La rebelión contra las élites
Julio 7, 2015

La rebelión contra las élites

Una nueva cosecha de libros de economía sitúa el debate en la fractura entre los de arriba y los de abajo. Ya no se trata de izquierda y derecha, sino de desigualdad.

 

Ilustración de Eva Vázquez.

El eje central de todo proyecto político es ahora su programa económico. Las nuevas estrellas del rock son los economistas como Thomas Piketty o Yaris Varoufakis (Economía sin corbata). Se citan muy a menudo las reflexiones de Keynes acerca de la permanente influencia de los economistas, aunque sean difuntos, en la práctica de los políticos. Mucho menos las de su gran competidor, el liberal Von Hayek (Keynes versus Hayek. El choque que definió la economía moderna), que coincidía en este caso con el economista más influyente del siglo XX, cuando escribe: “Los puntos de vista de los intelectuales determinan las políticas del mañana. (…) Lo que a un observador de nuestros días le parece una disputa surgida de un conflicto de intereses, en realidad se ha decidido mucho antes en una confrontación de ideas que ha tenido lugar en círculos más restringidos”.

La política y la economía se hallan más ligadas que nunca, en sus dos modalidades, la política económica y la economía política. Hace poco más de un siglo, Ortega y Gasset pronunció su célebre conferencia sobre vieja y nueva política en el Teatro de la Comedia de Madrid. Allí abordó algunos de los temas, de tremenda actualidad una centuria después: la distancia entre la España oficial y “la España vital”, la necesaria desconfianza ante las soluciones simples a problemas muy complicados, la crisis de las ideas o la misión política de los intelectuales.

Los desequilibrios entre capitalismo y democracia y el papel de las instituciones son objeto de la nueva literatura económica

En la última generación de libros sobre la crisis abundan, sobre todo, cinco grandes asuntos: la fractura que divide a la sociedad entre los de arriba y los de abajo, más allá de la tradicional distinción ideológica entre izquierda y derecha, y si ésta ha devenido en la contradicción principal de nuestros días (El establishment); el papel de las instituciones en el buen funcionamiento económico (El Estado emprendedor); la desigualdad como factor determinante —e irresistible— de una época (La economía de las desigualdades); los desequilibrios crecientes en el binomio entre capitalismo y democracia (No tenemos sueños baratos), y una nueva estructura social en la que las clases medias crecen en una parte del planeta, se proletarizan en otra, todavía son desconocidas en distintas zonas, y emerge un nuevo grupo muy numeroso: el precariado (La movilidad social en España).

La gran recesión ha generado, fuera de todo control, una extraordinaria transferencia de riqueza al mundo del capital

La confrontación entre élites y pueblo, casta y resto de los ciudadanos, ha superado el concepto de “élites extractivas” que hace apenas dos años pusieron en circulación los economistas Daron Acemoglu y James Robinson (Por qué fracasan los países). Para los teóricos de aquélla, toda élite es extractiva. Desde hace aproximadamente cuatro décadas, desde que la revolución conservadora se hizo hegemónica en el mundo, se ha ido desarrollando una “rebelión de las élites”, debido a una correlación de fuerzas muy favorable a las mismas.

Manifestación convocada bajo el lema No es pobreza es injusticia, celebrada en Barcelona en diciembre de 2014. / Albert García

Ha habido una secesión de los poderosos, que ya no están interesados en cumplir el contrato social que fue el pegamento social desde el final de la II Guerra Mundial. A saber: vosotros, los ciudadanos corrientes (l’uomo qualunque), tendréis empleo, protección, bienestar y una escala social ascendente; a cambio, nosotros nos llevamos la tajada más grande de la riqueza. Todos saldremos ganando, aunque en distinta medida. Desde la caída del muro de Berlín y en ausencia de un sistema político alternativo, esas élites han perdido el miedo y ya no necesitan hacer concesiones. El temor se ha trasladado al otro bando. La crisis lo muestra: ni trabajo, ni protección social, ni bienestar, y el único ascensor es el del cadalso (Louis Malle). Frente a ello ha emergido “la rebelión contra las élites”, con la aparición de partidos (de izquierdas o de derechas) que tratan de sustituir el viejo bipartidismo de la posguerra y, sobre todo, de una nueva teoría que dice que existe una confluencia entre las élites políticas y económicas, con intereses comunes, que da lugar al establishment, ante la que el resto, sea de derechas o de izquierdas, se ha de confrontar.

