Lucha ideológica en el campo discursivo electoral
Julio 16, 2025

Lucha ideológica en el campo discursivo electoral

En este ensayo analizo la conformación del campo discursivo de la contienda electoral en curso, revelando un escenario fragmentado donde el eje tradicional gobierno / oposición pierde centralidad ante una derecha dividida, una narrativa de crisis que no cuaja, y un oficialismo aún resiliente. El texto recorre tres tópicos centrales del debate -seguridad, economía y el resurgimiento del anticomunismo- mostrando cómo las derechas compiten por radicalizarse en torno a la “seguridad implacable”, mientras las izquierdas se debaten entre modelos estatistas divergentes, con un Partido Comunista anclado en visiones anacrónicas. Propongo que el verdadero clivaje emergente no es programático sino ideológico, enfrentando dos espectros igualmente atrapados en sus fantasmas históricos: el comunismo y su contrafigura, el anticomunismo.

Parto preguntándome cómo se organiza el campo discursivo electoral—campo de ideas, programas, relatos, publicidad, mensajes, consignas y narrativas—una vez consolidado, en lo principal, el elenco de precandidatos y precandidatas y las principales alianzas partidarias.

1. El eje gobierno / oposición, que se esperaría organice el campo, si bien es importante, no aparece perfilado como el clivaje central. ¿Por qué ocurre esto? Por varias razones.

Primero, lo principal, porque la oposición de derechas concurre fuertemente dividida a la competencia. Antes que enfrentar al oficialismo, sus fuerzas compiten entre sí, pasando a segundo plano el posicionamiento frente al oficialismo. Kaiser, Kast y Matthei están trenzados en una lucha sorda y sin cuartel por la hegemonía ideológica del sector y los votantes indiferentes. Sin haber podido dirimir esa lucha mediante una elección primaria, llegarán a la primera vuelta corriendo por carriles separados. A su lado estará, a lo menos, un cuarto candidato, Franco Parisi, corriendo con colores propios desde una vertiente pretendidamente apolítica, populista, mediática y oportunista.

Segundo, porque ha perdido pie el relato de un colapso total del país por responsabilidad de un pésimo gobierno. Esa prédica discursiva, levantada desde los partidos y medios de comunicación opositores, el Congreso y las redes sociales, no parece encontrar suficiente eco en la sociedad. La más reciente encuesta CEP, centrada en la experiencia laboral de las personas, no refleja una sociedad en bancarrota. En este ámbito, como en otros propios de la esfera privada, la gente se manifiesta con un talante más bien realista, nada de exultante pero tampoco al borde de la desesperación. Como sí ocurre, por ejemplo, en materias de seguridad, violencia, droga y crimen organizado. Tampoco el gobierno parece desfondado, según proclama la narrativa opositora. Mantiene el apoyo, por lo bajo, de entre un cuarto y un tercio de la población. Por lo mismo, se desvanece la idea de que la oposición arrasaría en la próxima elección presidencial, como anticipaban columnistas y medios opositores a inicios de este año.

Tercero, por último, tampoco la situación económica del país -de reducido crecimiento y mercado laboral poco dinámico, salvo en el segmento del trabajo informal-experimenta la catástrofe anunciada por los líderes y técnicos opositores desde hace al menos dos años. Al contrario, según un informe de la OECD, la situación de la economía chilena en 2025 no es alarmante. El crecimiento fue corregido al alza, estimándose de un 2,5% para el presente año. El consumo de los hogares se beneficiaría del aumento de los salarios reales y la creación de empleo. La inversión se vería impulsada por la reducción de los costos del crédito y la mejora de la confianza empresarial. La inflación disminuiría gradualmente al 3,3%. A su vez, el crecimiento de las exportaciones se mantendría sólido, a pesar de la persistente incertidumbre mundial. Por último, para el mediano plazo, la OCDE destaca que la demanda externa de minerales críticos para la electrificación y la transición energética global será un motor clave del crecimiento económico, lo que por cierto podría verse desbaratado por las políticas de la nueva derecha trumpiana en los Estados Unidos. Materia ésta que la oposición de derechas prefiere no discutir abiertamente en público, aún cuando -llevada al extremo- resultaría destructiva para nuestro desarrollo nacional.

