Columna publicada en el diario La Tercera, domingo 2 de mayo 2010.
Una agenda educacional desencaminada
Lo que sabemos del plan para una educación de calidad parece apuntar hacia una oportunidad malograda.
por José Joaquín Brunner – La Tercera, 02/05/2010
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En estos días ha comenzado a delinearse la agenda educacional del gobierno, dirigida -se dice- a mejorar la calidad de la enseñanza y el aprendizaje de los alumnos. Esto último es lo que importa, en definitiva. Sin embargo, las medidas esbozadas no prometen demasiado.
La primera buscaría aumentar la frecuencia con que los alumnos son evaluados mediante las pruebas Simce. Es más de lo mismo. Nada sustantivo cambiará por el hecho de reunir más antecedentes sobre el bajo desempeño de nuestros colegios. El uso asiduo del termómetro no ayuda a superar más rápido la fiebre.
Asimismo, se anuncia que el Presidente Piñera enviaría una carta a los padres explicándoles los resultados escolares de sus hijos y ofreciéndoles un mapa comparativo del rendimiento de los establecimientos de la comuna. Sin duda es necesario que el Ministerio de Educación simplifique y explique mejor la información que entrega a los padres y la comunidad. Mas tampoco esto contribuirá a mejorar los logros del aprendizaje. Facilitar la lectura del termómetro no nos llevará lejos.
Otra medida propuesta es dotar a los colegios que atienden alumnos vulnerables de más y mejores computadores y conexiones a internet, junto con entregarles -según se ha divulgado- mil pizarras electrónicas interactivas. El sentido común indica que esta medida, prolongación de aquellas anteriores que desde hace 15 años vienen implementándose para introducir la tecnología digital en los colegios, tiene sentido de equidad y ayuda a desarrollar competencias esenciales para el siglo XXI. Pero la evidencia prueba, con igual claridad, que no impacta positivamente sobre otros aprendizajes esenciales ni disminuye la brecha de resultados entre estudiantes de distintos estratos socioeconómicos y culturales. En cambio, obliga a destinar ingentes recursos y tiempo de los profesores (siempre escasos) para que ellos aprendan a usar estas tecnologías.
Por último, se insiste en que pronto se iniciará la formación de al menos 15 liceos altamente selectivos (llamados “de excelencia”), a imagen y semejanza del glorioso Instituto Nacional. Sin duda servirán para segmentar aun más los circuitos de escolarización de nuestros jóvenes, pero no para mejorar la calidad promedio de los liceos del país. Incluso, ésta podría afectarse negativamente, por el “descreme” que experimentarán los demás liceos de la ciudad, cuyos potenciales mejores alumnos irán a concentrarse todos en un mismo lugar.
En suma, los primeros lineamientos del plan gubernamental para una educación de calidad parecen apuntar hacia una oportunidad malograda. Arrancan del supuesto de que mejor infraestructura tecnológica, mayor y más intensa presión evaluativa sobre los alumnos y mejor información del rendimiento escolar para que los padres disconformes elijan otro establecimiento para sus hijos son los elementos esenciales para llevar adelante un plan de mejora exitoso.
Tal supuesto está descaminado. Deja de lado el núcleo de elementos más importantes: el clima afectivo y cognitivo del hogar, la atención y el cuidado temprano de los niños, la solidez y el desarrollo -en todos los aspectos- de la profesión docente, la gestión escolar y el liderazgo de sus directivos, la administración y responsabilidad de los sostenedores municipales, el aún dramáticamente insuficiente valor de la subvención escolar y la necesidad de una cultura que combine el espíritu de curiosidad con la ética personal del trabajo. Conviene discutir ampliamente la agenda que prepara el gobierno.
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