El 67% de los españoles apoyaban el capitalismo antes de la crisis. Hoy, el respaldo a la economía de mercado ha caído 22 puntos

Los representantes de este pensamiento arriba-abajo hacen una crítica frontal al sistema político por no inclusivo, a los partidos tradicionales por cómplices, a las políticas de austeridad que llegan impuestas desde Europa por empobrecedoras y desiguales, a la falta de democracia del proyecto europeo por las cesiones de soberanía a entes y personas no representativas, y a la convivencia espuria entre las élites políticas y las económicas por no trabajar para el interés general, sino para su interés particular (La casta). Quienes tienen el poder y la riqueza —y sus representantes— lo utilizan para reforzar sus posiciones económicas y políticas, pero también intentan condicionar la forma de pensar, hacer aceptables las diferencias de ingresos y de patrimonios que de otra manera resultarían odiosas. Es la célebre sentencia del multimillonario americano Warren Buffet, que tiene la libertad de no callarse la verdad: “Durante los últimos 20 años ha habido una guerra de clases, y mi clase ha vencido”” (La lucha de clases existe… ¡y la han ganado los ricos!).

Como consecuencia, esta dinámica ha vuelto a propiciar fuertes tensiones entre la democracia y el capitalismo, que parecían resueltas dentro de un equilibrio inestable, pero muy cuidado desde hace al menos siete décadas. Uno puede interrogarse hoy sobre esta compatibilidad, sin ser considerado subversivo, dados los extraordinarios abusos que se han cometido durante la primera parte del siglo XXI.

El hilo conductor de estos libros es: el principal enemigo del capitalismo son los capitalistas. Por sus abusos e irregularidades

La Gran Recesión ha generado, fuera de todo control, una extraordinaria transferencia de riqueza y de poder desde el mundo del trabajo al del capital. Los responsables del colapso han logrado alterar la agenda política: allí donde había irregularidades financieras y responsabilidades bancarias, hoy hay deuda pública y fuertes recortes del Estado de bienestar; en lugar de discutir medidas para superar la depresión los Gobiernos, de cualquier signo ideológico, han competido en el recorte de gastos y servicios públicos, y en la devaluación de salarios. Mediante un asombroso juego de manos han convencido a parte de la opinión pública de que la verdadera crisis no son los estragos que la quiebra de las leyes del libre mercado y del riesgo moral (las gigantescas ayudas al sistema financiero y a diversos sectores empresariales) han causado en el empleo y en los niveles de vida, sino en el incremento de la deuda pública en la que han incurrido los Gobiernos para pagar dicha quiebra. Han logrado culpabilizar a los que viven “por encima de sus posibilidades”, cuando entre los capítulos del balance de lo sucedido se pueden mencionar un poder financiero que tiene más influencia que el poder político, un modelo social herido de gravedad, y Estados sin poder tributario, que es el nervio desde el que actúan los representantes políticos (Cómo hablar de dinero).