En suma, el eje que uno esperaría cumpla naturalmente el papel estructurador del campo discursivo electoral, estimulando la alternancia en el poder cuando el país necesita cambiar de rumbo, funciona a media máquina solamente. Pues ni el gobierno está tan depreciado como quisiera la oposición ni ésta aparece como una alternativa potente, si no, más bien, como una élite tricéfala compitiendo por la supremacía ideológica.

2. Un siguiente eje, que aún no termina por perfilarse definitivamente, organiza el campo discursivo en términos de exigencias mutuas entre los actores en competencia en tres áreas que conforman la agenda mediática y de opinión pública encuestada. Se trata de las áreas: (i) hobbesiana, del Estado frente a la violencia, el temor y la inseguridad; (ii) económica, en cuanto a las relaciones entre mercados y Estado en función del desarrollo del país; y (iii) de provisión de servicios básicos de salud, educación y previsión (más otros, según las orientaciones de cada canditadura-programa).

Se trata de un eje habitual de las campañas electorales; cada candidato propone su programa, enuncia sus prioridades y medidas y reúne a sus equipos técnicos de donde mañana, él o la ganadora, reclutará a una parte importante de sus secretarios y subsecretarios de Estado y del personal superior de las agencias públicas cruciales.

Aunque todavía las candidaturas no muestran sus propuestas programáticas, que recién están siendo elaboradas, al menos se afanan por dar señales en torno al orden de prioridades de sus áreas preferentes. Tanto Kast como Kaiser no dejan duda de que su prioridad absoluta es la seguridad hobbesiana (el relato y la simbología de las mega cárceles y las fronteras cerradas son dos elementos típicos); su segunda preferencia es la economía, donde Kast acaba de reclutar una suerte de potencial superministro, en un flanco donde no brilla con luz propia y compite en desventaja con la tecnocracia de Chile Vamos. A su turno, Matthei busca un equilibrio entre esas mismas dos prioridades, aunque, hasta el momento, su relato preferido ha sido el del crecimiento económico, seguido de cerca por los tópicos hobbesianos. A pesar de llevar por lejos el mayor tiempo en calidad de candidata, sin embargo, su perfil de comunicación programática ha sido débil y confuso. Incluso, en materias de economía no ha podido establecer una visión propia que vaya más allá del expresidente Piñera. En asuntos de seguridad, en tanto, aparece más bien secundando a Kast, sin imprimir su marca propia. No sorprende, por tanto, su consistente caída en todos los sondeos de la plaza.

Del lado del oficialismo, lo más probable es que el programa único ponga énfasis en los servicios sociales, subrayando su carácter público en primer lugar; la seguridad de los estratos bajos y medios en segunda prioridad y, en tercer lugar, el crecimiento económico, ligado a la narrativa de una nueva matriz productiva exportadora (con valor agregado), de un moderno Estado emprendedor o con misión (a veces identificado con la visión de Mazzucato  que por un momento entusiasmó al FA), y de impulsar polos regionales (clusters) de desarrollo.

En breve, el segundo eje del campo discursivo electoral está recién comenzando a girar. Se halla fuertemente condicionado por la agenda medial y por las señales emanadas semanal o quincenalmente de los sondeos de opinión y su eco en la esfera pública. Tres áreas concentran la atención de los competidores, generando por un lado cierto isomorfismo (tendencia a parecerse entre sí, a lo menos en los tópicos priorizados), y, por el otro, algunas diferencias sustantivas que irán asentándose discursivamente en los próximos meses, buscando suscitar respaldo entre los votantes.

3. En el caso de la seguridad hobbesiana, las diferencias serán probablemente más reducidas que en campañas pasadas, tanto entre los bloques en pugna como en su interior, por ejemplo, entre las fuerzas de derechas, pero también dentro del bloque oficialista. Todos competirán por mostrarse en extremo duros contra el delito y el crimen organizado, creativos en la importación de políticas e instrumentos probados en otras latitudes, y decididos a asumir los costos necesarios para hacer retroceder la inseguridad.

Aquí el programa de Kast se ubica en la pole position. Según se lee en el sitio oficial de Republicanos, el Plan Implacable es “una propuesta integral para enfrentar el crimen organizado, restablecer el orden y devolver a los chilenos su derecho a vivir sin miedo”.

