Las ciencias naturales y las humanidades formaban un todo en los primeros escalones de la historia. Cuenta la leyenda que cuando Platón abrió su Academia, una de las primeras instituciones de educación superior de la historia, hizo grabar en la puerta la inscripción “no entre aquí nadie que no sepa geometría”. Pero con el triunfo de las sucesivas revoluciones industriales, las carreras científicas y técnicas han ganado reputación de “prácticas” y mucho más “empleables”.
En principio, las cifras respaldan esa percepción. En 2014, el Ministerio de Educación hizo un estudio sobre los graduados en el curso 2009-2010, y las carreras de humanidades eran las que menos afiliados a la Seguridad Social tenían entre sus graduados (solo por detrás de las de artes y derecho) y las únicas donde menos de la mitad de sus doctorados cotizaba pasados cuatro años de entregar la tesis. Y, sobre la base de esas cifras, se han elucubrado teorías acerca de la preparación de los españoles para el mercado de trabajo que suelen acabar concluyendo que lo que hace falta son más ingenieros (e, implícitamente, menos filósofos).
Pero hay gente que ha elegido las ciencias sociales y las humanidades como carrera profesional y que se rebela contra esa interpretación. “Me llama la atención lo bien que anticipan algunos la demanda del mercado laboral, visto lo disfuncional que es el español”, apunta el politólogo Pablo Simón. “El principal problema es que se considera que los que hacemos carreras de humanidades lo tenemos más fácil”, lamenta Javier Romero, estudiante del grado en Filosofía, Política y Economía de la Universidad Autónoma de Madrid. “Se dice que son cosas de sentido común, que puedes aprender por tu cuenta. Pero lo que uno descubre en los debates en la carrera no lo puedes encontrar tú solo”.
Visión de conjunto
Porque desde hace tiempo gana cuerpo la idea de que la tecnología avanza a tanta velocidad que, en las carreras científicas y técnicas, la educación formal se queda obsoleta rápido. Lo que nunca se pierde es aprender a tener una visión de conjunto, trabajar con gente, resolver problemas: “habilidades blandas” o soft skills. “Sabemos que el título cada vez tiene menos importancia en la empleabilidad, suponiendo que sea eso lo que se busca”, apunta Simón.
“Merece mucho más la pena hablar de qué universidades o qué currículos antes de que qué carreras. Sinceramente, creo que levantar barreras entre lo que hay demasiado y es necesario es justamente ir al revés del resto del mundo”. Y en eso, las carreras humanísticas o sociales tienen un punto diferencial que no se encuentra en un MBA o un grado de Derecho cualquiera. “En las entrevistas de trabajo que he hecho, me han dicho que lo que les ha llamado la atención es mi grado”, explica Anna Viñals, graduada con un doble título en Humanidades y Derecho por la UIC Barcelona. “En una de ellas me han dicho que mi perfil es algo que nunca habían visto. Necesitas el conocimiento técnico —porque solo con el grado en Humanidades no puedes trabajar en ningún departamento del despacho—, pero ayuda mucho poder reunirse con los socios y aportar otra perspectiva, histórica y cultural”.
Por eso crece el número de grados (simples o dobles) que incorporan las ciencias sociales y humanas a especialidades como el derecho, la economía o el periodismo. “Todas tienen notas de corte altísimas, formaciones duras y un gran desarrollo del estudiante. Debería ser esto lo importante, y no el valor del papel”, apunta Simón. “Este grado, además del aspecto sustantivo, tiene también un aspecto instrumental”, explica Bruno Martín, jefe de estudios del doble grado en Derecho y Filosofía, Política y Economía de la Universidad Pontificia de Comillas. “Son disciplinas que ayudan a mejorar la capacidad de reflexión, desarrollan el análisis crítico y la creación de opinión”.
Y, poco a poco, empieza a surgir una demanda, aunque en España se sigue muy por detrás. “En Estados Unidos hay algunas empresas con filósofos en plantilla. Pero en España, por ahora, no existen”, apunta María Ángeles Quesada, cofundadora de Equanima. Esta empresa utiliza un método adaptado de los diálogos socráticos desarrollada por los filósofos alemanes Leonard Nelson y Gustav Heckmann en los años centrales del siglo pasado para, en palabras de su consejera delegada, “rascar colectivamente nuevas ideas y soluciones”.
Hay que ser muy prudentes, eso sí. La inmensa mayoría de las empresas o no ha visto o es escéptica acerca del potencial de los perfiles humanistas en plantilla. “Yo tengo poca experiencia laboral, pero por lo que he visto en las empresas que estuve en verano, los perfiles en ciencias sociales que se buscan son más de sociólogos y politólogos”, afirma Romero. “No soy optimista. Yo creo que la necesidad existe, pero las empresas no se atreven a contratarnos”, considera Quesada.
Sin embargo, Martín es positivo acerca de las posibilidades profesionales del grado del que es jefe de estudios. “Pensamos que ese perfil lo están buscando los despachos de abogados, donde no solo importa conocer el derecho, sino también juicio crítico y capacidad de reflexión”, considera Martín. “Ni esperamos que vaya a ser un programa masivo ni esperamos que lo sea, pero sí hemos detectado entre los alumnos que nosotros aspiramos tener, con buenos expedientes en bachillerato, que hay una demanda suficiente y no hay una oferta acorde con sus expectativas”.
EL HUMANISMO TIENE SU SITIO
El enfoque utilitarista que afirma que hay que orientar la educación hacia la empleabilidad tiene un defecto: ignora la conservación del conocimiento a largo plazo y la necesidad de las sociedades de tener una visión alternativa a la meramente técnica. En 2016, un informe del Grupo Asesor de Tecnologías Emergentes y del Futuro, coordinado por la Comisión Europea dentro del programa Horizonte 2020, apuntaba que “cuanto mayor es el proyecto y mayores los avances técnicos e impactos sociales previstos, mayor es la necesidad de una contribución de las ciencias sociales y humanas, que debe ser incorporada en el estadio más temprano posible”. “Hay en los tiempos actuales un desprecio hacia las humanidades”, apunta Manuel Sanlés, de la Sociedad Española de Profesores de Filosofía. “Se empieza a extender una falta de sentido crítico y un conformismo alarmantes. No creo que de la noche a la mañana se vuelvan imprescindibles y cobren más auge, pero es necesario una llamada de atención y de reflexión. ¿Estamos seguros de ir bien encaminados cuando descargamos nuestras decisiones y las soluciones a nuestros problemas en las nuevas tecnologías y en las tecnociencias en vez de confiar en el humanismo?”.
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