Lecturas

El choque de ideas económicas. Lawrence H. White. Traducción de Francisco Beltrán. Antoni Bosch Editor. Barcelona, 2015. 511 páginas. 29,50 euros.
La gran crisis: cambios y consecuencias.  Martin Wolf. Traducción de Gustavo Teruel. Deusto. Barcelona, 2015. 555 páginas. 22,95 euros (digital, 12,99).
El Estado emprendedor. Mariana Mazzucato. Traducción de Javier Sanjulián y Anna Solé. RBA. Barcelona, 2014. 385 páginas. 21 euros.
Economía sin corbata. Yanis Varoufakis. Traducción de María Andriá. Destino. Barcelona, 2015. 194 páginas. 14,20 euros (digital, 9,99).
No tenemos sueños baratos. Martín Alonso. Anthropos Editorial. Barcelona, 2015. 159 páginas. 13 euros. 18,90 euros (digital, 9,99).
Cómo hablar de dinero. John Manchester. Traducción de Daniel Najmías. Anagrama. Barcelona, 2015. 345 páginas. 19,90 euros (digital, 12,99).
El establishment. La casta al desnudo. Owen Jones. Traducción de Javier Calvo. Six Barral. Barcelona, 2015. 475 páginas. 19,90 euros (digital, 12,99).
Grecia: aspectos políticos y jurídico-económicos de la crisis.  Irene Martín e Ignacio Tirado (directores). Instituto de Estudios Políticos y Constitucionales. Madrid, 2014. 299 páginas. 25 euros.
La economía de las desigualdades. Thomas Piketty. Traducción de María de la Paz Georgiadis. Anagrama. Barcelona, 2015, 182 páginas. 16 euros (digital, 7,99).
La desigualdad mata.  Göran Therborn. Traducción de Francisco Muñoz de Bustillo. Alianza Editorial. Madrid, 2015. 216 páginas. 18 euros (digital, 14,99).
La extensión de la desigualdad. Carles Manera. Editorial Catarata. Madrid, 2015. 205 páginas. 17 euros.
Diálogos sobre Europa. Jorge Argüello. Clave Intelectual. Madrid, 2015. 250 páginas. 16,15 euros.
Capitalismo y economía mundial. Xabier Arrizabalo Montoro. Instituto Marxista de Economía. Madrid, 2014. 720 páginas.
Los fondos buitre, capitalismo depredador. Juan Hernández Vigueras. Clave Intelectual. Madrid, 2015. 300 páginas. 18 euros.
Economía para el 99% de la población. HaJoon Chang. Traducción de Teresa Arijón. Editorial Debate. Barcelona, 2015. 438 páginas. 24,90 euros.
La movilidad social en España. Ildefonso Marqués Perales. Editorial Catarata. Madrid, 2015. 213 páginas. 18 euros.
Bancocracia. Eric Toussaint. Icaria. Barcelona, 2014. 333 páginas. 22 euros.
La lucha de clases existe… ¡y la han ganado los ricos! Marco Revelli. Traducción de Alejandro Pradera. Alianza Editorial. Madrid, 2015. 129 páginas. 10 euros. 17,95 euros.
Los ricos vamos ganando. Antón Losada. Deusto. Barcelona, 2015. 239 páginas.
La casta. Sergio Rizzo y Gian A. Stella. Traducción de Martín López. Capitán Swing. Madrid, 2015. 311 páginas. 24 euros.
Los usurpadores. Susan George. Traducción de Ángello Ponciano. Icaria. Barcelona, 2015. 205 páginas. 17 euros.
La brecha. Matt Taibbi. Traducción de Emilio Ayllón. Capitán Swing. Madrid, 2015. 440 páginas. 25 euros.
Carta abierta a los gurús de la economía que nos toman por imbéciles. Bernard Maris. Ariel. Barcelona, 2015. 173 páginas. 15 euros.
Peligro de derrumbe. Pedro Simón. La Esfera de los Libros. Madrid, 2015. 309 páginas.  19,90 euros.
Keynes versus Hayek. Nicholas Wapshott. Traducción de Ana García Beltrán. Deusto. Barcelona, 2013, 397 páginas.
El largo siglo XX. Giovanni Arrigi. Traducción de Carlos Prieto del Campo. Akal. Madrid, 2014, 477 páginas.
La economía en evolución. José Manuel Naredo. Siglo XXI de España, 2015, 783 páginas.

En este contexto general, España es uno de los países del Sur de Europa que más han sufrido los avatares de la crisis, (Peligro de derrumbe) y en los que se hace más explícito ese conflicto latente entre democracia y capitalismo. Según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en el que se incluyeron preguntas específicas sobre estos asuntos (año 2012), siete de cada 10 españoles estaban poco o nada satisfechos del funcionamiento de la democracia. Según el Pew Research Center, antes de la crisis, el capitalismo gozaba de un amplio soporte en nuestro país: el 67% consideraba que el mejor sistema era una economía de mercado, un porcentaje más alto que el que se registraba en países como Alemania o Francia.