Entre las principales medidas de dicho plan destacan (cito literalmente; con mi subrayado para enfatizar el vocabulario “implacable”): (i) Cárceles de máxima seguridad y aislamiento total para cabecillas narcos. Sin visitas, sin contacto con el exterior, sin beneficios. (ii) Fin absoluto a los narcofunerales. Se acabaron los homenajes públicos a delincuentes. El espacio público es de los ciudadanos, no del crimen. (iii) Penas más duras y efectivas para miembros de bandas criminales. Quien pertenezca a una organización, enfrentará años de cárcel sin beneficios. (iv) Revisión de la ampliación de la legítima defensa. Presunción legal de defensa en casos críticos y fin a la criminalización de víctimas que se defienden. (v) Fuerza de Tarea Conjunta para recuperar zonas tomadas. Presencia policial y militar en comunas bajo dominio del narco. Según enfatiza el líder republicano, “el Plan Implacable es una declaración de guerra contra el crimen organizado. Es el retorno del Estado donde ha sido expulsado”.

He ahí pues el desiderátum en el área programática de la seguridad hobbesiana: implacable, o sea, que no se puede aplacar, amansar, suavizar, mitigar. Es el rostro del Leviatán que adoptaría el Estado en la consecución de este programa. Todo íntegramente al ataque ante una amenaza que se entiende también total; de allí la declaración de guerra, esta vez preanunciada y sin vuelta atrás. A diferencia de la infortunada declaración de guerra que en su momento hizo el presidente Piñera, en una situación de desborde del Estado de derecho, con une revuelta en las calles, en los aciagos en torno al 18-O.

No parece exagerado concluir que una estrategia discursiva central de las derechas iliberales, autoritarias y neopopulistas es, precisamente, postular que su candidato y programa traen la espada, no la paz; vienen a hacer la guerra, no a negociar. Todo esto está en línea con lo hecho por otros líderes del sector iliberal, como Trump, Erdogan o Bukele. Consiste en proclamar desde la Presidencia, el primer día del gobierno entrante, una suerte de estado de emergencia en razón de estar ante un enemigo poderoso -el crimen organizado-, el que será presentado discursivamente como un enemigo de la seguridad nacional, asociado a la inmigración irregular, la criminalidad violenta, las izquierdas rupturistas, las fronteras abiertas, el permisivismo liberal, la indefensión ciudadana y el imperativo del estado de excepción.

En este cuadro, los demás candidatos de derechas necesitan extremar sus propias posiciones para no quedar a la zaga de Kast.

Es lo que ocurre visiblemente con Matthei, según se daba cuenta en este mismo medio, el pasado mes de junio. Bajo el título “Combate al narcotráfico y cambios en el equipo: cómo Matthei busca recuperar el terreno perdido frente a Kast” se lee: “en el comando aseguran que no hay dos lecturas: Kast está ganando en el eje seguridad. Por eso se tomó la decisión de fortalecer esa área a través de lo que consideran es la principal causa del aumento de la delincuencia: el crimen organizado. Cinco nuevas cárceles de alta seguridad y aislamiento a jefes del narco son parte de las medidas con que buscan recuperar terreno”. Asimismo, se informaba allí que el comando de Matthei había dado a conocer seis medidas para el “combate contra el narcotráfico”, entre ellas la construcción de las cinco nuevas cárceles con módulos de alta seguridad para aislar a los jefes narcos, diez mil nuevos carabineros en la calle, mayor control en los puertos y “equipos especiales [que] rastrearán y confiscarán casas, autos y cuentas de los cabecillas del crimen organizado”, junto con 240 kms. de barreras físicas, puntos permanentes en zonas críticas y expulsión inmediata a quienes entren ilegalmente. Es el implacable estilo Trump que recorre el mundo insuflando en las nuevas de derechas una identidad iliberal.

4. En el área económica, en cambio, hay menores coincidencias entre los bloques principales y dentro de ellos. Interesante resulta en este caso observar los planteamientos de las izquierdas, tal como aparecen en los programas de sus candidatos de la elección primaria registrados ante el Servel.

