lugar de conseguir que los sistemas internacionales eficaces se conviertan en referente, consigue que los gobiernos de diferentes países con sistemas muy distintos centren su atención en tres áreas: ciencias, matemáticas y comprensión lectora. Cuando ven que sus resultados empeoran, entran en shock, y presionan a los colegios para que trabajen sobre esas materias. El objetivo de la educación no sebe ser formar a más niños que en el futuro tengan un título universitario o un certificado determinado, sino diseñar qué tipo de ciudadanos queremos.
P. La OCDE ya trabaja en otro tipo de prueba enfocada en evaluar otro tipo de competencias más relacionadas con el comportamiento de los alumnos.
R. Educación 2030 es otro de los proyectos y su objetivo es analizar cómo la educación responde a las necesidades que plantea el siglo XXI. He sido asesora de ese programa desde el principio y es un marco de referencia muy potente. Cambia el punto de partida y plantea qué currículum puede responder a dar res respuesta a los retos actuales relacionados con el planeta, la salud o el derecho a una vivienda. No estamos aquí para enseñar a almacenar conocimientos, sino a desarrollar competencias, que son valores y actitudes ante la vida. Hay investigaciones sólidas que sostienen estas pedagogías. Por ejemplo, ser competente en ciencias implica saber ejecutar experimentos, respetar los datos y las evidencias, y buscar explicaciones alternativas a las que ya manejas. Hay que enseñar a los estudiantes a ser agentes del cambio, a tomar decisiones y a iniciar un aprendizaje en cualquier momento sin la necesidad de que hay detrás una escuela.
P. Hace unas semanas la OCDE anunció que los resultados en lectura de España no se publicarían tras haber detectado “anomalías” en las respuestas de algunos centros. Otros nueve países ya registraron incidencias. ¿Cree que se pueden ver tentados a hacer trampa?
R. No quiero criticar la metodología de PISA ni comentar el caso de España hasta que no se sepa qué ha pasado. Mi postura es que el test actual es demasiado limitado, que las competencias que mide no son suficientes. Los países deberían rehacer sus programas académicos, modernizar sus sistemas, pero no lo hacen para no puntuar peor en PISA. Ahora mismo, ya está en marcha la prueba Global Competence, pero muchos países declinan participar.
P. ¿No quieren que sus alumnos sean evaluados en aptitudes sociales?
R. La mayoría de países todavía tienen una visión anticuada sobre los ejes de la educación. Otro problema es que no hay suficientes jóvenes en los órganos de gobierno. Los que hay pertenecen a una generación que no fue evaluada en esos términos y no lo entienden. Los nuevos trabajos requieren competencias totalmente diferentes. Superar un examen de matemáticas, lengua o ciencias es una base insuficiente. Los países dan a entender a las escuelas que no es tan importante entender los fenómenos globales, saber cómo cuidar del planeta o respetar otras culturas. Los colegios no lo tratan en sus aulas con seriedad. El problema es generacional e ideológico.
P. ¿Cuál es la máxima urgencia de los sistemas educativos?
R. Conseguir que los estudiantes no se descuelguen, que se interesen por la educación. Los sistemas educativos en el mundo están fallando, están diseñados para el acceso a la Universidad, para que esa sea la meta de todos los alumnos. No es real. El porcentaje varía, puede ser del 70% en algunos países y del 20% en otros. Las escuelas están diseñadas para ese tipo de estudiantes, y en función de esa lógica se organizan las asignaturas, el tiempo… pero el siglo XXI ya no es eso. Necesitamos que todos los alumnos triunfen, que se apasionen con lo que hacen.
P. Uno de los principios que defiende el director de PISA es que más inversión en educación no equivale a mejoras, pasar de los 50.000 euros por alumno no es efectivo.
R. Durante cuatro años lideré una iniciativa del Gobierno británico para mejorar la creatividad y la innovación en los colegios, fui una de las primeras directoras. Era 2002 y teníamos mucho dinero, eso no era habitual. Eran los años de Tony Blair y el presupuesto para educación se incrementó notablemente. La idea era encontrar proyectos de innovación en escuelas. Fue un modelo pésimo que no recomiendo a ningún gobierno. No teníamos ninguna metodología para identificar innovación ni un mecanismo para escalarlo y mejorarlo. No teníamos fórmulas para hacer valoraciones. Decidí crear mi propia organización sin ánimo de lucro y desligarme del Gobierno. Nos llamamos Innovation Unit UK y estamos en Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda. Ahora sí tenemos métodos para medir la innovación. Todo el equipo está integrado por jóvenes, que son quienes aportan fórmulas más creativas.
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