La Gran Recesión ha supuesto un gran vuelco: en 2014, el respaldo a la economía de mercado había caído 22 puntos porcentuales, situándose en el 45%. La comparación con 44 países de varios continentes coloca a España como uno de los más anticapitalistas, con un nivel de apoyo sólo por encima de México o Argentina. Se corrobora, en esencia, la secuencia que Joseph Stiglitz, el premio Nobel, ha descrito como característica de este momento histórico, compuesto por los años de una crisis tan larga y profunda: el sistema económico no funciona porque los mercados no son eficientes ni transparentes (el paroxismo de ello es el mercado de trabajo, que expulsa del mismo a millones de personas y no da empleo a los jóvenes que se incorporan al mismo); a continuación, el sistema político no corrige, como es su función, los fallos del mercado y permite que se constituyan sociedades descohesionadas por la pobreza y la exclusión; como consecuencia de lo anterior, el capitalismo (el sistema económico) y la democracia (el sistema político) sufren un enorme descrédito por parte de la ciudadanía, lo que nos recuerda otros momentos tristes de la historia (Informe sobre la democracia en España. Fundación Alternativas).

El presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, en una de sus escasas intervenciones ideológicas, dijo: “No podemos volver a las ideas que fueron liquidadas cuando cayó el muro de Berlín”. Pero cuando estalla la Gran Recesión, los que gobernaban no eran epígonos de lo que encarnó aquel Muro, sino los representantes del liberalismo y del conservadurismo: los Bush, Merkel, Sarkozy, Berlusconi, Durão Barroso (la excepción fue Rodríguez Zapatero), o asimilados (Blair). Al frente de los principales bancos centrales, que tanta importancia han tenido, estaban el republicano Bernanke o el custodio de la ortodoxia, Jean-Claude Trichet…

Apenas dos décadas después del big bang que supuso el fin del socialismo real tuvo lugar una réplica en forma de una crisis económica mayor del sistema, y que manifiesta continuidades con los rescoldos de aquello. Poco antes de morir, el historiador Eric Hobsbawm declaró: “El colapso de 2008 es una suerte de equivalente de derechas de la caída del muro de Berlín, cuyas consecuencias han llevado al mundo a volver a descubrir que el capitalismo no es la solución, sino el problema”. Hay analistas (Giovanni Arrighi) que cuestionan que el XX haya sido el siglo corto de Hobsbawm, sino más bien un siglo largo que en la segunda década de la siguiente centuria todavía no ha terminado, y en cuyo interior se conjugaron las cuatro crisis mayores del capitalismo: las dos guerras mundiales, la Gran Depresión de los años treinta, y la Gran Recesión (El largo siglo XX).

Si hubiera que encontrar un hilo conductor de todos estos libros, mucho más heterodoxos en general que los que se publicaron hace más o menos un lustro con los primeros síntomas de lo que estaba ocurriendo, éste sería el siguiente: el principal enemigo del capitalismo, los principales proveedores de hechos e ideas para desequilibrar su coexistencia con la democracia, son los propios capitalistas. Por sus abusos e irregularidades. No los partidos de izquierdas, las nuevas formaciones emergentes arriba-abajo, los sindicatos o los herederos de Mayo del 68. En el extremo, la ira y la indignación de la población es monocausal: una forma de progreso económico que, orientada a la creación de riqueza privada, es indiferente a la idea de bienestar colectivo, justicia social y protección ambiental.

Los indignados del siglo XXI apenas mencionan la revolución bolchevique ni los soviets, sino “retomar el hilo roto de 1789” (libertad, igualdad, fraternidad), lo que significa una democracia librada del poder del dinero. Como dice uno de los autores de estos ensayos, no reivindican al viejo Sartre, sino al rejuvenecido Camus, en la línea editorial de Combat, el periódico que dirigió contra los nazis: “De la resistencia a la revolución”.

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