La ganadora, Jeannette Jara, abre su convocatoria programática con el siguiente párrafo de diagnóstico, que cualquiera podría creer proviene de un duro opositor al actual gobierno, del cual Jara fue una ministra estrella. Dice: “La vida hoy está marcada por el abuso. Sueldos que no alcanzan, barrios inseguros, sistemas de salud colapsados, pensiones aún insuficientes y un Estado que muchas veces parece estar lejos. Viajar horas para trabajar, ver cómo se esfuma el tiempo con la familia, vivir con miedo de enfermarse porque no hay cómo pagar. Eso no es justo”.

Luego de tan lapidaria evaluación, el principio rector del planteamiento económico comunista es derechamente una vuelta atrás a un capitalismo pre-globalización; a un “modelo de desarrollo guiado por la demanda interna”, que parte de “una premisa sencilla y poderosa: cuando a las y los trabajadores les va bien, al país también le va bien”. ¿Qué implica este enfoque simple y potente? Según el programa de Jara (cito literalmente): «Aumentar los ingresos de las familias mediante políticas de fortalecimiento del empleo, negociación colectiva, aumento sostenido del salario mínimo, y participación democrática en las decisiones económicas». O sea, una fuerte, espectacular incluso, inyección de recursos para incrementar de una vez el bienestar de las masas. ¿Cómo se sostiene tan generosa oferta?

Sobre la base de “un nuevo modelo de desarrollo productivo basado en industrialización, tecnología y sustentabilidad”, algo que hace cuatro años planteaba también el FA. ¿Y en qué consiste el nuevo modelo? En fortalecer “el rol estratégico del Estado en sectores clave como el cobre, el litio y energía, impulsando la empresa nacional del litio y una transición ecológica justa”.

Además, en apoyar la ciencia, la innovación pública, la economía cooperativa con enfoque de género y democratizar el acceso al crédito para pequeñas empresas y cooperativas. ¿Algo nuevo en todo esto? En realidad, no. Es un relato bien conocido con foco en un Estado hiperactivo. En cambio, ninguna mención a las complejidades del capitalismo en su actual fase, la necesidad de grandes inversiones, la centralidad de los mercados y la empresa privada, el brutal atraso de un Estado permisiológico, la necesidad de un exigente ethos de trabajo, el imperativo de la nueva gestión pública, etc.

Qué propone en estas materias, en tanto, el principal aliado del PCCh, el FA, cuyo candidato tuvo un magro desempeño.

De entrada, un programa que desde su encabezamiento se proclama futurista: una vía chilena al desarrollo 2050. Nada de modesto en su pretensión, al contrario: “un camino propio que no deje a nadie atrás y haga posible la vida en Chile”. ¿En qué consiste tan ambicioso plan? Cito a la letra: “una nueva vía chilena al desarrollo, que haga del cerebro humano el cobre del siglo XXI, que diversifique nuestra matriz productiva, que nos convierta en la primera potencia mundial en transición energética, que garantice empleo formal, productivo y bien remunerado, y que reconozca los cuidados como un derecho y un trabajo indispensable para la sociedad”. Una verdadera poética del desarrollo, por tanto.

En lo concreto, con lenguaje renovado, la propuesta frenteamplista es similar a la del PCCh en cuanto al ideal de un capitalismo de Estado, aunque sostenido sobre un supuesto de desarrollo hacia fuera, guiado por el esfuerzo exportador. “Para lograrlo, el Estado debe asumir su rol y responsabilidad: orientar el crecimiento con una Estrategia Nacional de Desarrollo…”; esto es, “…políticas industriales y comerciales que diversifiquen la estructura productiva del país e incorporen un mayor valor agregado nacional a nuestros bienes y servicios”. Por esa vía, para el año 2050 Chile se consolidaría como “la primera potencia mundial en transición energética”; por cierto, bajo la conducción de un Estado “que promueva la inversión en innovación y nuevas tecnologías y que genere incentivos adecuados para comprometer al sector privado con el bienestar de las personas y la sostenibilidad ambiental”.

