Las nuevas soluciones contra la desigualdad no están inventadas
Abril 21, 2017
Captura de pantalla 2016-10-09 a las 4.19.07 p.m.BRANKO MILANOVIC | ECONOMISTA

“Las nuevas soluciones contra la desigualdad no están inventadas”

El ex director económico del Banco Mundial cree que las viejas recetas contra la inequidad como la educación universal y la subida de impuestos ya no funcionarán en los países desarrollados, pero sí pueden aplicarse en las naciones más pobres

El número de pobres ha caído en naciones como India y China, lo que ha hecho disminuir la desigualdad a escala global. Buenas noticias. Pero dentro de los países la realidad es otra: los ricos son más ricos y las clases medias se empobrecen, una tendencia que no discrimina por nivel de desarrollo. “EE UU y Reino Unido fueron los primeros que empezaron a destacar en la década de los 80, y fue particularmente fuerte en los 90. Después, con la crisis tenemos una situación distinta; al principio se redujo la desigualdad porque la gente que más perdió fue la de arriba”, afirma Branko Milanovic, ex director económico del Banco Mundial, que visitó España para enfrentarse a un cara a cara con Javier Solana en el marco de los debates Big Challenges de la escuela de negocios ESADE.

Aquella mejora entre 2007 y 2010, en lo que a lucha contra la desigualdad se refiere, no duró mucho y pronto los ricos se recuperaron. Las clases medias y los que habían dejado de pertenecer a ella, no. En este sentido, “España fue un caso extremo”, pues no hubo siquiera ese periodo de reducción de la desigualdad que sí se dio en otros países. Fruto de esa excepcionalidad y el malestar social, cree Milanovic, nació el movimiento de los indignados del 15-M y, tiempo después, las formaciones políticas Podemos y Ciudadanos. Ambos fenómenos forman parte de una protesta colectiva por el desproporcionado cargo que la crisis ha causado en las clases más bajas sin apenas despeinar a las altas, opina. “¿La gente de clase media en los países desarrollados tiene derecho a quejarse?”, se pregunta. Y responde: “No gozan de felicidad, el trabajo se ha precarizado y no es consuelo que alguien en Indonesia esté peor”.

Pero las viejas recetas que sirvieron en el pasado siglo para reducir la desigualad en los países hoy desarrollados ya no valen. Al menos, no para ellos. Desde los años 50, las naciones ricas engrosaron sus clases medias a base de movimientos sindicales que mejoraban las condiciones laborales, la subida de impuestos, las transferencias sociales y la educación masiva. “Hoy tenemos una caída masiva de sindicación, particularmente en las empresas privadas, esencialmente porque la naturaleza del trabajo ha cambiado. Ya no existen grandes compañías con miles de trabajadores, sino empresas pequeñas con puestos de trabajo muy flexibles, así que es más difícil organizarse”, detalla el experto.

“En cuanto a unos impuestos elevados y más transferencias, creo que la mayoría de la clase media ha alcanzado el punto en el que no es capaz de pagar más de sus ingresos. No solo porque los ciudadanos piensan que aportan mucho, sino que además son más escépticos que hace 30 años respecto al buen uso de ese dinero que vaya a hacer su Gobierno”. ¿Y la educación universal? “Es una increíble herramienta para la reducción de la desigualdad cuanto la mayoría de la sociedad tiene un nivel educativo bajo y solo algunos tienen formación. Pero Europa ha conseguido extenderla masivamente. Y cuando tienes una sociedad que ha recibido 13 años de formación de media, estás muy cerca de la cima”, apunta.

La mejora de la calidad de la educación es el mecanismo para luchar contra la desigualdad en los países desarrollados, dice Milanovic

En este punto, dice, es en el que la calidad cobra relevancia. “Para que los sueldos sean más iguales. Porque lo que tenemos no es suficiente. Recibes formación universitaria durante cuatro años, pero en algunos casos es de alta calidad y en otros, de baja. Y eso genera diferencias de salarios en el futuro. Si la educación pública mejora, entonces la calidad será más similar a la de las escuelas privadas y, finalmente, las remuneraciones de los trabajadores serán más parejas”, razona.

De momento, esta es de las pocas fórmulas que Milanovic considera efectivas para luchar contra la creciente desigualdad allí donde esta ha aumentado a pesar del progreso. “Las nuevas herramientas no están inventadas todavía, en eso estamos”, añade. Y estas tienen que ser de implementación nacional, abunda. “Los perdedores del sistema global son los ciudadanos de cada país. Todavía son los Estados los que tienen la responsabilidad de lidiar con el problema”. Por ejemplo, sugiere “impuestos a las herencias para dar una beca a todos los ciudadanos a los 21 años”, para estudiar, montar un negocio…

¿Sería también una de esas nuevas soluciones la tan aclamada renta básica universal? El economista no es partidario: “Esta idea significa que una situación que se considera temporal [necesitar apoyo económico], se hace permanente. Y se empieza a considerar que hay que recibir un pago por existir”. También descarta el experto la corriente que pide una revisión del concepto de progreso. “No creo que diciéndole a la gente que lo que hay que cambiar son los estilos de vida se consiga mucho. El dinero es el signo de éxito, la gente quiere más y no creo que esto vaya a cambiar nunca”, arguye.

