El riesgo de la razón
Señor Director:
En el debate acerca del pluralismo universitario, hay algunas distinciones que quizá puedan ordenarlo.
Desde luego, lo primero que cabe preguntarse es si tener convicciones resulta opuesto al cultivo del pluralismo. Como es obvio, no resultan opuestos. El pluralismo, entendido como la existencia de posiciones opuestas y la disposición al diálogo entre ellas, exige que los partícipes tengan convicciones. La ausencia de convicciones -bastaría citar “Sobre la certeza”, de Wittgenstein- no permite el diálogo ni el pensar.
Una vez dilucidado lo anterior, cabe preguntarse si acaso las instituciones universitarias pueden tener convicciones sustantivas y esforzarse por promoverlas o si acaso les corresponde nada más que tener convicciones relativas a las virtudes procedimentales asociadas al uso de la razón. Como una sociedad abierta debe permitir que sus miembros se asocien para promover y esparcir sus puntos de vista, parece obvio que debe admitirse la existencia de instituciones universitarias misionales; es decir, instituciones que promuevan puntos de vista sustantivos (otra cosa, aunque vinculada con esta, es la medida del subsidio que tienen derecho a recibir). Como las universidades son, a fin de cuentas, instituciones de transmisión cultural, debe admitirse en una sociedad abierta que las personas puedan organizarse para, mediante el ejercicio racional que es propio de la institución universitaria, promover sus puntos de vista. Eso, en vez de empobrecer el espacio público, lo enriquece.
Llegados a este punto, cabe ahora decidir si acaso una universidad misional debe admitir que sus miembros, alumnos y profesores, deliberen y lleguen a conclusiones distintas a aquellas contenidas en la misión institucional. La respuesta es obviamente sí, y a ello puede llamársele el riesgo de la razón. Como sugirió Kant, las universidades están expuestas a ese riesgo porque su labor es examinar incluso sus propias condiciones de posibilidad. De ahí que las universidades nunca, ni siquiera cuando son misionales, tienen derecho a acallar a sus miembros, excluir a quienes alcanzan opiniones distintas a las que ellas declaran en su misión, inhibir de su parte el libre juego del debate o amagar la independencia crítica a la que, en tanto universitarios, tienen derecho.
Ahora bien, establecido que incluso las universidades misionales deben asumir el riesgo de la razón -especialmente si son católicas, puesto que, hasta donde se sabe, abrigan la esperanza de que las verdades de la fe y la razón coinciden-, es obvio que una sociedad abierta no debe aspirar a que cada una de sus instituciones cultive la neutralidad para alcanzar el pluralismo. El pluralismo es un valor que resplandece en el conjunto de la sociedad, no una característica de cada uno de sus miembros o instituciones.
Carlos Peña
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