De modo que en ambas plataformas -comunista y frenteamplista- el rol centralísimo corresponde al Estado, una vez en versión anacrónico-proteccionista, la otra, en lenguaje posmoderno tecno-ambiental. En ninguno de los dos, sin embargo, parece existir conciencia del rol de las empresas y el sector privado, de los mercados y la competencia, de la gerencia y los capitales. Es el viejo pensamiento de izquierdas que inconscientemente descansa en una economía política unilateral, centralizada y de comando, tal como las derechas libertarias sueñan con el imperio incontrarrestable de los mercados desregulados, autónomos y autopropulsados.

5. ¿Existe en el programa de Tohá, candidata representativa del Socialismo Democrático, mi candidata (disclosure), esa misma aproximación estatalista o neoestatalista al desarrollo del país?

Por lo pronto, su diagnóstico parte de un punto diametralmente opuesto al de Jara. Sostiene, en efecto, que el “gran avance que hemos logrado en el tiempo mejoró la calidad de vida de toda la población y es un motivo de orgullo nacional. Muestra lo que podemos hacer entre todos. La aspiración de alcanzar el desarrollo sigue enraizada en la ciudadanía y será retomada con fuerza en nuestro gobierno”. ¿Cómo? Dentro de una visión que apunta, en este caso, en dirección similar al del planteamiento del FA, hacia el futuro por la vía de una “renovación productiva: con más tecnología, más conocimiento, trabajadores y trabajadoras más calificados e innovación en todos los niveles, desde la infraestructura pública hasta el trabajador independiente”.

En concordancia con ese planteamiento propone una visión complementaria de Estado y mercados, en línea con una propuesta tipo OCDE, de un desarrollismo de nueva generación. Según se lee en el programa SD, en clara disputa con el estatalismo viejo y nuevo del PCCh y el FA, respectivamente, “el verdadero cambio de paradigma consiste en complementar el funcionamiento del mercado con una intencionalidad política explícita de identificar nuevas oportunidades, desarrollar ventajas comparativas, conectar eslabones productivos y estimular la renovación del conocimiento en la economía”. A mayor abundamiento, se señala que, si bien la “decisión política” de embarcarse en esa dirección surge del gobierno central, “las actividades específicas que le dan contenido emergen de las redes de colaboración, en las cuales participan empresas, universidades, organismos públicos, sociedad civil, trabajadores, emprendedores, entre otros”.

Tampoco hay en el programa de Tohá duda alguna en cuanto a la centralidad que seguirán ocupando los recursos naturales en el desarrollo de la economía chilena. Lejos de cualquiera utopía antiextractivista, enfatiza el obvio punto de que “Chile posee recursos naturales que el mundo siempre ha demandado, pero cuya relevancia se ha multiplicado ante los desafíos del cambio climático”. Y concluye, por tanto, que “invertir en su desarrollo y en innovación para fortalecer su cadena de valor y su productividad nos ofrece una enorme oportunidad de progreso”. El horizonte, por tanto, es que “con políticas adecuadas y una fuerte colaboración público-privada, Chile puede consolidarse como un exportador global de soluciones verdes y tecnológicas, diversificando su economía y avanzando hacia un desarrollo sostenible e inclusivo”.

Habrá que ver, ahora, cómo -en el camino hacia la primera vuelta- las izquierdas logran compatibilizar sus distintas visiones económicas y del desarrollo del país, y cuáles soluciones adoptan para los desafíos en la actual fase del capitalismo global. Desde el punto de vista del posicionamiento discursivo, no cabe duda de que el programa de Jara necesita ser reformulado desde cero, reseteado ha dicho la candidata, para ponerse a tono con un paradigma que resulte competitivo y que responda a los actuales requerimientos del desarrollo capitalista a nivel global y nacional. El único programa que en su sustancia y bases técnico-conceptuales está a la altura de ese desafío es el de Tohá, pero fue derrotado en el torneo de la primaria. El programa del FA se acerca algo en la retórica, su poética, pero sus contenidos son, una vez más, juveniles y “bien pensantes”, habiendo sido derrotados igualmente. Queda en pie únicamente la propuesta del PC que, coherente con la doctrina y visión de mundo de dicho partido, es irremediablemente anacrónica y de una radical incomprensión respecto al manejo nacional del capitalismo global.