¿Y dónde no ha llegado el progreso?

El economista remarca la tendencia global hacia la disminución de la desigualdad, gracias al crecimiento de la clase media en China e India, e incluso algunos países de América Latina y África. Pero, ¿qué se puede hacer para ayudar a los Estados que quedan rezagados? ¿Cómo evitar que ocho personas en el mundo concentren tanta riqueza como la mitad más pobre del planeta, como denuncia un reciente informe de Oxfam Intermón? Milanovic responde a la cuestión señalando lo que no cree que funcione. ¿Un sistema impositivo internacional? “No creo que una política fiscal global sea posible porque no hay Gobierno que pueda imponerla. Incluso impuestos pequeños como en los billetes de avión no han tenido éxito”, argumenta. En su opinión, históricamente han sido los Gobiernos eficaces los que han podido recaudar. “Y eso continúa siendo así. En el futuro, deberíamos tener más Gobiernos globales con la posibilidad de establecer impuestos, pero no creo que lo podamos tener ahora”, zanja.

En este sentido, ¿cuál es el papel de las instituciones globales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional (FMI)? Milanovic se declara “escéptico” sobre el desempeño de estos organismos en la lucha contra la desigualdad, en tanto que las soluciones tienen que idearse e implementarse a escala nacional, insiste. Pero reconoce que, durante su etapa como director económico del Banco Mundial, comprobó que los países pobres no pueden redistribuir recursos porque simplemente no tienen dinero para ello. Sobre todo, en África.

El acceso globalizado a las nuevas tecnologías y redes sociales aumentará las migraciones. Lo que supondrá el reto del siglo XXI, según el economista

“Con los países pobres el problema es que su tasa de crecimiento no es muy alta. Deberían empezar, para converger con los niveles occidentales, a tener tasas de crecimiento muy elevadas. En los primeros 2000, conducidos por la demanda de China de derivados del petróleo, ha habido un impulso económico en Latinoamérica y África. Pero con la caída de la demanda, África se ha visto afectada”, diagnostica el experto.

Sabedor de que África no es un país, Milanovic subraya que obviamente hay naciones que crecen a buen ritmo como Ruanda o Etiopía. “Pero sus tasas de crecimiento no están en los niveles de Asia”, apunta. “A lo mejor, en el futuro África crecerá más rápido, pero no creo que las instituciones internacionales puedan hacer mucho allí. Estos efectos tienen que llegar de dentro de los países”. Si bien se declara partidario de la ayuda internacional, a la que considera “un componente importante” y cree que los Objetivos de Desarrollo Sostenible pueden resultar de utilidad para el propósito de reducir la desigualdad global, Milanovic asegura que el peso que organismos como el FMI y el Banco Mundial tuvieron en el pasado, ya no es tal. Sobre todo, añade, en lo que apoyar a países pobres se refiere.

En un mundo en el que, además de la economía, las nuevas tecnologías de la información y las redes sociales se han expandido a casi todos los puntos del planeta, el efecto que causará esta desigualdad entre países menos desarrollados y los ricos es el incremento de las migraciones, afirma Milanovic. “Si conoces las diferencias de ingresos y en estilos de vidas, y los transportes no son tan caros como solían ser, creo se favorece la migración. Más si tenemos en cuenta que África tiene una población creciente y en Europa las tasas de crecimiento demográfico son bajas”, abunda. “Es un asunto que Europa tiene que abordar en este siglo, y no solo el próximo verano o el siguiente. Creo que va a ser un problema a largo plazo”, añade.

Su propuesta es que Europa afronte este reto desde un punto de vista multilateral junto con los países africanos y de Oriente Medio. “El movimiento de personas, de trabajadores, necesita regulación. Dejo a Siria fuera de esto porque es una cuestión diferente, está inmersa en una guerra civil y para eso tenemos políticas de asilo que de hecho están reguladas”, considera. Por una parte, dice, Europa necesita trabajadores, pero “las sociedades de la zona no pueden absorber una gran cantidad de inmigrantes de repente”, matiza. En este sentido, España es un buen ejemplo. “Tenía cero inmigraciones y pasó a registrar un 15 o 16% de la población que había nacido fuera del país. Y la integración fue relativamente buena. Pero creo que hay límite”, reflexiona. Tal acogida no habría sido ni es posible si los porcentajes fueran del 30% o más.

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