6. Resta revisar el tercer eje del campo discursivo electoral, de hecho, relacionado con el último aspecto reseñado en la sección anterior, el del anacronismo comunista y su némesis retórico-conceptual, la del anticomunismo de derechas.

Nuestra tesis es que la relativa desestructuración del campo discursivo electoral en sus dos ejes anteriores -es decir, el eje oficialismo vs oposición y el de la lucha programática en torno a los asuntos de la agenda medial- crea circunstancias favorables para revivir el fantasma del comunismo que lleva cerca de dos siglos espantando a los defensores del orden (burgués), según previeron Marx y Engels. Se recordarán las primeras frases de su Manifiesto (1848): “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes”. Lo que no previeron los dos pensadores alemanes es que ese mismo día nacería el fantasma del anticomunismo.

Cuando esto ocurría, claro está, el viejo mundo experimentaba “la única revolución auténticamente europea que ha habido jamás”, según escribe Christopher Clark, su más reputado historiador. Aunque después de esa primavera revolucionaria de los pueblos, según dice otro estudioso, ya “en 1852 el ciclo revolucionario se había cerrado con una reafirmación del orden imperial en el plano político y una expansión vigorosa del sistema capitalista en buena parte del continente”.

De modo que invocar al anticomunismo hoy como un contra-fantasma de 1848, resulta profundamente anacrónico; en cualquier caso, ahistórico.

Efectivamente, en la actualidad el mundo vive una fase esencialmente conservadora, restauradora, políticamente reaccionaria, de contenidos tecno-autoritarios, nacional-populistas, bajo la hegemonía de ideas iliberales y una creciente concentración del poder y los capitales. Más bien, es un tiempo de bonapartismo, fenómeno que la RAE define escuetamente así: “Régimen político personal y autoritario que busca aprobación popular mediante plebiscitos que eluden el poder del Parlamento”, recordando la figura de Luis Bonaparte cuando es proclamado Napoleón III en 1852.

Hoy este tipo de régimen responde más a una crisis de la democracia y del pensamiento liberal que a un estadio revolucionario como el de 1848. Según señala un estudio académico, en la actualidad el bonapartismo o regímenes de ese estilo nacen  de “la descomposición del sistema de partidos tradicionales, el declive de la función de los parlamentos, el ascenso de formaciones de extrema derecha, la trivialización del debate público, el envilecimiento de los medios de comunicación, la desorientación de los militantes y el distanciamiento respecto del escenario político de amplias franjas de la población”, descripción que  calza a la perfección con la situación contemporánea de muchos países.

Luego, puede decirse que la prédica anticomunistaque invade las páginas de nuestra prensa, aquella que en su época Marx llamaba burguesa, lo mismo que al diarismo digital y a la esfera del debate público y la publicidad política, es tan anacrónica como anacrónico es el PC chileno. Uno y otro, fantasmas del pasado, ecos del Manifiesto y del auge del bonapartismo y, más actualizadamente, de la retórica de la Guerra Fría, del movimiento internacional comunista-soviético y su contraparte, la máquina internacional anticomunista-norteamericana. Esta última alcanzó una amplia presencia en Chile -en diversos niveles y aspectos- sobre todo entre la campaña de la elección de Eduardo Frei Montalva y el suicidio de Allende en La Moneda bombardeada. Y, de ahí en adelante, como un filón esencial de la ideología de la dictadura cívico-militar (M. Casals, 2022).

Interesantemente, sin embargo, la derrota de la dictadura por un amplio arcoíris de fuerzas democráticas convocado por la Concertacióncoincidió también con la derrota de la estrategia de salida impulsada por el PC, de rebelión armada y todas las formas de lucha. Es probable que esa circunstancia haya mantenido a raya al anticomunismo de derechas prácticamente hasta el estallido del 18-O, cuando de golpe se reinstala en medio del foro público con los más variados pretextos. Y ayudado, ¡qué duda cabe!, por el oportunismo de la conducta de entonces del PC que vio en la revuelta callejera y la masividad de la protesta una coyuntura prerevolucionaria, asumiendo la tesis del doble poder (un pie en la calle revuelta, el otro en una institucionalidad debilitada), con la esperanza de instalar una asamblea constituyente de ruptura democrática.

Fracasada esa coyuntura, el paroxismo anticomunista retrocedió también, pero volvió a ascender al momento de la elección presidencial de 2021, en que el candidato de la coalición Apruebo Dignidad (FA+PC y otros grupos aliados), Gabriel Boric, se impuso en segunda vuelta al candidato de las derechas, J.A. Kast.

7. Desde ese momento en adelante el anticomunismo de derechas, con sus diversas fuentes ideológicas -de seguridad nacional, democracia protegida, liberalismo conservador, cristianismo católico y evangélico, pero también democristiano, gremialismo-corporativista, nacionalismo patriótico, iliberalismo, autoritarismo, hoy además trumpismo y un sentimiento de occidentalismo amenazado)- ha vuelto a activarse, oscilando entre momentos de alta y regular intensidad. Momentos álgidos han sido los días en torno a la ascensión de Boric a la primera magistratura, luego a la vista de los resultados de la elección de miembros de la Convención Constituyente y, enseguida, con la generosa contribución de las discusiones y acuerdos de dicho organismo, al momento de aprobar aquel texto digno del socialismo siglo XXI latinoamericano.

En efecto, ¿en qué consiste dicha doctrina que espanta y pone en acción al fantasma del anticomunismo de derechas y convoca los sentimientos del bonapartismo contemporáneo?

En palabras de uno de sus más influyentes teórico-prácticos, con quien Boric siendo Presidente electo reveló tener una especial cercanía ideológica:

“Socialismo es desborde democrático, es socialización de decisiones en manos de la sociedad auto organizada en movimientos sociales. Socialismo es la superación de la democracia fósil en la que los gobernados solo eligen gobernantes, pero no participan en las decisiones sobre los asuntos públicos. Socialismo es democracia representativa en el parlamento, más democracia comunitaria en las comunidades agrarias y urbanas, más democracia directa en las calles y fábricas. Todo a la vez, y todo ello en medio de un gobierno revolucionario, un Estado de los Movimientos Sociales, de las clases humildes y menesterosas. Socialismo es que la democracia en todas sus formas envuelva y atraviese todas las actividades cotidianas de todas las personas de un país; desde la cultura hasta la política; desde la economía hasta la educación. Y, por supuesto, Socialismo es la lucha nacional e internacional por la ampliación de los bienes comunes y de la gestión comunitaria de esos bienes comunes, como son el agua, la salud, la educación, la ciencia, la tecnología, el medio ambiente…

[…]

Socialismo es, entonces, un largo proceso de transición en el que Estado revolucionario y Movimientos Sociales se fusionan para que día a día se democraticen nuevas decisiones; para que día a día más actividades económicas entren a la lógica comunitaria en vez de la lógica del lucro.

Y como esta revolución la hacemos desde los Andes, desde la Amazonía, desde los valles, los llanos y el chaco, que son regiones marcadas por una historia de antiguas civilizaciones comunitarias locales; entonces, nuestro socialismo es comunitario por su porvenir, pero también es comunitario por su raíz, por su ancestro. Porque venimos de lo comunitario ancestral de los pueblos indígenas, y porque lo comunitario está latente en los grandes logros de la ciencia y la economía moderna, el futuro será, necesariamente, un tipo de socialismo comunitario nacional, continental y, a la larga, planetario” (Álvaro García Linera, 154-156).

Sin duda, planteamietos como este no identifican hoy a la mayoría de las izquerdas del mundo, tampoco en Chile, y sólo tuvieron una momentánea eclosión en torno al 18-O, obteniendo un eco circunstancial y opotunisa en el PCCh, con el efecto neto de desencadenar una ola de anticomunismo que amainó recién el 4S de 2022 con el plebiscito que sepultó con masivo rechazo el texto que debía echar a andar la revolución chilena al socialismo del siglo XXI. El octubrismo fue, efectivamente, un parteaguas al interior de las izquierdas que resuena hasta hoy y no únicamente un motivo para el anticomunismo de derechas.

Como sea,  a propósito del resonante triunfo de Jara en la primaria de las izquierdas, y las lógicas celebraciones del PC, el oscilómetro del anticomunismo ha vuelto a saltar, impulsado por una pródiga cobertura mediática, una profusa batería de editoriales y columnas de opinión (la anticomunismología, leí por ahí que se llama a este saber), el revivir del 18-O y más atrás, cómo no, Allende y la UP, el desenterramiento de ideas y frases del texto constitucional del socialismo siglo XXI chileno, e incluso interesantes (¿por qué no?) análisis y justificaciones ético-filosóficas de argumentos anticomunistas liberales, católicos, nacionalistas, históricos, jurídicos, geopolíticos, social democráticos, etc.

8. Con todo, respecto a los anticomunismos que se agitan a nuestro alrededor, cabe hacer una distinción entre aquel “anti” que viene imbuido de una visión y un sentimiento de guerra fría y del profundo deseo (reconocido o no) de excluir al PC del juego democrático y suprimirlo, incluso constitucionalmente, y un “anti” que somete al PC y su trayectoria política a un escrutinio crítico-racional, como en esta misma columna propuse hace más de un año.

¿Sale bien parado el PC de tal examen? Obviamente no. Y no podría ser de otra manera. ¿Por qué?

Ante todo, porque desde la recuperación de la democracia en Chile, proceso del cual el PC se marginó, este conglomerado no ha revisado su concepción de mundo y su visión de la historiaque, a lo largo del siglo XX, llegaron a identificarse completamente con la URSS, su régimen de centralización totalitaria de la política, la economía y la cultura, y la constante prédica contra la democracia liberal y la socialdemocracia. Tampoco se hizo cargo, con un mínimo de seriedad, del derrumbe del sistema soviético y su imperio económico-militar proyectado hacia un conjunto de países del Asia central (los países “istán”: Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán); Europa (Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia, Ucrania, Moldavia y Rusia) y países del bloque alineados con la URSS, v.gr., Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, Alemania del Este, Hungría, Polonia, Rumania y Yugoslavia, y  territorios todavía  más lejanos de África y América Latina (Cuba).

El peso de esa historia cuelga como un albatros al cuello del PC y proyecta una larga sombra sobre sus ideas e ideales; particularmente su concepto de democracia popular, su lealtad hasta hoy al principio marxista-leninista de la dictadura del proletariado, el férreo estatalismo de planificación centralizada y propiedad burocráticamente controlada, las élites del partido como una nueva  clase social, el control de la cultura y la esfera intelectual y el posicionamiento internacionalista del PCCh (de solidaridad con  el chavismo, la dictadura familiar nicaragüense, la revolución cubana y su élite económico militar castrista, el capitalismo de control panóptico-tecnocrático chino bajo la inspiración del “Pensamiento sobre el socialismo con características chinas para una nueva era”, y la dinastía hereditaria de la familia Kim en Corea del Norte). La absoluta incapacidad del PCCh de realizar una efectiva autocrítica de estos aspectos sustantivos de su herencia ideológica, así como la nula renovación intelectual y la facilidad con que el PCCh se desliza hacia posiciones aventureras (18-O) o se entusiasma con proclamas estilo socialismo siglo XXI, lo exponen a críticas plenamente justificadas, como he formulado anteriormente aquí, aquí y aquí. Y también con ocasión de los 50 años del golpe y la reacción bonapartista que desembocó en la dictadura.

A la vez, ese lastre histórico alimenta los anticomunismos de extrema derecha, cuya posición discursiva es comunicacionalmente insostenible, sin embargo. En efecto, procuran restar legitimidad al PCCh por su defensa histórica de regímenes no-democráticos y sus actuales coqueteos con gobiernos de fuerza, al mismo tiempo que defienden la dictadura chilena del pasado reciente, con todas sus secuelas, y coquetean en el presente con gobiernos no-democráticos, iliberales y autoritarios. Desde el punto de vista del campo discursivo, ambos argumentos terminan anulándose mutuamente. Revelan que a un lado y el otro, ambos extremos cargan con su propio fantasma, el del comunismo y el anticomunismo, sin que 35 años de democracia hayan podido espantarlos. ¿Podría una próxima confrontación electoral entre Jara y Kast, o incluso Matthei, sacarnos de este pantano ideológico o sería el empujón final para hundirnos definitivamente en él?

 

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Académico UDP y UTA, ex ministro Más de José Joaquín Brunner

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